martes, 26 de febrero de 2019

Leyendas urbanas: Fraudes telefónicos

 Fraudes telefónicos Cuando en 1872 Graham Bell inventó un aparato para trasmitir sonidos a través de la corriente eléctrica y ayudar a los sordomudos, poco podía imaginar los sinsabores que iba a causar en 1998 a un buen número de ciudadanos. Argelinos sin escrúpulos, marroquíes con tíos en Marraquesh, hermanos en Rabat y primos en Tánger, además de gambianos recolectores de manzanas, por citar sólo a algunos, formaban parte de una organización que muy bien podría denominarse «África al habla».
   Todos ellos habían dado con un método clandestino y eficaz que significaba un antes y un después en la historia de las telecomunicaciones: raptar los teléfonos del Primer Mundo, para llamar a su país a bajo coste. Igual que sucediera con la colonización del Oeste americano, cuando ciertos desalmados vendían rifles a los indios, ahora otros hombres blancos habían brindado a los africanos los medios necesarios para llevar a cabo sus desmanes.

   El ingenioso sistema se resumía en cinco puntos y tuvo tal acogida en instituciones y ayuntamientos que muy pronto fue de dominio público. El texto que se intercambiaron a través del correo electrónico los consistorios de Barcelona, Santa Margarida de Montbui y Arenys de Mar, entre otros, se titulaba Se ha detectado un nuevo timo telefónico y decía textualmente lo que se lee a continuación:

   1. Llaman por teléfono diciendo que son del servicio técnico de Telefónica o de una empresa que trabaja para ellos —ATT— y preguntan si dispones de marcación por tonos.

   2. Con la excusa de que necesitan realizar comprobaciones en la línea, piden que marques el 90# (nueve-cero-tecla#).

   3. Una vez que lo has hecho, te dicen que no hay ningún problema y te dan las gracias.

   4. Resultado: han convertido tu línea en receptora de todas las llamadas del teléfono desde el cual te han llamado, con lo que todas las llamadas que hagan ellos te las cobrarán a ti.

   5. Telefónica no sabe cómo pararlo, ni cómo evitar este fraude.

   Por los testimonios que recogimos y, al parecer, según había publicado el periódico Regió 7 —extremo que no pudimos confirmar—, la argucia aquí reseñada era explotada en régimen industrial por bandas interesadas en lanzar un cable a ciudadanos de otros continentes a cambio de una buena tajada.

   En este libro uno de los aspectos al que hemos prestado mayor atención ha sido desentrañar por qué algunas historias tienen tanto éxito en las ciudades y por qué otras —narrativamente igual de perfectas— mueren por el camino. En el caso de esta leyenda no hay duda: la ciencia hace tiempo que dejó de percibirse como una bendición del cielo y ahora se observa como una amenaza ante la que nadie puede sentirse seguro.

   Una somera lectura del manual de instrucciones de nuestro teléfono —«Inserción de pausas»,

   «Borrado de memorias» «Resistencia mínima de aislamiento», etc.— podría llevarnos a pensar que los escribas de la compañía pública se adiestraron en el antiguo Egipto, antes que en el alfabeto latino.

   Lean, si no, el siguiente parrafo que aparece en la página siete del «Manual de Usuario» de esta compañía:

   Las teclas que facilitan el acceso a los Servicios Suplementarios Digitales de la Red Telefónica, están programadas estrictamente para su uso con el equipo conectado directamente a la central telefónica. Para el uso de los servicios de centralitas se deberán seguir las instrucciones específicas de los mismos.

   Paradójicamente la compañía que vela por la comunicación se dirige a sus súbditos con una jerga incomprensible y sectaria. ¿Por qué no atribuir, pues, sórdidas intenciones a este aprendiz de «Gran Hermano»? O, aún más, ¿por qué no rebelarse contra este ente anónimo y lejano?

   Ambas tendencias parecen estar muy presentes en las leyendas telefónicas. Entre los amotinados figuran todos aquellos que durante el último tercio del siglo XX no han cejado de idear sistemas —por ejempLo, atar un hilo a una moneda previamente agujereada y tirar de él cuando la cabina se la tragacon tal de librarse del yugo de la tarifa plana.

   Otros, en cambio, como en el caso que nos ocupa, han preferido llevar a la práctica su propia noción del monopolio, si bien conviene aclarar pronto que el timo antes descrito jamás pudo producirse. «Es inviable técnicamente», nos dijeron en Telefónica, con voz fatigada. No en vano, decenas de personas —reconocieron— habían llamado antes que nosotros para cercionarse si también los paquistaníes que reparten el butano y las filipinas que trabajan en el servicio doméstico habían dado con una nueva modalidad de cobro revertido.

   Una nueva informadora, Birgit Cortada, nos hacía llegar otro novedoso timo telefónico, más ingenioso que el anterior y por tanto más plausible. La idea central del mismo podría resumirse en que delante de la todopoderosa y no siempre precisa ciencia, podemos llegar a cometer idioteces tales que, a la postre, comprometan nuestro pecunio:

   Unos presuntos delincuentes están enviando decenas de miles de correos que dicen textualmente: ¡Gracias por su pedido! ¡En menos de 48 horas su tarjeta de crédito será cargada con la cantidad de:

   Ptas 78.0000 (520 $ US), IVA incluido. Para cualquier aclaración de este pedido, llame a nuestro centro de pedidos: 005 691 4019 (servicio GRATUITO para nuestros clientes).

   Se trata de una presunta estafa que consiste, simplemente, en que el que recibe este mensaje marque este teléfono, localizado en Chile, que no es gratuito, sino todo lo contrario, y, al que sólo por el hecho de llamar, cargan en nuestra cuenta bancaria cantidades astronómicas por una simpie llamada, unas 500 ptas el minuto (tres euros por minuto, aproximadamente.) El mensaje incluía el suplicatorio «mándalo a cuatro personas», una cifra modesta para lo habitual en la red de redes —normalmente diez. Respecto a la sintaxis del texto y la conocida afición de los internautas de dramatizar los mensajes con exclamaciones, mayúsculas y números, nos hemos mantenido fieles al texto original.

   Pero el tercer grupo y el más numeroso está integrado por los que sólo pagan sus facturas y se defienden, mal que pueden, de la tecnología de unos y otros. Entre ellos se encuentra Alex Font, un lector de La Vanguardia que publicaba el 21 de enero la siguiente carta:

   Telefónica ha puesto en funcionamiento uno de los sistemas más chabacanos de los imaginables para usurparnos el dinero en pequeñas raciones pero que, sumadas, son una fortuna. El caso es el siguiente: el otro día un conocido me llamó a casa. Después de charlar un rato me despedí y colgué el auricular. Una porción de segundo más tarde el teléfono volvió a sonar. ¡Qué casualidad! pensé. Pero la coincidencia no era tal: al descolgar descubrí que al otro lado del hilo se encontraba el mismo amigo con el que había departido hacia escasos momentos. «¿Por qué vuelves a llamarme?» le pregunté, a lo que él me contestó muy extrañado: «¡Pero si yo aún no había colgado el auricular!».

   El asombro era máximo. Fue un proceso tan rápido que mi amigo no podía haber tenido tiempo de apretar el botón de «rellamada». Pero la sorpresa fue mayúscula cuando días más tarde este mismo hecho me volvió a suceder con un conocido. La conclusión estaba clara: estas segundas llamadas —casi instántaneas— están previstas por Telefónica para que, con sólo descolgar el teléfono, tengan derecho a cobrar tantas pesetas de establecimiento de llamada.

   Sinceramente, cualquiera podría dar fe, apelando a su propia experiencia, de este «fenómeno paranormal». Y otro tanto puede decirse de la repentina generosidad de Telefónica al regalar a diestro y siniestro el servicio de contestador automático.

   Para muchos particulares, ya no sólo es posible que bandas foráneas estén pagando a Telefónica con su misma moneda, sino que es más que probable que ésta nos engatuse con alevosía y premeditación.

   Tal vez esta desconfianza hacia la compañía pública y, por extensión, a su oscurantista técnica, ha llevado a algunos ciudadanos a participar en cadenas solidarias que advierten de los excesos.

   Antiguamente, el boca a boca y las cartas de los lectores eran el medio de trasmisión habitual. Más tarde, los folkloristas comenzaron a referirse a términos tan curiosos como el «faxlore» —algo así como el folklore trasmitido por el fax— para acabar en el «netlore» con la irrupción de Internet.

   Los falsos virus informáticos entrarían dentro del último capitulo y abarcarían desde el famoso Good times, una bomba que se activa al abrir un mensaje de correo —algo completamente imposible—, hasta el «virus del sida» que —según nos ha llegado por Internet— se presenta en nuestro correo con «Abre. Superguay. Es increíble» y a continuación devora nada menos que cinco megas de disco duro y borra todos los programas, por no hablar del «Viernes 13», el primero de esta prolífica saga.

   Incluso el periódico sensacionalista norteamericano The Weekly World News —de venta en supermercados— se ha atrevido a publicar una entrevista con una persona de 38 años, «cuyos datos se desconocen», que responde por «paciente cero» y, que al parecer, ha sido infectado por un virus informático:

   Del mismo modo que el virus del sida pasó en cierto momento de los monos a las personas un virus del tipo «caballo de Troya» se ha trasmitido finalmente del disco duro de un ordenador al sistema nervioso central de un hombre.

   Como sucedía con el teléfono, la existencia de virus auténticos —caso de «Melissa»—, inspira a ciertos «tecnogamberros» a lanzar mensajes tremendistas, sobre todo a través de Internet, a fin de instaurar el caos en instrumentos concebidos para el orden.

   Ante tamaña amenaza, los ciudadanos reaccionan de forma muy clásica, sólo que en lugar de recurrir a hojas fotocopiadas o al fax, ahora mandan sus cadenas solidarias a través de Internet. Y es que, curiosamente, el mismo instrumento de cuyos peligros advierten es, en la práctica, el único que puede salvarlos.

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