lunes, 25 de febrero de 2019

Mitos,ritos y leyendas de Galicia:Los gallegos, lo gallego y otras historias

Las aproximaciones más triviales y vulgares, sustentadas en antiguos y
viejos tópicos basados en generalidades cómodas y asequibles, a menudo
presentan «lo gallego» y por extensión a los gallegos, como un pueblo muy
encerrado en sí mismo, trabajador hasta la extenuación,1 conservador,
apegado a sus costumbres y receloso de todo y de todos, eternamente
instalado en la escalera del tópico ligero y frívolo. Contrasta esto con la
profundidad con la que requiere acercarse a observar a un pueblo, y con ello a
su cultura, tremendamente enraizada en el colectivo popular y que por
razones evidentes de su reciente historia, está acostumbrado a convivir, o
cuando menos participar, de variadas y a veces lejanas culturas, debido a la
mayoritaria emigración que los gallegos han sufrido en los dos últimos siglos
de su historia. Faceta esta última, determinante, para entender esa proverbial
indefinición que los gallegos presentan al mundo.
Para entender «lo gallego», o a los gallegos, es necesario partir de
algunos conceptos básicos que lo determinan casi todo. Y para comenzar,
nada como empezar por el principio.

Miña casiña, meu lar
Hasta hace muy poco tiempo, la sociedad gallega ha tenido una estructura
fundamentalmente campesina y en la Galicia rural la familia se ha
relacionado, tradicionalmente, con el concepto de casa, entendiéndola no
tanto como un edificio en el que se reside, sino como un conjunto de personas
y sus bienes, es decir, los inmuebles, el ganado, las tierras… Históricamente,
las familias gallegas, nobles o no, desarrollaron y fueron perfeccionando
desde la Edad Media, toda una serie de mecanismos encaminados a perpetuar
la «casa». Por todo ello, es fácil comprobar que en muchos lugares del
territorio gallego, las casas conservan un nombre propio a lo largo de varias
generaciones y estos, normalmente no van ligados al apellido de la familia.
Así, es común que una persona se presente como Fulano, de la Casa do
Souto; Mengano, de la Casa de Arriba; etc…
Pero esto, como todo «lo gallego», presenta una gran complejidad, como
diversa es la sociedad gallega. Así, no hay estereotipos únicos para la costa y
el interior, la montaña o los diferentes núcleos urbanos. Además, los vientos
globalizadores tienden a introducir nuevas variables al «tradicional» concepto
de casa o familia gallega. Sin embargo, podemos establecer una tipología
familiar básica que pueda presentar un acercamiento lo más fiable posible, a
la estructura social gallega.
Se entiende como familia troncal, aquella compuesta por varias
generaciones, habitualmente tres: abuelos, hijo casado y su descendencia.
Con ello se pretende que la casa se perpetúe, entendiendo «la casa» como el
concepto indicado de unidad familiar y sus propiedades, siendo preciso que
un hijo, principalmente el varón primogénito, «case en casa» y garantice la
continuidad de la estirpe. Los hermanos están obligados a buscarse el
sustento fuera de la unidad familiar, siendo la emigración históricamente la
solución más viable, aunque fue pauta que los segundones de las familias
campesinas foreras1 en el Antiguo Régimen, tomasen los hábitos e iniciasen
la carrera eclesiástica. También podían casarse fuera de «la casa» o
permanecer célibes, en cuyo caso podían habitar en el hogar familiar,
trabajando en el mismo para su manutención. Esto podría explicar el elevado
número de solteros en la sociedad tradicional gallega. Su soltería no tiene
razones sexuales sino económicas según manifiesta Mariño Ferro: «son los
que no teniendo mejora, no tienen tierras suficientes para fundar una familia
y no quisieron emigrar». 1
Este ideal de familia troncal está relacionado con la existencia en el
Derecho foral gallego, también presente en el Código Civil español, de la
figura de la mellora2. Con este incremento de tercio y quinto, el heredero
mellorado puede llegar a obtener las siete quinceavas partes del legado
patrimonial familiar, siendo participe del reparto con sus hermanos, del
montante restante. Todos estos mecanismos permiten que el patrimonio
familiar sea transmitido sin excesivas mermas, favoreciendo de este modo la
supervivencia de la «casa», que en sí misma, es económicamente un centro
de explotación para el autoconsumo y antropológicamente, una entidad con
personalidad cultural y social. Sin embargo, hubo aspectos exógenos que
modificaron las normas sobre la «mejora» como fue el caso de la emigración,
ya que fue mayoritaria la partida de los hijos y los padres tuvieron que dejar a
quien quedase en casa, fuera hombre o mujer, primogénito o no, los
beneficios de la mejora.
Esta estructura familiar fue propia del mundo rural y de familias
campesinas acomodadas de las tierras del interior gallego, que intentaban
evitar la fragmentación excesiva de las propiedades familiares. Ese mundo
que ha pasado a representar el tipismo de lo gallego a través de la fascinación
que transmiten los pazos y su representación literaria en algunas de las
grandes plumas de la literatura gallega, como la de Emilia Pardo Bazán, entre
otras.3
Fuera de su entorno natural, el mundo rural, la familia troncal se atenúa
en otras estructuras familiares como sucede en el litoral y comarcas limítrofes
donde era común que los padres escogiesen a una hija para que se quedara en
casa, utilizando la propia vivienda y el pequeño huerto que la circunda como
mejora, debiendo cuidar a los padres y siendo su obligación obtener
matrimonio. Llegado este punto, es conveniente resaltar las profundas
diferencias que se establecen entre el concepto de casa en el mundo
campesino y en las comunidades marineras. Aquí, la casa es un lugar
exclusivamente físico, una construcción que no tiene connotaciones
simbólicas. Suelen ser pequeñas,1 y en ellas convivían, normalmente, un
matrimonio y sus hijos. El sentido patrimonial de la familia marinera es por
tanto, radicalmente distinto, ya que sus bienes, las embarcaciones pesqueras,
están expuestos a una constante incertidumbre.

Dorna, embarcación tradicional.

Pero la historia reciente, la progresiva y constante urbanización de la
sociedad gallega ha supuesto el paulatino triunfo de la familia nuclear, la de
un matrimonio con su descendencia. El reparto igualitario del patrimonio
familiar, salvo una pequeña mejora para el hijo que se queda en la casa natal,
también ha servido de activo para su asentamiento en la sociedad gallega.
Esta nueva tendencia trasladada al mundo rural, tiende a debilitar la
perpetuación de la entidad casa como unidad de producción y reproducción,
que sufre una desintegración progresiva en cada cambio generacional.
En la actualidad, la profunda remodelación del modelo tradicional de
familia que como en todo el mundo occidental, también se produce en
Galicia, genera nuevas formas básicas sociales y aboca a la tradicional
familia troncal a un proceso de desaparición.

A nosa terra

De esta manera se refieren los gallegos a Galicia, Nuestra Tierra. Contrasta la
antigüedad geológica del territorio gallego, con el carácter relativamente
tardío de la llegada de sus primeros pobladores, quienes pasaron a ser los
primeros gallegos hará, posiblemente, unos trescientos mil años.1 A lo largo
de su historia la manera en la que los gallegos fueron poblando el territorio ha
determinado en la actualidad una manera muy peculiar, y gallega, de
organización territorial. Para aquel que se acerque por primera vez a Galicia
sorprenderá, sin duda, la dispersión territorial existente y esa querencia de los
gallegos de construir su vivienda en cualquier lugar donde sea posible. Así,
para una extensión de cerca de 30.000 kilómetros cuadrados y una población
de 2,8 millones de personas existen casi 29.000 núcleos de población
habitados repartidos en 315 ayuntamientos. Esta dispersión geográfica, a la
que no se ha querido o no se ha sabido poner coto, es un fenómeno
exclusivamente gallego que lleva consigo una problemática muy costosa y de
difícil solución para poder administrar servicios básicos a todos esos lugares,
tan alejados unos de otros. Esta forma de poblamiento ha construido el propio
carácter de los gallegos y sus relaciones sociales.
La célula básica de la sociedad gallega es la casa, pero es la aldea la
unidad social esencial. Una aldea está formada por un grupo de casas
asentadas en un lugar con nombre propio. La aldea es una unidad geográfica
porque tiene unos límites propios, pero también una unidad social que tiene
ayudas y trabajos en común (mallas, matanzas, tareas de limpieza de los
campos,…), celebraciones y fiestas.
En Galicia hay casi tres mil quinientas parroquias por lo que por término
medio, cada 8 aldeas forman una parroquia. La parroquia, probablemente la
unidad socioterritorial fundamental de Galicia desde los tiempos del Reino
Suevo de Galicia, casi siempre tiene dos nombres, el del santo patrón y el
civil.1 Alrededor de la parroquia se teje la red social. Teniendo en cuenta la
importancia que tiene el hecho religioso en la sociedad tradicional gallega, la
parroquia tiende a confundirse con la iglesia en la que se desarrollan los actos
religiosos: el lugar donde se celebra la misa, se realizan los bautizos o las
bodas… En la parroquia se encuentra un lugar fundamental en las creencias
gallegas: el cementerio parroquial donde se encuentra la última morada.
Tradicionalmente, no importa donde encuentre la muerte un gallego, su
intención es «descansar» en su tierra, la tierra de sus padres. En los versos de
Celso Emilio Ferreiro:
«Un día voltaréi, nativa terra,
a descansar en ti dos meus camiños,
mais non te alcontraréi. En min te levo,
pero eu estóu moi lonxe, lonxe, lonxe».2
Durante las fiestas patronales es el momento en que la parroquia
refuerza sus rasgos distintivos propios y su carácter colectivo. Es el momento
escogido por sus habitantes y los emigrantes, que vuelven a su patria chica,
para reencontrarse en comunidad.
De los más de ocho mil cien ayuntamientos3 que existen en España,
trescientos quince son gallegos. Aproximadamente, una media de once
parroquias forman cada uno de ellos. Tradicionalmente es una división
simplemente administrativa, pues es en la parroquia donde los individuos
encuentran refugio social, en donde reside su afinidad, su proximidad. Este
desapego es trasladable a las provincias, una organización territorial que

históricamente se encuentra muy alejada en el día a día comunitario.

Iglesia Parroquial Calvos de Randín, Ourense.

De esta manera, tradicionalmente cuando un gallego se sitúa
geográficamente, lo hará nombrando a su casa, su aldea y su parroquia; y solo
en tiempos muy cercanos hará referencia a su ayuntamiento si fuese
necesario.1
Esta dispersión geográfica gallega lleva a situaciones kafkianas como
acontece en el pueblo de Os Peares, situado en la confluencia de los ríos
Búbal y Sil con el río Miño. Esta población gallega se divide
administrativamente en dos provincias (Lugo y Ourense), cuatro
ayuntamientos (Carballedo, Pantón, A Peroxa y Nogueira de Ramuín), tres
partidos judiciales y cuatro parroquias.

Teño morriña, teño saudade


–«Cuando se me pone una cosa en el corazón, acierto siempre; y se me ha puesto que
ver no veo más la tierra».
–«¿Con que la tierra es muy bonita? Cuenta, cuenta. ¿Cómo es? Aseguran que es la
más linda de todas las de España.»1
El «Diccionario Enciclopédico Gallego-Castellano» de Eladio
Rodríguez González nos aproxima al «concepto» de saudade y morriña:
«Saudade: Recuerdo, nostalgia, añoranza. Ansiedad moral que los gallegos
llevamos dentro de nosotros mismos y que es herencia de raza. Esperanza de
un bien futuro que se anhela y se juzga irrealizable. Deseo vehemente y
atormentado de lo imposible e indefinido. Añoranza, pena causada en el
ánimo por la ausencia de la patria, de la tierra nativa y de la aldea en que
uno nació: morriña. La saudade, en realidad, es un sentimiento inexplicable,
que no se sabe de donde viene, ni se alcanza a donde va, ni se comprende lo
que persigue.»2
Morriña y saudade,3 dos palabras ligadas al alma galaico-portugués que
no tienen equivalencia en castellano, porque unas posibles correspondencias,
nostalgia y añoranza, no trascienden la profundidad de sus sentimientos.
Porque para poder explicarse, antes deben ser sentidas. Nostalgia sí, un
estado de ánimo de profunda nostalgia, pero también tristeza y melancolía.
Un sentimiento de dolor que nace dentro y que nunca termina por
abandonarnos. ¿Fruto del carácter emigrante del gallego, de la ausencia por la
lejanía? Una amargura siempre presente en la literatura gallega y en la
música. Sostiene Norberto Pablo Cirio que «La manera en que el gallego
trata de paliar ese estado es, justamente, a través de la práctica y la escucha
musical, por lo cual tenemos que la identidad gallega en la emigración está
configurada, en gran parte, en torno a las prácticas y saberes musicales.»4
«Adiós ríos, adiós fontes;
Adiós, regatos pequenos;
Adiós, vista dos meus ollos:
Non sei cando nos veremos.
Miña terra, miña terra,
terra donde me eu criéi,
hortiña que quero tanto,
figueiriñas que prantéi»...1
Estos versos rosalianos nos trasladan la emoción de la partida, el
desasosiego del desencuentro, el inicio de la morriña, de la saudade. Y
Rosalía de Castro es la trovadora de la morriña, la escritora del pueblo. En
sus poemas podemos descubrir que la morriña no es exclusiva de la
emigración gallega al exterior, pues esta se puede sentir en la propia Galicia:
«De soidás morríase, na vila sospirando pola aldea»2 lo que nos acerca a la
citada definición de Rodríguez González sobre el carácter general de la
morriña y la saudade en el pueblo gallego y que quizás se deba al propio
carácter que se encuentra indisolublemente ligado a la tierra. Porque esa es
una de las incuestionables afirmaciones que rompen la apócrifa perenne
indefinición galaica,3 el amor del gallego por su tierra, desde la más chica, su
aldea. Y no importa el alejado lugar del mundo en el que se encuentre. Por
ello no es de extrañar que el Himno de Galicia, su bandera y la Academia
Galega da Língua tengan su origen en la diáspora gallega.4 Porque Galicia es
donde hay un gallego. Morriña. Saudade. Sentimiento universal con
denominación de origen gallega. En su «Galicia contada a un extraterrestre»,
Manuel Rivas le escribe a Golf Óscar Delta (GOD): «Galicia es morriña.
Tengo morriña, tengo saudade. Es una palabra que exportamos. Que
aparece en otros diccionarios. En el de la Real Academia Española. En el
Collins inglés. Es una palabra que te regalo, para que difundas en tu
planeta, pero adminístrala con prudencia. Morriña significa extrañar algo,
nostalgia, melancolía».
En los versos gallegos de Federico Gacía Lorca:
«Ao longo das rúas infindas
os galegos paseiaban
soñando un val imposíbel
na verde riba da pampa.»1
Quizás es cuestión del paisaje que modela la personalidad de los que
nacen en Galicia. Miguel de Unamuno definió el paisaje gallego de la
siguiente manera: «… es un paisaje habitable, que seduce como un nido,
incubador de morriñas y saudades; es una naturaleza humanizada hecha
mansión del hombre; lugar de descanso, en que se duerme, como una caricia
tibia, un aliento de humedad y las quejumbres dulces de los pinos.»2
Quizás sea cuestión de la particular manera que tienen los gallegos de
interpretar el mundo, sus creencias y sus mitos: «Pero es de todo punto
imposible hablar de la relación del hombre gallego con su entorno y no tocar
lo que, a nuestro juicio, es insoslayable. Se trata del panteísmo gallego. El
hecho de que dos géneros distintos de panteísmo se hayan sucedido en su
suelo – el druídico primero, el gnóstico después, y este tres siglos después de
la evangelización distan mucho de ser un azar. Constituyen una tradición, y,
por tanto, un suelo con virtudes de acogida y de arraigo.»3
Quizás la respuesta, nuevamente la tenga Miguel de Unamuno: «Ha
debido ser allí muy larga y muy entrañable la convivencia entre el hombre y
la tierra; las lluvias lo han unido; compréndese lo doloroso del desarragón
al tener que desprenderse uno de ella y cómo ha de volver al cabo a comprar
la tierriña y criar allí la vaca lenta y dulce».

Grupo de hórreos, Villanova dos Infantes, Celanova, Ourense.



O quizás, también, no deje esto de ser uno más de los tópicos sobre lo
gallego y los gallegos…
«El tren, oscilando con suavidad, activaba su marcha. Caía la tarde con
serena magnificiencia, y Rogelio, asomado a la ventanilla, creía divisar ya
los frescos valles gallegos, los castaños frondosos, el azul festón de las rías
orlando la tierra más bonita del mundo.»

Cosas de la vida
Desde el nacimiento hasta la muerte, el devenir de la vida en la Galicia
tradicional estuvo marcado por rituales que iban marcando cada episodio
vital. De hecho, la búsqueda de descendencia propició la ejecución por parte
de las parejas, o de las mujeres que buscaban tener hijos, de rituales de
fertilidad. Trabajos realizados por investigadores de la Universidad de
Santiago, historiadores y antropólogos, acabaron con el mito de la
«prodigiosa fecundidad de las mujeres gallegas». Hablan los historiadores de
descendencia media-baja en relación con los datos de otras comunidades
españolas y europeas. Los antropólogos se apoyan en lo mal vistas que eran
las mujeres estériles o las que malograban sus embarazos. Ya hemos
comentado en capítulos anteriores la existencia de rituales de fecundidad. Las
parejas temían el descrédito social que suponía la falta de descendencia y
buscaban toda la ayuda necesaria para conseguir un embarazo. Unas veces se
apoyaban en los rituales relacionados con el agua como los baños de las
nueves olas en aguas propicias, como la playa de la Lanzada o en las
inmediaciones acantiladas de San Andrés de Teixido, o con lavativas con
aguas recogidas en nueve fuentes diferentes. En otras ocasiones, a los rituales
anteriores se añadía el hecho de la realización del coito en lugares mágicos,1
especialmente propicios para la fecundación, los llamados altares de
fecundidad o camas do santo, entre los que destaca la de San Guillerme de
Fisterra, junto a las ruinas de su ermita, o diversas piedras repartidas por
montes gallegos entre los que el monte Pindo tiene fama y también el monte
Aloia.2
La necesidad de descendencia apura los rituales antes del parto para
asegurar el nacimiento de la criatura. Para ello, las mujeres a las que costó
quedar embarazadas y las que sufrieron algún aborto recurren al bautismo
anticipado. La mujer encinta acude, acompañada por parientes o amigos, a un
puente que tenga en medio o en sus proximidades un cruceiro, la cita es a
medianoche. Allí espera la llegada del primer viandante que se convierte en
padrino del bautismo, encargado de verter el agua del río sobre el vientre de
la mujer embarazada. Al finalizar el ritual, la futura madre se cambia de ropas
y todos los asistentes dan buena cuenta de las empanadas y demás alimentos
que llevaron para la ocasión, entregando al río la comida sobrante.1
Los afanes por tener descendencia cambiaban los hábitos de las
embarazadas, sus comidas, la abstinencia sexual, los paseos…, precauciones
que pretendían evitar algún alimento abortivo, las mínimas molestias al feto
e, incluso, el mal de ojo.2 Sin embargo, eran frecuentes los partos en las
tierras de labradío, en los lugares de trabajo o en los caminos, ya que las
mujeres apuraban hasta el último momento su predisposición al parto,
atendiendo las labores del campo o de la casa. Las que podían, acudían a
parir al mismo lugar, cama do santo, en el que habían concebido a su hijo con
el fin de completar el círculo y recibir una sana descendencia. A partir de
aquí, la madre debía guardar cuarentena, no trabajando, disfrutando de
buenas comidas, no asistiendo a la iglesia, no mojando los pies y evitando los
fríos. En algunos casos, para evitar el efecto perturbador del diablo en el
recién nacido, era el padre el que dormía con su hijo durante los primeros
días de vida, practicando la covada, el hombre haciendo de madre.
Los partos también tuvieron sus rituales. Era de creencia general que los
partos tenían relación con las fases lunares. De hecho todavía se piensa que la
mujer a punto de parir dará a luz cuando cambie la luna de fase. Algunos
creen, por el contrario, que los partos se producen tres días antes del cambio
de luna.3 La luna afectaría también al sexo de los que van a nacer, «Si nace
menguante, o outro que veña sale igualante; si nace crecente, sale
diferente».4 Por algunas comarcas de Galicia deambulaba un personaje
peculiar, un vagabundo al que se recurría, a cambio de limosna y
manutención, para que invocara as boas fadas para que el parto se alumbrara
bajo la influencia de una buena estrella, el niño o la niña nacieran con salud y
con buen fada, es decir, con un futuro prometedor.
Malas fadas me fadaron
No ventre da miña nai;
Sete anos menos un día
Nesta oliveira hei destar1
Durante la infancia, los niños, y sobre todo sus padres, debían evitar el
contacto con personas, animales o cosas, capaces de trasmitir algún mal. A
los niños les afectaba sobremanera cualquiera de las variedades del mal do
aire, un aliento con mala origen que les provocaba a los infantes de la casa
decaimientos, desganas, problemas de la piel y alteraciones de la mente,
leamos depresiones, cambios de carácter… Uno de los aires es el provocado
por los muertos, por los difuntos en su ataúd, por la visión de la estadea.2
Otros aires provienen del contacto visual con mujeres que tienen la
menstruación, mujeres con mal carácter, o las emanaciones de hombres y
mujeres después de consumar el acto sexual.
Son igualmente peligrosos determinados lugares llenos de misterio y
peligros. Un buen ejemplo lo representan las encrucijadas de los viejos
caminos, temidas por la incertidumbre que generan. El caminante se enfrenta
en cada encrucijada con lo desconocido, con el temor a alguien maligno que
pueda aparecer por el otro camino que va a confluir con el que por él va
discurriendo. Las encrucijadas eran los lugares propicios para las apariciones
de la Santa Compaña o de cualquier otra forma de la estadéa, pero también
de bandoleros, de gentes de mal vivir. También eran lugares de reunión de
brujas para la realización de sus rituales satánicos o de difícil comprensión
para las gentes temerosas de Dios. Esas inciertas encrucijadas podían alentar
sus malos aires a los caminantes. No es de extrañar que por ello las
encrucijadas de caminos de muchos puntos de la geografía gallega hayan sido
sacralizadas, cristianizadas, con la implantación de cruceiros de piedra con el
fin de paliar o contrarrestar definitivamente a las fuerzas del mal, permitiendo
el paso más tranquilo a los viandantes. Conviene recordar que son más de
diez mil los cruceiros catalogados en toda Galicia, algunos de ellos de una
gran belleza artística como los de capeliña3 o los calvarios. Los cruceiros de
las encrucijadas fueron utilizados también, en algunos lugares de la geografía
gallega, para llevar hasta ellos a los enfermos que no se curaban de sus males,
generalmente niños, para que con la ayuda del primer transeúnte se pudiera
realizar un ritual con el cual el mal, la enfermedad, quedaba en la tierra
próxima al cruceiro y el enfermo regresaba sano a casa. Una de las dolencias
frecuentes en los niños era el raquitismo, provocado generalmente por una
mala alimentación, achacado siempre a la maligna influencia de alguna bruja
que le miró mal, que le chupó la sangre y que le impide el crecimiento. Ese
mal es conocido con varios nombres, tangaraño, enguenido, anganido…, el
mal tiene cura si se recurre a la intervención de tres Marías que llevan a
medianoche al enfermo hasta el atrio de la iglesia o hasta algún cruceiro,
rezan un padrenuestro y unas avemarías y la que tiene el niño se lo pasa a la
siguiente María manteniendo el siguiente dialogo:
– Toma, María
– Ti que me das, María
– Douche O enguenido, María
– O Enguenido non o quería.
Igualmente, algunos cruceiros presentan marcas en la base o en el fuste,
marcas que indican que bajo sus pies fueron enterrados niños que habían
nacido muertos o que fallecieron antes de ser bautizados, con lo que, en
épocas pretéritas, no podían ser enterrados en los camposantos.
Pero no todo eran problemas y enfermedades en la infancia, en una
infancia que por lo general duraba muy poco debido a que tan pronto como
los niños y niñas se podían desenvolver ayudaban ya en las tareas del campo
y de la casa, llevando el ganado a pastar, haciendo la limpieza y las comidas,
etc. Sin embargo, su presencia alentaba la tradición oral en las casas, cuando
se acababan las faenas, después de la cena, al calor del fuego de la lareira,
surgían las historias, los cuentos y las leyendas, que los abuelos contaban a
sus nietos, manteniendo viva la llama de lo fantástico, pero sobre todo, e
inconscientemente, la luz de las tradiciones populares que solo la tradición
oral pudo mantener durante siglos. Tanto es así que los cuentos se seguían
escuchando en las aldeas hasta bien entrada la década de los años 70 del
pasado siglo XX. Para la investigadora Camino Noia Campos, esto fue debido
al hecho de que Galicia sufrió una situación de atraso socio-cultural durante
mucho más tiempo que muchos otros países europeos pero, a partir de esas
década, el éxodo de familias enteras de las aldeas a las ciudades, y de Galicia
al resto de Europa, en una nueva gran oleada de emigración, cambió
completamente la forma de vida de la sociedad rural, cortando de raíz la
cadena de transmisión de la literatura oral.1 Sociólogos y antropólogos
acreditan lo dicho anteriormente y convienen en que las nuevas tecnologías,
televisión y radio a finales del siglo XX y la expansión generalizada de
Internet como medio de comunicación y de ocio para la juventud del siglo
XXI, han ayudado al olvido casi completo de aquellas historias, cuentos y
leyendas, que hasta hace tan solo treinta años se contaban en casi todos los
hogares de los pueblos y aldeas gallegas. Por eso, es más destacable si cabe, y
de extrema importancia, el trabajo realizado desde finales del siglo XIX por
los historiadores románticos, y posteriormente por los galleguistas de la
Xeneración Nós y por los investigadores actuales, que dedicaron grandes
esfuerzos a la ingente labor de recuperar leyendas, cuentos, historias,
tradiciones y todo lo que los campos de la antropología y la historia pueden
aportar al patrimonio de un pueblo tan rico como el gallego.


Grupo de miliarios romanos, Lobios, Ourense.
Un ejemplo de creencias relacionadas con la brujería es el cuento de las
Vacas embrujadas que recogió el antropólogo Mariño Ferro.
Hace muchos años, en tiempos de mi bisabuelo, había una mujer en
Sambreixo que pedía limosna. En una casa pidió leche y se la negaron
porque tenían poca. Las vacas se alteraron dando patadas. El hombre de la
casa salió detrás de la mujer para matarla y cuando la alcanzó, esta le dijo
que volviese a su casa que las vacas ya estaban mansas. Como así fue y
comprobó el paisano en un hecho tildado de brujería.1 Estos hechos y otros
se contaban en las casas de las aldeas hasta hace bien poco. Si eran leyendas,
lo sobrenatural formaba parte de la historia siendo la temática tan amplia
como la de los países y regiones más ricos de Europa. A saber, las leyendas
podían ser sobre la Santa Compaña, aunque este tema no era sobre el que más
gustaba hablar, más bien sobre brujas, meigas, lobos y hombres lobo,
dragones, serpientes y otras con motivos históricos o religiosos.
De religión y brujería trata la leyenda de la Dama Xelda, una mujer
sabia que acompañaba a su joven señora en peregrinación a San Andrés de
Teixido. Quiso el azar que los ropajes de Saura Rosa, la joven señora, se
enredaran en una silveira2 que no era otra cosa que una joven mora que había
sido encantada por la bruja Aldonza Cambas, envidiosa de su belleza. La
Dama Xelda, sabedora de que se trataba de un embrujo retó a la malvada
envidiosa ordenándole, en nombre de Dios, que soltara a las jóvenes que
tenía prisioneras y encantadas. La bruja se resistió, pero finalmente no pudo
con el conjuro de Dama Xelda y liberó a las dos jóvenes presas en la Silveira
y a otras más que también tenía encantadas. En agradecimiento, las jóvenes
remataron su peregrinaje a San Andrés de Teixido, a quien agradecieron su
intercesión divina.3
Temática semejante a la de las leyendas es la de la tradición oral de
cuentos populares, muchas veces solapando o apoyándose en viejas leyendas
que incluso podían ser comunes a países lejanos de la órbita celta o de origen
indoeuropeo. Los cuentos de animales suelen tener como protagonistas a los
zorros, los lobos, las gallinas, las ovejas, los cuervos, los sapos o las pulgas.
Uno de los temas recurrentes en los cuentos de animales es el de las bodas en
el cielo. En esos cuentos, de los que existen diferentes versiones, intervienen
un raposo y un cuervo o una urraca. Uno de ellos cuenta que una pega1 se
sentía siempre fastidiada porque cuando mejor se sentía comiendo, en el
suelo, se le acercaba un zorro que la espantaba. Harta de tanto fastidio, en
cierta ocasión le dijo al raposo2 que si la dejaba en paz le invitaba a una boda
que se celebraba en el cielo. El raposo aceptó, y cuando sobrevolaban las
nubes, la pega lo dejó caer. El raposo exclamo: -Si de esta salgo y no muero
no quiero más bodas en el cielo. El raposo cayó sobre un pajar.3
Otros cuentos tienen relación con encantamientos de personas, magia,
brujas, santos o la propia muerte. Un cuento, también con varias versiones, se
refiere al hombre que murió antes de tiempo. Efectivamente, se trataba de un
hombre que se sentía mal y que apremiado por su mujer fue al médico, este le
dijo que no tenía nada. Pero como seguía sintiéndose mal, la mujer le obligó
a volver al médico. En esa ocasión le operaron pero murió. Una vez muerto,
no sabía si ir al infierno, al purgatorio o al cielo. Lo intentó en el infierno y se
le dijo que allí no se le esperaba. Tampoco le quisieron en el purgatorio, por
lo que preguntó en el cielo. La respuesta que le dieron fue que no se le
esperaba hasta dentro de cuatro años. Aquel hombre murió antes de tiempo.4
Los mozos y mozas se dejan ya de cuentos y piensan los unos en las
otras y viceversa. Por ello aprovechan las ocasiones que determinadas labores
ofrecen para mocear.5 Las esfolladas6 y los fiadeiros o filandons7 permitían
el roce y el besuqueo. Por ejemplo, el mozo que encontraba una mazorca de
grano rojo podía darle un beso a cada moza, unas se resistían más y otras
menos. Ese era uno de los trucos para entablar relaciones. Al acabar las
esfolladas y los fiadeiros mozos y mozas bailaban al son de unas cunchas, un
pandeiro y, a veces, de una gaita y un tamboril, de tal manera que las parejas
que se interesaban aprovechaban hasta bien entrada la noche para estar
juntos. «Cuando el tiempo abonanza, se reúnen las gentes para hilar, leer,
charlar, jugar y retozar.»8
De esas reuniones sociales acababan surgiendo amores, unos ocasionales
y otros duraderos. Sin embargo, no siempre los enamorados casaban. Muchas
veces eran los padres de los novios, mozos y mozas que apenas tenían trato,
quienes arreglaban o «concertaban» los matrimonios teniendo en cuenta los
intereses de ambas familias, las dotes y las herencias…
¡Ai! que tellas rechamantes,
¡Ai! Que ripas de amieiro,
¡Ai! Que festas concertantes
Na casa de Antón Sieiro.1
Una vez realizados los conciertos, llegaban las municións,2 que tenían
lugar el domingo siguiente en la misa de mediodía y delante de toda la gente
de la parroquia. Luego llegaban las frases como la que sigue pregonando que
o casado casa quere.3 Tras la celebración de la boda, la pareja de recién
casados regresa a la casa familiar para celebrar la fiesta con familiares y
amigos. Se sigue aquí un ritual para aventurar buena suerte al matrimonio:
– Dios entre aquí –dice el novio desde el corral de entrada.
– Para siempre –le responden en general.
– Dios veña con vos e bos dea sua bendición –responde el familiar que los recibe.4
El ramo de flores gozaba de importancia superior. Generalmente era de
ramas de olivo y de boj, adornado con dulces y golosinas. En algunos lugares
lo posaba el novio sobre la mesa del banquete y luego lo entregaba a la novia
recitando unas regueifas.5 Las coplas surgían y el ramo pasaba de mano en
mano hasta que llegaba de nuevo a manos de la novia…
Tantos anos viva a noiva
Darredor deste palleiro,
Como de peliños en
A recua dun arrieiro.
Tantos anos viva a noiva
Darredor deste lugar,
como de pedriñas ten
a torre da Catedral.1
Finalmente, queremos expresar nuestro reconocimiento a todos aquellos
que se esfuerzan por mantener viva la memoria de los gallegos, en estos
tiempos tan globalizadores que finiquitan lo particular a favor de lo general,
en lo referente a tradiciones, coplas, oficios, estructuras sociales, leyendas,
cuentos e historia reciente y no tan reciente. Gracias a ellas y ellos,
etnógrafos, antropólogos, arqueólogos, historiadores, filólogos, músicos,
artesanos… investigadores en general, las generaciones venideras tendrán
donde beber para incrementar el acervo cultural de su pueblo. El futuro se
consolida día a día apoyándose en los cimientos del pasado.

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