martes, 2 de abril de 2019

Cosas que se deben saber sobre los duendes domésticos

SU CONFUSIÓN CON LOS FANTASMAS

Con el nombre genérico de duendes se denomina, en España y resto de Europa, a
un grupo de seres relativamente originales, por cuanto que tienen entre sus
características principales su apego por determinados lugares en los que se instalan,
siendo casi imposible expulsarlos. Estos lugares son siempre casas u hogares
humanos, habitados o deshabitados.
Respecto a su remoto origen, decir lo que usualmente se dice del resto de los
elementales: que forman parte de aquella legión de ángeles caídos que no fueron lo
suficientemente buenos para salvarse ni lo suficientemente malos para condenarse,
por lo que se les permitió vivir en la Tierra, junto a los hombres, pero en una
civilización paralela.
Es casi seguro que esta sub-raza de seres llamados duendes domésticos eran hace
siglos habitantes de zonas agrestes, boscosas y montañosas, viviendo en el interior de
cuevas y grutas hasta que, de forma paulatina, se fueron acercando a los hogares
humanos, al principio como curiosidad por conocer a los del «otro lado», es decir, a
nosotros, y después realizando diversas tareas domésticas (poniendo orden en la
cocina, ayudando al ganado y actividades similares), con el único objetivo de
divertirse, cogiendo poco a poco el gustillo por todo lo relativo al hombre y sus
quehaceres. En ciertas zonas, la relación duende-hombre fue tan intensa que se
llegaron a convertir en una especie de parientes o familiares (aunque esta palabra
tiene también otras connotaciones, como veremos), con visitas asiduas —siempre por
la noche—, serviciales, traviesos, manifestando sentimientos de agrado y de enfado
según su comportamiento con ellos. Su presencia en una casa, viviendo en su interior
o muy cerca de ella, se hacía notar inmediatamente pues no les gustaba pasar
desapercibidos. Para el reverendo Kirk, no había muchas dudas sobre su origen: eran
miembros de un pueblo, que él llamaba subterráneos, y no espíritus malignos o
diablos, porque si bien arrojan a los que habitan en ellas (las casas) grandes piedras,
fragmentos de madera y terrones del suelo, no los golpean, como si su forma de
actuar no fuera la maligna de los diablos, sino la burlona de los bufones y payasos.
Lo que singulariza a los duendes de sus otros congéneres es que aquéllos se
vinculan siempre, de diversas maneras y manifestaciones, a las casas y a los seres
humanos que las habitan. Equivaldrían, dentro de la antigua mitología romana, a los
espíritus protectores del hogar y de los campos, es decir, a los dioses Lares. Algunos
psicólogos y antropólogos opinan que este culto es una prolongación y reminiscencia
de la veneración y respeto que tenían al jefe de familia ya fallecido que, desde el más
allá, seguía protegiendo a los suyos. Esta explicación, respecto a los duendes ibéricos,
no es nada satisfactoria, pues entre sus actitudes y labores no está precisamente la de
custodiar y proteger a los propietarios de una casa, sino a veces todo lo contrario. Por
esta razón, también existían en la mitología de Roma, al lado de los espíritus
protectores o dioses Lares, los espíritus malhechores: los Larvae o Lemures,
considerados como las almas perversas de ciertos difuntos, que erraban por los
viñedos, los pozos y las estancias del hogar molestando a criadas, niños y animales,
así como propinando buenos sustos y amargos sinsabores. Para las Larvas o Larvaes
existía un rito ejecutado por el «pater familias», consistente en arrojarles habas
negras (legumbres consideradas muy negativas tanto por griegos como por romanos),
con el fin de que se entretuvieran recogiéndolas y dejaran en paz a la familia; aunque
mucho más perversos eran los Lemures, de los que se suponía que eran las sombras
de aquellos que habían muerto antes de su momento, bien ajusticiados o bien
asesinados. El padre Feijoo, al hablar de los duendes en su Cartas eruditas, escribía
categóricamente: «No son ángeles buenos ni ángeles malos, ni almas separadas de los
cuerpos, sino unos espíritus familiares, semejantes a los lemures de los gentiles».
Desde siempre, a los duendes se les ha considerado seres intermedios entre los
espíritus más elevados (los ángeles y similares) y el hombre. Los ocultistas
medievales, procedentes en su mayoría de la Cábala, dividían a los seres invisibles
en:
Los ángeles y toda su jerarquía celeste (incluidos los «dioses» de los pueblos antiguos).
Los diablos y toda su corte demoníaca (así como a los llamados «Ángeles Caídos», situados en una
categoría distinta a estos demonios).
Las almas de los muertos o fantasmas.
Los Espíritus Elementales de la Naturaleza.
Dándose la curiosidad de que a los duendes, según diversos autores y según zonas
geográficas, se les ha encuadrado en las cuatro categorías, aunque preferentemente
como demonios de poca monta y, sobre todo, como elementales o espíritus de la
naturaleza, vinculados especialmente al elemento tierra, tanto de la superficie como
de su interior.
Algunos investigadores, profundizando más en las íntimas conexiones de todos
estos seres y apoyándose en las antiguas enseñanzas, dicen que al ser humano, desde
casi el mismo momento que tiene un alma individualizada, le siguen tres entidades:
1. Su ángel de la guarda o custodio, a modo de Pepito Grillo o la voz de la conciencia, que le acompaña
durante toda su vida.
2. Su diablillo particular, encargado del lado oscuro de su mente, que asimismo le acompaña toda su
vida.
3. Su espíritu elemental, o genio individual (generalmente un duende o un hada), que le acompaña hasta
la edad aproximada de siete años y que le sugiere, a modo de voz interior, aquello que debe evitar por
ser peligroso para su vida. A partir de esa edad, este papel lo cumple a la perfección su particular ángel
de la guarda, ya que es el momento en el que se encarnan sus principios superiores.
Esta trinidad juega un papel equilibrante, al estar conectado cada ser a un eje de la
existencia humana, que, desde el enfoque cristiano, serían: los cielos, los infiernos y
la tierra.
No hay que olvidar que siempre han tenido la consideración de ser los dueños o
señores de las casas (aunque molestos), y etimológicamente así se han considerado en
el País Vasco. El vocablo duende parece derivar de la voz duendo, y ésta a su vez del
céltico deñeet (domesticado, familiar), existiendo dos acepciones distintas del mismo:
La de duende, propiamente dicho, ser fantástico de pequeña estatura.
La de fantasma, espíritu o aparecido que se materializa en determinadas circunstancias y que viene a
ser una especie de doble energético de una persona fallecida.
Y, como veremos, el mundo de los muertos es muy difícil de desligar del mundo
de los duendes o de los elementales, entre otras cosas porque los dos proceden del
llamado mundo astral, dimensión ésta poco conocida con la que estamos, sin
embargo, íntimamente interrelacionados al decir de algunos esoteristas, pues un
componente esencial de nuestro organismo, el cuerpo astral, también participa de esta
dimensión, por otros llamada «cuarta dimensión», pero teniendo claro que no se trata
de un lugar lejano, sino de «este» lugar y cuyo proceso es inmanente a nosotros.
Tan imbricados están los duendes con las almas en pena, que en aquellas zonas
donde no existe una clara creencia popular en duendes, follets o trasgos, se atribuye a
las almas de los antepasados familiares ya muertos los ruidos nocturnos del hogar y
los fenómenos anómalos que se produzcan (como ocurre, por ejemplo, en la comarca
del Pallars o en algunos pueblos de Vizcaya). Para el gran folclorista asturiano
Constantino Cabal, no hay ninguna duda de que los duendes eran muertos: «Consta,
porque son muertos todavía en numerosos lugares y así, en los pueblos del Norte, los
juzgan almas en pena que vivieron sin rienda en este mundo y están ahora
condenadas a peregrinar por él», y muertos son también para Caballos enanos, los
gnomos, las hadas, los diaños… apreciación ésta con la que no podemos estar
totalmente de acuerdo.
Hemos utilizado la terminología genérica de duendes domésticos para referimos a
grupos tan diferenciados como los trasgos, los füllets, o al resto de duendes, con sus
respectivos y numerosos nombres locales de los que hemos podido tener constancia
al realizar nuestra investigación —aproximadamente unos setenta—, poniendo sobre
aviso al lector respecto a tres importantes cuestiones:
1. Todos los duendes domésticos que vamos a mencionar proceden originariamente del grupo llamado
«elementales de los bosques» que, en un momento dado, decidieron voluntariamente separarse de sus
congéneres más allegados (como los «Diablos burlones») y acercarse a los hogares humanos, movidos
en gran parte por su curiosidad y por los adelantos tecnológicos que apreciaban en los hombres. Al estar
dotados de inteligencia y sensibilidad, pueden llegar a coger odio a una familia o, por el contrario,
desarrollar una cierta simpatía o afecto hacia la misma, hasta el punto que la pueden seguir de un lugar a
otro. Este carácter ambivalente del duende es una constante en todas las historias en las que intervienen:
son leales con la casa que escogen e incluso aman (en el sentido que ellos lo entiendan) a sus miembros,
pagando sus atenciones y sus ofrendas con todos los beneficios que un duende puede dispensar, que son
muchos si quiere. En cambio, si lo maltratan verbal o físicamente se puede convertir en el ser más
vengativo que uno pueda imaginarse y procurará hacer la vida imposible a la familia. Encontraremos
varios ejemplos de este proceder, muy característico de todos los «elementales», siendo el más extremo
el del Gorri Txiqui vasco.
2. Este desmedido afecto por algunas familias, que les obliga a seguirlas, es lo que ha provocado la
extensión y difusión de los duendes por zonas de España poco recomendables y propicias para ellos a
priori, al estar exentas de las características de sus hábitats de origen, o sea, de vegetación y
frondosidad, pero lo cierto es que evolucionaron y se acomodaron con mucha rapidez a los cambios
sufridos y hoy podemos hablar de duendes, en sus más diversas, categorías, repartidos por toda la
geografía española (así como por la del resto de Europa e Hispanoamérica) con la utilización de este
singular método.
3. La distribución geográfica de las apariciones de duendes en España es bastante curiosa, pues, por lo
general, van disminuyendo en dirección Norte a Sur, así como de Este a Oeste. En las zonas megalíticas
costeras y en los litorales son, generalmente, mucho más abundantes, siendo más pobres, en cuanto a sus
leyendas, en las dos mesetas centrales, en Aragón y La Rioja. Esta singularidad geográfica es muy
similar respecto al resto de seres sobrenaturales, especialmente de las hadas.
¿POR QUÉ A UN DUENDE LE RESULTA ATRACTIVA UNA CASA?
Como el resto de los seres mágicos asociados al «entorno de la penumbra», los
duendes sólo se manifiestan al anochecer, período en el que desarrollan una intensa
actividad. Bromistas y descarados, gustan de gastar bromas pesadas de forma especial
a quienes duermen, haciéndoles cosquillas con sus dedos fríos, quitándoles la manta y
la sábana o tapándoles la nariz, para dificultar su respiración. Algunos, como los
tardos, son peligrosos para los niños y para los adultos, en tanto que otros apenas
pueden hacer otra cosa que dar pequeños sobresaltos a los humanos que encuentran a
su paso.
Como, en el fondo, lo que les gusta a los duendes es la diversión, disfrutan
bailando por toda la casa, saltando en los tejados, arrojando piedras y arrastrando, a
veces, cadenas. En ocasiones, su descaro llega hasta el punto de usar como monturas
a los durmientes. Sus lugares favoritos son los desvanes, las cuadras y las cocinas,
donde construyen sus entradas o puentes de contacto entre su dimensión astral y
nuestra dimensión física. Perezosos y gandules, es cierto que hay pruebas de que
ayudan a determinadas personas en las labores de la casa, pero siempre a cambio de
algo. En ese sentido, se sabe que se les puede convencer ofreciéndoles un cuenco
lleno de leche o dándoles alguna que otra golosina, pero nunca ropa o vestidos, como
luego veremos.
Los duendes no abandonan el lugar en el que viven, salvo que los dueños de la
casa quiten de la misma todo aquello que pueda hacer que les guste. El problema es
descubrir qué es lo que les hizo venir, ya que no debe olvidarse que los duendes
pueden ser convocados, consciente o inconscientemente, por el ser humano y, por
consiguiente, pueden estar agazapados en espera de encontrar el momento idóneo
para manifestarse. Así, una casa puede estar infestada de duendes y éstos no
aparecerán hasta el momento en que, por ejemplo, un cambio en la decoración o en el
mobiliario la convierta de golpe en un lugar enormemente atractivo para ellos.
Estamos hablando de casas rurales y campestres porque, por lo que se refiere a las
ubicadas en las grandes ciudades, suelen huir de ellas como gato escaldado.
Aborrecen el ruido, la contaminación y todo aquello que no sea puro y natural,
aunque existen varios casos célebres de duendes que han desarrollado sus trastadas en
viviendas urbanas.
Los autores tenemos serias sospechas de que uno de los elementos que interactúa
para que a un duende le sea más atractiva una casa, masía, desván, cocina o establo,
con preferencia a otro cualquiera dentro de la misma población, es el relativo a los
cruces telúricos (más recientemente llamados redes Hartmann). Así como la reina de
un hormiguero elige construir su ciudad en el centro de un cruce de dos líneas
telúricas o fuerzas energéticas terrestres, o así como un perro gusta de acostarse en
los lugares menos perniciosos o geopatógenos de estas invisibles bandas (al contrario
que los gatos, que se recargan con estos focos energéticos), también creemos que los
duendes domésticos y otros seres invisibles prefieren aquellos habitáculos que
irradien una especial densidad vibratoria que les permite conectar inmediatamente
con su longitud de onda y, por tanto, con sus gustos y sensibilidad. Son entradas o
lugares que la cultura china llamaba zonas de subida de demonios. No deja de ser
curioso que en una de las calles de Barcelona, en concreto la calle Basea, situada en
el casco antiguo de la ciudad, y siempre según la tradición popular, se localizase una
casa enduendada o encantada, que comunicaba directamente con el «infierno», un
lugar por donde los demonios podían entrar y salir libremente, hasta el punto que las
gentes que pasaban por dicha calle se persignaban y prohibían a los niños que se
acercasen por allí.
De todo lo expuesto hasta aquí, se infiere que, a pequeñas y grandes escalas, estas
zonas especiales existen en todas las partes del mundo, algunas de tal envergadura
sociológica que se ha afirmado que son lugares mágicos porque habitan los llamados
«genius locis», o genios locales, debido a que en ellos se producen en mayor medida
esas confluencias de energías cosmotelúricas que les hace susceptibles de provocar
cualquier tipo de manifestaciones paranormales.
Por último, también pensamos que para que un duende se manifieste en una
determinada vivienda, haciéndose sentir con todas sus consecuencias, se requiere al
menos una materialización parcial de este ser, pues es evidente que los objetos se
mueven por la acción de algún ente que, si bien invisible para nosotros, debe estar
suficientemente materializado o corporeizado para llevar a cabo sus fines en este
medio físico, por lo que sólo pueden producirse dichas manifestaciones en presencia,
o bajo los efectos, de un ser vivo (que puede ser el dueño de la casa, el hijo, la criada,
o quien fuere), dotado de condiciones mediúmnicas. Estas personas, junto con las
demás circunstancias descritas, son los que, a nuestro juicio, hacen de puente entre
nuestro mundo y el suyo, los cuales, recordemos, están superpuestos. Cuanto mayor
sea el poder psíquico del viviente —del que la gran mayoría de las veces no es
consciente—, mayor grado de presencia en la casa tendrá el duende en cuestión y más
fácilmente será visible su cuerpo energético para el resto de la familia y otros
eventuales testigos.
TIPOLOGÍA Y VARIEDAD
Existe una variedad increíble de duendes, aunque solamente nos circunscribamos a
España. Sin embargo, aunque su número ha disminuido, toda vez que también a ellos
les afecta el progreso de los hombres, en lugares alejados de las ciudades todavía es
posible encontrados inquietando a los pobres campesinos que tienen la desgracia de
que su casa les resulte atractiva. Con todo, los duendes se han adaptado al mundo
moderno de muy desigual forma, si bien algunos, como los tardos y los trasgos, han
conseguido un notable éxito en su adaptación y es fácil sufrir sus implacables bromas
y travesuras. Otros se han transformado o disfrazado de personajes en los cuales los
humanos estén dispuestos a creer, puesto que son conscientes de que ya en los
duendes apenas nadie cree en esta época tecnológica, y por eso, gracias a sus
facultades transformistas, pueden hacerse pasar por tripulantes de OVNIS, visitantes
nocturnos o lo que se tercie. La transformación de estos seres en otras variadas
formas, sobre todo de animales, es algo característico del mundo del que proceden.
En nuestro mundo físico y material, todas las formas son estables y no suelen cambiar
con facilidad, pero en el «mundo astral» o «mundo de los deseos» es muy distinto,
porque, según afirman casi todas las doctrinas herméticas, allí las formas cambian a
voluntad de la vida que las anima, y los «elementales» en general, como habitantes de
ese plano, tienen esta facultad de modificar su forma, aunque, como iremos viendo en
las páginas de este libro, suelen inclinarse siempre por algunas muy concretas y
determinadas.
Debido a estas circunstancias, los autores hemos tenido difícil el clasificar a estos
pequeños seres, principalmente porque en ocasiones es casi imposible rastrearlos y
mucho menos distinguirlos de otro tipo de manifestaciones, y sobre todo porque su
recuerdo se ha ido perdiendo en muchas zonas y regiones españolas. Además, por si
esto fuera poco, hay una absoluta falta de claridad y unidad de criterios entre los
pocos que se han ocupado de estudiar este fenómeno en el pasado.
Por tanto, para una mayor comprensión, decidimos crear tres grupos
fundamentales, teniendo en cuenta que, como hemos visto, y como denominador
común, todos ellos están asociados de una manera directa a los hogares de los seres
humanos:
1. Duendes domésticos
Viven en el interior o en los alrededores de las casas humanas, donde se manifiestan preferentemente de
noche, momento en el que aprovechan para jugar y divertirse. Algunos pueden llegar incluso a colaborar
con los hombres, y es frecuente que, además de traviesos, puedan ser muy molestos. Serían los trasgos,
follets y duendes en general, que llegan a alcanzar el medio metro de altura, actúan siempre en la
oscuridad o por la noche, huyendo del sol, amando, sin embargo, la luz de la luna o de los pequeños
candiles, y esto es así porque, al parecer, las descargas de los vientos fotónicos, emanadas del sol,
lastiman su piel etérica, como a nosotros una fuerte tormenta de arena la piel física. Sobre todo, cometen
sus fechorías amparados en su invisibilidad, norma que rompen pocas veces, pero las suficientes para
que nos hayan llegado algunos datos fragmentarios sobre su aspecto físico. Pueden cambiar de forma a
voluntad, pero normalmente se manifiestan como hombrecillos bien proporcionados, salvo la cabeza,
que es mucho más grande en relación con el resto de su cuerpo. Reseñable es también el matiz
diferenciador existente entre trasgos, duendes y follets, ya que, a pesar de pertenecer al mismo grupo,
forman familias separadas. Los primeros —los trasgos— prefieren escoger casas más campestres y
rurales, habitando en desvanes o cuadras, a diferencia de los duendes, que son mucho más señoriales (o
señoritos) y gregarios. A éstos les gusta habitar, o al menos manifestarse, en hogares más refinados, con
más nivel de desarrollo y muchas veces ubicados en ciudades o villas muy pobladas. Los duendes son,
por lo general, más inteligentes que sus parientes los trasgos, no tienen agujero en la mano, no cojean y
visten ropas más ostentosas, siendo sus bromas mucho más crueles. El follet participa de las cualidades
de unos y otros, manteniéndose en un justo término medio en cuanto a sus contactos con el género
humano, pues, por un lado, sí tienen agujero en la mano y, por consiguiente, se les conjura como a los
trasgos, pero, por otro, siguen a los dueños de la casa, como hacen preferentemente los duendes.
2. Diablillos familiares
Considerados como duendecillos, generalmente con aspecto de diablillos, están ligados no a una casa,
sino a una persona, a la que ayudan, convirtiéndose ésta en su dueño. Como tal, puede venderlos,
transmitidos en herencia, cederlos, etc. La forma de conseguirlos es, por tanto, muy variada: pueden ser
«fabricados», capturados, recibidos como regalo, comprados e incluso invocados mediante
determinados rituales secretos, razón por la cual están muy vinculados históricamente a la brujería.
Respecto al tamaño que adoptan, son extremadamente pequeños, ya que caben varios de ellos en un
acerico o alfiletero. Actúan en colectividad y, prácticamente, su rastro ha desaparecido en la época
actual.
3. Duendes dañinos de dormitorio
Extraña familia de duendes (utilizando esta palabra con ciertas reservas) individualistas y agresivos,
viven de absorber la energía vital a los seres humanos y de tener contactos carnales con ellos,
provocando pesadillas y enfermedades a los que eligen como víctimas, sobre todo a los niños y mujeres.
Actúan generalmente en casas solitarias, donde construyen sus guaridas, y su presencia, por fortuna, es
menos abrumadora que la de los domésticos. Su tamaño oscila desde unos pocos milímetros hasta el
medio metro, pudiendo adoptar formas muy variadas, desde grandes manos peludas, perros negros,
enanos o pequeñas formas indefinidas. Hemos hecho dos sub categorías dentro de este grupo para
entender mejor su complejidad: duendes vampirizantes y duendes lascivos o íncubos.
Además, hablaremos de los «Minúsculos Malignos», que se introducen en el interior del organismo
humano para provocar algunas dolencias, aunque lo vamos a hacer con las reservas que en su momento
comentaremos y sin cuya presencia no estaría completa en una obra de estas características.
PERO ¿EXISTEN LOS DUENDES?
Existe una tendencia generalizada a no creer en nada que tenga que ver con hadas,
duendes, fantasmas, ovnis, etc., es decir, en todo aquello que no pertenezca a un
mundo lógico, cartesiano, positivista, científico y racional. Algunos folcloristas
actuales, como Luis de Hoyos Sáinz y Nieves de Hoyos Sancho, manifestaron
claramente que no creían en ellos, utilizando para refutar su existencia argumentos
tan pueriles como éste: «Naturalmente, los duendes no se han visto más que por
algunas familias alucinadas o por los niños. Evidentemente, existe una influencia de
la pubertad en este tipo de alucinaciones o supersticiones, así como el sexo, ya que
hay estadísticas que dan un 95 por 100 de chicas que han visto duendes, mientras que
para los muchachos sólo queda el 5 por 100».
Adriano García-Lomas tampoco creía en ellos, y trata el mito como alucinaciones
de la gente sencilla de campo y, de todas las maneras, como algo ya pasado; para
otros, sin embargo, la cuestión no es tan simple, y más cuando su presencia es tan
escandalosamente abrumadora en toda España, llámense trasgos, duendes o follets,
con cientos de relatos y leyendas que han dejado —y van dejando— a su paso.
Incluso el escéptico padre Feijoo, que cuenta varios casos de duendes falsos en
las casas, escribe en sus Cartas eruditas:
No obstante, se puede sostener, en uno que otro caso rarísimo, la intención auténtica del Trasgo en los
negocios del hombre.
Y se refiere en concreto a uno que fue famoso en Barcelona, el de un militar que
llegó a esta ciudad procedente de Sevilla, seguido por un duende ya casi amigo suyo
que no quiso abandonarlo. Fue tras él, y en la Ciudad Condal protagonizó mil
travesuras y trastadas —propias de un Trasgo— incluso a sus compañeros de cuartel.
Para que Feijoo admitiera este caso como excepción a la regla general, imagínense
cuáles debieron ser las andanzas del dichoso trasgo.
Lo cierto es que, en las zonas rurales, los incrédulos de la existencia de estos seres
eran muy pocos hace un siglo o más; y lo decimos con esta rotundidad por los
testimonios escritos que hemos podido recoger a lo largo y ancho de todo el folclore
español, y porque en el acervo mitológico de los pueblos (y no sólo de España) está
comúnmente aceptado, en su inconsciente colectivo, que existe todo aquello que tiene
nombre —y los duendes siempre los han tenido—, creencia ésta que revela una
interesante concepción del mundo, que tiene sus orígenes en la noche de los tiempos
y que aún hoy en día sigue siendo aceptada, por ejemplo, en muchas poblaciones del
País Vasco, donde todavía se conserva una sentencia popular, referida a todos los
seres fantásticos en general, que reza: «No hay que creer que existen, pero nunca hay
que decir que no existen», la cual, de una forma directa, se relaciona con aquella otra
de Galicia, archiconocida, y referida a las Meigas de que «yo no creo en ellas, pero
haberlas haylas».
Para Antonio de Torquemada, que recogió varios casos de duendes en su
interesante obra Jardín de flores curiosas, publicada en 1570, no hay duda de su
existencia:
Si queremos hablar de trasgos, será para nunca acabarse y ninguna cosa me dirán de ellos que yo no lo
crea, pues es tan fácil para ellos todo lo que hacen, así oyéndolos como mostrándose en diversas formas,
que unos dicen que lo vieron en figura de fraile, otros de perro, otros de simio…
En todo caso, creamos o no en su existencia, es preferible que nunca tengamos
que salir de esa duda de la manera relatada en este breve cuento inglés, atribuido a la
pluma de George Loring Frost, publicado en 1923:
Al caer la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros corredores de una galería de cuadros.
Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo:
—Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?
—Yo no —respondió el otro. ¿Y usted?
—Yo sí —dijo el primero, y desapareció.
ACERCA DEL DUENDE FEMENINO
En algunos países —como los eslavos—, existe entre su folclore un espíritu
doméstico femenino llamado, en este caso, Kikimora, que ayuda al ama de casa,
sobre todo cuando ésta es hacendosa en sus labores del hogar, pero si es holgazana le
trae de cabeza con sus diabluras, entre las que se incluyen hacer cosquillas a los niños
por la noche para provocar que lloren y tengan que levantarse a acunarlos.
Principalmente, Kikimora ayuda cuidando de las aves del corral y en otro tipo de
faenas domésticas. En determinadas regiones rusas son consideradas las esposas de
los Domovoi (de dom: casa).
A los duendes de las tradiciones indogermánicas y célticas se les denomina con el
término genérico de Alfars o Elfos y tienen también su contraparte femenina, las
Discas. En Gran Bretaña cuentan con las «Sedosas», duendes femeninos vestidos con
seda blanca que realizan todo tipo de faenas en las casas, levantando dolores de
cabeza a las criadas holgazanas. Existen numerosos relatos sobre ellas en Newcastle
ya entrado el siglo XX, sin olvidar que en las antiguas sagas irlandesas se suele
mencionar a una «Señora de los duendes» (Leanhaun Shee) que intercedía entre los
amantes desavenidos, así como la Banshee protectora de algún clan o árbol
genealógico escocés e irlandés.
Incluso de una variante de duendes, como son los perversos trolls, trollos o trows,
muy populares en diversas regiones de Alemania, Dinamarca, Noruega o Irlanda, se
habla de sus hembras, o trolls femeninos, a las que consideran como las causantes del
mal tiempo y de las tempestades, cabalgando en las nubes negras, algo similar a lo
que ciertas leyendas de Asturias atribuyen a las nuberas.
En España no hemos encontrado ninguna referencia a las duendas o duendecillas,
lo que no quiere decir que todos los duendes que mencionamos en esta obra hayan
nacido por generación espontánea o de la nada. Lo que ocurre es que en estas
latitudes, por alguna razón que desconocemos, la contraparte femenina no gusta de
frecuentar los hogares humanos españoles, manteniéndose alejada de ellos, tal vez
dedicadas a la crianza de sus hijos, estando relacionadas, sin duda, con el llamado
Mundo de las Hadas o espíritus femeninos de la naturaleza, más vinculadas a las
cuevas, las fuentes o los árboles que a las casas de los hombres.
EL TABÚ DE LA SAL Y EL GORRO
Tanto los trasgos como los follets —que viven en lugares eminentemente marítimos y
están, por consiguiente, rodeados por el mar—, como el resto de los duendes
domésticos, tienen un miedo visceral y reverencial al océano. No hemos encontrado
ninguna leyenda en que se relacione, directa o indirectamente, a estos duendes con el
mar, y sí, por el contrario, muchas donde se ubican sus hazañas y travesuras en los
ríos o cerca de las fuentes, pero siempre donde fluya agua dulce. La razón es más
sencilla de lo que parece: para todos los seres sobrenaturales asociados al elemento
tierra —entre ellos, los duendes— la sal es un tabú inquebrantable y, por lo tanto, les
está rigurosamente prohibido, por leyes internas que nos son desconocidas, adentrarse
en el mar o en todo aquello que contenga esta sustancia. Incluso su consumo estaba
prohibido en los banquetes que las brujas se daban en sus reuniones sabáticas. Para
comprender esto es preciso destacar la importancia que adquiere la sal como señal de
purificación en ceremonias que aún están presentes en diversas culturas.
Es sabido que una de las condiciones que ponen algunas hadas para casarse con
mortales es que no tengan ante su vista ni se les mencione verbalmente la sal, como
ocurre en la isla de Madagascar. En Japón se la considera inmemorialmente como
potente purificador, y en algunas localidades esparcen cada día sal por el umbral y en
el interior de su casa, sobre todo tras la partida de una persona poco agradable. Los
campeones de «sumo» (lucha tradicional japonesa) la esparcen sobre el cuadrilátero
antes de los combates en señal de purificación y de que el combate se desarrolle con
espíritu de lealtad.
En el plano astral, posiblemente los efluvios que emite la sal deben ser
sumamente desagradables para algunos «elementales», como los duendes, que les
desanima de visitar lugares donde de una forma o de otra la utilicen contra ellos. Así,
al Arantziliak, uno de los aguerridos duendes vasco-navarros, se le conjura con un
sencillo pero eficaz ritual de sal.
No está de más recordar que la sal es un tabú sagrado para el demonio y todas sus
variantes (como, por ejemplo, los «diablos burlones»), hasta el punto que en Galicia
existía hasta hace poco la costumbre de poner granos de sal alrededor de una persona
muerta para que no se llevase su alma el demonio.
Un irlandés muy conocedor de las costumbres del «buen pueblo», explicó al
investigador norteamericano Walter Wentz que «ellos nunca prueban nada que tenga
sal, sino que únicamente comen carne fresca y beben agua pura».
Un rasgo común dentro de la indumentaria característica de los duendes es la de
estar tocados por un inseparable gorro colorado, aparte de que el resto de su
vestimenta sea preferentemente de ese color, al igual que ocurre con la imagen clásica
y muy tópica de los gnomos. Pero ¿tiene alguna función ese gorrilla en nuestros
duendes domésticos? Aparentemente su finalidad es decorativa, y en nuestras
leyendas apenas se le menciona y mucho menos se dice para qué sirve, aunque no
siempre es así…
En antiguas mitologías, se asociaba la captura del gorro del gnomo o del duende
con la búsqueda de tesoros escondidos: quien lo poseía tenía el don de localizar estas
riquezas ocultas, así al menos lo cuenta Petronio en su Satiricón, sin citar a duendes
pero sí a íncubos.
Todo esto indica que el gorro tiene propiedades mágicas inusitadas, y cabe
preguntamos ¿qué sucede si no tuviera puesto su gorro? El folclorista Jove y Bravo
recoge una leyenda asturiana donde un aldeano, de nombre Manolín, logra por fin
coger el gorrito del duende que cada noche le daba la paliza y le mortificaba tirándole
de la colcha. El duende, medio lloroso, le imploró:
—¡Dame el guetu, Manolín!
Y Manolín que si quieres, hasta que, ya muy lastimero, el duende exclamó:
—¡Manolín, dame el guetu, que amanece!
Se lo dio, y el duende entonces no volvió a presentarse en aquella casa, lo que
significa dos cosas: que a la del alba tienen que estar en sus guaridas subterráneas —o
al menos ocultas del sol— y que sin su caperuza pierden alguna de sus virtudes
esenciales y vitales. Sin el gorro, tal vez, tendrían problemas de supervivencia en
nuestro mundo y en el suyo; por lo tanto, su guetu, gorro o caperuza, es un talismán
para ellos y bajo ningún concepto lo olvidan o lo prestan. En el caso de la aventura de
Manolín, si éste no se lo hubiera devuelto a tiempo, es seguro que malas
consecuencias les hubiera deparado a los dos.

La iglesia se ha empeñado desde siempre en contar, clasificar y poner nombres a todas estas criaturas, que ni eran
tan malas para condenarlas ni tan buenas para salvarse. Se las ha llamado demachiños, diablillos, dimonis,
abelurios, cachanos, rabudos, diaños, rabenos, demontres, resalgarios, perellós, mengues, martinicos… nombres,
todos ellos relacionados con la etimología o los atributos del demonio.

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