miércoles, 27 de febrero de 2019

Mitos de la creación en la mitología griega.

MITOS DE LA CREACIÓN

  Para una mentalidad realista y racional como la helénica resultaba muy difícil la comprensión de la eternidad y del vocablo infinito; era más lógico pensar que todo había tenido un principio, incluso los dioses. Si acaso hay «algo» que, en la mayoría de los relatos mitológicos sobre la creación parece preexistente, es el Caos, abismo sin fondo, espacio abierto sumido en la oscuridad en donde andaban revueltos todos los elementos: el agua, la tierra, el fuego y el aire. Nada tenía en él forma fija y durable, todo estaba en constante movimiento con inevitables choques, los elementos congelados contra los abrasadores, los húmedos contra los secos, los blandos contra los duros y los pesados contra los ligeros.

  Es decir el Caos es el Vacío primordial, pero concebido como un enorme recipiente para albergar elementos en forma desordenada. Caos es-a la vez Nada y Algo, ¿materia y antimateria o en realidad un primer dios? Pronto se produciría lo que, empleando términos actuales sobre el origen y expansión del Universo, llamaríamos el Big-Bang, la gran explosión que arruinaría al caos y provocaría lo que en el Génesis[2] se relata como Creación por obra de Yahvé, único Ser Supremo.

  Veamos las diversas versiones helénicas:

  LA CREACIÓN SEGÚN HESÍODO

  Es el relato más conocido, el que ha quedado como clásico, por ello lo colocamos en primer lugar, dada su importancia. Sin embargo, ahondaremos en otras narraciones, no por menos conocidas también muy atractivas.

  Según Hesíodo, en un principio sólo existía el Caos. Después emergió Gea (la tierra) de ancho pecho, morada perenne y segura de los seres vivientes, surgida del Tártaro tenebroso de las profundidades, y Eros (el Amor), el más bello de los dioses[3].

  Del Caos nada podía esperarse, hasta que de la acción de Eros, principio vital, salieron Erebos (las tinieblas), cuyos dominios se extendían por debajo de Gea en una vasta zona subterránea, y Nix (la oscuridad o la noche). Erebos y Nix tuvieron amoroso consorcio y originaron al Eter y Hemera (el Día), que personificaron respectivamente la luz celeste y terrestre.

  Con la luz, Gea cobró personalidad, pero como no pudo unirse al vacío Caos, comenzó a engendrar sola y así mientras dormía surgió Urano (el Cielo Estrellado), un ser de igual extensión que ella, con el fin de que la cubriese toda y fuera una morada celestial segura y eterna para los dioses bienaventurados. También produjo las altas montañas, para albergue grato de las divinales Ninfas, que escogieron para ello frondosos bosques.

  Urano contempló tiernamente a su madre desde las elevadas cumbres y derramó una lluvia fértil sobre sus hendiduras secretas, naciendo así las hierbas, flores y árboles con los animales y las aves, que formaron como un cortejo para cada planta. La lluvia sobrante hizo que corrieran los ríos y al llenar de agua los lugares huecos se originaron así los lagos y los mares, todos ellos deificados con el nombre de Titanes: Océano, Ceo, Crío, Hiperión, Cronos; y Titánidas: Temis, Rea, Tetis, Tea, Mnemosine y Febe; de ellos descendieron los demás dioses y hombres. Pero como si Urano y Gea quisieran demostrar que su poder estaba por encima de todo, crearon otros hijos de horrible aspecto: los tres Cíclopes primitivos, llamados Arges, Astéropesy Brontes, quienes tenían un solo ojo redondo en medio de la frente y representaban respectivamente el rayo, el relámpago y el trueno y eran inmortales (uno de los descendientes fue astutamente engañado por Ulises, tal como nos lo cuenta la Odisea), y muchos de éstos ya mortales fueron muertos por Apolo para vengar la violenta desaparición de Asclepio del mundo de los vivos (sus espíritus habitaban las cavernas del volcán Etna en Sicilia). Finalmente, engendraron a los Hecatónquiros o Centimanos, tres hermanos con cincuenta cabezas y cien brazos cada uno que se llamaron Coto, Briareo y Giges.

  Por su parte la Noche por sí sola había engendrado a Tánatos (la muerte), a Hipno (el sueño) y a otras divinidades como las Hespéridas, celosas guardianas del atardecer cuando las tinieblas empiezan a ganar la batalla de la luz diurna, fenómeno que se repite cada día; las Moiras (Parcas), defensoras del orden cósmico, representadas como hilanderas que rigen con sus hilos los destinos de la vida; Némesis, la justicia divina, perseguidora de lo desmesurado y protectora del equilibrio.

  DESTRONAMIENTO DE URANO

  Hasta aquí todo «casi» perfecto, el Universo, los astros, nuestro planeta, las tierras, las nubes, la lluvia, los mares, los ríos, las plantas, los animales… ¡los dioses! La pareja primigenia, el Cielo y la Tierra, es propia de muchas mitologías y se encuentra en lugares tan remotos como Nueva Zelanda, donde aparecen respectivamente como Rangi y Papa, y el relato sigue una línea semejante al de Hesíodo.

  Entonces Urano se arrepintió de haber engendrado a seres tan monstruosos como los cíclopes y, sin decir nada a su esposa, los fue aprisionando y arrojando a los abismos tenebrosos del Tártaro, situado en los infiernos, tan distantes de la tierra como ésta del cielo.

  Gea no quería que el fruto de sus entrañas, por monstruoso que fuera, tuviera tan horrible destino, y tramó una conspiración, harta ya de ser fecundada por Urano, a quien había elevado al gobierno del Universo y cuyas crueldades aumentaban, pues temeroso de ser destronado se dedicó a encerrar a sus hijos en el vientre de su compañera (es decir, los aprisionó en el seno de la tierra). A tal fin, Gea produjo una especie de mineral del que salió un material blancuzco (el hierro) con el que construyó una gran hoz, y llamó a sus hijos, exhortándoles a vengar el ultraje criminal de un padre descastado.

  Sólo Cronos, el hijo menor, se presentó a las súplicas de su madre, pero dejemos al propio Hesíodo que nos cuente con dramáticos acentos el desenlace:

  «El gran Urano llegó seguido de la Noche y animado de deseo amoroso se tendió cuan largo era sobre la tierra. Entonces Cronos, saliendo del lugar donde se había emboscado, agarró a su padre con la mano izquierda y, empuñando con la derecha la gran hoz de afilados dientes, le cortó en un instante las partes viriles y las arrojó detrás de sí, al azar. Pero no fue un despojo inútil lo que soltó su mano, porque las gotas de sangre que de aquél se derramaron las recibió la Tierra, fecundándola nuevamente y dando a luz entonces a las robustas furias o Erinias (seres vengadores de horripilante aspecto con la misión de castigar a los parricidas), a los enormes Gigantes, que vestían lustrosas armaduras y manejaban grandiosas lanzas, y a las ninfas Melias.

  »Y las partes viriles que Cronos cortó con la guadaña y arrojó desde el continente al proceloso mar, fueron flotando de acá para allá hasta que de la carne inmortal salió una blanca espuma de la que emergió una bellísima deidad, que se dirigió primero a la sagrada Citera y luego a Chipre, situada en medio de las olas del mar. Al tomar tierra brotó la hierba por donde ponía sus plantas y fue llamada Afrodita, la diosa del Amor».

  Aunque la alegoría parece ver en Urano la creación del Cielo después de la confusión del Caos, algunos autores lo han identificado con un soberano activo e ilustre. Así lo creyó Lactancio[4] y así lo refiere Diodoro Sículo, cuando asegura que Urano fue el primer monarca que reinó sobre los hombres y que sus súbditos eran los Atlantes, pueblo civilizado en el que nacieron los dioses, rodeado de gentes bárbaras. Urano reunió a las familias errantes por los bosques y llanuras y les enseñó a erigir ciudades, a cultivar la tierra y a conocer el curso de los astros. Fue venerado por los hombres que había civilizado, recibió el título de rey eterno y en vida se le otorgaron honores divinos (apoteosis).

  Sea como fuere, este mito patriarcal de Urano fue el que terminó por prevalecer y se incorporó al sistema religioso oficial helénico, que recibió el nombre de Olímpico (derivado del monte Olimpo). Robert Graves, el gran creador británico de novelas históricas famosas como Yo Claudio y Claudio, el dios, investigador también de la Mitología, ha identificado a Urano con el dios pastoral Varuna, uno de lo que constituyen la trinidad del tronco ario o indoeuropeo al que pertenecen los pueblos helénicos, aunque masculinizado, porque la transcripción griega sería Urana. ¿Reflejo de la lucha entre una concepción matriarcal de los pueblos primitivos que habitaron el escenario helénico y la idea patriarcal de los invasores?

  LA SEGUNDA DINASTÍA DE DIOSES: CRONOS Y REA

  Apartado Urano del poder del Universo, Gea dio paso a la dinastía de su hijo Cronos, que aunque menor que Titán había sido el héroe de la lucha contra su padre. Ambos llegaron a un pacto secreto, Cronos sería considerado como soberano, pero a condición de que devorase a todos los hijos varones que pudiera engendrar. Así la sucesión pasaría a la rama primogénita de Titán. Cronos comienza pues su reinado con la misma obsesión que su padre; eliminar su descendencia.

  Cronos eligió como esposa a su hermana Rea. Su padre, probablemente para vengarse de haber quedado inútil, le profetizó que a su vez sería desposeído del trono por sus hijos. Entonces se transformó en un monarca mucho más despótico que lo había sido el propio Urano. A fin de conjurar la predicción, cumplió tan exageradamente el pacto con su hermano mayor, que fue devorando sucesivamente a sus hijos —sin distinción de sexos— habidos con su esposa a medida que ésta los iba alumbrando: Hades y Poseidón varones, Deméter, Hera, Hestia, hembras. Al nacer Zeus, su madre indignada, en vez de dárselo para que se lo engullera, le entregó una piedra envuelta en pañales y él, sin pensarlo, se tragó el engaño, cayendo inmediatamente postrado con agudos dolores de vientre.

  Zeus creció en un paraje oculto (del que las distintas versiones conservadas no se ponen de acuerdo, ni en el nombre del lugar, ¿en una cueva de la isla de Creta?, ni en la forma como fue criado: ¿con la leche de la cabra Amaltea?, con cuya piel se fabricó un escudo protector o égida) y con la ayuda de cierto bebedizo Cronos devolvió la piedra y todos los hijos que había devorado.

  Zeus, ya adulto, entabló contra sus hermanos una guerra conocida como la Titanomaquia, de la que existen varias versiones. La más conocida relata que en su bando militaban sus hermanos y la Océanide Estigia (una de las tres mil hijas del titán Océano y su hermana Tetis), que gobernaba sobre una extensa laguna subterránea. Los titanes y parte de sus hijos se alinearon del lado de Cronos. En esta lucha monstruosa y sin cuartel temblaron el cielo, la tierra y el mar. Los titanes fueron vencidos y arrojados al Tártaro y Cronos pudo ser desterrado a Italia gracias a la ayuda que prestaron a Zeus y a sus hermanos los Cíclopes y los Hecatónquiros o Centimanos, que ofrecieron a las divinidades, por haberlos liberado, terribles armas forjadas por ellos en su encierro: a Hades le dieron un sólido casco, a Poseidón le armaron con el tridente y a Zeus con el rayo.

  Los dioses vencedores ocuparon desde entonces el Olimpo y los más importantes, que describiremos después, recibieron la denominación conjunta de dioses olímpicos, que reconocieron a Zeus como jefe.

  LA GIGANTOMAQUIA

  Dueño del poder, Zeus lo compartió con sus hermanos, Poseidón y Hades, a quienes dio respectivamente el dominio de los mares y el de las mansiones subterráneas. Pero entonces fueron los gigantes nacidos de la sangre que brotó de la herida infligida a Urano los que quisieron escalar el Olimpo.

  Los gigantes tenían espesa cabellera, barba hirsuta y cuerpo de serpiente, su talla era extraordinaria y su fuerza monstruosa. Ante su presencia palidecieron las estrellas, retrocedió el sol y la Osa se hundió en el mar. Para asaltar la morada de los dioses colocaron unas montañas sobre otras: Athos, Osa, Pelión, Ródope (topónimos plenamente helénicos, es decir, montañas que existen en Grecia todavía en la actualidad con este nombre), y desde la cúspide atacaron con furia, utilizando como proyectiles rocas y troncos de árboles inflamados. Los dioses huyeron aterrorizados y muchos de ellos, adoptando la forma de diversos animales, se refugiaron en Egipto hasta que el peligro hubo pasado.

  Sin embargo, aunque de origen divino, a los gigantes se les podía dar muerte a condición de que lo hicieran a la vez un dios y un mortal. Como existiera una hierba mágica producida por la Tierra capaz de hacerlos invulnerables a las heridas de los mortales, Zeus recogió esta planta antes que alguien hubiese podido apoderarse de ella y para ello prohibió al Sol, la Luna y la Aurora que brillasen; de este modo, nadie tuvo luz necesaria para buscarla antes de haberla encontrado él.

  No todos los dioses se acobardaron, muchos de ellos se agruparon en torno a Zeus e iniciaron la contraofensiva por su supervivencia. La valerosa Estigia fue la primera en prestar su auxilio acompañada de sus hijos: la Victoria, el Poder, la Emulación, y la Fuerza. Agradecido Zeus por su diligencia, dispuso que en adelante fuesen inquebrantables los juramentos que se hiciesen por ella. Por esto los dioses acostumbraron a jurar por la laguna de Estigia (o Estige) y en muchas obras clásicas puede leerse tal expresión.

  Tras Estigia acudieron Ares (Marte) y Atenea (Minerva). Pero era imprescindible encontrar rápidamente al mortal que, según la tradición, debía contribuir a la victoria de los olímpicos y ese ser privilegiado no fue sino Heracles [Hércules], tal como le descubrió a Zeus Atenea, a la postre hijo del padre de los dioses.

  Heracles, desde el carro paterno, derribó con una flecha a Alcinoeo, el caudillo de los gigantes, pero aunque cayó a tierra se levantó de ella vivificado porque aquella era su tierra natal, de Flegras, en la Tracia, y según la leyenda los gigantes no podían ser muertos en el lugar en que hubieran venido al mundo. «¡Rápido noble Heracles!», clamó Atenea. «¡Arrástralo a otra región!». Heracles tomó a Alcinoeo a cuestas y le arrastró hasta el otro lado de la frontera de su país natal y allí lo remató con una maza.

  Luego Porfirión saltó al cielo desde la gran pirámide de montañas realizadas por él y sus compañeros y, no pudiendo sorprender a Atenea, ante la arrogante actitud defensiva de ésta, se lanzó contra Hera, la divina esposa de Zeus, a la que intentó estrangular. Entonces Eros le lanzó una saeta y le hirió en el hígado, cambiando la ira del gigante por una lascivia desenfrenada. Ávido de lujuria, Porfirión rasgó la túnica de la diosa. Zeus, al ver que su esposa iba a ser ultrajada, aprovechó el enajenamiento de su enemigo para herirlo con un rayo. Finalmente Heracles, que regresaba victorioso, terminó por matarle con una flecha.

  Mientras tanto Efialtes, otro gigante, había obligado a Ares a arrodillarse ante él, pero Apolo le hirió en el ojo izquierdo y Heracles, clavándole otra flecha en el derecho, fulminó a Efialtes. Porque era Heracles, tal como el oráculo había profetizado, el que tenía que terminar con los monstruosos seres. Así sucedió cuando Dioniso (Baco) derribó a Eurio o Hécate, chamuscó a Clito con sus antorchas, Efesto (Vulcano) escaldó a Mimante con su caldero hirviente de metal o Atenea aplastó al lascivo Pelante con una piedra cuando pretendía forzarla.

  Ante el contraataque de los dioses, los gigantes supervivientes se desanimaron y se batieron en retirada perseguidos por los olímpicos. Atenea terminó entonces con Encelado, aplastándolo con la isla de Sicilia. Posidón arrancó una parte de la isla de Cos con su tridente y lo arrojó contra Políbotes, originándose así el islote volcánico de Nisiros o Nisro, bajo el cual yace enterrado el gigante.

  Los restantes seres monstruosos organizaron una desesperada resistencia en Batos, cerca de la Arcadia Trapezunte, donde la tierra aparece calcinada y los labradores desenterraron según la leyenda durante mucho tiempo enormes seres antropomorfos. Hades prestó a Hermes [Mercurio] el yelmo de la invisibilidad y mató a Hipólito, y Artemis [Diana] derribó a Gratión de un flechazo. Por su parte, las Moiras [o Parcas], armadas con sus mazos de bronce, rompieron las cabezas de Agrio y Toante, y los que quedaron fueron alcanzados por los rayos de Zeus y la lanza de Ares, los cuales llamaban a Heracles para que rematara a cada gigante. El escenario del gran combate era ubicado unas veces cerca de Tracia, en la península de Pelene, otras en Arcadia, junto al río Alfeo, y otras en los Campos Flegreos, no lejos de Cumas, en Italia. Pero de la sangre derramada por los gigantes se engendró una raza de hombres perversos, fiel reflejo de la tradición universal sobre este fenómeno (igualmente la pareja superviviente, considerada justa a los ojos de los dioses, se salvó gracias a la construcción de un arca).

  Esta grandilocuente lucha conocida como la Gigantomaquia (batalla o lucha contra los gigantes), aunque posterior a la creación del hombre, la hemos colocado aquí por ser la confirmación del poder de Zeus y sus compañeros. En ella no faltó lo anecdótico y lo imprevisto, como cuando algunas versiones cuentan que al aparecer los gigantes se asustaron del asno del «sátiro». Sileno[5] y sus rebuznos fueron tan enormes que impidieron el primer asalto de aquéllos, ya que quedaron perplejos ante los extraños sonidos, creyendo que provenían de algún terrible animal. Otras terribles narraciones cuentan que no fue el asno de Sileno sino el de Dioniso, mientras que otras refieren que este suceso ocurrió cuando Tritón empezó a hacer sonar su trompa marina.

  Sea como fuere, aunque salta a la vista la ingenuidad de tales relatos como un intento de explicar una fantástica derrota, en Mitología (y la griega no es una excepción) hemos de acostumbrarnos a encontrar lo grandioso y lo terrible mezclado con lo infantil, reflejo subconsciente del modo de ser de los pueblos antiguos creadores de los mitos.

  La Gigantomaquia fue un tema favorito de la plástica, y así podemos contemplarla en muchos frontones conservados de los templos clásicos (algunos de los cuales son guardados celosamente en los museos más importantes del mundo). Los cuerpos de los monstruos, rematados en serpientes, se prestaban admirablemente a rellenar los ángulos de los frontispicios y terminar así artísticamente una composición.

  El combate contra Tifoeo (Tifón).

  Cuando Zeus hubo vencido a los gigantes, la Madre Tierra, disgustada por su destrucción y deseosa de venganza, se unió amorosamente con el Tártaro y poco tiempo después parió a su hijo menor Tifoco (Tifón), el monstruo más grande que jamás haya existido. Según Hesíodo, los brazos de este robusto dios eran aptos para los mayores esfuerzos y alcanzaban centenares de leguas en cada dirección, siempre dispuestos para entrar en combate, y en vez de dedos tenía cien cabezas de dragón. De cintura para abajo estaba rodeado de víboras. Con su cabeza principal, horrible, de asno monstruoso, tocaba el cielo. Sus enormes alas oscurecían el Sol, arrojaba fuego por los ojos y escupía rocas inflamables de todas las espantosas cabezas de sus extremidades, ora profería el lenguaje de los dioses, ora resoplaba como un toro furioso, o semejaba el grito de unos perros o emitía silbidos cuyo eco resonaba por los altos montes.

  Según una antigua versión, cuando los dioses vieron que este ser quería apoderarse del Olimpo, corrieron a refugiarse en Egipto (este relato se confunde con el de los gigantes), en donde se ocultaron en el desierto adoptando formas de animales: Apolo se convirtió en milano, Hermes en ibis, Ares en pez, Dioniso en macho cabrío, al igual que el propio Zeus. Sólo Atenea no se acobardó y llegó a afear de tal modo su conducta a su padre que éste, recobrando su verdadera forma, se dispuso a combatir.

  Así pues Zeus, haciendo acopio de sus fuerzas cogió sus armas, el trueno, el relámpago y el ardiente rayo y saltando desde lo alto del Olimpo atacó a Tifoeo con la misma hoz con que Crono había castigado a Urano. Pero Tifoeo, huyendo hasta el monte Casión en los confines de Siria, se revolvió de improviso y en un momento de descuido arrebató a Zeus la terrible hoz, paralizándolo con sus millares de enroscamientos y acto seguido le cortó los tendones de manos y pies. Inmovilizando Zeus, fue encerrado en la Cueva Coricia (en Cilicia), mientras Tifoeo ponía a buen recaudo los tendones divinos colocándolos bajo la guardia de su hermana Delfine, monstruoso ser mitad serpiente, mitad mujer.

  La noticia de la derrota de Zeus corrió más veloz que el rayo, de confín a confín del Olimpo, y los dioses quedaron consternados. Sin embargo, Hermes y Pan no se amilanaron y lograron recuperar los tendones divinos engatusando a Delfine (otra versión afirma que fue Cadmo el que los consiguió, disfrazado de pastor tras distraer la atención de Tifón con las notas de un caramillo).

  Zeus volvió al cielo en un carro alado, cogió de nuevo sus rayos y persiguió a Tifoeo esta vez hasta el monte Nisa. Allí las Moiras le engañaron ofreciéndole carne de mortales, alegando que con ella recuperaría las fuerzas, pero sucedió lo contrario. Todavía Tifoeo resistió en Tracia y el monte Hemo (los Balcanes) recibió este nombre de la sangre (derivado de haima = sangre en griego) derramada allí por Tifoeo. El monstruo pudo huir hasta Sicilia, donde Zeus logró sepultarlo (ya que como era dios no podía matarlo) bajo el volcán Etna, que desde entonces vomita fuego hasta la actualidad.

  La lucha contra los atoadas

  Los Aloadas van a protagonizar el último intento de apoderarse del Olimpo y destronar a Zeus. Según Homero se llamaban Oto y Efialtes y eran hijos de Poseidón y de la esposa de Aloco, Ifimedia, quien enamorada del dios vertía continuamente las olas del mar en su seno, en sus paseos cotidianos por la playa, hasta que Posidón cedió a sus requerimientos y engendró en ella a los dos citados gemelos.

  Su estatura era gigantesca, pues a los nueve años alcanzaban ya diecisiete metros de altura por cuatro de anchura y crecían a razón de metro por año. Pronto resolvieron guerrear contra los dioses e intentaron escalar el Cielo, colocando, tal como habían hecho anteriormente los gigantes, las montañas unas encima de las otras, al tiempo que anunciaban que secarían el mar y lo trasladarían a donde hasta entonces había estado la tierra. Finalmente, mientras Efiliates declaró que no cejaría hasta poseer a Hera, Oto afirmó otro tanto de Artemis.

  Iniciaron su ataque en Tracia, desarmando nada menos que al dios de la guerra, Ares, y tras hacerlo prisionero lo ataron y lo encerraron en una vasija de bronce que escondieron durante trece meses en casa de su madrasta Eribea, pues Ifimedia había muerto, hasta que Hermes logró liberarlo cuando el dios se hallaba ya en un estado lamentable.

  Formalizado el cerco al Olimpo, Apolo sugirió a Artemis una estratagema. Hizo que ésta enviara un mensaje a Oto en el que le indicaba que se le ofrecería en la isla de Naxos, a condición de que levantara el asedio. Envidioso Efialtes porque no había recibido de Hera una misiva semejante, discutió con su hermano, alegando que por ser el mayor tenía que forzar primero a Artemis. En esta discusión y cuando ambos se hallaban ya en Naxos, apareció una gama blanca que no era sino la propia Artemis. Los dos gemelos intentaron demostrar su destreza con la jabalina y, al lanzarla contra ella, lo único que hicieron fue atravesarse mutuamente. Así perecieron, cumpliéndose el oráculo que anunció que no los matarían ni los hombres ni los dioses. El castigo por su osadía prosiguió en los infiernos: fueron atados a una columna con muchas cuerdas nudosas de víboras vivas. Allí se hallan sus espíritus, espalda contra espalda, y una lechuza los atormenta con sus incesantes gritos.

  Las diferentes versiones confunden a veces los relatos sobre los Titanes, los Gigantes, Tifón y los Aloadas, en especial estos últimos, son mencionados como gigantes y la forma de escalar el Olimpo es la misma para ambos. Incluso los Hecatónquiros o Centimanos son frecuentemente añadidos a esta confusión, aunque en general se muestran amigos de Zeus.

  ¿Qué interpretaciones podemos dar a todos estos relatos? Desde la lucha entre las fuerzas malignas y las más benignas de la naturaleza, pasando por los que creen ver el triunfo del panteón de los nuevos pueblos invasores sobre las creencias de los pueblos primitivos, hasta los que alegóricamente ven en ellos la constante guerra entre el Bien y el Mal. ¿No habla la Biblia de la batalla entre los ángeles buenos y malos, en la que Lucifer quiso apoderarse del Cielo destronando a Dios? Y ¿no narrará más tarde la mitología germánica el «Crepúsculo de los dioses», cuando Loki el dios del mal terminará por incendiar la Walhalla o Cielo germánico, aunque más tarde surgirá otro mejor?, crepúsculo que Wagner cantará con épicos acentos en una ópera inmortal.


[2] Véase en cualquier Biblia el capítulo I del Génesis (es decir, el Libro I de la misma). <<
    [3] Elemento primordial que no hay que confundir con Eros y Cupido, hijo de Afrodita. <<
    [4] Filósofo cristiano que vivió entre los siglos III y IV d. C. <<
    [5] Por llamarlo de alguna manera, porque Sileno no era exactamente un sátiro. <<

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