miércoles, 27 de febrero de 2019

POSEIDÓN (NEPTUNO), REY DEL MAR Y DE LAS AGUAS

«Canto ¡Oh Zeus! la gloria de tus dos hermanos Posidón y Hades, iguales a ti en nacimiento, pero inferiores en poder, porque tú les diste autoridad para gobernar los mares y las profundidades subterráneas», invoca el poeta.

  Y así es en efecto, casi todos los mitólogos consideran a Posidón uno de los dioses olímpicos, hijo de Cronos y de Rea, según el relato en que Zeus obliga a vomitar a su padre a los hijos que se había tragado, lógicamente tenía que ser mayor que Zeus, ya que éste fue el último de los vástagos que salvó a todos sus hermanos. Sin embargo, a medida que Zeus asentó su poder, por lo menos en el aspecto moral, Posidón pasó a ser, como Hades, «un hermano menor», mientras que Zeus, debido a su importancia, se convirtió simbólicamente en el mayor de todos.

  Posidón (al que se puede transcribir también como Poseidórt), transformado en un dios marino, llegó a Grecia con las ya citadas migraciones de los pueblos arios o indoeuropeos (la raza blanca por excelencia) introdujeron la utilización del caballo en el mundo mediterráneo. En principio pues fue un dios de los caballos, por lo que originariamente se representaba con un carro bélico tirado por hermosos corceles que pronto se convertirían en marinos cuando las nuevas leyendas le designaron estos dominios.

  Diodoro Sículo narra, en la Titanomaquia, que Posidón mandó la «escuadra olímpica» con tanto acierto que terminada la campaña al dios le tocó el gobierno de los mares, con sus costas e islas. Pero Posidón no se contentó con el reparto y argumentó que Zeus se había quedado con la parte de león: el Cielo y al Tierra. Fue entonces cuando intentó destronar a Zeus espoleando los celos de Hera y el orgullo de Atenea, pero fracasó por la intervención del gigante Briareo. El Tonante castigó a Posidón desterrándole un año en la Tierra y, como cualquier mortal, obligándole a vivir ganándose el sustento cotidiano con su esfuerzo.

  En la Tierra sirvió a las órdenes de Laomedonte, rey de Troya, hombre de carácter violento, ruin y embaucador, que le asignó la construcción de las murallas de la ciudad junto con Apolo, que por aquel entonces también estaba proscrito del Olimpo. Como al terminar el año ambos dioses exigieron el sueldo estipulado, el brutal monarca los expulsó a ambos con violencia (no sabemos si con conocimiento de causa o desconociendo la verdadera personalidad de sus «asalariados»). Entonces Posidón envió a la comarca un monstruo marino que hizo cundir el pánico entre los troyanos y Apolo, por su parte, mandó a un jabalí de enormes proporciones que terminó por asolar todo el país.

  El oráculo predijo entonces que no se calmarían las calamidades hasta que Laomedonte entregara al monstruo marino a su hija Hesione, exigencia que naturalmente el monarca troyano rechazó. Por casualidad acertó a pasar por allí el ya famoso Heracles, que iba en busca de aventuras (y a diferencia de Zeus en general no amorosas). El héroe dio muerte al monstruo y salvó así a Hesione, pero entonces una vez más el mezquino Laomedonte se negó también a entregarle en pago los caballos divinos que poseía y que le había prometido. Heracles volvió al frente de un ejército y, ayudado por Telamón, sitió y tomó Troya, dando muerte a Laomedonte y a toda su descendencia, excepto al joven Príamo, el único que había recriminado a su padre el incumplimiento de la promesa.

  Es así como Posidón juró entonces vengarse de Troya y así como Apolo dejó en paz a Príamo al subir al trono, comprendiendo que aunque ninguna culpa tenía del engaño de su antepasado, el rencoroso Posidón no pararía hasta ver destruida a la ciudad odiada. Eso sí, curiosamente, cuando en el comienzo de la Ilíada los aqueos deciden defender su flota resguardándola con un muro, tal como les había aconsejado el prudente Néstor, Posidón se opone, alegando que la nueva obra podía empequeñecer a la realizada por él en torno a Troya. Interviene el propio Zeus en términos conciliadores, pero él está decidido a destruir el muro de los aqueos. Al impedírselo sus divinos compañeros, se retira sin querer mezclarse en la lucha, y sólo se coloca en favor de los griegos cuando comprueba que están llevando la peor parte.

  Cuando los mortales se organizaron en polis o ciudades-estado, los dioses decidieron escoger cada cual una o varias para que en ellas se les rindiera culto. Entonces aconteció que dos o más divinidades escogieron la misma ciudad y las tensiones entre ellos estuvieron a la orden del día. Para evitar que la sangre divina (los dioses no tenían sangre, sino un líquido semejante: el icor, que se regeneraba constantemente) llegara al río, cuando se suscitaba algún conflicto lo sometían al arbitraje de otra divinidad imparcial o de algún mortal de reconocida prudencia. Sucedió que en estas disputas el pobre Posidón perdió casi siempre, quizá por eso su carácter ya de por sí agrio (recuerda mucho al de Hera) se tornó cada vez más desabrido.

  Así, por ejemplo, disputó a Helio (el Sol) la ciudad de Corinto, y Briareo, nombrado árbitro, se inclinó en favor del Sol. Quiso ser venerado en Egina, pero tuvo que cedérsela a Zeus. Naxos se la arrebató Dioniso. Apolo le ganó Delfos, Trecén fue para Atenea. Finalmente Hera se le adelantó en el culto de Argos. Las derrotas de Posidón eran seguidas por el estallido de una cólera inconmensurable que hacían desbordar los mares, lagos y ríos. Sin embargo, Posidón era señor de una isla maravillosa que tuvo un desgraciado final: la Atlántida, la cual una vez hundida daría paso al océano Atlántico.

  Posidón, a semejanza de Zeus, tenía también una esposa legítima, la diosa Anfítrite, la reina del mar, etimológicamente la que fluye en torno, la que rodea el mundo. Pertenece al grupo de las hijas de Nereo y Dóride, las llamadas Nereidas, pero aquí parece ser que el hosco dios sí que estaba profundamente enamorado de su esposa, otra cosa era que como la ascendencia de Posidón era tan titánida como la de Zeus, fuera tan don Juan como su hermano (pues hasta en esto pretendió emularle). Sin embargo, la pobre Anfítrite nunca pensó en vengarse, a semejanza de Hera, de los devaneos de su esposo, y es que quizá por mucho que Posidón tuviera «un amor en cada puerto» siempre regresaba solícito a los brazos de su hermosa Nereida. Curiosamente, la pareja no tuvo descendencia, aunque se les atribuye la paternidad de Tritón (posiblemente por eso Anfítrite comprendía más la misión de poblar de su cónyuge, al igual que hacía su augusto cuñado).

  Sin embargo, curiosamente también, mientras los hijos de Zeus fueron héroes bienhechores, los de Posidón (como veremos igualmente los de Ares) fueron casi siempre gigantescos monstruos maléficos y violentos. Así, por ejemplo, con Toosa engendró al cíclope Polifemo; con la gorgona Medusa al gigante Crisaor y al caballo alado Pegaso; con Amimone a Nauplio, terror de los aqueos; con Ifmedia a los Alóadas. Cerción y Esción, dos malvados bandidos, Lamo, rey de un pueblo antropófago y el cazador maldito Orion fueron hijos del dios. Finalmente los hijos que tuvo de Halia (la hija llamada Rodo dio nombre a la isla de Rodas, isla de las Rosas, por crecer fabulosamente la reina de las flores en este lugar), enloquecidos por Afrodita, tuvieron que ser sepultados vivos por su padre por haber querido violar a su propia madre.

  Halia, desesperada, se arrojó al mar. Los rodios le tributaron culto en la isla como la divinidad marina Leucótea. El perfume de las rosas de Rodas invade de tal forma el ambiente que, apenas se divisa la isla desde el barco, llega su grato olor como mensaje de que no todo fue malo en la descendencia de Posidón. Por otra parte, los atrevidos navegantes rodios dejaron su recuerdo en nuestro litoral con una de sus fecundaciones más hermosas: Rosas, en la singular bahía de la Costa Brava catalana.

  Y para terminar y no dejar tan mal sabor de boca del dios Posidón volvamos a la historia de su verdadero amor.

  Cierto día se hallaba Anfítrite bailando con sus hermanas nereidas en la isla de Naxos, ajena a las miradas de los dioses y los mortales. Había hecho votos de permanecer eternamente virgen, pero el Destino quiso que la viera Posidón y la danza era tan excitante que el dios juró que no pararía hasta hacerla su esposa, pero lo juró con una voz tan potente que todos se enteraron, incluso la misma Anfítrite, la cual, asustada, abandonó la isla y se ocultó en las profundidades del Océano, más allá de las columnas de Heracles (Hércules).

  Descubierta por los Delfines, fue raptada por Posidón (o conducida por ellos en un brillante cortejo) y entonces sí consintió en ser su esposa.

  Se representa Posidón en pie sobre las olas o en un carro acaracolado o formado por una concha y conducido por caballos marinos. Las ruedas son de oro y se halla rodeado de peces, delfines, animales marinos de todas clases, de Nereidas y genios diversos. Su figura es muy parecida a Zeus —el parecido en todo caso es de familia—, lleva la barba larga, pero más crespa que su hermano, quizá por estar impregnada de la humedad salina del mar. Su cuerpo es robusto y su aspecto venerable y hermoso. Lleva en las manos el tridente, símbolo de su poder, instrumento de los pescadores de grandes peces. Las tres puntas del tridente bien pudieran simbolizar las tres clases de aguas: las saladas del mar, las dulces de las fuentes y las dulces y saladas de los estanques. Además posee tres poderes sobre el océano: el de alterarlo, el de calmarlo y el de conservarlo.

  Así pues, he aquí como un dios terrestre, al asentarse sus devotos en un escenario marino, se transforma, adaptándose al nuevo elemento, adaptación que culminará con su matrimonio con una diosa de las aguas, que aportó a su vez en su séquito a todas las divinidades primitivas acuíferas de la Hélade. De esta forma, se constituyó un solo linaje y quedó así unificado el elemento agua con la tierra. Elemento acuífero que, según el filósofo Tales de Mileto (640 ?-547 a. C.), es el principio de todas las cosas, al igual que lo habían creído los babilonios y ¿no argumenta la ciencia moderna que la vida se originó del agua?

  Homero relata que cuando Posidón salía de los mares recorría el horizonte en tres zancadas y que a su paso se estremecían las montañas y los bosques. Se le atribuían los temblores de tierra, los movimientos extraordinarios del mar, así como los grandes cambios de ríos y torrentes. Tutelaba las murallas y sus cimientos, que protegía o podía arruinar según su voluntad. Su morada terrestre se la emplazó en el monte Argea, en el centro de Capadocia (Asia Menor); desde él podía observar sin esfuerzo el Ponto Euxino (actual Mar Negro) y el Mar Mediterráneo.

  Se le conocía también con los sobrenombres de Egeo, Basileo, Genesio, Petreo, Samio, Tridentífero (portador del Tridente). En los sacrificios ofrecidos en su honor, en especial en las poblaciones maritímas, se ofrecía la hiél de las víctimas (caballos, toros), quizá porque su sabor amargo recordaba en cierto modo a las aguas del mar.

  Finalmente, recordaremos que a semejanza de los otros astros y planetas «visibles a simple vista» o conocidos hasta el siglo XVIII, ostentan nombres de divinidades helénicas latinizadas: Mercurio (Hermes), Venus (Afrodita), Marte (Ares), Júpiter (Zeus), Saturno (Urano). El astrónomo Le Verrier impuso el nombre de Neptuno (Posidón) al planeta que descubrió en 1848; V. Lassell, por su parte, bautizó con el nombre de Tritón al primero de sus satélites, atisbado el mismo año. Por último, G. P. Kuiper puso el significativo nombre de Nereida (recordando a Anfítrite) al segundo de los satélites descubiertos de Neptuno. La Mitología pervive así en la Astronomía y llega hasta la época presente.

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