martes, 2 de abril de 2019

EL SUDARIO

En cierto pueblo vivía una muchacha que era muy perezosa; aborrecía toda clase de trabajo,
y sólo le gustaba charlar con las vecinas. Cierto día, sin embargo, invitó á otras muchachas
á reunirse para ver cuál hilaba más. Llegado el día, todas acudieron: la perezosa tenía
preparados sus útiles; pero otras amigas trabajaron por ella, en agradecimiento de la merienda
con que las obsequió. Terminada la tarea, comenzaron á charlar, y, entre otras cosas,
tratóse la cuestión de saber cuál de las muchachas sería más atrevida.
— A mí no me asusta nada, dijo la perezosa.
— Pues bien, replicaron las otras; si de nada tienes miedo, vé á la iglesia, pasando por
el cementerio, descuelga el cuadro santo que está en lá puerta y tráelo.
— Muy bien, no tengo inconveniente; mas entre tanto cada una de vosotras debe hilar
un poco para mí.
Convenido esto, la joven se dirigió á la iglesia, descolgó el cuadro y llevólo á su casa.
Todas sus amigas reconocieron bien que era el mismo cuadro de que hablaron; pero era
preciso volver á llevarlo, y ya habían dado las doce de la noche. ¿ Quién se atrevería á ello ?
Al fin la perezosa se resolvió, diciendo á sus amigas:
—- Y o lo llevaré, pues nada me da miedo; mas entre tanto hilad por mí.
Así diciendo, se puso en marcha y poco después dejaba el cuadro en su sitio. Al pasar
por el cementerio, cuando volvía, vio como un fantasma cubierto con un sudario y sentado
en un sepulcro. Como .era noche de luna, todo se divisaba perfectamente bien, y la muchacha,
lejos de atemorizarse, acercóse al fantasma y levantó el sudario. El cuerpo se mantuvo inmóvil
, sin pronunciar una palabra, sin duda porque no era llegada la hora de hacerlo; y entonces
la muchacha, arrancando del todo la mortaja, se la llevó consigo.
— ¡Vamos! exclamó al entrar en casa; ya he llevado el cuadro y lo he puesto en su
sitio; y, lo que es más, he visto un fantasma y le he cogido el sudario.
Algunas de las muchachas manifestaron un profundo terror; pero otras, no creyendo lo
que oían, entregáronse á un exceso de hilaridad.
Sin embargo, cuando se hubieron echado á dormir, después de cenar, oyóse de pronto un
golpe en la ventana y una voz que decía:
— ¡Dame mi sudario, dame mi sudario !
Las muchachas se asustaron de tal modo, que parecían más muertas que vivas; pero la
perezosa fué á coger la mortaja, abrió la ventana y dijo al aparecido:
— Toma, ahí tienes lo que pides.
— No, repuso el fantasma; es necesario que lo lleves al sitio donde lo tomaste.
En aquel momento oyóse el canto del gallo y el fantasma desapareció.
A la noche siguiente, á la misma hora, y cuando ya todas las muchachas habían vuelto á
sus casas, el fantasma volvió á llamar, murmurando con acento lúgubre:
—Dame mi sudario.
Los padres de la perezosa abrieron la ventana y ofrecieron lo que se les pedía.
— No, dijo el fantasma; que lo lleve vuestra hija al lugar donde lo tomó.
— ¿Cómo es posible que yo vaya al cementerio con un cadáver? replicó la joven.
En aquel momento resonó el canto del gallo y el fantasma desapareció.
Al día siguiente los padres enviaron á buscar al cura, contáronle todo lo q.ue había pasado
y le rogaron que les ayudase en aquel apuro.
— ¿No se podría decir una misa? le preguntaron.
El sacerdote reflexionó un momento y después repuso:
— Decid á vuestra hija que vaya mañana á la iglesia.
Al día siguiente la perezosa fué al templo. Iba á comenzar el servicio divino y entraba
mucha gente; pero de improviso comenzó á soplar, Dios sabe de dónde, un huracán tan-terrible,
que todos los fieles rodaron por tierra, y arrastrada la perezosa por aquel espantoso
viento, desapareció á poco, sin que nadie volviese á verla jamas.

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