domingo, 24 de marzo de 2019

Curi-Yacu (San Martín)

Juan Antonio Pinedo Panduro era un honrado agricultor
que en su juventud se dedicó mucho a la caza. Una
mañana pidió permiso a su mamá para ir en busca de
venados; y luego que ella le puso en el morral una media
docena de huevos cocidos y un par de plátanos maduros,
partió hacia el riachuelo Cumbaza y siguió- aguas arriba
hasta llegar a la cabecera de dicho riachuelo, donde desembocan
algunos otros arroyuelos. De pronto vio en las
aguas de uno de ellos unos shitaritos" dorados y con el
ansia de cogerlos los iba siguiendo, pero los pececillos,
como si adivinaran la intención del joven, se escabullían,
dirigiéndose a una poza de agua oscura. Pinedo descubrió
con sorpresa, tendido en la orilla de esta poza, a un
enorme toro negro y brillante, que babeaba algo de color
amarillo.
Y sobreponiéndose a la fuerte impresión que tuvo, se
propuso investigar de cerca. El toro permanecía en el
mismo estado y en el mismo sitio; se dio cuenta de que
en el lugar donde caía la baba del animal habían unas
pepitas de oro de pura ley. Contento con este hallazgo,
resolvió regresar a su casa. Pero no bien había caminado
una cuadra, se produjo un viento terrible, con truenos y
relámpagos, impidiéndole seguir adelante. Pinedo, al ver
que era imposible continuar caminando, pues ya todo se
ponía oscuro, optó por sacar del bolsillo las pepitas de
oro y echarlas al riachuelo; inmediatamente y como por
encanto cesó la tempestad y el cazador pudo llegar a su
pueblo. Pinedo contó lo sucedido a un viejecito; este le
dijo: «En cuanto recogiste las pepitas de oro, has debido
darte un corte en cualquier parte de tu cuerpo; y hubieras
hecho una cruz con tu sangre sobre las pepitas para
desencantarlas».
El viejecito y Pinedo fueron al riachuelo, pero ni los
peces dorados ni el toro dieron señales de vida; habían
desaparecido y solo encontraron el riachuelo que hoy lleva
el nombre de Curi-Yacu, o sea, «río de oro».

No hay comentarios:

Publicar un comentario