miércoles, 27 de febrero de 2019

ORGANIZACIÓN DEL OLIMPO

Por fin Zeus, cuya última evolución de las creencias lo identifican con la potencia universal que encarna el Cosmos (no en vano en la declinación helénica el genitivo de Zeus es Dios y en la mitología germana anterior a Wotan u Odín se halla Ziu, el dios padre indoeuropeo [Daius Pitar = Dios Padre]), pudo dedicarse a organizar su reino, terminadas las grandes guerras contra titanes y gigantes.

  Se relata que en la morada terrenal del Olimpo y en la cúspide de tan alta montaña erigió el «padre de los dioses» una ciudadela. Los mitólogos historicistas quieren ver en Zeus a un rey helénico o indoeuropeo, quien apostado con sus súbditos en la fortaleza olímpica rechazó varios asaltos de pueblos invasores, así como de malvados bandidos. Intentan dar así una explicación real y humana, en especial a la Gigantomaquia.

  Los poetas y escritores helénicos cuentan que los vientos, la lluvia, las nubes no osaban acercarse a la cima del Olimpo, morada de eterna primavera. A propósito de este lugar, Solino escribe lo siguiente:

  «El punto más elevado se llama cielo y en él hay un altar consagrado a Zeus. Las entrañas de las víctimas allí sacrificadas se resisten al soplo de los vientos y a la impresión de las lluvias, de suerte que al otro año se encuentran en el mismo estado en que se dejaron. Lo que una vez se consagró al dios queda en todas las épocas al abrigo de las impresiones del aire. Las letras impresas en la ceniza permanecen sin borrarse hasta que se repiten las ceremonias al año siguiente».

  El nombre de Olimpo no solamente se dio a la parte del Cielo donde Zeus estableció su morada y al monte tantas veces mencionado, sino también en sentido más metafórico a la reunión de dioses que deliberaban en asamblea. Los dioses estaban sujetos como los hombres a la necesidad de alimentarse, pero no con los mismos elementos. En el banquete divino se servían como manjar la ambrosía y el néctar como bebida, ambos destilados de los cuernos de la cabra Amaltea, que alimentó a Zeus cuando era niño. Los dos elementos recreaban los sentidos, embalsamaban el ambiente, otorgaban la juventud y la dicha y aseguraban la inmortalidad. La ambrosía era nueve veces más dulce que la miel, de forma que comiendo miel se prueba la novena parte del placer que se sentiría tomando ambrosía. Según Homero, el néctar era de color rojo y no menos aromático y grato al paladar.

  Las dinastías de Urano y Cronos significaron la época de los grandes cambios y trastornos en la naturaleza, período de formación de los elementos en que nada podía ser estable ni duradero. El gobierno de Zeus —tercera dinastía divina— es el período de la estabilización. La Tierra ha alcanzado la madurez y el aire y el mar han llenado los espacios vacíos dando a la naturaleza los principios vitales, germen de nuevos seres que habían de poblar el mundo terrestre. Pero Zeus no puede con todo y decide el reparto del Universo. Dos son los hermanos que más han ayudado al triunfo final: Posidón, a quien cederá el gobierno del mar, y Hades, al que confiará las profundidades terráqueas. La nueva organización está ya en marcha y ya nadie podrá destruir el mito del invencible Zeus, de sus hermanos y de los olímpicos: Hera, Atenea, Apolo, Artemis, Hermes, Hefesto, Hestia, Leto, Deméter, Ares y Afrodita… además de Dioniso, divinidad errante terrestre.

  ZEUS, EL DIOS SUPREMO

  Así Zeus, tras su accidentado nacimiento y luchas posteriores, se convirtió en la divinidad suprema del Olimpo, dios de la luz del día, del cielo y de los fenómenos atmosféricos, soberano de dioses y de hombres, que lo conoce todo, tanto el presente como el porvenir. Es todopoderoso, sabio, justo y bueno. Establece el destino del Universo, él mismo se halla sometido a aquél para que esta especie de humillación se tome como ejemplo de humildad, aunque en realidad el Destino es una emanación del propio Zeus. íntimamente relacionado con esta cualidad se hallan las Moiras o Parcas.

  Una angustiosa predestinación basada en una fuerza fatalista envuelve toda la Mitología y la mayor parte de las grandes obras literarias helénicas. Todo ello puede resumirse en: «lo sucedido es porque estaba escrito», ante la disyuntiva de cambiar el curso de los acontecimientos Zeus se inhibe, aunque no sea ello un sentimiento de impotencia. ¿No consiente el mal o lo permite el Dios de los cristianos y según sus teólogos Él sabe por qué lo hace?…

  Aunque Hesíodo nos relata que Zeus nació en la isla de Creta en el monte Lictos, otros autores discrepan y aseguran que su cuna estuvo en el monte Dicteo o en el Ida, por el que tanta preferencia sentía Homero, según puede leerse en muchos pasajes de la Ilíada, el gran poema que como veremos narra la guerra de Troya. Los beocios creían que el soberano de los dioses había nacido en Tebas, su ciudad más importante (no confundirla con la Tebas de Egipto); los aqueos en Eges, una de sus principales poblaciones; los etolios en Oleno; los mesonios en Mesenia; los arcadios en el monte Liceo…

  Así pues, cada pueblo helénico lo hizo compatriota suyo, cosa comprensible y lógica y fenómeno que ha sucedido siempre en todos los tiempos y lugares con personalidades tanto divinas como históricas. Sin embargo, era casi creencia común que la primera infancia del dios se desarrolló en el escenario de la alargada isla de Creta, al sudeste de la Grecia continental y bañada por el mar Egeo, en donde había florecido una refinadísima civilización mucho antes de las invasiones propiamente históricas de pueblos helénicos. Allí según la tradición, su madre Rea lo confió a las Ninfas y a los curetes, habitantes de aquellos parajes; a los que pidió que bailasen sus ruidosas danzas guerreras a fin de que la criatura divina no delatase con sus gritos su presencia a Cronos, deseoso de devorarlo. Su nodriza fue la ninfa (o, según algunos relatos, la cabra). Amaltea, que le dio su leche. Al parecer al morir esta cabra, tal como ya esbozamos, Zeus se hizo una armadura con su piel que se conoció con el nombre de égida y cuya potencia pudo comprobar en los combates ya narrados contra los titanes y los gigantes.

  El niño divino fue también alimentado con miel que destilaron expresamente las abejas del monte Ida (la palabra miel proviene de la voz griega melita = abejas, es decir, la fabricadora de miel, el escenario mediterráneo con su «monte bajo» amante de la sequedad: romero, tomillo, espliego, menta… es ideal para la obtención por insectos tan laboriosos de producto tan dulce y nutritivo). Según los tratadistas de mitologías comparadas, existieron unos trescientos dioses en los panteones de los pueblos que pueden identificarse con el Zeus helénico. Los cretenses, ya en la antigüedad, no se contentaban con mostrar el lugar donde según ellos, había nacido el padre de los dioses, sino que también mostraban la «tumba de Zeus» en Cnossos con la inscripción Cigit Zan (aquí yace Zan = Zeus), lo que producía una gran curiosidad entre la mayoría de gentes que iban a visitarla y un gran escándalo para los mitógrafos y poetas.

  Teniendo en cuenta esta importancia, se comprenderá que quizá los fragmentos mitológicos helénicos más extensos se hallen dedicados a la figura de Zeus, que aparece en casi todos los relatos. De éstos probablemente los más conocidos sean las innumerables aventuras amorosas que tuvo con sus esposas y amantes, unas divinas y otras mortales. El número de sus hijos legítimos o ilegítimos se evalúa en unos ciento cincuenta.

  La procreación aparece en Zeus como manifestación de una acción providencial y no debemos escandalizarnos como hicieron los primeros escritores cristianos ante aquellos relatos, pues hay que penetrar antes en el mundo sociocultural de las gentes que crearon aquella mitología, lo cual no quiere significar que los griegos (aunque con una conducta muchísimo más laxa que la moral estricta cristiana) siguieran habitualmente los ejemplos que mostraban cotidianamente sus dioses. Para explicar los orígenes del mundo y su desarrollo y poblamiento era necesario el que se permitieran uniones sin excesivo prejuicio e incluso muchas de ellas terminarían siendo castigadas.

  Así pues los poetas y mitógrafos se esforzaban por reconocer las profundas razones que llevaron especialmente a Zeus a dar hijos a los mortales. Así explicaban el nacimiento de Helena por el deseo de disminuir la población excesiva de Grecia y Asia, provocando un conflicto sangriento. El nacimiento de Heracles por la intención de suscitar a un héroe invencible capaz de librar a la tierra de monstruos maléficos. Es el superhéroe fraguado constantemente por la mentalidad humana en todo tiempo y lugar y en todas las literaturas y mitologías, quijotesco caballero intachable cuyo reflejo es el Superman de los cómics juveniles o algún ser de otra galaxia o un poderoso arcángel de las creencias cristianas, lo cual confirma la ilusión de que el «retorno de los dioses» ha comenzado.

  Primeros matrimonios divinos de Zeus y nacimiento de Atenea

  La primera esposa (o según algunos mitólogos amante) de Zeus con carácter divino fue Metis, hija de Océano y de Tetis, y encarnación de la Prudencia o la Sabiduría (y en el mal sentido de la Perfidia). Ella fue quien le proporcionó la droga que obligó a Cronos a devolver todos los hijos que se había tragado. Algunos tratadistas opinan que Metis sólo estuvo asociada a Zeus para el mejor gobierno del mundo, ¿y por qué no pensar que ésta, como el Destino es también solamente una emanación del Dios padre? Lo propio puede decirse, como veremos, de la unión con Temis (la Justicia) y de la propia hija de Zeus y Metis, Atenea (la Sabiduría).

  Pero volvamos a nuestro relato, sea como fuere, la asociación de Metis con Zeus debió ser muy íntima, porque aunque la diosa se resistió a las acechanzas de su augusto colega, adoptando diversas formas, terminó por quedar embarazada de éste. Entonces Urano y Gea, llenos de envidia, anunciaron que si Metis daba a luz un hijo varón, éste un día destronaría a Zeus, como había sucedido con Urano y Cronos.

  El padre de los dioses no lo pensó dos veces, cogió a Metis y se la tragó junto con el ser que tenía dentro de sus entrañas. Esta divina antropofagia permitió a Zeus asimilar toda la sabiduría y la prudencia (según el relato tradicional se trataría pues no de una emanación sino de una absorción, creencia corriente en muchos pueblos primitivos y no tan primitivos, como por ejemplo, los aztecas, que consistía en sacrificar al enemigo o a una víctima propiciatoria, guerrero o caudillo propio, y comérselo todo o en parte, en especial visceras o entrañas, como una especie de comunión para adquirir sus cualidades).

  Cuando llegó la hora del parto, un violentísimo dolor de cabeza atacó a Zeus, tan atrozmente que mandó a su hijo Hefesto [o Hefaistos], encargado de forjar las armas divinas en una fragua situada en las entrañas de la tierra, que le propinase un hachazo en el punto en donde le dolía. Obedeció Hefesto y de la brecha que le produjo salió una joven ya adulta de serena belleza, completamente armada, lanzando jubilosos gritos de victoria y blandiendo una jabalina. Fue la diosa Atenea [o Minerva], diosa de la inteligencia y del ingenio y protectora de los guerreros (semejante a lo que después serían las walquirias germánicas), además de erigirse más tarde como patrona de Atenas.

  Zeus amó después a Temis (al igual que sucede con Metis hay mitólogos que niegan el casamiento y afirman que Temis sólo fue acompañante de Zeus, tal como hemos citado como diosa de la Justicia). De esta unión conyugal o tan sólo íntima tuvo varias hijas: las Estaciones [las Horas], llamadas respectivamente: Eirene o Irene (Paz), Eunomía, (Disciplina) y Dike (Justicia). Luego las Moirasy a mencionadas como agentes del Destino. Este matrimonio o unión con Temis representa la encarnación del Orden Eterno y de la Ley, posee un indudable valor simbólico y quiere mostrarnos como Zeus, comprometido en no torcer el Destino, ha de ser también guardador de la Ley, la debe cumplir y hacer cumplir, porque es la Ley misma.

  Amores de Zeus con otras diosas

  Pero la carrera amorosa de Zeus no había hecho más que empezar. Eran tantas las diosas de singular belleza que tenía a su alrededor, y le costaba tan poco expresar su deseo amoroso para verse complacido… que era muy difícil sustraerse a la apasionada llamada de Eros… y es que si el ser humano «no es de piedra», los dioses griegos… mucho menos, y Zeus no constituyó ninguna excepción, muy al contrario, dio ejemplo, corregido y aumentado, de lo que en los demás era cosa normal y corriente, y además estaba «justificado»…

  Así pues, pronto se unió con Eurinome o Eurimedusa, hija también del Océano y Tetis, mitad ninfa, mitad pez de cuya unión nacieron las tres Gracias (en griego Cárites), llamadas Aglae, Eufrosine y Talía, que eran originariamente espíritus de la vegetación o de los árboles (recordemos que en catalán el fruto de los robles y encinas, la bellota se traduce por aglá, voz que recuerda una de las «Gracias»). De Mnemosine, otra titánide que simboliza la Memoria, tuvo al cabo de un año a las Nueve Musas, todas de una vez, porque según la leyenda Zeus hizo el amor con Mnemosine en Pieria durante nueve noches seguidas. Las nueve Musas presiden el pensamiento en todas sus formas y luego forman el cortejo de Apolo (como veremos más adelante).

  Con otras de sus hermanas, Deméter [Ceres], engendró a Perséfone [Proserpina], cuya atrayente pero trágica odisea explicaremos también en otro lugar.

  Según Hesíodo, hasta este momento no hay que situar la boda sagrada con Hera, su propia hermana. Dado su importancia y trascendencia, le dedicaremos un apartado.

  Se había concertado ya su matrimonio con Hera y el inconstante Zeus se enamoró de Leto [Letona], hija del titán Ceo y de la titánida Febe, y de ella tuvo a Apolo [Febo] y Artemis [Diana].

  Según una leyenda, cuando Leto se hallaba encinta de los dos gemelos divinos, la celosa Hera obtuvo de la Tierra la promesa de no dar albergue a su rival, de forma que ésta no podría dar a luz a sus hijos en ningún lugar donde brillasen los rayos del Sol. Por esto Leto andaba errante sin poder detenerse jamás. Afortunadamente, Posidón tuvo lástima de la gestante y, para complacer a Zeus, levantó las olas del mar, fabricando una especie de bóveda líquida por encima de las isla de Delos que hasta entonces había sido una isla flotante y estéril. Leto pudo esperar así el ansiado alumbramiento. Todas las diosas acudieron a asistirla, excepto Hera e Ilitía, la diosa que presidía los partos; su ausencia impedía que aquel acto se produjese. Finalmente, las demás diosas enviaron a Iris como mensajera, prometiendo a Ilitía un collar de oro y ámbar de nueve codos de longitud, y gracias a ello, acudió en auxilio de la desgraciada. Así pudieron nacer los dos bebés olímpicos.

  Como recompensa, la isla de Delos dejó de ser errante y quedó fijada en el fondo del mar por cuatro columnas, que la sostenían sólidamente. Cambió de denominación, pues de llamarse primero Ortigia, se denominó a partir de entonces Delos, la brillante, por haber sido la cuna de Apolo, dios de la luz.

  Zeus se unió también con Dione, otra de las titánidas, y según una versión que se aparta de la tradicional engendró en ella a Afrodita. Pero no paró ahí la cosa, pues tuvo otros amores «adulterinos» y fruto de ellos nacieron algunos dioses más. Así de Electra, hija del titán Atlante, tuvo a Dárdano; de Maya, otra hija de aquél, nació Hermes (Mercurio), el mensajero divino. Táigete, también hija de Atlante, le dio a Lacedemón (y es que cuando le atraía un vástago femenino de una familia divina no paraba después hasta irse uniendo con el resto de hermanas, si las había). Táigete sólo se entregó al dios hallándose desmayada. Al volver en sí, avergonzada, fue a ocultarse en Laconia (Esparta), en la actual subpenínsula de Morea, al sur de Grecia, en el monte al que dio su nombre y desde el cual, según la tradición, los espartanos despeñaban a todo el que nacía deforme o con alguna tara física o psíquica, todo ello para preservar la pureza de la raza. Finalmente de Perséfone, a quien se unió en forma de serpiente, tuvo a Zagreo.

  Amores de Zeus con las mortales

  Zeus había acabado la lista de inmortales a quienes amar. Entonces pensó que las hijas de los hombres descendientes de Pandora (a las que nos referiremos más adelante) le podían proporcionar excitantes aventuras. Y como por algo era el Ser Supremo, aunque no necesitaba justificar sus actos, los mitólogos desearon hacerlo para que nadie pudiera acusarle de «abuso de poder». Fue entonces cuando, ante la maldad e injusticia que reinaba en el mundo o ante la gran cantidad de monstruos que asolaban los caminos y las ciudades ¿quién mejor que Zeus para procrear los héroes o semidioses necesarios para librar a la humanidad de tan indeseables plagas? Y si era a la humanidad, era lógico que contribuyera una mortal para agradecer así tan señalado favor. Guardando todos los respetos y sin el erotismo consiguiente ¿no se encarnará el Dios de los cristianos en una virgen?…

  De esta forma, las «adulterinas» andanzas de Zeus con solteras o casadas de la tierra no se interpretarían como desahogos de la carne o materia inmortal del dios supremo, sino deseos nobles de contribuir a hacer el bien y perpetuar entre los mortales la especie divina. Así los maridos burlados, los padres ofendidos y las muchachas forzadas no tomarían a mal que el dios holgara con ellas, antes al contrario, sería un honor y además le deberían estar agradecidos. De estas uniones ilícitas nacerían héroes (verdaderos «supermen» de la época) que asombrarían al mundo y a las generaciones venideras y todos contentos… Mejor dicho: todos no. La diosa Hera, su esposa legítima, no aceptaba tales explicaciones y persiguió con saña a sus rivales y a sus hijos, los semidioses que Zeus se sacaba de la manga con tanta facilidad, y si no pudo eliminarlos del todo, no sería por falta de ganas.

  Para escapar de la ira de su esposa o para tener acceso libre a la mortal, Zeus empleó con frecuencia toda su astucia, presentándose bajo formas diversas: humanas, animales o naturales. Veamos a continuación algunas de las más significativas:

  La primera de las aventuras fue con Níobe, hija de la ninfa Laodice. Las ninfas eran divinidades secundarias que poblaban los campos, el bosque y las aguas, personificando la fecundidad y la gracia de la riente naturaleza. En la época homérica pasaban por ser hijas del propio Zeus, con frecuencia formaban el séquito de una divinidad importante, especialmente de Artemis. Habitaban en grutas donde se entretenían hilando y cantando. Las ninfas de los Fresnos o Meliseas son hijas de Urano, no de Zeus. Divinidades populares juegan un papel parecido al de las hadas de las narraciones folclóricas y de Foroneo, rey del Peloponeso, y con aquélla dio a luz un hijo llamado Argos, fundador de la ciudad que se lleva su nombre y cuyas ruinas todavía pueden contemplarse en la subpenínsula de Morea (antiguo Peloponeso); la ciudad dominaba sobre la región de la Argólida.

  La ninfa Calisto, hija de Licaón, llamada también «la más bella», hizo voto de castidad, igual que su buena amiga la diosa Artemis, pero fue seducida por el incansable Zeus. Al advertir Artemis que Calisto iba a tener un hijo, se indignó extraordinariamente y no sólo arrojó de su lado a la infiel, sino que se quejó a Hera. Entonces Zeus transformó en osa a la ninfa, para que escapara a la venganza de su esposa. Sin embargo, el engaño no valió, porque fue muerta a flechazos por la propia Hera, aunque sólo la figura mortal de Calisto, mientras la parte inmortal se transformó en la Osa Menor. Poco antes la ninfa había dado a luz a Arcas, caudillo fundador del pueblo arcadio, gran agricultor, que a su muerte fue llevado junto a su madre, constituyendo la Osa Menor. Pero entonces la rencorosa Hera, que nunca daba su brazo a torcer, imploró del dios de las aguas Posidón que no permitiese a la madre ni al hijo reposar en los mares, y esto es la causa de porqué en nuestro hemisferio nunca se ven a las dos Osas trasponer el horizonte.

  El río Asopo tenía veinte hijas con categoría semidivina, y dos de ellas, llamadas Egina y Antíope, sucumbieron a los deseos de Zeus, presentándose en forma de águila a Egina, de quien tuvo un hijo llamado Eaco, y en forma de sátiro (mitad macho cabrío, mitad hombre) a Antíope, quien dio a luz a los gemelos Ceto y Arafión. Zeus fue delatado a Asopo por Slsifó, el más astuto de los mortales, a cambio de que el dios río le hiciera brotar una fuente en la fortaleza de Corinto, de donde era rey, cosa que así hizo. Cuando Zeus se enteró de quien era el delator, castigó a Sísifo a subir eternamente una montaña empujando delante de sí una gran peña: apenas ésta llegaba a la cumbre, volvía a caer impelida por su propio peso y Sísifo tenía que empezar de nuevo. Algunas versiones transforman a Asopo en un soberano de Beocia. Zeus, para conseguir a Egina, esta vez se transformó en fuego. Como Antíope había huido, Asopo quiso descargar sus iras en Egina, pero entonces Zeus la transformó en una isla del mar Egeo, donde continúa todavía.

  Enamorado de lo, hija de lnaco, consiguió lo que deseaba de todas. Pero esta vez Zeus no esperó a que Hera adivinara lo ocurrido y persiguiera como era costumbre a su amante. Envolvió a lo en una nube y la metamorfoseó en una vaca, para que Hera no sospechara de ella y pudiera él seguir tranquilamente gozando de su amor. Pero Hera se dio cuenta de que algo pasaba entre su esposo y aquella extraña vaca por las atenciones que éste le prodigaba, y así rogó a su augusto esposo que le regalase tan singular animal. El señor del Olimpo, sintiéndose culpable, cedió a los deseos de Hera y le entregó a la desgraciada lo, a quien puso bajo custodia de Argos (descendiente del Argos anteriormente citado), monstruo de cien ojos, para que la vigilase. Entonces Zeus, acongojado por la infeliz suerte de su amante, envió a Hermes, hijo suyo y divino mensajero, para que adormeciera al monstruo guardián con los sones de su armoniosa lira, acto seguido le cortó la cabeza y liberó a la muchacha en forma de vaca.

  Desde el Olimpo, Hera estaba presenciando lo ocurrido y como era una cosa corriente en ella (aunque además la provocaban), se encolerizó hasta extremos insospechados. Como no podía enfrentarse con su esposo ni con Hermes por ser divinos como ella, arremetió contra la pobre mortal, enviándole un tábano gigante que con sus picaduras la hizo huir hasta Egipto, en donde dio a luz a Epafo; el mar por donde atravesó a nado recibió el nombre de Jónico (derivado de lo o Jo, mar de lo o de Jo, como también se le conoce). Según la leyenda, Epafo fue el fundador de la ciudad de Menfis, primera capital del reino nilótico, y su madre lo daría lugar a Isis, la gran divinidad de la época faraónica.

  Otra amante de Zeus que tuvo final desgraciado fue Sémele, hija de Cadmo y Harmonía. Hera se enfureció con el enésimo adulterio de su esposo y decidió que esta vez su rival no escaparía a su castigo. Se captó la confianza de Sémele, ofreciéndose como buena amiga, y la instó a conocer en toda su dimensión el poder de su amante. Zeus, en uno de sus transportes amorosos, había jurado conceder a su compañera cualquier deseo. Sémele, curiosa e instigada por Hera, solicitó a Zeus que se mostrara en toda su gloria. Zeus, horrorizado, comprendió de pronto la venganza de Hera, pero como no podía volverse atrás de su juramento, la desgraciada Sémele murió consumida por el rayo, manifestación suprema del padre de los dioses, que presenció la escena sin poder intervenir porque el Destino estaba por encima de él y acto seguido subió entristecido al Olimpo.

  De esta unión nació Dioniso, quien cuando en una de sus hazañas mereció ser divinizado, bajó a los infiernos en busca de su madre y, tras resucitar su carne mortal, se la llevó al Olimpo, en donde la entronizó con el nombre de Tione, a pesar de la oposición de Hera.

  En una nueva aventura, el dios supremo amó de forma espectacular a Dánae, hija del rey de Argos, cuyos orígenes hemos citado. Éste había conocido por un oráculo que su destino sería morir a manos de su nieto y, para evitarlo, encerró a Dánae, todavía virgen, en una cámara subterránea recubierta de bronce, un verdadero «bunker» de la época, con el fin de que no pudiera tener descendencia. Pero Zeus todopoderoso la vio y tras enamorarse de ella la poseyó, transformándose en una finísima lluvia de oro que descendió por el techo de la cámara y la dejó embarazada. Al conocer el rey de Argos, Acrisio, el estado de su hija, esperó a que diera a luz. Nació Perseo, entonces puso a ambos en una barca que hacía aguas y los abandonó a la corriente del río. Con la protección de Zeus, ambos llegaron a una isla llamada Serife, en donde un pescador, al parecer hermano del rey, los salvó y los presentó al monarca de la localidad, Polidectes, quien prendado de Dánae quiso casarse con ella.

  Tiempo después (a escala divina es imposible saber cuánto) sintió Zeus una intensa pasión por Alcmena, hija de Electrión, rey de Tebas y nieta precisamente de Perseo. Esta princesa estaba casada con el argivo Anfitrión, rey de Tirinto (como puede verse, no hay nada de democrático en los devaneos de Zeus, pues las cortejadas son todas hijas de reyes, «princesas», ninfas, etc.). Anfitrión estaba empeñado en una larga guerra contra los familiares de su esposa, con la que se había casado pero respetaba su virginidad en tanto no hubieran terminado las hostilidades. En una de sus ausencias, Zeus contempló a Alcmena en la intimidad y naturalmente se enamoró de ella. Ante la resistencia de ésta y como el pretendiente al ser dios tenía que guardar las formas y no podía poseerla contra su voluntad, Zeus ideó una sutil estratagema. Tomó la forma de Anfitrión y, haciéndole creer que era su esposo que regresaba porque la guerra había terminado, se acostó varias veces con ella. Sin que ésta sospechara lo más mínimo. Con la llegada del verdadero Anfitrión, Alemena se dio cuenta de que se hallaba embarazada. Comprendió lo que había pasado y se lo contó a su esposo, quien aunque en un principio quiso castigarla, aconsejado por el propio Zeus terminó por transigir, ya que en aquel tiempo el caso era frecuente…

  Anfitrión había engendrado en Alcmena a Ificles y de Zeus tuvo ésta al gran Heracles, del que nos ocuparemos después. Basta decir ahora que el odio de Hera persiguió con saña tanto a la madre como al famoso héroe y semidiós. Recordemos también que en castellano culto, derivado del griego, nos ha quedado el concepto de anfitrión para designar a una persona que invita bien sea a una comida, a una fiesta, a su casa, etcétera.

  En figura de blanco cisne Zeus pudo llegarse a Leda, esposa de Tíndareo y madre de Clitemnestra, futura esposa de Agamenón. Zeus vio a la mujer bañándose en el río Eurotas de Esparta, de donde Tíndareo era rey, y ordenó a Afrodita que se metamorfosease en águila perseguidora, para que Leda, asustada, acudiera a refugiarse entre el plumaje del hermoso cisne que «casualmente» había aparecido…

  La mayoría de obras de arte: esculturas, cuadros, dibujos, etc., reflejan la escena de la unión carnal entre el dios y Leda con gran realismo, e incluso la poesía se ha ocupado de ella más de una vez. A los nueve meses, la esposa de Tíndaro o Tindároe, según el relato «parió dos huevos»: del primero salieron Pólux y la bella Helena, mientras que del segundo lo hicieron Cástor y Clitemnestra. Los dos primeros pasaron por ser hijos del dios y los otros dos de Tíndaro.

  Sin embargo, a Cástor y a Pólux se les conoce también como los gemelos o Dióscuros, es decir literalmente hijos del dios. Así pues, ¿según la leyenda fueron los cuatro descendientes del padre de los dioses?

  Las versiones se contradicen. Apolodoro narra que Zeus se enamoró de Némesis, hija de la noche, y se convirtió en cisne transformando a ella en ánade. Némesis entregó a Leda el huevo que había concebido y de él salieron los gemelos, mientras que del otro huevo nacieron los otros dos, verdaderos hijos de Tíndaro. Así pues, Apolodoro cree en la inocencia de Leda. Sin embargo, una interpretación más maliciosa deja entrever que quizá Leda tuviera alguna aventura amorosa a orillas del Eurotas, en donde habrían muchos cisnes, y para salvar su honor y halagar a su esposo aseguró que había sido el propio Zeus que la había hecho madre. En aquella época, como al parecer según las creencias eso de tener las mortales relaciones íntimas con los dioses era cosa muy frecuente, tal afirmación era tomada muy en serio porque aseguraba una descendencia de héroes o semidioses.

  Otro amor desgraciado de Zeus a causa de los celos de Hera, que no perdonaba aventuras ni devaneos de su esposo, fue el tenido con Elara, hija de Orcomenes y princesa de Orcomenia. Cuenta Apolodoro que cuando Hera se enteró de las nuevas relaciones de su cónyuge, concibió tal ira que para librar a su amante del castigo de la diosa, tuvo el Tonante (otro apelativo de Zeus significando el que produce el trueno) que esconderla en el interior de la Tierra, donde alumbró al gigante Titio y pereciendo acto seguido. Gea se encargó de alimentar al nuevo ser, de forma que otras versiones lo hacen hijo de ella. Ya mayor, Titio quiso forzar a Leto, por lo que fue fulminado por los hijos de ésta, Apolo y Artemis, con sus infalibles arcos. Dos buitres devoraron constantemente su hígado en los Infiernos, viscera que continuamente se regeneraba.

  Con Carme, nieta del sacerdote cretense Carmanor, tuvo Zeus a otra ninfa predilecta de Artemis: la hermosa Britomartis. También tuvo el padre de los dioses relaciones ilícitas con Día, esposa de Ixión, rey de los lapitas, pueblo tesalio, de cuyos amores según los relatos nació Pirítoo (aunque otros dicen que éste fue hijo legítimo). Ixión, culpable de haber asesinado a su suegro, fue purificado por Zeus, que se apiadó de él, pero entonces se suscitó en él una pasión por Hera y trató de violentarla. Zeus o tal vez la propia Hera, formó una nube semejante a la diosa. Ixión se unió a este fantasma y engendró a Centauro, del que provenía el monstruoso pueblo que con el tiempo y según la leyenda lucharía con los lapitas. Zeus castigó a Ixión por la osadía atándolo a una rueda encendida que giraba sin cesar y lo lanzó por los aires. Y como al purificarle le había dado a probar la ambrosía que confería la inmortalidad, Ixión ha de sufrir su castigo eternamente.

  De Electra (nombre muy corriente en la Mitología griega), hija de Atlante, nacieron Dárdano, fundador de Troya, Yasión y Harmonía, la futura esposa de Cadmo. Con Lamia, Zeus tuvo la sibila Libia, con la oceánida Pluto al desgraciado Tántalo, que por su orgullo o por haber revelado secretos de los dioses, acusado de haber inmolado a su propio hijo, fue condenado en los infiernos a una sed y un hambre terribles, teniendo cerca cuanta agua y comida podía desear, pero siéndole imposible alcanzarlas; con la ninfa Sítnídes a Mégaro, fundador de Megara; con Talía hija de Hefesto a los gemelos Palíeos; con Garamántída (que recuerda el pueblo norteafricano-sahariano de los garamantes) tuvo a Yarbas o Gerbas (que se conserva en la isla de su nombre, isla de Yerba junto a Túnez), etcétera.

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