Desde los años de la Guerra Civil hasta hoy dos robos han sacudido las entrañas de la Iglesia en la R. de Murcia.
Del primero de esos robos, la Cruz de Caravaca, hablaremos de su místico origen en otro capítulo. Sin embargo, la leyenda y el misterio nunca se han despegado de ella, su robo es, en si mismo, un caso que bien merece un hueco en estas páginas.
El hecho más lamentable de toda la historia de la Cruz fue el acaecido en la noche-madrugada del día doce al trece de febrero de 1934. Fue un robo de carácter político-religioso, y quién sabe que más, que dejó consternada a la ciudad durante algunos años. Era el miércoles de ceniza cuando, por la mañana, se descubrió el sagrario abierto y vacío sin la Reliquia, habiendo dejado los ladrones la caja-estuche del siglo XIV donde se guardaba la Cruz. A las 9 del día trece corrió la noticia y la tensión suscitada fue enorme. Las diligencias y pesquisas judiciales y policiales no dieron resultado positivo.
Después de la guerra del 1936-39, las dependencias del Castillo fueron usadas como cárcel de presos políticos hasta el 1941, quedando posteriormente todo el recinto en estado de abandono, cerrado y sin culto religioso. Se suscitó un deseo grande de conseguir una nueva reliquia. Las gestiones dieron como resultado que el papa Pío XII concediese a Caravaca dos pequeñas astillas del “lignum crucis” que Santa Elena, madre del emperador Constantino, trajo de Jerusalén a Roma en la primera mitad del siglo IV.
En los días siguientes se improvisaron las fiestas (interrumpidas durante 7 años) con la reanudación del Baño del Agua en el Templete-Bañadero de las afueras de la ciudad. La Reliquia permaneció durante tres años en la Parroquia del Salvador, ya que el Santuario permanecía en estado de deterioro. Fue en el cinco de mayo del 1945, cuando la Cruz se subió a su templo del Castillo, custodiada ya por la Orden de frailes claretianos.
Sobre quién o quienes robaron la Cruz original se han vertido múltiples opciones, sin escapar ninguna de ellas a motivaciones de carácter místico.
Masones, templarios, Queipo de Llano... son tantos los grupos y nombres propios que se han vinculado al robo y posterior deposito de la Cruz, incluso se ha barajado la posibilidad de que tras ser robada nunca hubiera desaparecido de Caravaca, habiendo podido ser ocultada en alguna vivienda de familias influyentes de la época, o en alguna parroquia cercana. También se la ha ubicado en París, en los archivos secretos del Vaticano, en Sudamérica...
Las pesquisas recogidas hasta la fecha sólo hacen pensar que la Cruz esta oculta pese al paso de tantos años, e incluso quedan familias de Caravaca que guardan todavía mucha y valiosa información. La Cruz existe todavía, y podría aparecer en cualquier momento, pero esa será otra historia.
Años más tarde, la Catedral de Murcia, sufrió otro robo, el de las coronas de la Fuensanta y del Niño, este se produjo en enero de 1977, justo cuando se celebraba el 50 aniversario de su coronación canónica. Junto a estas piezas, los ladrones arramblaron con otras 22 obras de arte, incluidas un anillo y una cruz pectoral del Cardenal Belluga, cuyo valor total se calculó en unos 300 millones de pesetas de la época, sin lugar a dudas, toda una fortuna. Sólo la corona de la patrona lucía 5.872 piedras preciosas, entre brillantes, diamantes, zafiros, esmeraldas, rubíes y topacios. Junto con la del Niño, con 1.749 piedras.
El descubrimiento del robo conmocionó todo el país. Se establecieron controles en los puertos, aeropuertos y puestos fronterizos para evitar que las piezas salieran de España. Entretanto, la Policía reconstruía el itinerario de los hechos. Les bastó con seguir el rastro de candados y rejas cortadas a soplete.
Los ladrones accedieron al interior del templo entre las doce y las tres de la madrugada, a través de la puerta del Pozo, desde donde subieron a la Torre y recorrieron las bóvedas de la Catedral, hasta alcanzar la capilla de los Vélez. A ella descendieron por una espléndida escalera de caracol, entonces casi desconocida para la mayoría de los murcianos.
Las joyas no disponían de otra medida de seguridad que unos barrotes, aunque el Cabildo de la Catedral había manifestado en diversas ocasiones su preocupación por ello, además, y para colmo de males, no estaban aseguradas.
Algunas líneas de investigación, sin éxito, se centraron en los trabajadores que intervenían en la restauración de la capilla de Los Vélez y en algunas pistas que apuntaban al norte de España como posible lugar de destino de las joyas robadas, curiosa coincidencia con una las líneas de investigación ligada a la mencionada Cruz de Caravaca.
Si algo resultó evidente al concluir la investigación fue que los autores del robo eran especialistas, que sabían cómo y cuándo actuar y que sólo se apropiaron de piezas repletas de piedras preciosas, puede que para desmontarlas. El resto del episodio, cuando ya han pasado treinta años, continúa siendo un completo enigma, toda una leyenda, a la espera de soluciones.
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