miércoles, 27 de febrero de 2019

DEMÉTER O CERES, DIOSA DE LOS FRUTOS Y DE LA AGRICULTURA

Deméter representa, en especial, la tierra fecunda y cultivada. En ciertas regiones de la Hélade se representaba con una cabeza de caballo rodeado de serpientes y de animales feroces, llevando en una mano un delfín y en la otra una paloma, símbolo quizá de la unión de los tres elementos y asumiendo de esta manera las funciones de la Gran Diosa Madre primitiva, propias de Gea y Rea, así como el misterio que rodeaba a una divinidad espuria al mundo griego pero muy atrayente por su misterio, procedente de Asia Menor. Sin embargo, en el Ática, Deméter aparece ya como la divinidad de los frutos y de la Agricultura, y es la que presidía la siega y todos los trabajos que ésta traía consigo, antes y después de la misma, no en vano los latinos la conocieron con el nombre de Ceres, de donde deriva un artículo alimentario de primerísima necesidad como los cereales: trigo, avena, centeno, arroz…

  Infancia y amores de Deméter

  La diosa era hija de Cronos y Rea, por lo tanto perteneció al grupo de las grandes divinidades olímpicas. En ella resaltaba una severa belleza en sus formas que recordaba a Hera y cuyos encantos se dejaban entrever bajo una cabellera rubia como las espigas maduras. Durante mucho tiempo suscitó una vivísima pasión amorosa en Posidón, pero Deméter rehusó entregarse a él y, para escapar a sus requerimientos, huyó a Arcadia, donde tomó la forma de una yegua y se mezcló con los mulos del rey Oncos. Sin embargo, Posidón la descubrió y, adoptando la forma de un hermoso corcel, se ayuntó con ella haciéndola madre del caballo Arión, que se hallaba dotado del don de la palabra y poseía los pies de la parte derecha parecidos a los de un hombre. También engendró de Posidón una hija, cuyo sobrenombre fue el de Despoina, es decir, señora, ama.

  Deméter experimentó una cólera tan viva por haber sido ultrajada por el dios de las aguas, que abandonó el Olimpo y tomó aspecto de una Erinia o Furia; acto seguido se ocultó en el fondo de una caverna abrumada por la vergüenza. Para volverla al Olimpo fue necesaria la intervención del propio Zeus. Deméter le hizo caso, pero antes de ocupar su lugar entre los inmortales se purificó en las aguas del Ladón. Entonces fue el padre de los dioses el que la asedió; Deméter también se hizo la esquiva hasta que tuvo que rendirse ante Zeus metamorfoseado en toro. El fruto de esta unión fue Core o Perséfone [Proserpina].

  Al parecer Deméter no fue insensible al amor, pues se prendó del héroe Jasón y fruto de sus relaciones fue un hijo llamado Pluto. Según una leyenda, Zeus, celoso de Jasón, lo fulminó con un rayo, aunque otros relatos refieren que vivió largos años e introdujo el culto de Deméter en Sicilia.

  Angustias y aventuras de Deméter ante el rapto de su hija

  Al famoso rapto ya nos hemos referido al hablar de Hades, el autor del mismo. Sea como fuere, resaltemos una vez más el tierno amor maternal de Deméter por su hija Perséfone. Al oír las desesperadas llamadas de ésta, Deméter se echó sobre sus hombros un velo oscuro y partió en su busca. Durante nueve días la valiente diosa recorrió la Tierra, sosteniendo entre sus manos luminosas antorchas hasta que, por fin, aconsejada por Hécate, preguntó al divino Helios si sabía algo al respecto: «Sólo Zeus y ningún otro inmortal o mortal es culpable, ya que él ha concedido tu hija a su hermano Hades para hacerla su esposa».

  Esta inusitada revelación dejó a Deméter anonadada, y desesperada e irritada volvió a abandonar el Olimpo; adoptando la figura de una anciana se refugió en las ciudades de los mortales, en las que anduvo errante por espacio de algún tiempo. En uno de sus viajes llegó hasta Eleusis y, hallándose sentada junto al palacio del sabio Céleos, que era rey de aquel lugar, las hijas de éste la interrogaron sobre quién era. Ésta explicó que había sido robada por piratas cretenses y conducida hacia allí. Buscaba un asilo y pensaba que a cambio de ello bien podría trabajar como nodriza o sirvienta. Quiso la actualidad que la mujer de Céleos, Metanira, acababa de dar a luz a un hijo Demofón y requirió los servicios de la supuesta nodriza. Cuando Deméter franqueó el umbral del palacio, su cabeza se erguía hasta las vigas del techo y se hallaba coronada de un halo divino. Llena de respeto, Metanira le cedió su propio asiento, mientras que la diosa estaba absorta pensando en su hija. Finalmente la joven Yambe, que era sirvienta ocasional en aquella casa, aunque hija presumible de Pan y de Eco y a quien se le atribuye la creación del verso yámbico, logró distraer a Deméter con sus payasadas y, con un brevaje a base de agua, harina y menta, consiguió animarla un tanto.

  Encargada de la crianza y educación del joven Demofón, Deméter por todo alimento soplaba con suavidad sobre él, lo frotaba con ambrosía y por las noches le pasaba por encima de las brasas encendidas, a fin de purificarle de su cuerpo mortal. Así el niño crecía como si fuera un dios, cosa que causaba general estupefacción. Metanira, deseosa de conocer la causa de tal prodigio, vigiló a Deméter y cuando descubrió que ésta colocaba al niño sobre los tizones al rojo vivo, dio un grito de espanto.

  La diosa se asustó y retiró rápidamente a Demofón del fuego, al tiempo que dirigiéndose a Metanira le advirtió: «Sin tu imprudencia este niño podría haber alcanzado la inmortalidad y la eterna juventud, ahora lo has estropeado todo». Acto seguido se dio a conocer y ordenó que en Eleusis se le consagrara un templo en su honor, en donde los iniciados en sus misterios cantaran su gloria. Poco después abandonó aquel palacio.

  Sin embargo, antes de despedirse deseó poner de relieve su gratitud hacia quienes tan confiadamente la habían recogido y regaló a Triptolemo, hijo mayor de Céleos, el primer grano de trigo (en algunas versiones fue al propio Triptolemo y no Demofón o Demofonte a quien intentaría concederle la inmortalidad). Deméter le enseñaría también el arte de uncir los toros a los carros y todo lo relacionado con la siembra y la cosecha. También le regaló un carro alado, con la misión de recorrer en él el mundo y enseñar a todas las gentes los beneficios de la agricultura. Iriptolemo recorrió la Arcadia y enseñó a su rey Arcas la germinación del trigo y a preparar con él el pan; en todo el ámbito de su país fundó numerosas ciudades y después viajó por la Tracia y Sicilia, llegando hasta Escitia, donde su rey Lincos quiso atentar contra su vida y Deméter lo transformó en lince. Tras otras aventuras regresó a Eleusis, y allí, según cierto relato (en el que Céleos no es mencionado como padre del héroe), envidioso el rey decidió matar a tan extraordinario benefactor; Deméter lo impidió y, con ayuda de la diosa, Triptolemo obtuvo el trono eleusino.

  Venganza y apoteosis de Deméter

  Sin haber hallado consuelo ante la desaparición de su hija, Deméter se retiró al templo que le habían erigido y allí preparó para los hombres (que por cierto no tenían ninguna culpa, pero la venganza continuaba siendo el placer de aquellos dioses ¿sólo de «aquellos»?) un año durísimo y cruel: la tierra se agostó y no creció en ella ninguna simiente. Zeus intervino en favor de la raza de los humanos y envió a Iris, que entonces actuaba de divina mensajera (recordemos el Arco Iris, símbolo de alianza entre Yahvé y Noé después del Diluvio), para que intercediera ante Deméter. Al no obtener ningún resultado positivo, todos los dioses suplicaron a la desconsolada diosa para que depusiera su actitud. Deméter declaró que no permitiría que la tierra diera más frutos mientras no hubiera podido volver a ver a su amada hija.

  Zeus, que conocía perfectamente su paradero, envió a Hermes a los Infiernos para intentar rescatar a Core, la cual según el mito es entonces cuando empieza a denominarse Perséfone. Hades se doblegó a la voluntad de Zeus, pero antes de devolver a su mujer a la tierra le hizo comer algunos granos de una especie de granada, fruto que provocaba la unión indisoluble de los esposos. Cuando Perséfone regresó ante su madre, ésta se precipitó sobre ella llena de alegría y, abrazándola con júbilo, le dijo: «Hija mía ¿no habrás probado algo en los sombríos Infiernos? Si es así no tendrás más remedio que regresar a las profundidades de la tierra». Perséfone confesó que había probado el fatal fruto.

  Para apaciguar el resentimiento de Deméter, Zeus decidió entonces proponer una transacción. Mientras aquélla volvería a ocupar su lugar en el Olimpo, Perséfone dividiría el año entre el Infierno y su madre. Aceptado el pacto, Deméter enseñó a los reyes su ciencia divina y les inició en sus misterios sagrados, mientras la tierra volvía a cubrirse de plantas, flores y frutos. Poco después regresó a la morada divina.

  Poética explicación, pues, de por qué cada año, cuando llega la estación fría, la tierra se llena de tristeza y cambia de verdor por el luto más glacial, sin flores en los campos, ni hojas en los árboles, y es porque, según el mito, Perséfone vuelve al encuentro de su esposo en las espesas tinieblas; las simientes se hallan a la sazón ocultas en las entrañas del suelo y duermen el sueño invernal. Pero cuando suena la hora mágica y embalsamada de la primavera, la tierra viste sus mejores galas, adornándose con mil especies de flores para celebrar el regreso de Perséfone junto a su madre y toda la naturaleza estalla en una sinfonía de luz y color.

  Los misterios Eleusinos

  El acontecimiento del regreso de Perséfone a su madre dio ocasión en Grecia a la celebración de grandes fiestas. En el Ática tenían lugar las Tesmaforias, pero en este caso recordaban la partida de la diosa a los Infiernos. Estaban reservadas para las mujeres casadas y duraban tres días. Según Herodoto, habían sido importadas de cultos en cierto modo semejantes practicados en Egipto y que tenían que ver con el ciclo consagrado a Osiris y las periódicas inundaciones del Nilo. El regreso de Perséfone se festejaba con las pequeñas Eleusinas, que se celebran en el mes de febrero y que anunciaban la próxima llegada de la primavera.

  Cada cinco años tenían lugar las grandes Eleusinas, dirigidas únicamente a Deméter, que consistían en desarrollar los misterios de los que la diosa era protagonista, al tiempo que se recordaban los sabios consejos y leyes que Deméter, tras su venganza, había dado a los mortales. Se celebraban en Atenas y Eleusis. El primer día, los efebos atenienses marchaban a Eleusis para recoger los objetos celosamente guardados en el templo de la diosa. Se formaba entonces una procesión y los llevaban a Atenas, al lugar denominado Eleusino, emplazado al pie de la Acrópolis. Al día siguiente, los fieles o mystes juzgados dignos de participar en los misterios, eran convocados en Atenas por el Hierofante y acto seguido se purificaban en el mar. Tras haberse bañado, sacrificaban unos cerdos que previamente habían traído consigo. Por último, tenía lugar la procesión de retorno a Eleusis con el fin de guardar de nuevo en el templo los objetos sagrados. En cabeza del séquito iba una estatua de Dioniso, denominado también Iaco, asociado desde tiempos remotos al culto de Deméter.

  En Eleusis se celebraban entonces los misterios propiamente dichos, en los cuales únicamente podían participar los iniciados y a los cuales se les prohibía la divulgación de tales ceremonias; por eso el gran dramaturgo eleusino Esquilo (525-456 a. C.) estuvo a punto de ser ejecutado cuando se sospechó que lo había realizado en parte en una de sus tragedias. La ceremonia de la iniciación se realizaba por la noche, durante la cual los aspirantes se reunían junto al templo, se coronaban de mirto y, tras lavarse las manos, escuchaban atentos la lectura de los preceptos de Deméter; después tomaban un refrigerio y acto seguido penetraban en el santuario, en donde reinaba la más completa oscuridad. Allí asistían a un drama litúrgico cuyo argumento se basaba en el rapto de Perséfone.

  De pronto la tenebrosa oscuridad era rasgada por una vivísima claridad y aparecía la estatua de Deméter vistiendo las mejores galas, el juego de luces y sombras dirigidos por el portaantorcha, el cual junto con el hierofante (ambos pertenecientes a las dos familias de más rancio abolengo de Eleusis), cuidaba del buen desarrollo de la ceremonia. A continuación se simulaba la entrada de espantosos espectros y monstruosas figuras, hasta que por fin se restablecía la calma y entonces se abrían las dos enormes puertas del recinto y a través de ellas a la luz de las antorchas se percibía un delicioso jardín, que a continuación sería el escenario ideal para las danzas, las fiestas y el placer. Era entonces cuando en este campo que simbolizaba los Campos Elíseos o el Paraíso tenía lugar la verdadera revelación o autopsia de los secretos de los misterios de Eleusis, cuya divulgación era castigada tal como ya hemos citado con la pena capital. Sea como fuere, eran una forma de ascetismo en la que sus fieles, recordando la esterilidad (muerte) provocada por la estancia en los Infiernos de Perséfone, esperaban la resurrección o vida en el Más Allá, simbolizada por la germinación de los frutos o vuelta de Perséfone con su madre.

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