jueves, 14 de diciembre de 2017

LA CREENCIA EN LA INMORTALIDAD DEL ALMA EN IRLANDA Y EN LA GALIA.

1. La inmortalidad del alma en la leyenda de Mongan. 2. La raza céltica, ¿creía en la metempicosis pitagórica? Opinión de los antiguos sobre esta cuestión. 3. Comparación entre la doctrina de Pitágoras y la de los celtas. 4. El país de los muertos. La muerte es un viaje. Texto del siglo IV antes de nuestra era. 5. Algunos héroes fueron a guerrear al país de los muertos y de los dioses: tal fue el caso de Cuchulainn, Loegairé Liban y Crimthann Nia Nair. Leyenda de Cuchulainn. 6. Leyenda de Loegairé Liban. 7. La recomendación de no desmontar del caballo en la antigua leyenda de Loegairé Liban y en la leyenda moderna de Ossin. 8. Leyenda de Crimthann Nia Nair. 9. Diferencia entre Cuchulainn por un lado, y Loegairé Liban y Crimthann por el otro.


1.

La inmortalidad del alma en la leyenda de Mongan.

El nacimiento maravilloso de Mongan y el papel que en su leyenda juega el dios Manannan mac Lir no son los únicos puntos de ese relato misterioso que nos revelan las creencias fundamentales de la religión céltica: existen en ella otros dos aspectos que merecen un atento estudio. El primero es que Find, que había sido muerto a fines del siglo III, no había dejado sin embargo de vivir; que había conservado su personalidad y que volvió al mundo más de dos siglos después de su muerte habiendo tomado, para este segundo nacimiento, un huevo cuerpo.
El segundo punto lo constituye la aparición de Cailté. Este no nació por segunda vez, y, de buenas a primeras, es difícil explicarse cómo, habiendo dejado su cuerpo en una tumba de Irlanda, vuelve desde el país de los muertos con una forma física que en nada se diferencia de la del resto de los humanos. No cabe duda de que, según la leyenda irlandesa, regresó en una forma visible para todos y hablando una lengua que todos comprendieron. Ahora bien, esta leyenda no se basa en una creencia peculiar de los irlandeses, ya que incluso hoy en día persiste entre el pueblo francés el temor a los aparecidos. La creencia en los espectros forma parte, por tanto, de una doctrina céltica que desarrollaremos un poco más adelante.

2.

La raza céltica, ¿creía en la metempsicosis pitagórica? Opinión de los antiguos sobre esta cuestión.

El segundo nacimiento de Find constituye un hecho mucho más extraordinario. Ya vimos anteriormente que Etain nació dos veces; pero Etain era una diosa, una side, benshee, como se les llama en Irlanda; o, para hablar en la lengua de los cuentos populares, un hada. Sus dos vidas —tanto la primera en el mundo de los dioses como la segunda en el de los hombres, donde penetra mediante un nacimiento contrario a las leyes de la naturaleza—, poseen un carácter enteramente maravilloso; así pues, los prodigios de la segunda vida de Etain quedan explicados por el carácter divino de su primera vida.
Pero Find no es un dios: los irlandeses no lo conciben en absoluto como tal. Sin embargo, nació dos veces; y, durante su segunda vida, cuando se llamaba Mongan, guardaba memoria de la primera, durante la cual se llamó Find. Así fue también la historia de Tuan mac Cairill, quien, después de haber sido hombre una primera vez, revistió sucesivamente el cuerpo de distintos animales hasta que un nuevo nacimiento le devolvió un cuerpo humano. Y al adoptar esta última forma había conservado el recuerdo de todos los acontecimientos que había presenciado a través de sus vidas precedentes, especialmente durante la primera, cuando se llamaba Tuan mac Stairn. Se trataba de un fenómeno idéntico al que nos ofrece Mongan al conservar memoria de cuanto había visto cuando era Find.
En la leyenda irlandesa, Tuan y Find constituyen excepciones a las leyes generales a las que obedece el relato épico. No es común que un muerto nazca por segunda vez; pero, sin embargo, es posible y ha sucedido: tal es la doctrina céltica. De ahí las similitudes que algunos autores antiguos han creído reconocer entre las creencias galas y la enseñanza pitagórica. Algunos incluso han pretendido que tales similitudes llegaban hasta la identidad. Alexandre Polyhistor, que escribió durante la primera mitad del siglo I a.J.C, pretende que Pitágoras tuvo por discípulos a los "galates".[1] Hacia mediados del mismo siglo, poco después del año 44, Diodoro de Sicilia expresa, en términos más formales, la misma opinión. Entre los celtas —dice— ha prevalecido la doctrina pitagórica de la inmortalidad del alma humana, la cual, después de determinado número de años, comienza una nueva vida con otro cuerpo.[2] Según Timagenio, que escribió un poco más tarde, en la segunda mitad del mismo siglo, la autoridad de Pitágoras atestigua la superioridad del genio de los druidas, quienes proclamaron la inmortalidad del alma.[3] En el siglo siguiente, Valerio Máximo, al hablar de los galos y de su doctrina acerca de la inmortalidad del alma, dice: que los tendría por estúpidos si no fuera porque esos portacalzones sostenían, acerca de ese punto, unas creencias idénticas a las que profesaba Pitágoras con su manto de filósofo.[4]

3.

Comparación entre la doctrina de Pitágoras y la de los celtas.

Aunque las teorías célticas acerca de la persistencia de la personalidad después de la muerte se asemejaban a las de Pitágoras, no por ello eran idénticas a las mismas. En el sistema del filósofo griego, renacer y vivir una o varias vidas sucesivas en este mundo, ocupando cuerpos de animales y de hombres, constituye el castigo y la suerte común de los malvados que, de esa manera, expían sus faltas. Los justos difuntos no sufren la molestia de tener un cuerpo, sino que, como espíritus puros que son, viven en la atmósfera libres, felices e inmortales.
La doctrina céltica es muy distinta. Renacer en este mundo y revestir un nuevo cuerpo ha sido un privilegio que perteneció a dos héroes: Tuan mac Cairill, que primero se llamara Tuan mac Stairn, y Mongan, que en su primera vida se llamó Find mac Cumaill. Y eso no fue un castigo, sino un favor que les fue concedido. Según la doctrina céltica, la ley común consiste en que, después de muertos, los hombres encuentren en otro mundo la vida y el cuerpo nuevos que les promete la religión.[5]
La nueva vida que la religión céltica promete después de la muerte es una continuación de ésta, con sus desigualdades y con los lazos sociales que resultan de ellas. Los esclavos y aquellos que eran preferidos por el jefe muerto eran quemados sobre su tumba junto con los caballos que habían tirado de su carro, ya que, en el otro mundo, todos ellos continuarían prestándole a su amo los mismos servicios que le prestaran en éste.[6] El deudor que muera sin haber saldado su deuda guardará respecto de su acreedor, en su segunda vida, la misma relación jurídica que mantuviera durante la primera.
La obligación de reembolsar la deuda continuará vigente en el país de los muertos hasta que haya satisfecho íntegramente los compromisos que contrajera en el país de los vivos.[7]
Por lo tanto, el celta no concibe la otra vida como una compensación para quienes han sufrido ni como un castigo para aquellos que han abusado de los goces de este mundo. La vida de los muertos en la misteriosa región situada allende el Océano constituye una segunda edición —o, por así decir, una edición nueva, pero no corregida— de la vida que, antes de morir, llevaron aquende el Océano.
Así pues, la elevada idea de justicia que domina la doctrina de Pitágoras está completamente ausente de las concepciones célticas. Desde el punto de vista moral, esta diferencia es mucho más importante que la que concierne a los lugares donde cada uno de los dos sistemas sitúa la morada de los muertos. Según Pitágoras, ese lugar es el cielo para los justos, y, para los malvados, nuestro mundo; mientras que la doctrina céltica sitúa a ambas categorías (que, por otra parte, no diferencia) en una región situada al extremo oeste, allende el Océano. Pero, ¡qué poco significa esta divergencia comparada con la que existe desde el punto de vista moral! Pitágoras, que ya piensa como un hombre moderno, entiende la otra vida como una sanción de las leyes de justicia respetadas o violadas durante ésta; pero antes de él existió una doctrina qué no diferenciaba en absoluto entre la justicia y el éxito; que consideraba justo todo cuanto sucedía en este mundo y que sólo veía en la segunda existencia del difunto una continuación de las alegrías y los males que atravesara en la primera: tal es la doctrina céltica.
Esta concepción de la inmortalidad es muy diferente de la nuestra, cuya base filosófica une, a la contradicción entre la justicia y el éxito en este mundo, la esperanza de una reparación más allá de la tumba. La raza céltica carecía de esta esperanza; y, sin embargo, tenía una profunda fe en la inmortalidad del alma: creía en la existencia de uno o incluso varios países misteriosos separados de nosotros por el mar y habitados por los muertos y los dioses. Todos los muertos iban allí, y hasta podían volver, como lo prueba el caso de Cailté. Y, por un privilegio especial y casi sobrehumano, algunos héroes han podido incluso ir y volver sin haber muerto, como, en la leyenda clásica, lo hicieran Ulises y Orfeo.

4.

El país de los muertos. La muerte es un viaje. Texto del siglo IV antes de nuestra era.

Al igual que los de Irlanda, también los celtas del continente se ocuparon extensamente de ese misterioso país de los muertos —el otro mundo, el orbis alius cantado por los druidas en la época de César (como lo atestigua Lucano) y confundido por Plutarco y Procopio con la región occidental de Gran Bretaña—. Los guerreros galos esperaban continuar allí la vida de combates que constituía su honor y su gloria en este mundo. Cada uno de ellos contaba con encontrar en el otro mundo, junto con un cuerpo vivo idéntico al cuerpo muerto que descansaba en su tumba, algo que, de alguna manera, podríamos considerar como un segundo ejemplar de cuantos objetos acompañaban su cadáver en la fosa o en la cámara funeraria: protegidos, esclavos, caballos, carros; y armas, sobre todo armas. Un guerrero galo jamás ha sido enterrado sin sus armas: dado que había de continuar en el otro mundo la vida de combates que llevara hasta entonces, ¿qué hubiera podido hacer sin ellas?
Dos de los textos originales más antiguos que poseemos sobre las costumbres galas datan del siglo IV antes de nuestra era. Su autor es Aristóteles, y ambos textos han sido explicados por versiones más modernas de un pasaje hoy perdido de Eforo, que escribió también en el siglo IV.
Por entonces, Holanda era una de las provincias del imperio céltico, y la raza germánica aún no había penetrado en ella. En esa época remota se hallaba tan expuesta como hoy a las temibles inundaciones provocadas por el mar contra las que la ciencia de los modernos ingenieros la defiende con éxito. Pero la edad media y el siglo XVi no fueron tan afortunados   son sobradamente conocidos los desastres que produjeron las terribles inundaciones con las que el mar del Norte, rompiendo los diques, creó, en 1283, el Zuyderzee, y más tarde, el mar de Harlem.
Uno o varios fenómenos semejantes parecen haberse producido en la primera mitad del siglo IV antes de nuestra era. costando la vida a numerosas poblaciones cuyo fin terrible alcanzó gran eco en una parte considerable de Europa. La noticia de tales sucesos llegó hasta Grecia. Eforo, en su historia, terminada en 341, habla de las casas de los celtas arrastradas por el mar y de sus habitantes tragados por las olas. El número de víctimas —dice— es tan considerable que, a pesar de que los celtas constituyen una nación tan belicosa, las inundaciones provocadas por el mar les cuestan más hombres que las mismas guerras.
Es fácil figurarse la escena de desolación y terror que presenta una comarca fértil y poblada cuando de improviso la irresistible invasión de las aguas la sume en la destrucción y la muerte. Ese cuadro presenta rasgos que son comunes a todos los tiempos y lugares: la desesperación de las mujeres, sus quejas, los gritos y lágrimas de los niños.
Pero si hay algo característico de la época y la raza, es la conducta del guerrero galo del siglo IV. Ve que la muerte se aproxima y que cualquier esfuerzo para salvar a su familia resulta inútil. Entonces, viste su traje de guerra y, con la espada desnuda en la mano derecha, la lanza y el escudo en la izquierda, rodeado de su mujer y sus hijos que lloran, espera impasible la muerte: tiene fe en las enseñanzas de sus padres y sacerdotes; sepultado en el mar junto con sus armas y aquellos a quienes ama, en cuanto haya pasado la prueba de la muerte volverá a encontrarse con todos ellos en el otro inundo, donde revivirán llenos de salud y alegría. Y, con unas armas similares a las que se habrán tragado las aguas, recomenzará esta vida guerrera que por entonces —en el siglo IV a.J.C— proporcionaba a los celtas la felicidad, la gloria y la supremacía sobre todas las naciones vecinas.

5.

Algunos héroes fueron a guerrear al país de los muertos y de los dioses: tal fue el caso de Cuchulainn, Loegairé Liban y Crimthann Nia Nair. Leyenda de Cuchulainn.

Según las creencias célticas, la guerra parece constituir una de las principales ocupaciones de los dioses en las lejanas comarcas que comparten con los guerreros muertos. Allí es donde se continúan durante el período heroico —por ejemplo, en la época de Conchobar y Cuchulainn— los combates que nos describiera la epopeya mitológica al hablarnos de la lucha entre los Fomoré y las sucesivas poblaciones míticas de Irlanda: la raza de Partolón, la de Nemed y la de los Tuatha De Danann.
Cuchulainn es llamado un día al país de los dioses, una isla a la que se llega en barca desde Irlanda. Fand, diosa de maravillosa belleza, le ofrece su mano; pero el héroe sólo obtendrá esta seductora esposa con la condición de intervenir como auxiliar en una batalla que la familia de su prometida debe empeñar contra otros dioses. El acepta esta condición, resulta victorioso, desposa a la diosa que constituyera el premio por su victoria y regresa a Irlanda con ella.
Cuchulainn no es el único humano que, según la leyenda irlandesa, haya participado en los combates de los dioses en el otro mundo. He aquí otro relato conservado por un manuscrito de mediados del siglo XII.

6.

Leyenda de Loegairé Liban.

Un día los habitantes del Connaught estaban reunidos en asamblea cerca de En-loch, o el "lago de los pájaros", en la llanura de Ai. Con ellos se encontraban su rey Crimthann Cassa y Leogairé Liban, hijo de éste. Todos pasaron la noche en ese lugar; y a la mañana siguiente, muy temprano, cuando se levantaron, vieron, a través de la bruma que se levantaba del lago, un hombre que avanzaba hacia ellos.
Este hombre vestía un manto de púrpura y llevaba una lanza de cinco puntas en su mano derecha; sobre su brazo izquierdo llevaba un escudo con el pomo de oro; de su cintura pendía una espada con empuñadura de oro, y sus cabellos de un amarillo de oro le caían hasta los hombros. ¡Salud al guerrero que no conocemos!, dijo Loegairé, el hijo del rey de Connaught. Os doy las gracias, contestó el extranjero. ¿Cuál es la razón de tu venida?, preguntó Loegairé. Busco el apoyo de un ejército, replicó el desconocido. ¿De dónde vienes?, dijo Loegairé. Del país de los dioses —contestó el desconocido—. Me llamo Fiachna, hijo de Reta. Me han arrebatado mi mujer y he matado al raptor en un combate. Pero entonces he sido atacado por su sobrino, Goll mac Duilb, hijo del rey de Dun Maige Mell (es decir, de la fortaleza de la Llanura Agradable, uno de los nombres del país de los muertos). Lo he enfrentado en siete batallas y he sido vencido en todas. Hoy lucharemos de nuevo, y he venido a pedir ayuda. Hasta ese momento se había expresado en prosa, pero ahora continuó en verso:

I

La más bella de las llanuras es la llanura de las dos brumas,
A su alrededor corren ríos de sangre:
Batalla de guerreros divinos llenos de bravura,
No lejos de aquí, sino aquí cerca.

Hemos pisado la sangre generosa y roja
De unos cuerpos majestuosos y de noble raza;
Su pérdida causa dolor
Entre las mujeres proclives a las lágrimas rápidas y abundantes.

Primera matanza, la de la ciudad de las dos grullas;
Cerca de ella fue perforado un flanco:
Allí, en la batalla, cayó con la cabeza cortada
Eochaid hijo de Sall Sreta.

Con vigor combatió Aed, hijo de Find,
Lanzando el grito de guerra;
Gol mac Duilb, Dond mac Nera
Los guerreros de hermosas cabezas, también presentaron batalla.

Los buenos y bellos hijos de mi esposa
Y yo no estaremos solos:
Una parte de plata y de oro
Es el presente que ofrezco a quien lo desee.

La más hermosa de las llanuras es la llanura de las dos brumas,
A su alrededor corren ríos de sangre:
Batalla de guerreros divinos llenos de bravura,
No lejos de aquí, sino aquí cerca.

II

En sus manos hay escudos blancos
Adornados con dibujos de blanca plata,
Con espadas brillantes y azules,
Cuernos rojos de montura metálica.

Observando el orden de batalla prescrito,
Precedidos por su príncipe de rasgos graciosos,
Marchan, a través de las lanzas azules,
Blancas tropas de guerreros de cabellos ensortijados.

Conmueven a los batallones, enemigos,
Aniquilan a cuanto adversario atacan.
¡Qué hermosos son en el combate,
Esos guerreros rápidos, distinguidos, vengadores!

Grande es su vigor, y no es para menos:
Son hijos de reyes y reinas.
Sobre la cabeza de todos ellos
Luce una bella cabellera amarilla como el oro.

Sus cuerpos son elegantes y majestuosos,
Sus ojos de vista poderosa tienen pupilas azules,
Sus dientes brillantes se asemejan al vidrio,
Sus labios son rojos y delgados.

En la lucha saben matar guerreros;
Durante las reuniones en la sala donde se bebe cerveza, se escuchan sus voces
melodiosas.
Cantan en verso sabias palabras;
Ganan al ajedrez la partida de revancha.

En sus manos hay escudos blancos,
Adornados con dibujos de blanca plata,
Con espadas brillantes y azules,
Cuernos rojos de montura metálica.

Cuando el guerrero desconocido hubo terminado su canto partió, regresando al lago de donde acababa de salir. Loegairé Liban, hijo del rey de Connaught, gritó, dirigiéndose a los jóvenes que le rodeaban: ¡Caiga la vergüenza sobre vosotros si no acudís en ayuda de este hombre! Obedientes a ese llamado, cincuenta guerreros se alinearon detrás de Loegairé quien, seguido de éstos, se precipitó al lago. Después de algún tiempo de marcha alcanzaron al extranjero que había venido a invitarlos —es decir, Fiachna, hijo de Reta—. Tomaron parte en un feroz combate del que salieron sanos y salvos, además de victoriosos. A continuación fueron a sitiar la fortaleza de Mag Mell —o, como ya hemos dicho, de la Llanura Agradable, del país de los muertos— donde la mujer de Fiachna era retenida prisionera. Imposibilitados de resistir, los defensores de la plaza capitularon y devolvieron la libertad a su prisionera a cambio de sus propias vidas. Los vencedores se llevaron consigo a la mujer que habían liberado, quien les siguió cantando una pieza en verso que se conoce en Irlanda con el nombre de Osnad ingene Echdach amlabair, "Lamento de la hija de Eochaid el mudo".
Cuando Fiachna hubo recuperado a su mujer, dio su hija —llamada Der Grené, o "Lágrima del Sol"— en matrimonio a Loegairé. También cada uno de los cincuenta guerreros venidos con Loegairé recibió una mujer. Todos ellos permanecieron un año en su nueva patria; pero al cabo de ese tiempo sintieron nostalgia. Vamos —dijo Loegairé— a enterarnos de las noticias de Irlanda. Entonces, su suegro le dijo: Para que podáis volver, tomad caballos, montadlos, y no bajéis de ellos en ningún momento.
Loegairé y sus compañeros siguieron el consejo, se pusieron en camino y llegaron a la asamblea de los habitantes de Connaught, que habían pasado todo el año llorando su pérdida. La sorpresa de los habitantes del Connaught al encontrarse de pronto frente a una tropa de guerreros a caballo y reconocer en ellos a Loegairé y sus cincuenta compañeros, fue indescriptible. Llenos de alegría, se precipitaron a desearles la bienvenida. No os molestéis —dijo Loegairé—: hemos venido para deciros adiós. Crimthann, su padre, exclamó: ¡No me dejes! Tendrás el reino de los tres Connaught, su oro, su plata, sus caballos embridados; sus bellas mujeres estarán a tus órdenes; no los dejes. Pero Loegairé fue inconmovible: respondió que no podía aceptar y cantó en verso los prodigios de su nueva morada.

I

¡Qué maravilla, oh Crimthann Cass!
Es cerveza lo que cae cuando llueve.
Todo ejército en marcha tiene cien mil guerreros;
Se va de reino en reino.

Se oye la música noble y melodiosa de los dioses;
Se va de reino en reino.
Bebiendo en copas brillantes,
Se conversa con quien os ama.

********************************

Tengo por mujer mía
A Der Grené, hija de Fiachna.
Además, te cuento
Que hay una mujer para cada uno de mis cincuenta compañeros.

Nos hemos llevado de la llanura de Mag Mell
Treinta calderos, treinta cuernos para beber,
Nos hemos llevado el lamento que canta Maer,
Hija de Eochaid el mudo.

¡Qué maravilla, oh Crimthann Cass!
Es cerveza lo que cae cuando llueve.
Todo ejército en marcha tiene cien mil guerreros;
Se va de reino en reino.

II

¡Qué maravilla, oh Crimthan Cass!
Fui dueño de la espada azul.
¡Una noche de las noches de los dioses!
No la daría por todo tu reino.

Después de haber cantado esos versos, Loegairé dejó a su padre y a la asamblea de los habitantes del Connaught y regresó al país misterioso de donde había venido. La realeza fue repartida entre su suegro Fiachna y él; él es quien reina en la fortaleza de Mag Mell —o de la Llanura Agradable, donde van a morar los muertos— y tiene siempre por compañera a la hija de Fiachna.

7.

La recomendación de no desmontar del caballo en la antigua leyenda de Loegairé Liban y en la leyenda moderna de Ossin.

En esta leyenda existe un detalle característico sobre el que deseamos llamar la atención del lector: se trata de la recomendación de no bajarse del caballo mientras se encuentre en Irlanda que su suegro le formula a Loegairé Liban. Loegairé siguió ese consejo y pudo regresar sano y salvo a la maravillosa comarca donde encontrara una mujer, un trono y una felicidad sobrehumana.
La leyenda de Loegairé no es la única que nos haya conservado esa creencia mitológica, la existencia de la cual también es atestiguada por el ciclo osiánico (nos referimos a la forma más moderna del ciclo osiánico, tal como nos la ofreciera Michel Comyn en el siglo pasado, al escribir su célebre poema titulado "Ossin en la tierra de los jóvenes"). Ossin, como Loegairé, ha estado en una comarca maravillosa donde, después de obtener victorias, desposó a la hija del rey. Entonces se apoderó de él un irresistible deseo de volver a ver Irlanda, y dejó a su mujer con la intención de regresar pronto. Montó sobre un corcel maravilloso, bestia sobrenatural que conocía el camino de ida y vuelta a Irlanda. La mujer del héroe le hizo la misma recomendación que Loegairé Liban recibiera de su suegro: Recuerda, oh Ossin, lo que te digo. Si pisas la tierra de Irlanda no volverás jamás a esta bella comarca donde vivo.
Una inesperada circunstancia impidió que Ossin siguiera ese sabio consejo. Ya en Irlanda, un día quiso ayudar a trescientos hombres que tenían que transportar una mesa de mármol y que sucumbían bajo su carga. Al realizar un violento esfuerzo la cincha de oro de su caballo se rompió y Ossin cayó al suelo. Perdió la vista de inmediato, y su belleza, juventud y fuerza fueron reemplazadas por la decrepitud, la vejez y el agotamiento. Desde entonces le fue imposible volver a encontrar el camino que conducía al país seductor donde había dejado a su encantadora esposa. Tuvo que quedarse en Irlanda sin más consuelo que el recuerdo de un pasado perdido para siempre.

8.

Leyenda de Crimthann Nia Nair.

Acabamos de referirnos a lo que Michel Comyn escribió hace poco más de un siglo. Sin embargo, la literatura más antigua de Irlanda relata la historia de un héroe que fue aún más desdichado que Ossin; porque al caer, como éste, del caballo maravilloso, no sólo sufrió la ceguera, la vejez y la decrepitud, sino que murió. El héroe al que nos referimos es el rey supremo de Irlanda, Crimthann Nia Nair.
Ese personaje pertenece al ciclo de Conchobar y Cuchulainn. Su genealogía forma parte de los relatos que han dado a la raza irlandesa una muy grande reputación de inmoralidad. Lugaid era hijo de tres hermanos, Bress, Nar y Lothur; y Clothru, su  madre, era hermana de éstos. Como luego Lugaid se unió a Clothru, ésta fue sucesivamente su madre y su mujer; y de esta unión nación Crimthann.
Crimthann, hijo de Lugaid y de Clothru, se convirtió en rey supremo de Irlanda. Desposó a la diosa Nair, que se lo llevó allende el mar, a un país desconocido donde aquél permaneció un mes y medio y de donde regresó con gran cantidad de objetos preciosos: se habla de un carro íntegramente de oro; un juego de ajedrez de oro que tenía incrustadas trescientas piedras preciosas; una túnica bordada de oro; una espada cincelada en oro que representaba serpientes; un escudo con adornos de plata en relieve; una lanza que siempre producía heridas mortales; una honda con la que jamás se erraba el tiro, dos perros amarrados a una cadena de plata tan hermosa que se le estimaba un valor equivalente al de trescientas esclavas. Seis semanas después de su regreso a Irlanda, Crimthann murió a consecuencia de haberse caído de un caballo.

9.

Diferencia entre Cuchulainn por un lado, y Loegairé Liban y Crimthann Nia Nair por otro.

Las leyendas de Loegairé Liban y Crimthann Nia Nair presentan una característica común consistente en que el héroe, al regresar del país misterioso creado por la mitología, no puede bajarse del caballo sin exponerse a una desgracia segura: se diría que tal es la ley común. No obstante, Cuchulainn y su cochero escaparon de ella. Cuchulainn y el cochero —incluso podría decirse que el carro y los dos caballos que el sistema militar de los celtas primitivos asocia de forma inseparable a sus hazañas— tienen algo de sobrehumano; y, en más de un aspecto, están exceptuados de las leyes generales a las que está sujeto el resto de la naturaleza.
Al volver del país de los dioses trayendo consigo a la diosa Fand, a quien ha desposado, y a su cochero Loeg, que le sirviera de guía, Cuchulainn —lo mismo que Loeg— no manifiesta ningún efecto negativo derivado de tal viaje. En la leyenda homérica, al regresar de la isla de Calipso, Ulises no ha cambiado en absoluto. Cuchulainn ha podido, como Ulises, llevar a cabo su maravilloso viaje sin morir; Loegairé y Crimthann, por el contrario, al regresar de su visita al país desconocido no son más que espectros —en el sentido mítico que la imaginación popular atribuye aún hoy en Francia a esa palabra: espectros, es decir, muertos que abandonan su nueva patria por breve tiempo para ver de nuevo a sus parientes y amigos; apariciones fugitivas que no pueden tocar tierra sin desvanecerse de inmediato.
Cuando Michel Comyn determina que, ya de regreso de la región maravillosa de la eterna juventud, Ossin sobreviva bajo la forma de anciano caduco al accidente que le ha precipitado del caballo, le confiere —por el derecho que todo poeta conquista al escribir— un privilegio contrario a la tradición céltica. No obstante, en esta composición que cuenta apenas algo más de un siglo, resuena un último eco de la mas antigua enseñanza céltica sobre la inmortalidad del alma. El celta creía que el alma sobrevivía a la muerte, pero no concebía esta alma desprovista de un cuerpo semejante al primero; y digo semejante, salvo ciertas características: porque este cuerpo nuevo, inmortal en el país de los muertos, no podía pisar la tierra de los vivos sin morir.



[1]      Alexandre Polyhistor, frag. 138, en Didot-Müller, "Fragmenta historicorum graecorum", t. III, p. 239.
[2]      Diodoro, l. V, c. XXVIII, par. 6; edición Didot-Müller, t. I, p. 271.
[3]      Ammien-Marcellin, l. XV, c. 9.
[4]      Valerio Máximo, l. II, c. VI, par. 10, edición Teubner-Halm, p. 81, líneas 23-24.
[5]                       ... Regit idem spiritus artus

Orbe alio: longo; (canitis si cognita) vitæ

Mors media est.
Lucano, "Farsalia", l. I, versos 456-458.
El célebre pasaje de César, "De bello gallico", l. VI, c. XIV, par. 5, non inferiré animas, sed ab aliis post mortem transire ad alios, no contradice a ese pasaje de Lucano. El cuerpo al que, según la doctrina expresada por César, pasaba el alma del celta muerto, solía encontrarse, generalmente, en el otro mundo, y sólo excepcionalísimamente en éste.
[6]      Omnia quæ vivis cordi fuisse arbitrantur in ignem inferunt, etiam animalia, ac paulo supra hanc memoriam servi et clientes, quos ab iis dilectos esse constabat, justis funeribus confectis una cremabantur. César, "De bello gallico", l. VI, c. XIX, par. 4.
[7]      Vetus ille mos Gallorum occurrit, quos memoria proditum est pecunias mutuas, quæ his apud inferos redderentur, daré solitos. Valerio Máximo, l. II, c. VI, par. 10, edición Teubner-Halm, p. 81, líneas 19-23.

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