martes, 2 de abril de 2019

EL ZORRO MÉDICO

En otro tiempo érase un matrimonio anciano. El hombre plantó una cabeza de col en la
cueva, debajo del suelo de su cabana; y la mujer plantó otra en el cenicero, donde bien pronto
se blanqueó completamente, mientras que la del hombre crecía de continuo, hasta tocar el
suelo de la choza. Al ver esto, cogió su hacha y practicó un agujero para dar paso á la col,
que siguió elevándose y no tardó en llegar al techo. Entonces el hombre, empuñando de
nuevo su hacha, formó otra abertura en el techo, y la col creció tanto, que al fin llegó al
cielo. ¿Cómo podía el pobre hombre alcanzar entonces la cabeza de la col? Comenzó á trepar
por el troncho, y con tanta insistencia, que por último pudo tocar con las manos en el cielo,
donde practicó también una abertura y se introdujo por ella. Allí vio un molino; éste giró de
pronto y de él salió un pastel, una torta y un jarro lleno de agradable bebida.
El hombre comió y bebió, y después de echar un sueño, dejóse deslizar por el troncho de
la col hasta tocar en tierra.
— Buena mujer, díjole al entrar en la choza • no sabes tú qué bien se vive allá en el cielo
hay un molino que da vueltas y cada vez que gira te ofrece un pastel, una torta y un jarro
de kasha.
— ¿Y cómo podré yo subir? repuso la vieja.
— Métete en este saco y yo te llevaré.
La mujer reflexionó un poco, y después se introdujo en el saco, que el hombre cogió con
los dientes, comenzando á trepar hacia el cielo; pero tardaba tanto en llegar, que, cansada la
mujer, preguntó al fin:
—¿Está mucho más lejos?
—Nos hallamos á mitad del camino; estáte quieta.
Y de nuevo comenzó á trepar y trepar, hasta que la mujer preguntó de nuevo:
—¿Falta mucho, aún para llegar?
El hombre iba á responder que ya estaban cerca, cuando el saco se deslizó de sus dientes
y la mujer se hizo pedazos al caer en tierra.
El hombre bajó por el troncho de la col y recogió el saco; mas sólo contenía ya huesos,
reducidos á diminutos fragmentos. El hombre salió de su casa llorando amargamente; pero á
los pocos pasos salióle al encuentro un zorro y le preguntó:
—¿Por qué lloras así, buen hombre?
—¿Cómo no he de llorar, cuando mi mujer se ha hecho pedazos?
— No te aflijas, yo la curaré.
El hombre se arrojó á los pies del zorro, exclamando:
— Curadla y os daré todo cuanto me pidáis.
— Muy bien; pero haz lo que te diré. Calienta la sala del baño, lleva allí los restos de la
mujer, con un saco de harina de avena y un tarro de manteca, y tú quédate fuera sin mirar lo
que pasa dentro.
El hombre hizo punto por punto todo cuanto le dijeron y se quedó á la puerta, mientras
que el zorro, después de cerrar bien esta última, comenzó á lavar los restos de la mujer, observándolos
detenidamente.
— ¿Cómo sigue mi esposa? preguntó el hombre.
— Ya comienza á moverse, contestó el zorro, que, después de haber devorado los restos
de la mujer, ocupábase en reunir los huesos en un rincón.
El hombre esperó un poco más y volvió á preguntar:
— ¿Cómo sigue mi mujer?
— Ahora descansa un poco, dijo el zorro, que roía el último hueso.
Y cuando hubo concluido gritó:
— Ahora abre la puerta, buen hombre.
La orden fué obedecida al punto, y en el mismo instante el zorro precipitóse de un salto
fuera de la habitación. El hombre entró corriendo y miró por todas partes; pero sólo vio los
huesos de la mujer en un rincón, completamente limpios: la harina y la manteca habían desaparecido
también, y el pobre hombre hubo de llorar otra vez su desgracia.

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