domingo, 24 de marzo de 2019

El chom

Cuenta la leyenda que en Uxmal, una de las ciudades
más importantes de El Mayab, vivió un rey al que le gustaban mucho
las fiestas. Un día, se le ocurrió organizar un gran festejo en su palacio
para honrar al Señor de la Vida, llamado Hunab ku, y agradecerle por
todos los dones que había dado a su pueblo.
El rey de Uxmal ordenó con mucha anticipación los
preparativos para la fiesta. Además invitó a príncipes, sacerdotes y

guerreros de los reinos vecinos, seguro de que su festejo sería mejor
que cualquier otro y que todos lo envidiarían después. Así, estuvo
pendiente de que su palacio se adornara con las más raras flores,
además de que se prepararan deliciosos platillos con carnes de
venado y pavo del monte. Y no podía faltar el balché, un licor
embriagante que le encantaría a los invitados.
Por fin llegó el día de la fiesta. El rey de Uxmal se vistió con su
traje de mayor lujo y se cubrió con finas joyas; luego, se asomó a la
terraza de su palacio y desde allí contempló con satisfacción su
ciudad, que se veía más bella que nunca. Entonces se le ocurrió que
ese era un buen lugar para que la comida fuera servida, pues desde
allí todos los invitados podrían contemplar su reino. El rey de Uxmal
ordenó a sus sirvientes que llevaran mesas hasta la terraza y las
adornaran con flores y palmas. Mientras tanto, fue a recibir a sus
invitados, que usaban sus mejores trajes para la ocasión.
Los sirvientes tuvieron listas las mesas rápidamente, pues sabían
que el rey estaba ansioso por ofrecer la comida a los presentes.
Cuando todo quedó acomodado de la manera más bonita, dejaron
sola la comida y entraron al palacio para llamar a los invitados.
Ese fue un gran error, porque no se dieron cuenta de que
sobre la terraza del palacio volaban unos zopilotes, o chom, como se
les llama en lengua maya. En ese entonces, estos pájaros tenían
plumaje de colores y elegantes rizos en la cabeza. Además, eran muy
tragones y al ver tanta comida se les antojó. Por eso estuvieron un rato
dando vueltas alrededor de la terraza y al ver que la comida se
quedó sola, los chom volaron hasta la terraza y en unos minutos se la
comieron toda.
Justo en ese momento, el rey de Uxmal salió a la terraza junto
con sus invitados. El monarca se puso pálido al ver a los pájaros
saborearse el banquete.
Enojadísimo, el rey gritó a sus flecheros:
—¡Maten a esos pájaros de inmediato!
Al oír las palabras del rey, los chom escaparon a toda prisa;
volaron tan alto que ni una sola flecha los alcanzó.

—¡Esto no se puede quedar así! —gritó el rey de Uxmal— Los
chom deben ser castigados.
—No se preocupe, majestad; pronto hallaremos la forma de
cobrar esta ofensa —contestó muy serio uno de los sacerdotes,
mientras recogía algunas plumas de zopilote que habían caído al
suelo.
Los hombres más sabios se encerraron en el templo; luego de
discutir un rato, a uno de ellos se le ocurrió cómo castigarlos. Entonces,
tomó las plumas de chom y las puso en un bracero para quemarlas;
poco a poco, las plumas perdieron su color hasta volverse negras y
opacas.
Después, uno de los sacerdotes las molió hasta convertirlas en
un polvo negro muy fino, que echó en una vasija con agua. Pronto, el
agua se volvió un caldo negro y espeso. Una vez que estuvo listo, los
sacerdotes salieron del templo. Uno de ellos buscó a los sirvientes y les
dijo:
—Lleven comida a la terraza del palacio, la necesitamos para
atraer a los zopilotes.
La orden fue obedecida de inmediato y pronto hubo una
mesa llena de platillos y muchos chom que volaban alrededor de ella.
Como el día de la fiesta todo les había salido muy bien, no lo
pensaron dos veces y bajaron a la terraza para disfrutar de otro
banquete.
Pero no contaban con que esta vez los hombres se
escondieron en la terraza; apenas habían puesto las patas sobre la
mesa, cuando dos sacerdotes salieron de repente y lanzaron el caldo
negro sobre los chom, mientras repetían unas palabras extrañas. Uno
de ellos alzó la voz y dijo:
—No lograrán huir del castigo que merecen por ofender al rey
de Uxmal. Robaron la comida de la fiesta de Hunab ku, el Señor que
nos da la vida, y por eso jamás probarán de nuevo alimentos tan
exquisitos. A partir de hoy estarán condenados a comer basura y
animales muertos, sólo de eso se alimentarán.

Al oír esas palabras y sentir sus plumas mojadas, los chom
quisieron escapar volando muy alto, con la esperanza de que el sol les
secara las plumas y acabara con la maldición, pero se le acercaron
tanto, que sus rayos les quemaron las plumas de la cabeza. Cuando
los chom sintieron la cabeza caliente, bajaron de uno en uno a la
tierra; pero al verse, su sorpresa fue muy grande. Sus plumas ya no
eran de colores, sino negras y resecas, porque así las había vuelto el
caldo que les aventaron los sacerdotes. Además, su cabeza quedó
pelona. Desde entonces, los chom vuelan lo más alto que pueden,
para que los demás no los vean y se burlen al verlos tan cambiados.
Sólo bajan cuando tienen hambre, a buscar su alimento entre la
basura, tal como dijeron los sacerdotes.

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