El Castillo de la Concepción fue construido en el siglo XIV, aunque ya se tiene constancia que existía en épocas anteriores una fortificación. La situación de este yacimiento y construcción nos da una idea de la importancia que ha tenido a lo largo de la historia. Se encuentra en una de las cinco colinas sobre las que se fundó la ciudad de Cartago-Nova.
En este caso, la leyenda nos habla de los nobles señores de Lepe. Al parecer, estos tenían una hija, doña Sol, que desde niña estaba enamorada de don Mendo de Acevedo. Los padres de doña Sol se opusieron a esta relación, no porque la familia de don Mendo no lo mereciera, ya que eran de noble y puro linaje, sino porque no poseía patrimonio alguno y ellos querían para su hija, aparte del buen nombre, riqueza.
Don Mendo, sabedor de que la oposición de la familia de doña Sol era debida a su escasa fortuna, se marchó a la guerra, para alcanzar fama y riqueza. Su amada le animó, prometiéndole fidelidad absoluta.
Cuando don Mendo marchó, los padres casaron a la hija con un caballero, capitán de caballos, de Toscana, llamado don Rodrigo Rocatti Alvear.
Doña Sol lloraba desconsolada, y aunque cumplía con sus deberes maritales, odiaba con toda su alma a su marido.
Pasado algún tiempo, llegó al castillo de la Concepción, que habitaban los señores Rocatti y Alvear, un cautivo que había sido rescatado de Oran. Este cautivo contó a doña Sol que su amado, don Mendo, vivía aun, pero que remaba en una galera morisca y era inhumanamente maltratado.
Doña Sol se sentía consumida por los remordimientos, se sentía culpable de haber consentido su boda con don Rodrigo. Y bajo este peso, empezó a cobrar forma la idea de rescatar a don Mendo a cualquier precio.
Intento por varios medios comprar la libertad de su amado, pero nada pudo conseguir. Llego entonces el momento de ponerse al habla, mediante un esclavo moro, con el capitán del barco, donde don Mendo iba de galeote. Y así logro alcanzar un trato que ella nunca pensaba cumplir, entregar al capitán el plano de las entradas subterráneas del castillo. Lo que haría en realidad sería darle unas falsas indicaciones, a cambio el capitán le entregaría a don Mendo.
Pero todo salió mal, el esclavo descubrió el plan a don Rodrigo, y este, comprendió que su esposa estaba enamorada de otro hombre. Dejándose llevar por su cólera, condeno a doña Sol a la terrible muerte del emparedamiento. Esta aceptó la sentencia de su legítimo marido, sintiendo gravemente no poder salvar a don Mendo.
Antes de ser emparedada, estuvo unos días encarcelada. Pidió confesión, y por la tarde de su último día acudió a su celda un padre dominico, al que confesó, que moriría con tristeza por no poder salvar a su gran amor. El fraile profundamente emocionado, descubrió su verdadera identidad. Era don Mendo.
En un desesperado intento por salvar a su amada solicitó ser recibido por don Rodrigo, al que pidió el indulto de la joven. Indulto al que este se negó, pidiendo al clérigo que se identificara, a lo que este no dudo en responder su verdadera identidad, don Mendo de Acevedo. Don Rodrigo ordenó entonces a sus hombres que lo ahorcaran. Seguidamente bajó al subterráneo del castillo y comunicó a doña Sol el destino de su cómplice. Fue entonces cuando la llevaron hasta el sitio indicado por su marido para su triste final, una vez allí la joven dijo “Soy inocente. La sangre que mi esposo derrama caerá sobre su cabeza. Don Rodrigo quedáis emplazado, de aquí a veinte días, si soy inocente”.
Con aire tranquilo doña Sol se introdujo en el hueco preparado para tal efecto, y mientras los hombres tapiaban los últimos huecos se oía “emplazado quedáis, don Rodrigo, emplazado quedáis”.
Veinte días después, don Rodrigo, murió repentinamente, por lo que el cuerpo de la dama fue descubierto para darle cristiana sepultura.
Sin lugar a dudas, esta historia tiene grandes matices de cuento medieval. Pero debo añadir que en mis pesquisas en el citado Castillo de la Concepción, hoy día remodelado, pude recabar algunos testimonios dignos de mención. Como los del servicio de seguridad, los cuales aseguran haber visto una mujer paseando por los miradores del castillo, con un vestido de gasa azul. O cómo la alarma del sensor de movimiento, que salta con frecuencia durante las horas nocturnas. Por no mencionar, el testimonio de un policía local que ante la llamada del servicio de seguridad acudió al castillo de madrugada, y “literalmente” dice haber salido corriendo ante la presencia etérea de una extraña joven. ¿Será Doña Sol?
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