La Vaca Marina, recorre infatigablemente los intrincados canales chilotes, paseando su figura de vaca obesa, con retorcidos cuernos y ojos brillantes y luminosos, nadando muy veloz, impulsada por sus patas, en forma de grandes aletas, semejantes a la de una foca.
Cuando divisa a un toro terrestre de su agrado, sale presurosa del mar y entre carreras y saltos "haciendo auto", rompe cercos y alambradas, hasta llegar junto, a su elegido. El toro, como embrujado, ante la presencia de tan raro como incitante ejemplar de hembra, no resiste a sus requerimientos y se entrega a disfrutar con ella, una sesión amorosa.
Una vez satisfechos sus deseos, la Vaca Marina, regresa hacia el mar, recorriendo el mismo camino por el que llegó. Se aleja orgullosa y despectiva, sin dar, tan siquiera, una última mirada hacia el sitio, donde se demostró tan enamorada, como tierna e insinuante.
El toro, quedó trastornado y ahora sólo atina a bramar y bramar, mirando fijamente, con ojos lánguidos, hacia la playa, por donde apareció y se fue su amada, para perderse en el mar y no retornar jamás.
Día y noche, se oyen los bramidos lastimeros del desafortunado toro: ya ni pasta y apenas si se mueve, con la vista clavada hacia el mar, seguramente porque abriga la esperanza, de que en cualquier momento, ella puede regresar.
Todas las otras hembras le son indiferentes y aunque pasan junto a él, ya no las ve, no las siente, ni despiertan en su cuerpo, el más mínimo síntoma de su, otrora pujante virilidad.
La pérdida de sus cualidades de macho, es decir, la impotencia, constituyó el precio de su aventura amorosa, con aquel ser tan extraño, como diabólico. Y ahora en su futuro, ya no figuran las hermosas vacas, especialmente elegidas para él, sino sólo el cruel y afilado cuchillo del carnicero...
El toro, por supuesto, ignoraba que la Vaca Marina, continúa realizando, en su raza, los deseos de exterminio de las especies terrestres, que sustentaba ese enemigo implacable y poderoso, la culebra Coicoi.
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