miércoles, 27 de febrero de 2019

Apolo

En la lista de los doce dioses Consentí que hemos ofrecido anteriormente, en los que se produjo la asimilación grecolatina vemos que hay uno solo con el mismo nombre para las dos culturas: es Apolo. Podría decirse que en realidad sólo pertenece a la cultura helénica y no tiene contrapartida en la romana. En efecto, Apolo, dios del Peloponeso predórico, fue desconocido de los primeros romanos y sólo entró en relación con ellos al primer contacto entre latinos y griegos en Italia por medio de la colonia de Cumas, en la punta más septentrional de la bahía de Nápoles, famosa por ser la sede de una sibila o profetisa de Apolo. Más tarde, después de haber consultado los libros sibilinos, Roma, amenazada por Aníbal (siglo III a. C.), instituyó unos juegos en honor de Apolo (Ludi Apollinares).

  La Sibila de Cumas

  Era una doncella de origen troyano de noble cuna, dotada por Apolo del don de la profecía. Emigró a Cumas desde Eritrea en las costas de Asia Menor, cerca de Quíos. Apolo le había concedido el privilegio de vivir tantos años como granos de arena pudiese contener en su mano a condición de que nunca volviera a ver su país natal; pero un día recibió una carta de los eritreos sellada inconscientemente con tierra de su país. La Sibila murió en el acto. Asimismo se contaba que había solicitado a Apolo, que la amaba, una larga vida, pero olvidándose de pedirle también una constante juventud. Apolo le concedió el primer don, pero en cuanto al segundo, el dios le solicitó a cambio su virginidad, cosa que la Sibila rehusó. De esta forma, la Sibila fue envejeciendo cada vez más, hasta que arrugada y seca terminó pareciendo una cigarra. Entonces los de Cumas la enjaularon como si fuera un pájaro y la colgaron del templo de Apolo, su benefactor. Los chiquillos llegaban hasta ella y le preguntaban: «Sibila, ¿qué deseas?». «Deseo morir», respondía ella una y otra vez.

  La influencia de la Sibila de Cumas en la historia de Roma se había iniciado en la época de Tarquino el Soberbio, cuando ofreció venderle sus famosos nueve libros (tal como ya hemos expuesto en la historia de este rey). Cuando el monarca, tras haberse negado por dos veces, compró los últimos tres que le quedaban y los depositó en el templo de Júpiter Capitolino, la Sibila desapareció. En realidad, quizás en su origen, los oficiantes o encargados de estas cuestiones, primero dos y después hasta diez, viajaban a Cumas para consultar al Oráculo los problemas que necesitaban su consejo y después realizaron una recopilación de fórmulas que fueron los Libros Sibilinos, guardados bajo la protección de Júpiter en el Capitolio.

  Los inicios de la influencia sibilina en los asuntos romanos parece que datan del año 493 a. C., cuando como consecuencia del hambre sucedida al ser atacada Roma por el etrusco Porsena, el Oráculo ordenó la construcción de un templo a Ceres, Liber y Libera, al pie del Aventino. Es decir, un santuario a la tríada griega Deméter (Ceres), Yaco y Perséfone (Proserpina), siendo Yaco el hijo de Deméter o de Perséfone y, según otra versión, el marido de Deméter y a veces el propio Dionisios (Baco). La introducción de esta tríada es de trascendental importancia puesto que fueron conocidos así en Roma los famosos misterios griegos eleusinos, en los que los emperadores se sentían orgullosos de ser iniciados y de los que Yaco era el portador del hacha e iba frente de la solemne procesión conmemorativa.

  Los libros sibilinos fueron consultados en caso de desgracia, de un prodigio o de un suceso extraordinario. Se componían de prescripciones religiosas, sacrificios expiatorios, introducción de un nuevo culto y de nuevos dioses: Hermes (Mercurio), Posidón (Neptuno), Asclepio (Esculapio), etc. Todo ello destinado a salvar cualquier situación imprevista. Magistrados especiales se hallaban encargados de la conservación, consulta e interpretación de los mismos.

  Virgilio da a la Sibila de Cumas el papel de guía en su descenso a los Infiernos a su héroe, Eneas, en el famoso poema la Eneida.

  El Apolo romano

  Los mitos apolíneos, más propios de una Historia de las religiones, aparecieron con singular persistencia por su promesa salvadora a sus iniciados en los muros de la basílica de la Porta Maggiore, de Roma, al igual que en una incontable cantidad de sarcófagos romanos esculpidos. Octavio Augusto, fundador del sistema imperial, se puso personalmente bajo protección de Apolo. De esta forma atribuyó a su divina intervención la victoria de Actium sobre Marco Antonio y Cleopatra, el 31 a. C. La leyenda popular contaba que Atia, madre de Octavio, le concibió una noche pasada en el templo del dios por obra y gracia de éste. Augusto ordenó la erección de un templo a Apolo en el Palatino y le rindió especial culto. En su mayor parte fueron dedicados a Apolo los Juegos Seculares del 17 a. C. En ellos se entonó el Canto Secular de Horacio. En este himno Apolo y su hermana Artemis (Diana) son citadas como divinidades mediadoras entre el pueblo romano y Júpiter. Son ellas las que derraman todas las gracias enviadas por el padre de los dioses a sus fieles.

  Iconología

  Debido a que Apolo no posee un antecedente más o menos asimilado en Roma, su estatuaria es con más razón griega, simples copias de los grandes maestros: Praxíteles, Fidias o su escuela, etc. Así la podemos ver en el museo nacional de Roma, en el del Vaticano, Nápoles, etc. y fuera de Italia, en el Louvre, gliptoteca de Munich, británico y, naturalmente, en el de Atenas, los más helénicos. Todos representan un hermoso joven, apenas hombre, canon de la belleza masculina. El denominado Apolo Belvedere (siglo IV a. C.) del Vaticano influyó extraordinariamente en los artistas del Renacimiento y en especial en Miguel Ángel. Los distintos episodios de la leyenda singularmente helénica de Apolo son algunos de los temas mitológicos principales del arte renacentista y barroco. Así, por ejemplo, la composición escultórica Apolo y la ninfa Dafne realizada en mármol por Bernini (1622-24), de la galería Borghese (Roma), en la que el dios coge a su amada y cuando intenta hacerla suya, ésta, para preservar su virginidad, inicia su conversión en laurel. Desde entonces es la planta predilecta del dios.


LAS NUEVE MUSAS QUE PRESIDIERON LAS NUEVE ARTES DE LAS QUE ERA DIOS APOLO


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