miércoles, 20 de febrero de 2019

La ejecución de Josefa.

Sería en 1896, tres años después del crimen, cuando tuvo lugar la última ejecución pública en España, concretamente en pleno corazón de la ciudad de Murcia.

       

  El suceso, que impactó a todos los habitantes de la ciudad, acaeció en la casa de huéspedes La Perla de Murcia, que se encontraba en la calle Porche de San Antonio, detrás de San Bartolomé. La protagonista de la historia, Josefa Gómez de 32 años, regentaba dicha pensión, y fue detenida por el envenenamiento de su marido, Tomás Huertas que junto a ella dirigía el negocio, y de una criada, Francisca Griéguez, de 13 años.   

  En La Perla se hospedó durante algún tiempo Vicente del Castillo, de 36 años, quien a menudo tomaba estricnina porque padecía del estómago. El 8 de diciembre de 1893, Tomás bebió una taza de café de puchero,  antes de dirigirse al Teatro Romea. Nunca lo alcanzó. A los pocos minutos regresó agonizante. La criada, que también había tomado café, caía fulminada. Los médicos hallaron los cuerpos ennegrecidos y desfigurados, apenas reconocibles.

  Josefa fue detenida tras el primer interrogatorio. Confesó que Vicente le había aconsejado administrar a su marido cierta cantidad de estricnina “para calmarle los celos y el gusto por el juego”. Otra criada declararía que, el día de autos, Josefa le ordenó tirar una botella al pozo y reveló que su ama mantenía relaciones con Vicente.     

  Ella lo negó hasta su triste final, aunque reconoció que él si le había hecho propuestas indecorosas.  Josefa fue acusada de parricidio y asesinato, lo que le valió la pena de muerte, y Vicente, como cómplice de dos asesinatos, fue condenado cadena perpetua.     

  El intrincado juicio y el desamparo en que iban a quedar el hijo y la hija de Josefa hizo reaccionar a la sociedad murciana, que se lanzó a la calle para pedir el perdón para la condenada.   

  El 23 de octubre de 1896, Martínez Tornel publicaba la noticia de que no habría indulto para la mujer, quien en su celda se negaba a comer. Caían en saco roto las “súplicas de perdón y clemencia de todas las autoridades, de todas las corporaciones, de todas las personas de valía e influencia”. La sociedad murciana estaba indignada. Incluso desde Cartagena se trasladaron 40 soldados de infantería para mantener el orden en las calles. 

  El 28 de octubre llegó desde Valencia el verdugo. Su anterior profesión era la de carpintero. Los ciudadanos llenaron calles y plazas para increparlo. Nadie en la estación de trenes se ofreció a coger su maletín y no hubo carruajes dispuestos a trasladarlo. Entró a pie en la ciudad, escoltado por cinco guardias civiles y varios soldados, que no evitaron que alguien le lanzara alguna piedra al cruzar el Puente Viejo.   

  Las protestas arreciaron hasta el extremo de que el verdugo dirigió un telegrama al Consejo de ministros: “En vista del triste espectáculo que Murcia presenciará, y sin que esto signifique apocamiento de mi ánimo, pido el indulto a la desventurada rea”. 

  En la Central de Telégrafos establecieron contacto permanente con Madrid por si se concedía esta gracia, los párrocos también se movilizaron para acompañar a Josefa en la cárcel durante el día y la noche que le restaban de vida.     

  El Ayuntamiento de Murcia se reunió en sesión extraordinaria para forzar el indulto. Incluso acordaron constituir el Consistorio permanente hasta el instante de la ejecución. Poco después, el gobernador recibe al Ayuntamiento en pleno y envía un nuevo telegrama al presidente, Cánovas del Castillo. La respuesta es desoladora: “La horrible frecuencia con que se cometen crímenes como el de Josefa Gómez impiden al Gobierno aconsejar su indulto. Se cumplirá por tanto la Ley”.     

  El día de su ejecución, Josefa fue trasladada al patíbulo en una carreta. Todos los comercios cerraron en señal de luto. Unos 12.000 murcianos la acompañaban. Sus últimas palabras fueron para el párroco de San Antolín, que le preguntó si daba por bien empleados los sufrimientos pasados en esta vida: “Yo no he sufrido nada comparado con lo que han de sufrir aquellos que no han querido de mi salvación”, respondió ella.

       

  Hay quien dice que todavía cada 29 de octubre en la plaza Ronda de Garay de la ciudad de Murcia, Josefa vuelve a sufrir su terrible y trágico final

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