domingo, 24 de febrero de 2019

Mitos,ritos y leyendas de Galicia:La Ciudad Santa de Occidente

Primero fue el sepulcro y luego la ciudad. Hoy Compostela representa
espiritualidad y religiosidad, la meta de un camino iniciático que se
culmina en el gran templo catedralicio. Pero no solo peregrinos se pueden
encontrar en el camino, la idea de una Europa unida y solidaria se ha forjado
en sus senderos por los que la cultura, el arte y las ideas han viajado sin
detenerse en fronteras: Compostela es eso y mucho más. Porque en palabras
de Dante: «... no se entiende por peregrino sino aquel que va a la tumba de
Santiago, o vuelve...»;1 de modo que aunque antiguamente todos los caminos
conducían a Roma, el descubrimiento del sepulcro ha convertido a un remoto
enclave del finis terrae en luz y guía del concepto de una Europa que busca,
en sí misma, su identidad integradora y plural.
Pero ¿qué significado etimológico tiene «Compostela»? Hoy la
interpretación más aceptada, quizás por sencilla, es la que nos remite a su
origen en el Campus Stellae o «Campo de la estrella», por ser este astro el
que una vez observado señaló el lugar exacto del enterramiento del apóstol
Santiago. Sin embargo, si el seguimiento del Códice Calixtino es aceptado
como la primera fuente en la que hay que beber para entender el hecho
jacobeo, en aquel se evidencia que significa «bien compuesta, bien hecha».
Otros investigadores defienden que el nombre de Compostela viene del latín
Compositum tellus, que significa «Cementerio», como alguna vez ocurre en
textos de Virgilio.
Pero antes de llamarse así, el lugar en cuestión tuvo otros nombres: el
primero y primitivo, antes de producirse el enterramiento del sepulcro, era
Libredón, que para algunos sería una palabra céltica que significaría «Castro
del camino», y para otros latina (liberum donum), o «Libre concesión de un
terreno».1 Posteriormente, entre los siglos IX y XI se conocería el lugar por
Arcis Marmoricis, con el elemento arca que nos remite a una mámoa en
toponimia; y será finalmente en el siglo X cuando aparezca el suburbio con
nombre Compostella, que acabará por convertirse en nombre de la ciudad.

El bosque del Libredón y los primeros tiempos

Como ya hemos mencionado anteriormente, Atanasio y Teodoro, discípulos
del apóstol Santiago, fueron los que realizaron la traslatio del cuerpo
martirizado desde Palestina hasta Iria Flavia, cruzando el mar Mediterráneo y
bordeando la península Ibérica por sus costas atlánticas, siguiendo las rutas
de los comerciantes fenicios y griegos. Desde allí, una vez amarrada la barca
en el pedrón y tras el acuerdo con la Reina Lupa, «... rubia probablemente,
con unas trenzas ásperas y largas y unos modales bruscos. Cultivadora
aparente de la religión de Zeus, entregada en secreto a la antigua druídica»,3
llegaron al bosque del Libredón, en el que los mansos bueyes se pararon
como señal de fin de trayecto y de lugar elegido para el enterramiento de los
restos de Santiago el Mayor.
Era el Libredón un frondoso bosque de árboles autóctonos, tal vez una
carballeira o una aciñeira,4 ubicado en el extremo occidental de la comarca
de A Mahía, diócesis de Iria Flavia, en cuyos límites algunos autores apuntan
la existencia, por aquel entonces, de un castro o poblado indígena
romanizado, de ocupación tardía y abandonado bastantes años antes del
descubrimiento del edículo. Otros apuntan, apoyados en los datos
proporcionados por distintas campañas arqueológicas, la posibilidad de que
en la zona estuviera ubicado algún camposanto o necrópolis utilizada hasta
bien entrado el siglo VII, con tumbas entre las cuales algunas bien pudieran
ser cristianas,1 lo que explicaría de algún modo la presencia de luces titilando
día y noche y que serían confundidas con estrellas en el siglo IX. El caso es
que los discípulos de Santiago escogieron un lugar en el mentado bosque para
enterrar el cuerpo del apóstol, construyendo sobre su tumba un pequeño
mausoleo en el que había sitio para dos tumbas más, que en su
descubrimiento fueron atribuidas a las de los propios Atanasio y Teodoro. El
templete encontrado por Paio y después por Teodomiro se supone era una
pequeña cámara de unos 17 metros cuadrados, de aspecto tosco en su exterior
pero sorprendentemente lujoso en su interior, en el que destacaban su
estructura abovedada, su construcción en mármoles, sus arcos y sus arcas.
Tan sobresaliente descubrimiento hizo a los presentes relacionar arcas con
Arcis Marmaricis, la enigmática Arca Marmórica que ya mencionaba el
Beato de Liébana en su Mapa Mundi.
Representación jacobea en la fuente del Carmen, Padrón, A Coruña.

En cualquier caso, y tal como profetizaron los discípulos de Santiago, el
bosque del Libredón se haría aún más frondoso e inaccesible como queriendo
ocultar y, por tanto, proteger tan digno secreto, a pesar de que muy cerca del
lugar del descubrimiento existía una encrucijada de caminos en la cual
convergían varias calzadas romanas de tipo secundario. Tal vez por ello se
incrementase la leyenda sobre un lugar mágico, teniendo en cuenta las
circunstancias que concurrían: bosque frondoso lleno de maleza, castro
abandonado, necrópolis así mismo abandonada, encrucijada de caminos...; no
es de extrañar el temor a circular por el lugar sobre todo si entre las gentes
que habitaban la zona, los más indígenas de Galicia,2 se hablaba de
apariciones de ángeles3 y de luces extrañas.
Y así fue, tanto que tuvieron que transcurrir nueve siglos para que los
designios de la historia, la necesidad espiritual y hasta una conjunción astral
se pusieran de acuerdo y tomaran forma iluminando a un anacoreta del lugar
llamado Paio para que pudiese «ver luces ardientes durante la noche en el
mismo lugar donde se decía habían aparecido con frecuencia ángeles»,4
descubriendo, al adentrarse en el bosque, la existencia de un arca marmórica
en cuyo interior se encontraban inhumados los restos del apóstol Santiago, tal
como en pocos días certificó el obispo de la diócesis de Iria Flavia:
Teodomiro.
Tres nombres para un lugar o tal vez tres zonas próximas en busca de un
sitio en la historia: Libredón, un bosque mágico y lleno de misterios que
alimentaron los temores de las gentes; Arca Marmórica, una capilla, un
mausoleo o quizás un lugar limítrofe al bosque, y Compostela, el que
perduró, con topónimo tan controvertido como los anteriores.



Cripta y sepulcro del Apóstol. Catedral de Santiago.

Pronto sobre la cripta original se edificó una iglesia, y a su alrededor es
lógico suponer la construcción de las primeras viviendas para albergar a los
más tempraneros peregrinos y a los primeros miembros del clero, del
incipiente cabildo. Nacía así el núcleo de población que muy pronto se
convertiría en la ciudad más importante de Galicia hasta la llegada del siglo
XX. Todo ello coincide con el comienzo de la revitalización agraria en el
medio rural, de la mano de las órdenes monásticas que controlaban los
grandes monasterios gallegos y, al tiempo, de las villae, verdaderos gérmenes
de las posteriores ciudades. Los hombres y mujeres que abandonan el campo
buscan la ansiada libertad, la independencia del señor feudal, laico o clerical,
para poder desarrollar las habilidades de sus respectivos oficios al amparo de
una urbe con fueros propios y con leyes diferentes. Así, se consolidan muy
pronto en las ciudades, y Compostela es una de ellas, las sociedades formadas
por artesanos de diferentes oficios agrupados en gremios que dotaban a los
habitantes de la ciudad y a los peregrinos de las más imprescindibles
necesidades: trabajadores de la construcción para levantar viviendas, puentes,
murallas, iglesias, hospitales, etc.; el sector de la alimentación; el sector
servicios (posadas, casas de comida...); sastres, carpinteros, herreros, etc. Con
ellos se revitaliza la propia ciudad, generándose un comercio no solo interior
sino también exterior con otras comunidades del norte de la península, a
través del camino francés y de las viejas calzadas romanas, o con la Europa
atlántica, por mar fundamentalmente, con un comercio más o menos
importante que ayudó al crecimiento de villas marineras como A Guarda,
Baiona, Noia, Betanzos, Viveiro, Ribadeo...1
La aparición de Compostela como nuevo foco espiritual de Europa, en
una época plagada de convulsiones y guerras, y como meta de las nuevas
peregrinaciones –hay que recordar que en menos de un cuarto de siglo ya
había noticias escritas sobre el culto al apóstol Santiago en monasterios
franceses y que el Papa Calixto II, en 1119, instituyó el Año Santo
Compostelano o Año Jubilar con indulgencias plenarias para los peregrinos–,
trajo consigo la llegada a la nueva ciudad de multitud de visitantes, algunos
de los cuales se instalaron al socaire de tanto fulgor. Calles como la Rúa do
Franco, en la que vivían los franceses, y la barriada judía en las proximidades
del Monasterio de San Martín Pinario eran prueba de ello. Compostela se iba
haciendo a sí misma con aportaciones que procedían de todo Occidente.

La amenaza de normandos y musulmanes

En aquel tiempo (año 844) un pueblo desconocido para nosotros hasta entonces, los
normandos, gente pagana y extremadamente cruel, llegaron con un ejército de naves a
nuestras costas. El rey Ramiro reunió, con tal motivo, un gran ejército y en el lugar
llamado Farum Brigantium les hizo frente. Allí mató a muchos soldados de ellos y
destruyó sus naves con fuego.1
En las costas gallegas se observó por primera vez la esbelta figura de los
temibles barcos vikingos, los drakkar, en los años centrales del siglo IX y fue
durante esta centuria cuando las incursiones de los «hombres del norte» se
prodigaron contra las poblaciones de las riberas gallegas en la búsqueda de
botines y fortuna.
En los tiempos de las grandes peregrinaciones medievales el esplendor
que irradiaba la metrópoli cristiana de Compostela fue tal, que la asimilación
del territorio gallego con la ciudad de Santiago motivó que Galicia fuese
conocida por los normandos como Jacobsland (Tierra de Santiago), término
que sería utilizado posteriormente por los alemanes y que por extensión
designaría a toda España. Dicha magnificencia y la atracción de las riquezas
del santuario del apóstol impulsaron a los normandos a introducirse repetidas
veces en la ría de Arousa con la intención de remontar las aguas para
acercarse a Compostela: «... llegaron ante su presencia mensajeros para
comunicarle que francos, normandos y una gran muchedumbre de enemigos
se dirigían a Iria, tomando como cautivos a todos cuantos hombres y mujeres
encontraban en su correría y saqueando y devastando el territorio. Ante esta
nueva el obispo Sisnando,2 fuera de sí, cogió las armas y se enfrentó a ellos
en Fornelos, cayendo muerto al lanzarse en medio de las tropas enemigas».3
Tal desafío motivó la fortificación del estuario del río Ulla (fortaleza de
Torres del Oeste) y el levantamiento de torres de defensa en ambas orillas de
la ría de Arousa. La importancia de los ataques vikingos y su fortaleza
quedan contrastadas históricamente. Tras la muerte del obispo Sisnando y la
derrota de sus tropas, los vikingos permanecieron en Galicia durante, al
menos, tres años; tales eran su poderío y su número que fue casi imposible
derrotarlos, y solo el permanente hostigamiento por parte de ejércitos
privados, de señores feudales afectados en sus intereses por tal presencia, fue
lo que finalmente consiguió su objetivo: expulsarlos.
Los vikingos insistieron, a lo largo de los años, en sus intentos de asalto
a la Ciudad Santa, o cuando menos a sus dominios. Los puertos de Muxía,
Ribadeo y otros, sufrieron los embates de los bárbaros procedentes del norte
de Europa. El monasterio de San Xiao de Moraime fue destruido por ellos y
sufrió ataques en distintas épocas. En el año 966 don Gonzalo, después San
Gonzalo, era obispo de Mondoñedo y cuenta la leyenda, recogida por Vicente
Risco, que ante el intento de los normandos de fundar reino en Galicia
deslumbrados por el oro y las riquezas que se suponía almacenaban las arcas
de Compostela, y no teniendo ejércitos suficientemente preparados para
enfrentarse al enemigo, optó por las plegarias y no le fue mal, pues con cada
oración hundió un barco enemigo, uno detrás de otro, hasta destruir
completamente su flota. Los normandos debieron tomar nota de lo sucedido
porque en el año 1014 regresaron mandados esta vez por Olaf Haraldson, y
navegaron triunfantes por las costas gallegas e incluso secuestraron al obispo
de Tui y a su séquito. El triunfo de los noruegos no pudo ser evitado, en esta
ocasión, por las oraciones; la historia daría con el tiempo una explicación
racional ya que el pirata Olaf Haraldson se convertiría, a la postre, en San
Olaf, patrón de su país.1
El peligro musulmán, salvo la incursión sobre Compostela del caudillo
Almanzor, se circunscribió fundamentalmente a la realización de razzias
sobre los asentamientos agrarios del sur de Galicia y las incursiones en la
capital eclesiástica de Galicia, Braga. Esta presión no se prolongó en el
tiempo y la repoblación de los territorios que habían sido abandonados en el
sur de la Galicia entre el Miño y el Duero significará el final de esta amenaza.
… el 8 de agosto del año de nuestro señor de 997, al caer la tarde…, Almanzor con su
blanco alquicel subió la rampa y penetró a caballo bajo sus naves, encontrándola
totalmente desierta. Recorrió la catedral, y como solo viese un monje anciano, de
luenga barba blanca, ante la tumba del Apóstol, que venía a destrozar, dirigióse a él
preguntándole:
–¿Qué haces aquí?
–Estoy orando ante el Sepulcro del Apóstol –contestó el monje.
–Pues reza cuanto quieras.
Y dirigiéndose al que podríamos llamar su Estado Mayor, ordenó:
–Que nadie toque a este monje y a este Sepulcro; poned una guardia para que nadie
lo profane.1
Este hecho de gran trascendencia para el mundo cristiano, pues llegó a
estar amenazado el propio sepulcro del apóstol, supuso la destrucción de la
ciudad de Compostela por las tropas de Almanzor, correría que fue relatada
de esta manera por el obispo de Tui:
Non fue çibdad nin guarniçión que se le puediese resistir hasta que vino a las partes
de las marismas oçidentales de España y destruyó la çibdad y la yglesia donde está
enterrado el cuerpo de Santiago; y allegóse osadamente al sepulcro de Santiago
Apóstol por quebrantarlo, más espantado de un relámpago tornóse, y quebrantó las
yglesias y los monasterios y los palacios y con fuego los quemó».
... Más levó el bárbaro las campanas de la yglesia mayor de Santiago, y por señal las
fizo llevar a Córdova y enfocar por lámparas en su oratorio.»2
El monje que oraba frente al sepulcro del apóstol era el venerable San
Pedro de Mezonzo, por aquel entonces obispo de Compostela, y hoy en día
todavía permanecen las marcas del incendio,3 con el que Almanzor arrasó el
santuario a excepción de la cripta, en el muro delantero de la iglesia

construida en el siglo IX, sobre la que se levantó posteriormente la catedral.


La Compostela de Xelmírez

Tras la figura histórica de Xelmírez se esconde, como ya hemos analizado en
el capítulo anterior, el personaje decisivo en la transformación del pequeño
locus compostelano en el mayor centro religioso de la Iglesia en Occidente.
Es significativo que los reyes de la España cristiana se dirijan a los
arzobispos compostelanos, a partir de la figura de Xelmírez, con el
tratamiento de «Padre mío y Pontífice de todo el Orbe».
La concesión por parte del Papa Calixto II en 1119 del privilegio de la
realización del Año Santo en Compostela, con la dispensa de perdones
especiales e indulgencias en los años en que la festividad de Santiago
coincidiese en domingo, representó el asentamiento definitivo de Compostela
como lugar de peregrinación y su afirmación como capital espiritual, no solo
de los reinos cristianos de la península, sino también como segunda iglesia de

la cristiandad.


Sarcófago del «Bispo Santo», San Martiño de Mondoñedo Foz. Sepulcro del obispo San
Gonzalo.

Bajo el auspicio del arzobispo Xelmírez, en Compostela se produce un
gran desarrollo urbanístico, lo que se explica por la política de los reyes de
Asturias y León de designar a los prelados como auténticos señores, no solo
de los enclaves episcopales, sino también de los territorios próximos a los
mismos, con lo que, de facto, equiparaban su Status al que tenían los condes
en dichos reinos. Estos reyes en los siglos IX-X otorgaron el carácter de
señorío eclesiástico a la mayor parte de las ciudades episcopales de Galicia,
lo que les permitía imponer un control efectivo y seguro para sus intereses.
En Compostela, las obras iniciadas por Diego Peláez en 1075 son
retomadas por Diego Xelmírez, quien dará el impulso definitivo a las obras
de la basílica románica. La magnitud del proyecto catedralicio supone, en un
principio, un gasto desorbitado para las arcas de la iglesia compostelana, que
se ve obligada a perder una parte muy importante de su patrimonio para
sufragar las obras. Sin embargo, la construcción de la basílica supondrá en la
práctica la reactivación económica de la ciudad ya que, por un lado,
distribuye cantidades importantes de dinero entre la población generando
nueva riqueza y, por otro, promueve el establecimiento y desarrollo de las
actividades gremiales. Con todo ello el prelado ve recompensada su
inversión, ya que como señor de la ciudad recibe las tasas y los impuestos
que se establecen sobre unas actividades burguesas plenamente consolidadas.
Aunque durante todo su pontificado no decrece la actividad
constructora, es en la primera década del siglo XII cuando se desarrolla con
más fuerza motivada por la «paz social» que se vive en el entorno
compostelano. Las obras de la catedral en los años centrales de esta década
tienen un gran impulso, pues se consagran los altares de la girola y se
encuentran rematadas las puertas norte o del Paraíso y sur o de Platerías, con
lo que se finalizaba el crucero catedralicio. Además, Xelmírez ordenará
derribar, con gran oposición del propio cabildo, el cenotafio de época romana
y que se identificaba con la tumba del apóstol Santiago, edificando en su
lugar un nuevo altar sobre el que sitúa un majestuoso baldaquino de oro y
plata y construyendo bajo este una nueva cripta. En 1112, la nave central se
termina y se derriba, parcialmente, la antigua iglesia de Alfonso III que había
sido reconstruida por San Pedro de Mezonzo tras el ataque de Almanzor, y
que limitaba el espacio en el interior. En 1122 se puede decir que
prácticamente se remata el magno proyecto catedralicio, pues solo en el
exterior quedaban por levantarse algunas torres. Habían pasado más de 44
años tras la colocación de la primera piedra.
Sin embargo, hay proyectos arquitectónicos relacionados con la basílica
que el prelado no llegó a ver concluidos, pues la muerte le privó de ello, entre
los que destaca la construcción del claustro.
La gran basílica no fue el único espacio religioso en el que se centraron
los ánimos constructores del prelado, pues con la intención de desarrollar el
sistema parroquial, intra y extramuros, se restauran iglesias (San Benito, San
Fiz y San Miguel), se reedifica la iglesia en el Souto dos Poldros (hoy Paseo
de la Alameda compostelana), donde se depositan las reliquias de Santa
Susana traídas desde Braga, se construyen otras nuevas (en el Monte do
Gozo; en el Camino Francés, bajo la advocación de la Santa Cruz)...
Con la intención de crear instalaciones adecuadas para la acogida de
peregrinos, especialmente para dar solución a su atención sanitaria, se crea
una institución primordial, el Hospital de Santiago. Con ello se da solución a
una importante problemática y se refuerza la fuente de ingresos arzobispal,
pues esta institución será receptora de sustanciosas donaciones piadosas.
La pasión constructora del arzobispo no solamente se limitó al recinto de
la catedral y a las edificaciones eclesiásticas, pues el entorno urbano de
Compostela se benefició de los proyectos que se patrocinaban desde la sede
episcopal. Las necesidades de expansión se multiplicaban ya que al
importante crecimiento poblacional se unía la necesidad de albergar a un
número creciente de peregrinos y mercaderes.
La primera necesidad pública que acomete el arzobispado es la dotación
de una conducción de aguas para la ciudad que finalizará en la Fonte do
Paraíso, en la puerta norte de la catedral, para ofrecer servicio a la multitud de
peregrinos.
Una de las principales reestructuraciones urbanas de la Compostela de
Xelmírez se produce con la apertura de una nueva calle que fue concebida
como zona residencial y que correría paralela a la Rúa do Vilar; esta nueva
calle todavía hoy conserva su viejo nombre: la Rúa Nova.

Catedral de Santiago. Construida sobre lo que fue el bosque del Libredón.

Una joya arquitectónica relacionada con las construcciones palatinas nos
legó el «arzobispo-constructor»: su palacio. Adosado a la cara norte del
complejo catedralicio, el palacio de Xelmírez, en realidad una fortaleza, fue
destruido durante la revuelta popular de 1117. Posteriormente fue
reconstruido para convertirse en el monumento civil de estilo románico más
sobresaliente de la España cristiana.

La Compostela medieval

Entre dos ríos, uno de los cuales se llama Sar y el otro Sarela, está situada la ciudad
de Compostela. El Sar está al oriente, entre el monte del Gozo y la ciudad; el Sarela
está al poniente. Siete son las entradas y puertas de la ciudad. La primera entrada se
llama Puerta Francesa; la segunda, Puerta de la Peña; la tercera, Puerta de Subfratibus;
la cuarta, Puerta del Santo Peregrino; la quinta, Puerta Fajera, que lleva a Padrón; la
sexta, Puerta de Sussanis; la séptima, Puerta de Mazarelos, por la cual llega el
precioso vino a la ciudad.
Esta es la descripción que se hace en el Códice Calixtino de la ciudad de
Compostela en los siglos altomedievales, en uno de los períodos de mayor
expansión del fenómeno de las peregrinaciones. Alrededor de dicho
fenómeno florece prontamente un desarrollo urbanístico y comercial que
convierte al pequeño caserío surgido en torno a la primera basílica apostólica
en un importante centro comercial en el siglo XII. La multitud de hombres y
mujeres que peregrinaban a la ciudad se encontraron a expensas de
comerciantes desaprensivos y fueros abusivos que tuvieron que ser vigilados
por el concejo mediante el establecimiento de normas severas que
reglamentasen las transacciones comerciales: «Los acaparadores y
revendedores sean expulsados irremisiblemente de dentro y de las afueras de
la ciudad, y no se compre pescado ni carne, ni mariscos, ni pulpos, ni
langostas, ni lampreas, ni cabritos, ni pan, ni frutas para ganar revendiendo,
sino tan solo para comer, y quien trajere estas cosas, él mismo por sí las
venda a todos».1
A mediados del siglo XIII la ciudad tiene ya adquirida su hechura urbana,
donde las murallas dan forma intramuros a una estructura urbanística
típicamente medieval, en la que se observan ya los barrios especializados
según la estructura gremial: de esta manera los caldereros, zapateros,
tejedores, orfebres o herreros se organizan corporativamente agrupándose,
según oficios, en sus calles determinadas. En la actualidad la ciudad de
Santiago conserva en su casco histórico algunos nombres de antaño para las
rúas y plazas en las que se agruparon estos oficios: Acibechería
(azabacheros), Caldeirería (caldereros), Praterías (plateros), Concheiros...2
Toda la ciudad era un gran mercado especializado, pues estaba el
mercado de productos del campo en los alrededores de la iglesia de San
Benito, el mercado de vinos y frutas en Mazarelos, o el mercado del Paraíso,
que estaba situado en la plaza norte de la catedral compostelana conocida
como del «Paraíso», hoy como de la Acibechería, y en el que comerciantes y
artesanos vendían sus mercancías a los peregrinos:


Santo dos Croques, representación escultórica del Maestro Mateo. Catedral de Santiago.

Después de la fuente está el atrio o paraíso, pavimentado de piedra, donde entre los
emblemas de Santiago se venden a los peregrinos las típicas conchas, y hay allí para
vender botas de vino, zapatos, morrales de piel de ciervo, bolsas, correas, cinturones y
toda suerte de hierbas medicinales y además drogas, y otras muchas cosas.1
En esta plaza se encontraban también el Palacio Arzobispal y la Casa de
la Moneda, el Hospital de Santiago, la Puerta de Sofrades y en ella
comenzaba la Rúa Maior.
Debido al gran desarrollo alcanzado por el mercado en la Compostela
medieval aparecen, en los intercambios mercantiles, repentinas alzas de
precios y malos usos, vinculados con los períodos de mayor afluencia de
peregrinos. La falta de un ordenamiento general que regulase dichas
transacciones motivaría profundos malestares sociales y la aparición de un
mercado clandestino en manos de especuladores muy difícil de controlar. Un
decreto de 1133 intenta frenar el fraude, que era moneda de cambio habitual,
pero también fue aprovechado para conseguir un mayor control del
arzobispado reafirmando la tutela señorial del concejo y sin otorgar mayor
autonomía a los gremios, lo que desembocaría en revueltas populares.
En la plaza donde estaba instalado el mercado público se encontraban,
por orden de estos «Fueros de la Tierra de Santiago» reguladores de los
intercambios comerciales, las medidas oficiales representadas en el modelo
de talega de piedra existente en este Campo de Compostela,2 explicación
quizás del nombre tradicional de la hoy conocida como plaza de Cervantes y
popularmente antes conocida como Praza do Pan. Esta medida era el
referente y estaba penada, tanto dentro como fuera de la ciudad, la realización
de compras y ventas que no se sometiesen a la misma. Alrededor de este
lugar se engarzaba toda la vida social y económica de la ciudad, pues también
en este recinto se reunía la asamblea concejil, se celebraban los asuntos
judiciales o se divulgaban bandos o pregones. Acaso sea esta la correcta
explicación del nombre de la calle que discurre desde esta plaza, la del
Preguntoiro.
No solo permanece en la actualidad el recuerdo de los oficios que se
desenvolvían en cada una de las calles, pues también existen algunas que
conservan el nombre de sus habitantes, como la popular Rúa do Franco, así
llamada por ser el lugar en el que se instalaron los numerosos mercaderes
franceses que se asentaron tanto en Compostela como en numerosas ciudades
del Camino.

La gran basílica: los símbolos
y conocimientos escondidos

Aunque en el mundo clásico se diseñó el estudio y desarrollo de las
proporciones arquitectónicas, el concepto matemático vinculado a una unidad
o conjunto arquitectónico es un referente en todas las grandes construcciones
de la Edad Media, pues en este período los magnos edificios, ligados a una
concepción espiritual (no en vano son construcciones religiosas), fueron los
lugares en los que se plasmaron las teorías filosóficas y el resultado creativo
de la magnificencia de Dios.
El hombre es una piedra, se integra en su lugar exacto en la ciudad celestial que los
Maestros de Obras tratan de construir sobre la tierra.1
Los iniciados en el saber arquitectónico, que no deja de ser en esencia
más que el desarrollo de unas ideas y pensamientos filosóficos y conceptuales
que han sido plasmados y desarrollados primero en un plano, recogen sus
enseñanzas a través de estos símbolos universales de sabiduría, ya que las
fábricas arquitectónicas son en sí mismas claves secretas que esconden la
transmisión de conocimientos. El legado de los constructores se mantuvo
vivo, pues no se debe olvidar que organizaciones secretas, como la
masonería, están basadas en las agrupaciones medievales de los albañiles y
sus estructuras imitan los niveles de especialización de estos oficios
medievales (maestros, oficiales y aprendices).
La arquitectura de la seo compostelana encierra, como todas las grandes
catedrales europeas, múltiples secretos y simbologías. El propio Códice
Calixtino nos revela que la gran basílica estaba articulada en torno a un
número, el nueve,1 sobre el cual se estructurarían los espacios y que estaría
presente en toda la ligazón del edificio, ya que tendría nueve naves, que
estarían separadas por 63 pilares y columnas (siete veces el número
integrador), 63 vidrieras iluminarían las naves, que estarían complementadas
por nueve capillas y donde el coro estaría compuesto por 72 sitiales (ocho
veces dicho número). Además, el proyecto catedralicio se vería culminado en
su exterior con la construcción de nueve torres. Los números eran
importantes y trascendían a su significado puramente cuantitativo. El nueve,
múltiplo de tres, que tanto se repite no solo en la catedral compostelana sino
también en otras ya mencionadas relacionadas asimismo con el culto y la
tradición jacobeos, como número impar que es, hace referencia clara y
directa, según los cabalistas e iniciáticos, al espíritu y a la perfección. Nueve
son las etapas de la Gran Obra, las fases de la transformación espiritual.
Nueve significa plenitud del conocimiento y última fase antes del retorno a la
que es la unidad que es Principio y Fin: el Uno.2
La catedral presenta una planta de cruz latina propia de las grandes
iglesias de peregrinación, como su hermana gemela de Saint Sernin de
Toulouse, y a lo largo de los siglos ha sufrido numerosas ampliaciones
ocupando en la actualidad una superficie cercana a los 23.000 metros
cuadrados. La nave principal alcanza los 100 metros de longitud, aunque
debido al espesor de sus muros el interior es de 97 metros, cuestión que
también se aprecia en el transepto, pues su longitud interior de 65 metros se
convierte en 70 en el exterior.
En el interior de la basílica el punto más alto se eleva más de 30 metros
sobre el suelo, lo que sucede en su cúpula, mientras que las naves centrales
de cada uno de sus brazos se encumbran hasta los 20 metros quedándose las
menores en la mitad de esa altura. La monumentalidad de los espacios
interiores se ve acrecentada por la amplitud de las naves centrales que se
prolongan a lo largo de sus nueve metros de anchura.

Pórtico de la Gloria, Catedral de Santiago. Obra cumbre del Románico.


En el aspecto exterior del complejo catedralicio se aprecia de nuevo una
curiosa distribución numérica en torno al número «cuatro». Cuatro son las
grandes plazas que lo circundan (Obradoiro, Azabachería, Quintana y
Platerías) y cuatro son las torres que se elevan al cielo compostelano, entre
las que destacan por su espectacularidad y esbeltez las torres del Obradoiro
conocidas popularmente como de las Campanas y de la Carraca, que se
elevan 76 metros sobre el suelo, cuatro metros más que los alcanzados por la
conocida como Torre del Reloj, en la que se integra la gran campana
denominada Berenguela, cuyo sonido se escuchaba en Padrón cuando
soplaba el favorable viento del nordés1 hasta bien entrados los años
cincuenta.
El «Camino de Santiago» o camino francés remata en la antigua plaza
del Paraíso, hoy conocida como de la Acibechería. Una antigua tradición de
origen medieval obligaba a dirigirse a los tejados situados sobre la cabecera
de la basílica para depositar las viejas ropas con las que se había realizado el
camino, y que después serían quemadas, ante la Cruz dos Farrapos:1 un acto
de gran simbología, pues con ello se representaba el abandono de las viejas
costumbres para ser reemplazadas por el nuevo espíritu surgido tras la
realización del Camino. Se cerraba así el camino iniciático y se daba paso al
nuevo hombre fruto de esa búsqueda de la espiritualidad y el conocimiento
interior que era la peregrinación a Santiago.
El peregrino, si quiere disfrutar de la grandiosidad de la catedral y
admirar la fachada barroca con sus dos torres apuntando al cielo, debe
dirigirse a la plaza del Obradoiro, llamada así porque era el lugar donde
estaba situado el obradoiro2 de canteros que construyeron la basílica.
Traspasado el umbral de las puertas de dicha fachada, se encuentra el
Pórtico de la Gloria, primera visión del peregrino medieval hasta que la
fachada barroca lo ocultó. El Pórtico de la Gloria es el monumento por
excelencia del románico en España, síntesis en piedra de la Teología de la
Iglesia, representada en figuras que evocan las imágenes de la literatura del
Antiguo Testamento y de sus versiones apócrifas.
Obra del genial y a la vez enigmático maestro Mateo, quien dejó
constancia de su autoría para la posteridad esculpiendo en el dintel del arco
principal la siguiente inscripción:

ANNO: AB: INCARTIONE: DNI: M.º C.º: AAA
LXXXVIII V.º. ERAM-CXXX. VI. DIE KL.: APRILIS:
SVPER LIMINARIA: PRINCIPALIVM:
PORTALIVM: ECCLESIAE: BEATI: JACOBI:
SVUNT: COLLOCATA: PER: MAGITRVM: MATHAEVM:
VI: A: FVUNDAMENTIS: IPSORVM:
PORTALIVM: GESSIT: MAGISTERIVM:


Además de cumplimentar con la liturgia, el creyente y el turista
coinciden en una serie de ritos que tienen que ver más con la superstición que
con los actos de fe, pero que se han convertido en tradición jacobea. El
primero se realiza al entrar en el Pórtico de la Gloria: después del éxtasis de
grandiosidad que trasciende lo meramente escultural o arquitectónico, se
ponen los dedos de la mano derecha en los huecos de la columna central del
Pórtico y se piden humildemente cinco deseos; los creyentes acompañan esta
petición con el rezo de cinco padrenuestros. El segundo acto es el de
acercarse a la figura del «Santo dos Croques», que mira arrodillado al altar
mayor desde la base de la misma columna antes mencionada y que representa
a la figura del propio maestro Mateo; la acción a realizar consiste en golpear
con la cabeza la del santo con el fin de que se produzca una transferencia de
inteligencia del maestro a la cabeza del que realiza la acción; existe otra
leyenda que dice que al maestro Mateo, una vez concluida su magnífica obra,
se le arrancaron los ojos para que no pudiera hacer ningún otro trabajo igual o
superior en ningún otro lugar. La tercera parte del ritual consiste en abrazar la
figura del Apóstol que preside el altar mayor y a la que se accede por una
estrecha escalinata con puerta de entrada en la girola frente a la capilla del
Pilar. Antes, o después, según se prefiera, se debe visitar la cripta en la que se
encuentra el sarcófago de plata que contiene los restos del apóstol Santiago, a
la que se accede por una pequeña puerta situada entre las capillas del Espíritu
Santo y de la Concepción.
Mención especial merece la llamada Puerta Santa o Puerta del Perdón.
Siendo quizás la menos vistosa de la basílica, es también la más añorada,
pues no en vano es la que permanece cerrada a cal y canto durante años para
ser abierta únicamente en la ceremonia litúrgica que se celebra el 31 de
diciembre del año que da paso al nuevo año jubilar. Eso sí, la Puerta Santa
entonces permanece abierta día y noche mientras transcurre el año santo justo
hasta el 31 de diciembre cuando, en otra ceremonia religiosa que se celebra
en la plaza de la Quintana, se clausura el año jubilar y se cierra de nuevo. Es
quizás por ese motivo por el cual muchos fieles seguidores del apóstol
Santiago deciden peregrinar a Compostela en Año Santo, para poder tener la
satisfacción de cruzar su umbral. Según algunas opiniones, la Puerta Santa o
del Perdón se corresponde con una de las puertas menores que cita el Códice
Calixtino: «La tercera, de las puertas menores, es la puerta de San Paio,
porque por ella se servían los monjes de Antealtares».1 El peregrino penetra
en el recinto catedralicio recorriendo con sus dedos humedecidos en agua
bendita la sencilla cruz dibujada por un maestro cantero sobre la jamba
derecha de la puerta, accediendo así por el naciente al templo, y siguiendo el
deambulatorio o girola, hacia su derecha, pronto encontrará la puerta de
acceso al sepulcro del apóstol.
La Puerta Santa o de los Perdones que se ve en la actualidad desde
levante, la plaza de la Quintana, es la segunda construida en sustitución de
una anterior considerada poco digna y efectista para tan importante templo,
teniendo en cuenta que si bien la principal entrada es la de poniente, la de la
fachada del Obradoiro, en el siglo XVII la ciudad se extendía principalmente a
levante y por tanto era lógico que los peregrinos siguiendo el camino francés
cruzaran la ciudad y vieran de la catedral, aparte de las torres que
seguramente ya vislumbraran desde el Monxoi, hoy Monte do Gozo, la parte
absidal:


... Adonde para la gente es en la Quintana, pues por estar toda la ciudad y sus calles
hacia levante, todos cuantos vienen a esta Santa Iglesia encuentran con ella por aquella
parte, que es donde hace frente el famoso lienzo de las monjas de San Paio, el cual
descubre la baxeça de la fachada de nuestra Iglesia viéndose una mala puertecilla
metida en un estrecho rincón y unos catorce o quince tejadillos que cubriendo los
cubos parecen capillas de hornos.

Fue esa la causa que motivó la rehabilitación monumental que hoy se
observa, con un proyecto arquitectónico que ocultase los mencionados
tejadillos de las distintas capillas que conforman el ábside, dando más
empaque a la fachada de oriente de la basílica. La entrada de la Puerta Santa
fue adornada con 24 figuras en relieve que, según Jesús Carro, representan a
patriarcas, profetas y evangelistas que salieron del taller del maestro Mateo y

que originalmente formaron parte del coro.


Puerta Santa (interior), Catedral de Santiago.

Para la ceremonia de apertura de la Puerta Santa con la que se inaugura
el año jubilar, se construye previamente un liviano muro de piedra dentro del
pasillo existente entre el muro exterior y la propia puerta que se encuentra en
el ábside, quedando, por tanto, oculta desde el exterior. En un momento dado
de la ceremonia, el prelado, tras dar lectura al mensaje papal, se acerca,
martillo en mano, al muro que representa a la propia Puerta Santa y dando un
primer golpe dice:1
– Abridme las puertas de la casa en que habita el justo.
– Responden: Para que entre por ellas y alabe al Señor.
Golpea y dice por segunda vez:
– Entraré en tu casa, Señor.
– Responden: Te adoraré reverentemente en tu Santo Templo.
Por tercera vez golpea, con más fuerza, y dice:
– Abrid las puertas, que el Señor está con nosotros.
En ese momento el muro se derrumba, y mientras se retiran las piedras,
el prelado seguido por un séquito formado por los obispos, clero catedralicio,
autoridades invitadas y fieles, penetra en la catedral recogiendo, con más o
menos disimulo, algún resto del muro caído. Varios son los motivos de la
posesión de estas «reliquias»: recuerdo para algunos; superstición para otros,
pues esas piedras bendecidas auguran buena fortuna; o por cumplir con una
de las innovadoras tradiciones jacobeas.

Nave del crucero y Botafumeiro. Catedral de Santiago.


Religión, arte, historia, tradición y leyenda, se conjugan en la catedral,
pero también existe una parte de espectáculo, apenas tres minutos de
ceremonia para un rito, una tradición jacobea, que deja atónito al que la
contempla por primera vez y a los que tienen la suerte de presenciarla en más
de una ocasión: el Botafumeiro.2 Se trata del incensario más grande que
existe, pues mide metro y medio de alto y pesa unos cincuenta kilos. Es tan
antigua su existencia como la propia catedral, pues ya aparece representado
en algunos relieves del Pórtico de la Gloria, y en el Códice Calixtino se
describe la ceremonia de hacerlo volar de puerta a puerta, de la Acibechería a
Praterías, atravesando el crucero de la catedral. Se habló y se escribió mucho
sobre el significado y la intencionalidad del uso del botafumeiro; entre otras
cosas se dijo que antiguamente se empleaba como ambientador y
desinfectante del aire del templo, pues durante siglos permanecía abierto día
y noche y muchos peregrinos dormían en él. No nació para la contemplación,
sino que tiene y tuvo siempre un uso litúrgico de homenaje y para incensar la
imagen y las reliquias del apóstol.1 Lo ponen en funcionamiento los
tiraboleiros,2 ocho en total, que lo trasladan desde la sacristía al altar mayor
y lo enganchan en la alcachofa que pende de una larga cuerda agarrada con
anclajes en la cúpula del crucero; del otro extremo de la cuerda salen siete
cuerdas menores que son las que enganchan los siete tiraboleiros para elevar
el botafumeiro –el octavo es el que dirige la operación–, y, con habilidad, lo
hacen volar de una punta a otra de la catedral, repartiendo así el humo del
incienso que se quema en su interior por todo el recinto. Por eso Víctor Hugo
lo llamó «el rey de los incensarios»:
Tiene un Santo Compostela
Y el rey de los incensarios
Que de nave a nave vuela.1
El botafumeiro se desprendió en varias ocasiones, aunque quizás la que
se menciona como más trágica no está documentada y se refiere a que en
cierta ocasión se soltó de la alcachofa, salió volando por un ventanal de la
fachada de Platerías y se estrelló en la entrada de la rúa del Vilar contra una
castañera, a la que ocasionó la muerte. En realidad, y perfectamente
documentados, se sabe de tres accidentes: el primero ocurrió en 1499,
estando presente en la ceremonia la infanta Catalina de Aragón; la segunda
vez se estrelló contra un muro que existía entre el coro y la capilla mayor, y
el tercer accidente se produjo en 1937 al desviarse de su trayectoria y golpear
contra los laterales de la nave, al igual que un cuarto incidente ocurrido,
probablemente, en 1925.
El botafumeiro se pone en funcionamiento en ocasiones especiales,
durante la misa de doce de todos los domingos, la misa del peregrino, y en
Año Santo, todos los días, también en la misa del peregrino.

El laberinto de piedra

Con el devenir del tiempo aquel frondoso bosque del Libredón que acogió en
su seno protector el edículo con el cuerpo del Apóstol descansando en su
interior, vio cómo sobre un templete surgía una iglesia que inmediatamente
pasaba a ser sede episcopal al trasladarse de Iria al lugar santo. Sobre esa
iglesia ocupada en principio por un grupo de monjes benedictinos se levantó
la catedral, la primera, destruida por Almanzor y cuya reconstrucción
comenzó el propio San Pedro de Mezonzo. El obispo Diego Peláez inició la
gran obra de la actual basílica que con el empujón de Xelmírez adquirió su
máximo apogeo. No sería hasta los siglos XVII-XVIII cuando la catedral
sufriría nuevas reformas, como la construcción por el arquitecto Casas Novoa
de la fachada barroca del Obradoiro, que ocultó definitivamente la obra del
maestro Mateo a las inclemencias del tiempo y a la mirada exterior. El
Pórtico de la Gloria, como ya hemos apuntado, es la primera visión una vez
que se entra en la catedral por las puertas de la nueva fachada barroca.



Fonte dos Cabalos y Torre del Reloj, Santiago. La torre alberga la campana de la
Berenguela.

Pero no fue solo la catedral la que evolucionó a lo largo de los siglos.
Bajo su manto protector fue naciendo y creciendo una ciudad con mucha
historia cuyos designios mucho tuvieron que ver con las decisiones que los
propios prelados tomaran, pues su poder alcanzaba también a las cuestiones
temporales y cotidianas, no solo a las divinas. Y la ciudad se convirtió en un
monumento de piedra toda ella. Santiago es una de esas ciudades del mundo,
pocas, con un «casco viejo» o zona monumental en la que se pueden
fácilmente imaginar escenas tanto medievales como románticas
decimonónicas; a la vuelta de cualquier esquina puede aparecer el arzobispo
Xelmírez con todo su esplendor y amplio séquito repartiendo bendiciones a
diestro y siniestro y alguna que otra moneda entre los más desfavorecidos que
piden limosna en las puertas del templo sagrado; quizás sea A tola (La loca)
el personaje evocado paseando entre furtivo y melancólico una tarde lluviosa
bajo los soportales de la Rúa do Vilar y la atenta mirada de las fisgonas,
cotillas o simplemente aburridas señoras que desde el salón de sus casas y
merced a una trampilla practicada en el suelo, el techo para los paseantes de
los soportales, controlaban las idas y venidas del vecindario. A tola es el
sobrenombre impuesto por la burguesía compostelana a una de las mujeres
más relevantes de la historia gallega: la poetisa Rosalía de Castro.
Las Rúas do Vilar y Nova, con sus paseos cubiertos por soportales, y las
de la Calderería y el Preguntoiro son las arterias vivas de la ciudad vieja que
conservan el latido de la historia y, con los pequeños y a veces estrechos
callejones, convierten la zona monumental compostelana en un laberinto de
piedra. Pero el paseo es fácil, porque todos los caminos conducen a Roma y
en Santiago casi todas sus calles, a la catedral.

Puerta Santa (exterior), Catedral de Santiago.


La gran plaza, por tamaño y monumentalidad, es la del Obradoiro. Se
cierra por el este con la fachada catedralicia del mismo nombre y dos
edificaciones complementarias: el Museo de la Catedral y el palacio de
Xelmírez, que a su vez se encuentra unido por un arco con el actual palacio
arzobispal.
Por el oeste, con el edificio neoclásico del Pazo de Raxoi, antiguo
Seminario de Confesores, construido por el obispo Raxoi y Losada en 1776,
en el que comparten sede en la actualidad el consistorio municipal y la
presidencia de la Xunta de Galicia. El grupo escultórico, realizado en mármol
por el italiano Gambino, que corona el frontón de la fachada representa la
intervención del Apóstol en la batalla de Clavijo, en recuerdo de uno de los
milagros del Apóstol, pues según cuenta la leyenda Santiago Apóstol
combatió contra los moros integrado en las filas del rey Ramiro I. Los
antepasados de este rey se habían comprometido a entregar 100 doncellas
cada año como pago por la ayuda recibida de Abderramán I para hacerse con
el trono de Asturias. La batalla de Clavijo comenzó mal para Ramiro I y sus
tropas, pero aquel soñó con la ayuda del Apóstol y este se apareció en medio
de la refriega montando un caballo blanco y vestido de igual color con
sombrero de peregrino, eso sí, con espada en mano. La batalla de Clavijo se
recuerda aún como una gran victoria de la cristiandad frente al enemigo
musulmán.
El norte de la plaza está delimitado por el Hospital Real, pues ese era el
nombre que se daba a los edificios de acogida de peregrinos a lo largo del
camino y en Santiago era necesario uno de fin de trayecto. El hoy Hostal de
los Reyes Católicos, Parador Nacional de Turismo, es una obra arquitectónica
magnífica auspiciada por los Reyes Católicos a instancias del deán de la
catedral Diego de Muros en el año 1501. Su fachada de estilo plateresco fue
realizada en menos de año y medio por dos maestros franceses llamados
Colas y De Blas. En su interior se encuentra la Capilla Real, también llamada
de la Vera Cruz, exigencia de los Reyes Católicos, que también ordenaron la
construcción de un cementerio lo más cerca posible de la misma. En el
interior del Hostal hay también cuatro patios o claustros, dos de los cuales
son los más antiguos, de estilo renacentista.
El sur de la plaza del Obradoiro está delimitado por el Colegio de San
Xerome, que en la actualidad alberga el rectorado de la Universidad de
Santiago y que fue mandado construir por el obispo Fonseca III como colegio
para los niños pobres. Este edificio se comunica con el Pazo de Fonseca,
colegio universitario que lleva el nombre del fundador hace más de 500 años
de la Universidad de Compostela, arzobispo de la diócesis así como gran
impulsor de la vida cultural y social de la ciudad.
Frente al Pazo de Fonseca se encuentra la capilla del Apóstol, que más
que capilla es un oratorio situado al lado de una fuente de leyenda, la del
Apóstol, pues se dice que fue aquí donde se detuvieron los bueyes regalados
por la Reina Lupa a los discípulos Atanasio y Teodoro para trasladar el
cuerpo. En esa fuente, cuenta la leyenda, recobró la vista san Francisco de
Siena cuando vino en peregrinación a Compostela.
Otro gran espacio abierto en el entorno catedralicio es la plaza de
Praterías, en cuyo centro está la fuente de los Caballos, que en número de
cuatro custodian el Arca Marmórica. A su alrededor sus cuatro lados están
custodiados: la fachada de Praterías de la catedral, la única románica que se
conserva en el exterior, cierra la plaza por el norte y la torre del Tesoro, otra
dependencia del templo, por el oeste; en el lado este se encuentra el edificio
del Banco de España y, en el principio de la Rúa do Vilar, la «casa del
Deán», edificio construido por Fernández Sarela, siendo su estilo barroco de
evolución, que si bien fue propiedad de Xoana de Ulloa, posteriormente se
convirtió en residencia oficial para los obispos que visitaban Santiago. En el
lado sur un curioso edificio, la Casa del Cabildo, es un majestuoso ejemplo
barroco de fachada-telón, pues la profundidad del edificio no llega a los tres
metros. Subiendo las escaleras de Praterías se entra en la plaza de la
Quintana, que fue cementerio; de hecho, son dos Quintanas distribuidas en
dos niveles, la de vivos y la de muertos.
Santiago de Compostela es en sí misma una ciudad monumental, son
muchas las iglesias y los monasterios de distintas épocas y estilos: Santa
Clara, a cuyas monjas se siguen donando docenas de huevos por parte de
novios y novias para que no llueva el día de la ceremonia de casamiento;
Santa María Salomé, mandada construir por Xelmírez, románica por tanto y
con imagen pétrea de la Virgen en curioso estado de gestación en su fachada;
el monasterio de San Martiño Pinario, uno de los más poderosos de su
tiempo, no solo en Galicia sino de la España cristiana; el convento de San
Agustín, del siglo XVII; la iglesia de San Bieito, neoclásica sobre una obra del
románico reconstruida a su vez por Xelmírez en el siglo XII; y la iglesia de
San Fiz de Solovio, la más antigua de Compostela ya que en ella residía el
anacoreta Paio que descubrió el sepulcro del Apóstol, aunque hoy en día solo
conserve la puerta románica.
Santo Domingo fundó el convento que lleva su nombre cuando visitó
Compostela en el año 1220, y que hoy alberga el museo etnográfico llamado
Museo do Pobo Galego. En el interior de su iglesia conventual se levanta el
«Panteón de Galegos Ilustres», lugar en el que descansan figuras egregias de
la vida y la cultura gallegas: los poetas Rosalía de Castro y Ramón
Cabanillas, el escultor Asorey, el pensador político Alfredo Brañas, el
geógrafo Domingo Fontán y uno de los padres del nacionalismo gallego,
Alfonso R. Castelao.
El «Convento de Madres» se encuentra frente a la Puerta de Mazarelos,
la única nombrada por el Códice Calixtino que aún sigue en pie, y por donde
entraban los afamados vinos del Ribeiro en la ciudad. La iglesia-colegiata
románica de Santa María do Sar (siglo XII) está a orillas del río que tanto
cantó Rosalía de Castro en sus poemas y en su interior asombra por el
desplome de sus pilares y muros que parecen dispuestos a venirse abajo en
cualquier momento. La iglesia de Santa Susana, construida sobre un castro,
en principio estaba destinada a la adoración del Salvador y luego quedó bajo
la advocación de la santa que le da nombre ya que conserva las reliquias de la
misma, traídas de Portugal.
Uno de los conventos importantes es el de San Francisco, fundado por el
santo de Asís con la ayuda de un carbonero compostelano llamado Cotolai;
cuando San Francisco llegó a Santiago pidió ayuda al carbonero para
construir el cenobio. Cotolai preguntó con qué dinero, pues él era pobre, a lo
que San Francisco contestó mandándole cavar una fosa cerca de la fuente, y
allí encontró un tesoro con el que pudo edificar el convento en terrenos
cedidos por el todopoderoso monasterio de San Martiño Pinario, a cambio de
una cesta de truchas que anualmente se seguían entregando hasta bien entrado
el siglo XVIII.


La Compostela universitaria



Hace más de quinientos años un Fonseca, a la sazón arzobispo, fundó la
Universidad de Santiago. Los grandes hombres del Renacimiento no solo
gobernaban sino que se complacían en el mecenazgo de obras importantes, de
artistas y de todo lo relacionado con la cultura y la erudición. El arzobispo
Alonso de Fonseca, el segundo de la dinastía –luego vendría el tercero para
escándalo de las jerarquías eclesiásticas de la Corte de Madrid–, quiso que los
niños pobres de los peregrinos y de la ciudad tuvieran un lugar para estudiar,
y ese fue el origen de la universidad compostelana. Su palacio sigue
albergando en la actualidad dependencias universitarias,1 y frente a sus
puertas hay una plazoleta que también lleva su nombre. Nombre que está en
boca de muchos universitarios del mundo cuando entonan una de las más
famosas canciones que pueda interpretar una tuna...
Triste y sola
sola se queda Fonseca.
Triste y llorosa
queda la Universidad...
En la actualidad, en que Compostela se ha convertido en una ciudad,
pequeña pero cosmopolita gracias al turismo, la Tuna Compostelana sigue
cantando todas las noches esa y otras canciones de su repertorio para los
turistas bajo los soportales de la antigua casa del Cabildo, hoy edificio de
Correos y Telégrafos. El ambiente universitario impregna las calles tal como
lo hizo durante siglos, y muchos novatos, con las ideas claras, siguen
acercándose al «Árbol de la Ciencia y de las Letras» forjado en hierro y que
hace de celosía de una de las ventanas del palacete en el que se encuentra el
Seminario de Estudios Galegos «Padre Sarmiento», entre los colegios de
Fonseca y de San Xerome, para de espaldas asir una de aquellas hojas que
representa cada una de las disciplinas universitarias, sabiendo así lo que le
depararía el destino en caso de confiar en el azar.
La Universidad Compostelana, como todas, tuvo sus altos y bajos a lo
largo de los siglos. De unos momentos iniciales de empuje se pasó a una
decadencia provinciana coincidente con el final de la Ilustración y el
comienzo del romanticismo. Santiago perdía pujanza a favor de A Coruña,
una ciudad portuaria que emergía con fuerza gracias a su burguesía y a su
talante liberal; Compostela representaba el absolutismo y el conservadurismo
más anquilosado.
Decía Gonzalo Torrente Ballester, universitario en Santiago, que
Compostela careció de la fortuna de contar entre los profesores de su
universidad con un Leopoldo Alas; sin embargo, contó, en cambio, con un
Pérez Lugín, que vio de la ciudad lo más superficial y efímero, si bien gracias
a su novela1 se sabía en España que en Compostela había una universidad.2
Al llegar a la Universidad encontraron a los estudiantes en la puerta. Sentados unos
en la escalinata, encaramados otros a las pequeñas pirámides que ornaban la escalera,
y en pie los demás, dirigíanse todos con gran bulla, aplaudiendo y gritando..., entre el
ruidoso regocijo de la facultad y las risotadas de las muchachas que se asomaban
gozosas a las ventanas de las casas vecinas...3
Si bien La Casa de la Troya reflejaba la vida del estudiante universitario
de finales del siglo XIX y principios del XX, con la picaresca, las novatadas, el
hambre y el costumbrismo de la ciudad, la universidad era el contrapunto al
inmovilismo antes mencionado con unas ideas de progreso quizás mal
orientado.1 Un progreso que quedaba lejos de los centros de poder, de la
corte central; la ciudad solo estaba comunicada por su camino y este seguía
manteniendo las mismas comodidades que en la Edad Media; únicamente
quedaba el mar, de ahí la eclosión de Vigo y A Coruña.


 Fachada de Platerías. Único elemento románico en el exterior de la catedral de Santiago.

La Compostelana ha dejado de ser la única universidad de Galicia ya
que ahora convive con las de A Coruña y Vigo, lo que no significó demérito
puesto que la propia ciudad ayuda mucho en poder de convocatoria. Santiago
se ha convertido en ciudad de congresos universitarios y profesionales; rara
es la semana sin ilustres visitantes de las más prestigiosas universidades del
mundo para impartir sus conocimientos entre los alumnos y participantes
congregados a tal efecto.
Auge universitario que da prestigio a sus alumnos, que, sin embargo, no
olvidan la «tradición universitaria» en sus ceremonias de iniciación
estudiantil: siguen buscando peces de colores en las fuentes de Praterías,
Fonseca y la Alameda; tratan de observar los pies de Cervantes en el fondo
de la fuente que rodea su busto; intentan subir de par en par las escaleras de
Praterías (los «bisoños» aún no advirtieron que su número es impar), o bien
ganan el jubileo pagano introduciendo el dedo corazón de su mano derecha
en el ano de un ángel tallado en piedra y que forma parte del motivo
escultórico de un capitel en los soportales de la Rúa do Vilar.
Los universitarios más románticos visitarán, siguiendo las indicaciones
de sus padres o abuelos, la calle de la Troya en busca de aquella casa, pensión
de estudiantes, que acogió a los protagonistas de la obra de Pérez Lugín, y
que hoy es reconocible porque en su fachada luce varias placas
conmemorativas, alguna de las cuales fue regalada por antiguos estudiantes
americanos que también pisaron las aulas de tan ilustre universidad.

Curiosidades compostelanas

Sabido es –decíanos hace medio siglo un prebendado sexagenario– que cuando el
sol empieza a declinar, entrar a raudales por los ventanales del Obradoiro los rayos del
astro-rey iluminando toda la nave de la Soledad de la Basílica, y hasta el hermoso
baldaquino del altar mayor vese con todo detalle. Ilumínase, asimismo, la imagen del
Apóstol, pero su rostro, su faz, solo tres días al año ilumina el sol. Y lo curioso es –
nos decía el prebendado– que estos tres días son los tres de sus fiestas: el 23 de mayo,
aparición en Clavijo; 25 de julio, fiesta del Apóstol, y 30 de diciembre, fiesta de la
Traslación de su cuerpo a Occidente.1
Muchos son los mitos, tradiciones e historias que se esconden entre las
piedras y calles de Compostela. La mentalidad popular ha concedido
explicaciones misteriosas a «intrigantes» fenómenos, la reflexión de la
concurrencia compostelana ha descansado en el tópico para solucionar los
enigmas, la imaginación encendida no se ha detenido en imposibles. Entre los
aficionados a la música se sabe que el rasgar de una guitarra o el sonido de
una voz a capella en un lugar determinado de la plaza de la Quintana
permiten que, sin esfuerzo del intérprete, se escuche su melodía en cualquier

parte de la plaza.

Plaza de A Quintana, Santiago.
Escondidos tras las columnas de los soportales en la «Casa dos
Coengos», que cierra la plaza de la Quintana por el sur, observaremos cada
noche durante todos los días del año la sombra enigmática de un monje
encorvado, que camina inmutable, enmarcada en los muros exteriores de la
basílica compostelana. Es una más de las sombras del arcano que acechan en
cada esquina, una más de las muchas páginas íntimas de la ciudad. Siempre
hay un lugar para el asombro, siempre hay un misterio en cada plaza, siempre
hay un secreto escondido en cada piedra…
Paseando por las angostas y viejas calles del antiguo barrio de
mercaderes en torno al monasterio de San Martiño, asiento de judíos y demás
comerciantes llegados a la ciudad en el medievo, si miramos con diligencia
en la calleja conocida por las «Campanas de San Juan», una curiosidad se nos
presenta en la línea de tejadillos de sus casas: una de estas se encuentra
coronada por un atributo eclesiástico, una espadaña campanil. Evidencia de la
existencia de una iglesia levantada antaño en ese lugar, hoy intenta elevarse,
modesta, entre los tejados vecinos. El traslado de sus campanas al vecino
monasterio de San Martiño hizo surgir una copla, pues en la mentalidad
popular las campanas se rebelaban contra el desplazamiento sonando sin
cesar:
Las campanas de San Juan,
desde que están en San Martín,
no cesan de decir dan-din,
siempre repiten din-dan.
Y diz que así siempre estarán
repitiéndolo hasta el fin:
que nos quiten de San Martín
y nos vuelvan a San Juan.1
Existió hace siglos una calle entre las Rúas do Vilar y Nova: era
conocida como la Rúa de la Balconada. «Diego de Muros» fue el nombre que
Celestino Sánchez Rivera, cronista oficial de Compostela en las primeras
décadas del siglo XX, escogió como sobrenombre, quizás como homenaje al
verdadero Diego de Muros, arzobispo medieval de Compostela. El cronista,
en sus Notas Compostelanas cuenta la leyenda de la Rúa de la Balconada,
historia que tiene que ver con el hecho real del asesinato de un obispo. La
leyenda dice:
Cuando salía la procesión, el día de Corpus, de la calle de la Balconada, y entraba
en la de la Rúa Nova, frente a la iglesia de Santa Salomé, en la cual el arzobispo
portaba el Viril con el Santísimo, de entre la multitud, que religiosa y fervorosamente
la presenciaba, destacóse una «persona», que por su veste revelaba ser de la nobleza,
la cual, dirigiéndose al arzobispo, asestóle fuerte golpe de daga, cayendo
instantáneamente mortalmente herido.
Como el propio «Diego de Muros» recoge, el saber popular rápidamente
sacó una copla:
¡Adiós, Rúa Nova hermosa,
calle de la Balconada,
mataron a un Arzobispo
y fue por una madama!
El arzobispo don Suero Gómez de Toledo fue asesinado el 29 de junio
del año 1366. Las culpas recayeron en uno de los miembros de la noble
familia de los Churruchao, que nunca más pudo encontrar tranquilidad de
conciencia; lo que no se sabe es que haya sido por culpa de una madama
como reza la copla. Pero determinante fue para la vida de Compostela, no
solo por el pavor de una muerte sacrílega de un arzobispo que llevaba al
Santísimo, sino por el hecho de que desde aquel entonces la Rúa de la
Balconada permaneció cerrada al tránsito con un muro que la tapiaba. No
hace muchos años el muro fue tirado con el fin de recuperar la «Casa da
Balconada», en la que se instalaron dependencias universitarias, pero el resto
de la calle solo es accesible a la vista de los propietarios de las casas de las
otras dos calles que avanzaron sus huertas y patios al interior de la clausurada
rúa.


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