miércoles, 27 de febrero de 2019

La leyenda sobre la fundación de Roma

La versión de la fundación de Roma y de las gestas de sus primeros reyes pertenece al dominio de la leyenda forjada en la Edad de Oro de la época augustea, plasmada por Virgilio en La Eneida. Debemos recordarla, porque constituye una de las más famosas tradiciones de la Humanidad y ha sido temática constante en la literatura y el arte.

  Habiendo escapado a la ruina de su patria, el príncipe troyano Eneas, hijo del rey Príamo, después de navegar largo tiempo por las costas del Mediterráneo, terminó por desembarcar en la costa del Lacio, donde reinaba el rey Latino. Concluyó con él un tratado de alianza casándose con su hija. Ascanio, hijo de Eneas, venido de Troya en su compañía, funda la ciudad de Alba, donde reinan después una serie de soberanos descendientes suyos. El último, deja dos hojas: Numitor y Amulio.

  Numitor, el mayor y heredero legítimo, es derribado por Amulio, relegando a la isla de aquél, Rea Silvia, entre las vestales como el fin de que no pueda tener descendencia, ya que el mencionado «cuerpo sacerdotal» femenino hacía voto de castidad. A pesar de tal precaución, el dios Marte se enamora de la vestal, la cual da a luz dos gemelos: Rómulo y Remo, quien (según la tradición, hacia 753 a. C.), marcó los límites de la nueva ciudad.

  Siguiendo el rito etrusco, trazó con un arado de bronce —tirado por una ternera y un toro blanco— el surco sagrado que señalaba el recinto de la urbe. Remo, a pesar de las continuas advertencias, saltó por encima burlándose de la obra. Ambos hermanos pelearon y Remo tuvo trágico fin a manos de Rómulo, quien probablemente no se le había propuesto. El símbolo de la urbe será, a partir de entonces, una feroz loba amamantando a los dos mellizos abandonados a su suerte.

  Fundada a la ciudad se sucedieron en el poder siete reyes, los últimos de los cuales son de origen etrusco. Rómulo, de carácter guerrero, combate victoriosamente a los pueblos vecinos. El conflicto provocado con los sabinos por el célebre rapto de sus mujeres —ya que según la leyenda los romanos necesitaban esposas con las cuales poder aumentar la población— se termina con un tratado de amistad y alianza englobándose para siempre los dos pueblos en uno solo. El siguiente paso sería la conquista de la metrópoli de Alba Longa, para sacudirse su yugo. Sin embargo, tal acción les dejaría debilitados frente a los etruscos, quienes terminarían por ocupar el territorio.

  Analizando el fondo de verdad por pequeño que sea (y que ofrece toda leyenda) llegamos a la conclusión de que los latinos establecidos en las márgenes pantanosas del bajo Tíber, para defenderse mejor organizaron pequeñas ligas que acabaron por fundirse en una general, bajo la hegemonía de Alba Longa.

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