Pan es la divinidad más importante del séquito de Dioniso; dios de los pastores y los rebaños, se le consideró originario de la región de Arcadia, pero su culto se extendió por todo el mundo helénico e incluso más allá de sus fronteras. Los autores, como tantas veces sucede, discrepan sobre quiénes fueron los progenitores de Pan. Para algunos era hijo del propio Zeus y la ninfa Calisto, o del padre de los dioses y la ninfa Timbris. También se le supone hijo de Rea y de Cronos, y hasta de Urano. Para que su paternidad sea más ancestral, hay quien lo hace provenir del Éter. El mito de Hermes, engendrando a Pan en la hija del rey Driops, tuvo mayor fortuna y para que la confusión sea mayor un mito cuenta que Hermes se unió con la fiel Penélope, esposa de Ulises, y de ella tuvo a Pan. Así Pan queda relacionado con el ciclo homérico indirectamente, ya que no con Homero, pues éste lo ignora en sus dos grandes poemas (si es que atribuimos ambos: la Ilíada y la Odisea, cosa improbable, al rapsoda ciego).
Sea como fuere, por el papel desempeñado por Penélope como esposa de Ulises, es curiosa la leyenda mitológica que la supone concibiendo a Pan mientras su esposo se halla combatiendo ante los muros de Troya. Sin embargo, mucho más singular y erótica es la versión que afirma que fue de los secretos amores con todos los príncipes griegos que la solicitaron en ausencia de Ulises y por eso el fruto de esta mezcolanza adulterina fue Pan, que en griego significa todo (es decir «hijo de todos»). Si ello fuera así, encajaría la predicción del adivino Tiresias, cuando desde los infiernos profetizó a Odiseo que moriría lejos de su patria, cosa que realizaría al terminar por comprobar las continuas infidelidades de su supuestamente honradísima esposa. Asqueado, el héroe abandonaría Ítaca, tras el regreso de su fabulosa aventura.
Pan era representado como un genio, mitad hombre mitad animal. Su cara barbuda poseía una expresión de astucia bestial que resaltaba las numerosas arrugas y el mentón muy saliente. Su cornamenta caprina le conferían un aspecto demoníaco. El cuerpo velludo y los miembros inferiores de macho cabrío, terminados en unos pies provistos de pezuñas hundidas y patas secas y nerviosas, terminaban por completar su pavorosa figura. Lascivo y retozón, se mostraba irascible, en especial cuando era molestado durante la siesta. Un poder característico que todavía se menciona en el lenguaje actual es la de causar «pánico», un temor salvaje, inmotivado, que afecta a grandes grupos de personas y las obliga a huir como animales en estampida. ¿Cuántas veces hemos empleado pues la palabra pánico sin saber su origen?
Pan estaba dotado de prodigiosa agilidad; rápido en la carrera, trepaba fácilmente por las rocas y se escondía en la maleza para espiar a las Ninfas, objetivos predilectos para su deleite. Buscaba con fruición el frescor de las fuentes y la sombra de los bosques. Como generalmente no bastaban sus artes de seducción para satisfacer sus desenfrenados deseos sexuales, empleaba la fuerza, aunque no siempre con éxito, y de ello da testimonio la historia de la ninfa Siringa, una de las servidoras de Artemis. Pan la persiguió hasta la orilla del río Ladón y entonces los dioses, compadecidos de ella, la transformaron en una caña verde. Entonces Pan, como no sabía cuál era su amada, cortó varias cañas al azar y tras obtener siete tubos desiguales los unió paralelamente unos con otros y, llevándoselos a los labios, obtuvo así la siringa o flauta de Pan, primer instrumento de viento. En otra ocasión trató de violar a la casta Pitis, quien se le escapó metamorfoseándose en abeto. Pan cogió una rama del mismo y la llevó siempre como guirnalda.
Sin embargo, no todo fueron fracasos. Enamorado de la ninfa Eco, ciertas versiones afirman que finalmente pudo vencer su obstinación y unirse a ella. Quizá la terquedad del feísimo dios pudo más en ella que cualquier otra consideración estético-sentimental. Todo empezó, según la fábula, cierto día en que la ninfa Eco, virgen servidora de Hera, se puso de parte de Zeus. Entretenía a su señora para que ésta no notara las constantes ausencias de su divino esposo, y dotada de una gran facilidad de palabra, utilizaba este don para distraer a Hera. Pero llegó un momento en que la reina del Olimpo se dio cuenta y desterró a Eco de la morada celestial, condenándole además a no poder hablar sin ser preguntada; cuando esto sucedía, debía contestar con brevedad, repitiendo tan sólo las últimas sílabas de su interlocutora. Vagando por la tierra, Eco se enamoró del bello e insensible Narciso, que murió contemplando su propia figura en un estanque, pues se había enamorado de sí mismo. Eco, desesperada, paseó su tristeza por campos y bosques hasta que no tuvo más remedio que cobijarse junto a Pan, que la consoló.
Quizá la hazaña más famosa de Pan fue la ayuda que prestó a los atenienses en la batalla de Maratón contra los persas (490 a. C.). En la víspera de aquel decisivo combate, enviaron al corredor Filípide a Esparta solicitando ayuda. Según palabras del propio Filípide, por el camino se le apareció el dios Pan y le ordenó que cuando volviera a Atenas erigieran un templo en su honor, pues les iba a prestar toda la ayuda posible. Por esto, tras la victoria, al pie de la Acrópolis los atenienses levantaron en agradecimiento un templo al dios cornudo.
Aunque los poemas homéricos ignoren a Pan, en un autotitulado «himno homérico» se menciona que es hijo de Hermes y de la ya reseñada hija de Driops. Al nacer, su madre se asustó ante el ser monstruoso que acababa de traer al mundo. Hermes envolvió al bebé en una piel de liebre y se presentó con él en el Olimpo, mostrándolo a los demás dioses. Todos se regocijaron con aquel divino monstruito y, según algunos mitólogos, como todos se alegraron con él fue por eso que le pusieron por nombre Pan, es decir todo-todos. El que más se alegró con el singular pequeño fue Dioniso, y pronto lo incorporó a su séquito.
Pan es protagonista de una de las leyendas más fantásticas de toda la Mitología helénica. Durante el reinado del emperador Tiberio (14-37 d. C.), una nave se dirigía de Grecia a Italia cuando se vio misteriosamente obligada a pararse en alta mar, al tiempo que desde la lejana orilla se mencionaba el nombre del piloto egipcio que gobernaba la nave: «¡Thamuz!». «¡Thamuz!»… Éste de momento no respondió, pero al ser llamado por tercera vez prestó atención y a continuación oyó lo siguiente: «Cuando llegues a Palodes, diles que el gran Pan ha muerto». Así lo hizo el piloto, y los que le recibieron se llenaron de asombro y admiración, mezclando ésta con agudos lamentos. Al llegar a Roma, Thamuz fue llamado al palacio imperial y Tiberio, al que le gustaban toda clase de extrañas historias (recordemos que según la tradición durante su reinado ocurrió el suplicio de Cristo), después de consultar con los eruditos que siempre le rodeaban decidió que podía ser cierta la noticia, aunque quizá no se tratara propiamente del dios Pan, que como tal era inmortal, sino de un genio del mismo nombre.
Pan acompañó a Dioniso en su expedición a la India, mandando una parte del ejército como lugarteniente del dios de los beodos y se le atribuye el orden de batalla y la división de las tropas combatientes en tres cuerpos: ala derecha, izquierda y centro.
¿Cuándo el dios Pan provocó su proverbial pánico por primera vez? Fue en la guerra contra los Titanes, cuando hizo huir a éstos al soplar fuertemente una caracola que encontró a orillas del mar. Se le denominó también Agreo, Arcadio, Lampeo, Luperco, Mcnalio y Scoleto, y en Roma se le identificó a veces con Fauno y con Silvano.
Según otra interpretación, Pan acabó por simbolizar el dios Universal, el Gran Todo (de él derivaría la palabra Panteísmo, interpretación teológica que identifica a toda la Creación con dios, es decir «dios es todo»). Según el Cristianismo, la leyenda de la muerte de Pan debe de referirse al final de todos los dioses paganos y a la llegada de la nueva fe.
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