miércoles, 27 de febrero de 2019

Júpiter

Hijo de Saturno y de Rea. Homólogo de la divinidad etrusca Tinia. Posteriormente fue asimilado al Zeus griego, del que tomó la genealogía y las aventuras. Dios de los Cielos, es la divinidad por excelencia del panteón romano, rectora de la luz del día, del tiempo atmosférico, el rayo, el trueno y la lluvia reparadora. Ciertos árboles como los robles le estaban particularmente consagrados. El primer Júpiter se llamó «Lacial» y su santuario se levantaba en lo alto del actual monte Cavo, al este del lago Albano y no muy alejado de la residencia papal.

  El santuario más antiguo erigido en el Capitolio romano lo fue al Júpiter Feretrio, el «Despedazador», al que se le consagraban los despojos de cualquier jefe enemigo de los romanos muerto en combate. Según la leyenda, Rómulo ordenó su construcción para cumplir la promesa por su victoria sobre los sabinos y su rey Acrón. Pierre Grimal afirma que el primer templo se erigió al pie del Palatino bajo el apelativo de Stator («el que detiene» a los enemigos).

  Una tradición conservada atribuye al rey-sacerdote Numa Pompilio el culto a Júpiter Elicius, con el significado de «el que atrae al rayo y permite al hechicero hacerlo descender».

  Júpiter fue adquiriendo una importancia paralela al crecimiento de la ciudad de Roma hasta convertirse en Júpiter Optimus Máximus («el Mejor y Mayor de Todos»). De esta forma, alcanza el poder supremo de las divinidades y la presidencia del consejo de los dioses (los Dii Consentís). Durante la República cada uno de los dos cónsules, antes de comenzar su mandato, dirigía a Júpiter sus primeras oraciones. Los vencedores, en procesión solemne, le ofrendaban su corona triunfal y le ofrecían toros blancos como víctimas. El rayo y el águila eran los principales símbolos del gran dios y ambos figuraban en los estandartes de las legiones romanas.

  Ciertas piedras de pedernal o de sílex, que sacan chispas al frotar unas con otras, fueron relacionadas con Júpiter Lapis, en tanto que dios del rayo y el trueno. A través de dichas piedras se solicitaba a Júpiter una lluvia abundante y servían también para garantizar un juramento solemne o la firma de un tratado. Uno de los denominados sacerdotes Feriales —miembro de los veinte sacerdotes que aconsejaban en los asuntos internacionales— mataba un cerdo con una piedra de sílex e invocaba a Júpiter para sellar el juramento.

  Los emperadores gustaron de colocarse bajo la protección del poderoso dios y algunos quisieron hacerse pasar por su encarnación o bien relataban sus contactos con él, en especial en sueños. Uno de los fieles más agradecidos fue el propio Octavio Augusto, que ordenó levantar en el Capitolio un templo a Júpiter Tonante. Años después, el desequilibrado Calíguia se autonombró Optimusy Máximus, y comunicó su palacio del Palatino con un paso directo que desembocaba en el santuario de Júpiter en el Capitolio.

  En todas las ciudades provinciales era imprescindible levantar un capitolio semejante al de Roma, como enlace del Júpiter de cada una de ellas con el capitalino, ya que las ciudades intentaban ser «Romas» en pequeña escala.

  Además de su asimilación al Zeus helénico, Júpiter fue asociado a diversos dioses supremos orientales: Sabacio, Amón, Doliqueno, etcétera.

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