domingo, 24 de febrero de 2019

Mitos,ritos y leyendas de Galicia:Hábitos, usos y costumbres medievales

Es la Edad Media un período de la historia que tiende a trascender una
opinión, más o menos generalizada, de ser una época oscura presidida
por la miseria y la opresión. Un período de la historia del hombre en el que la
naturaleza humana se vio pisoteada por lo más inmundo de su condición: la
codicia, la venganza, la guerra... Una humanidad ahogada en muerte,
enfermedades y hambre..., pero que también legó importantes aportaciones,
como los primeros grandes contactos con las culturas de Oriente, la
monumentalidad de las grandes catedrales, destacados avances en las ciencias
(las lentes, la partitura, la brújula y tantos adelantos en la navegación...) y las
artes (en cualquiera de sus disciplinas: literatura, pintura, escultura...). En la
península Ibérica se produce un hecho de enorme trascendencia como fue la
cohabitación de las tres grandes culturas monoteístas (cristiana, musulmana y
hebrea), que permitiría una mutua permeabilidad y una simbiosis de
extraordinaria importancia cultural.
En el caso de Galicia se puede decir que probablemente disfrutará en
este período difícil y supuestamente oscuro de la Edad Media de sus siglos de
oro, de su época de mayor influencia política y cultural, no solo porque
desempeñará una preponderancia cultural entre los reinos de la península a
través de su idioma y su cultura, sino también porque políticamente vivirá su
breve experiencia como reino independiente. En la tumba del rey García de
Galicia en san Isidoro de León, se puede leer:


H. R. DOMINUS GARCIA
REX PORTUGALLAE ET GALLECIAE
FILIUS REGIS MAGNI FERNANDI
HIC INGENIO CAPTUS A FRATRE SUO
IN VINCULIS OBIIT.
ERA MCXXVIII XI KAL. APRILIS.

La vida cotidiana
La uniforme vida de los habitantes del medievo noroccidental peninsular
solamente se veía interrumpida por la celebración del dies dominici en honra
del Creador, ya que después el resto de la semana transcurría en el monótono
desenvolvimiento de las tareas cotidianas. Los días de la semana en todo el
reino de León aún se designaban en torno al año 1000, con la nomenclatura
de secunda feria, tertia, quarta, quinta, sexta feria y septima feria o die
sabbati.2
En el terreno agrario, se alcanzará un estatus de equilibrio relativo. La
aparición del contrato de foro3 permitirá el reparto de la producción entre el
propietario y el trabajador.
Primeramente este acuerdo agrario permite el acceso a la tierra por parte
de los campesinos en condiciones no muy gravosas y, una cuestión muy
importante es que se crea un excedente susceptible de comercializarse. La
vida del trabajador agrícola no se ve anclada en una economía de
autoconsumo, generándose con ello un flujo monetario por un lado, y por
otro una especialización en aquellos productos agrarios que más demanda
tienen en los mercados.
Con ello también el propietario de las tierras que son trabajadas por el
campesino ve aumentado su nivel de vida, pues percibe o bien una renta o
una parte de las cosechas, que producirán unos buenos réditos una vez
colocadas en el mercado, por el usufructo de las mismas.
Los conocimientos técnicos que emanan de los monasterios cistercienses
posibilitan un importantísimo desarrollo del trabajo del hierro y la formación
de herreros.

Molino, Finca Galea/Castro de Ouro, Alfoz, Lugo.

Las ciudades van creciendo fruto de los mercaderes y artesanos que se
asientan en sus muros. Fuera de las murallas surgen nuevos barrios o
arrabales en los que se asienta la nueva mano de obra atraída por las
posibilidades de trabajo. Las ciudades gallegas que más se desarrollan son las
que se encuentran emplazadas en lugares favorables: en Pontevedra tiene una
gran prosperidad el «gremio de mareantes», merced a su protegido puerto
fruto de su situación en la desembocadura del río Lérez; Ourense, por ser
centro neurálgico para el vado del río Miño a través de su viejo puente; Tui,
por su situación en el navegable Miño y su cercanía con Portugal, lo que le
convierte en lugar de intercambio comercial de las dos riberas. Y Santiago...,
poco queda por decir, pues su Camino es un argumento de peso que posibilitó
su crecimiento.
En las ciudades los artesanos se agrupan en las mismas calles por oficios
estructurándose en gremios. Los que desempeñan la misma profesión se
integran en cofradías. Cada cofradía está puesta bajo la protección de un
santo patrono y cada una de ellas regula todo lo concerniente a la profesión
(salarios, precios...).
El desarrollo de las ciudades motiva la aparición de nuevas instituciones
que regulen su vida y organización. Con el fin de ejercer la administración de
las mismas nace el concejo: en su cúspide se sitúa la figura del alcalde, que
está acompañado por los regidores. Estas instituciones concejiles sufrirán la
continua interferencia señorial, lo que motivará un constante enfrentamiento
entre estas y las clases nobiliares, situación que se extenderá hasta finales del
siglo XV.
El siglo XIV será una centuria negra para la población gallega, pues en
ella aparecen los «cuatro jinetes del apocalipsis»: hambre, peste, guerra y
muerte.
El hambre viene como consecuencia de una compleja evolución
económica:1 se ha detenido el movimiento roturador de tierras y se aprecia
una gran pérdida de la productividad de la tierra. La riqueza sigue siendo
fundamentalmente la propiedad de la tierra, y esta a lo largo del medievo ha
ido incorporándose al patrimonio de la Iglesia: han desaparecido en la
práctica los pequeños propietarios y los nobles laicos se ven en peligro por la
propia crisis y porque su base territorial se halla reducida por la presión
eclesiástica.
Con este panorama no es difícil entender el período de hambruna al que
se vio sometida la población, el campesinado fundamentalmente. La llegada
de la peste negra a los puertos de Galicia en 1348 supuso otra vuelta de tuerca
a la ya débil situación del país.
La posición de la nobleza laica es insostenible, pues a la escasez de
tierras ahora une la falta de brazos para trabajar. El agobio que provocaba la
inestabilidad de su propio sustento hace que los señores se lo aseguren por
procedimientos ilícitos, lo que derivará en una situación de inestabilidad
social y la aparición de las revueltas irmandiñas.

Mercado e intercambio
Es difícil explicar las primeras aglomeraciones comerciales, pues quienes se
dedicaban a escribir y describir la sociedad medieval eran los clérigos y
monjes, que medían la importancia de los hechos en función de lo que
representaban para la Iglesia, y la sociedad laica solamente era descrita en
tanto se relacionaba con la sociedad religiosa.1 Sin embargo, sabemos que en
el último cuarto del siglo XI (hasta la convocatoria de la primera Cruzada a
los Santos Lugares por el papa Urbano II) se llevaron a cabo importantes
mejoras y construcciones (puentes, principalmente) en el Camino de
Santiago, lo que ayudó a incrementar el fenómeno de las peregrinaciones y la
instalación en el mismo de colonias de mercaderes. El renacimiento
comercial llevaría aparejado el desarrollo de las ciudades en la época

medieval.
Batán. Finca Galea/ Castro de Ouro, Alfoz, Lugo. Ingenio para la fabricación de tejidos.

La rápida propagación del fenómeno jacobeo significó la aparición a lo
largo y ancho del Camino de nuevos asentamientos poblacionales en los que
se instalaron gentes que encaminaron sus actividades económicas a cubrir las
necesidades del creciente volumen de peregrinos que se dirigían a la ciudad
de Santiago. Alrededor de hospederías surgieron villorrios y en los pequeños
burgos se levantaron hospitales y albergues, posibilitando todo ello la
aparición de mercados y lugares de intercambio; de tal modo se convirtió la
vía de peregrinación en una gran feria longitudinal.
No se debe olvidar, en una península Ibérica ocupada en sus tres cuartas
partes por los musulmanes, el importante papel desarrollado por el comercio
con la España islámica. Aunque hasta el siglo X, la España cristiana
permanece encerrada en sí misma, en una economía de subsistencia, a partir
de esta fecha se convierte en el mercado más importante para la industria de
Al-Andalus y en un centro de re-exportación de los productos andaluces
(algodón, seda, azafrán, lino, lana...) hacia Europa: la calidad de dichos
productos era muy apreciada en la Francia merovingia, por ejemplo, y su
demanda, muy grande allende los Pirineos.1 La gran pujanza y desarrollo de
la economía islámica española permitirá un continuo intercambio comercial
en el que los productos agrícolas tendrán un importante peso (producción de
excedentes cerealísticos, gran desarrollo del olivo y las huertas, gran
extensión de bosques...). Las relaciones entre Galicia y la España islámica no
son por tanto superfluas, pues hay un hecho determinante que reafirma estos
lazos, ya que en el siglo XI los taifas de Badajoz y Sevilla pagaban sus
tributos al reino de Galicia, como el de Zaragoza a Castilla y el de Toledo a
León, según acuerdo territorial al que habían llegado los príncipes cristianos.
Por todo ello el Camino de Santiago se ve inundado de gentes que
ofrecen sus productos pero también por otras que buscan las manufacturas
que realizan los artesanos agrupados en multitud de gremios a lo largo del
mismo. Importantes asentamientos de mercaderes franceses se producen en
muchas ciudades del Camino a imagen y semejanza de Santiago (Rúa do
Franco). En esta ciudad aún quedan vestigios de la presencia de otros
mercaderes como los judíos en viejos nombres de calles como Truques,
Algalia, Moeda Vella...


Barrio judío, Ribadavia, Ourense.
En las relaciones comerciales imperaba el intercambio de productos
como pago de las transacciones. El uso generalizado de la moneda en la
Galicia medieval no se puede datar con exactitud aunque en el siglo X la
acuñación de moneda era importante: hasta las investigaciones de Sánchez
Albornoz se había negado la existencia de la fabricación de moneda en esta
época, pero dichos estudios2 sobre los solidos gallicanos, kalicenses,
calicenses o galleganos que se encuentran en la documentación de la época
han arrojado luz sobre este hecho, confirmándose la continuación en Galicia
de la tradición sueva de acuñación de moneda propia.


Las juderías gallegas

Las primeras noticias sobre la presencia del pueblo judío en la península
Ibérica parecen situadas entre los siglos III-IV de nuestra era y sus primeros
asentamientos en las regiones mediterráneas. Estos primeros momentos serán
de relativa tranquilidad para el «pueblo elegido», pues no aparecerán las
primeras fricciones hasta la implantación del cristianismo como religión
oficial. Posteriormente sufrirán la expulsión durante el poder visigodo
(Sisebuto en el 612) y bajo ocupación musulmana, la transigencia del poder
islámico para con cristianos y judíos, cuyas religiones consideraban escalones
previos hacia la revelación final de la verdadera fe proclamada por Mahoma,
se romperá con la llegada de los intolerantes almorávides y almohades, lo que
provocará el éxodo de gran parte de los judíos que habitaron hasta entonces
Al-Andalus. Esta causa principal, junto al crecimiento económico de los
reinos cristianos, motivó la llegada de un número sustancial a los territorios
del norte posibilitando la presencia de importantes comunidades hebraicas en
sus ciudades. Galicia, de tal manera, se convierte así en una zona atractiva
para la instalación de estos nuevos aportes de población judía: por un lado ya
existían comunidades judías prósperas en ciudades y villas (Allariz,
Monforte, Ourense, Ribadavia...) y, por otro, se había producido un gran
desarrollo comercial y económico gracias al Camino de Santiago.
Casa de la Inquisición, Ribadavia, Ourense.

Las actividades de los judíos gallegos no difieren en mucho de las
comunidades asentadas en otros lugares, ya que en las actividades
comerciales tuvieron un papel fundamental: en los centros económicos
ligados a la ruta jacobea, dominaron el comercio de vinos y paños
especialmente, y en puertos marítimos con intercambio mercantil con los
países atlánticos principalmente y mediterráneos en menor medida
desarrollaron sus actividades ligadas siempre al préstamo y la especulación.
También ocuparon mayoritariamente los puestos encargados de la
recaudación de impuestos debido a su pericia en el manejo de las técnicas
económicas y la dimensión monetaria de dicha gestión.
Pero no solo en los negocios destacaron los judíos gallegos, ya que en el
campo de la farmacéutica o en el de la medicina, en el que sus actividades
estaban ligadas al hospital de Santiago, gozaron de gran prestigio. Además,
ocuparon también oficios artesanales relacionados con las piedras preciosas y
los metales nobles (joyeros o plateros).
Los establecimientos principales de los judíos en Galicia están
vinculados con importantes rutas comerciales y con asentamientos en las
proximidades de grandes monasterios para aprovechar el gran movimiento
comercial que desarrollaban (Celanova, Sobrado...). Los principales núcleos
judíos de Galicia fueron Allariz (comunidad con su propia sinagoga),
Ribadavia (donde el 50 % de la población era de origen semita) y Tui.
La vida de la comunidad judía giraba en torno a la sinagoga, no solo
templo sino también escuela en la que se enseñaban los preceptos talmúdicos,
y en la que la máxima autoridad la desempeñaba un rabino mayor, y donde la
comunidad rabínica no solo explicaba sino también interpretaba la Ley. En
Galicia se deduce la existencia de sinagogas en las comunidades hebraicas de
Allariz, Ares, Ourense, Sobrado, A Coruña y por supuesto Ribadavia.
Los judíos de Galicia no sufrieron las intensas persecuciones que se
desataron contra ellos en otros reinos de la península porque su «leyenda
negra» no estaba tan extendida en este territorio: a diferencia de reinos
cristianos donde la presencia musulmana había sido mayor, aquí no cargaron
con el sambenito de su colaboración con los invasores árabes durante la
ocupación. Su importancia en muchas ciudades (el caso de Ribadavia es
esclarecedor) se manifestaba en el desempeño de importantes cargos en los
gobiernos municipales o en la propia administración de los concejos, en los
que, además, su papel contributivo era esencial. Igualmente su colaboración
con instituciones eclesiásticas, junto a los beneficios económicos que
generaban y los servicios que prestaban a la jerarquía, posibilitó el
consentimiento de la nobleza eclesiástica para con la comunidad hebrea.1
Tras la expulsión de 1492 por parte de los Reyes Católicos, parece que
la mayor parte de los integrantes de las comunidades judías gallegas se
decantaron por la conversión para evitar su exilio. Los que no renunciaron a
su fe se trasladaron en su mayor parte al vecino reino de Portugal, y en menor
medida a los puertos atlánticos europeos.
Los conversos sufrieron, en menor medida que sus coetáneos, el acoso
del Santo Oficio que fue implantado en Santiago. En esta ciudad se
instauraron instrucciones de limpieza de sangre motivadas por el gran
número de conversos que aspiraban a alcanzar cargos eclesiásticos. Estos
protocolos de limpieza de sangre fueron disminuyendo con el tiempo a
medida que los conversos se introdujeron en la burguesía cristiana por vía
matrimonial y que su influencia económica fue cada vez mayor dentro de las
ciudades.

El reino de los juglares y trovadores

..., y así proseguiría expresándose en un lenguaje algo semejante al que hoy todavía se
conserva en algunos rincones más occidentales de la provincia de León, hacia
Ponferrada, en los valles del río Sil. El lenguaje que el vulgo hablaba en la ciudad de
León a raíz de ser hecha corte, se parecía más al gallego que al castellano, según
vemos. El castellano sonaba a los oídos leoneses como algo bastante extraño; sonaba a
lengua extravagantemente modernista, que repugnaba al espíritu más tradicional de un
leonés culto; en el principal centro cortesano y político de la Península el castellano
era tenido por dialecto bajo o demasiado familiar.1
De esta manera describe la situación cultural en la corte monárquica
leonesa el filólogo e historiador Menéndez Pidal en el prólogo «Sobre el
habla de la época» al estudio hecho por Sánchez Albornoz acerca de la
ciudad de León en los albores del año 1000.
En el mismo prólogo se atestigua el peso de la Galicia medieval,
destacando la importancia de la cultura gallega en la misma corte: «En ella
concurrían tendencias venidas de Galicia, con el gran prestigio de la cultura,
la riqueza y la gran densidad de población de aquella tierra occidental...».2
En la actualidad el cancionero galaico-portugués se conserva en cuatro
códices: Ajuda (Portugal), Vaticana, Colocci-Brancuti (Biblioteca Nacional
de Lisboa) y Berkeley (EE.UU.), siendo significativo que ninguno haya
encontrado acomodo en Galicia. La poesía lírica galaico-portuguesa se puede
estructurar en los siguientes cancioneros de manera general: cantigas de
amigo, cantigas de amor, cantigas de escarnio o maldizer y unas
composiciones que se enmarcarían dentro de la lírica religiosa.
Las cantigas de amigo se caracterizan por el protagonismo de la mujer.
El diálogo con la naturaleza, la noción de amor y la base popular, entre otros,
son representativos de estas composiciones.
Sediame eu na ermida de San Simón
e cercareonmi as ondas, que grandes son;
¡eu atendendo o meu amigo,
eu atendendo o meu amigo!3
Estaba yo en la ermita de San Simón
y me cercaron las olas que grandes son
¡esperando yo a mi amigo,
esperando yo a mi amigo!
Las cantigas de amor presentan un mayor protagonismo masculino, y el
poema es una reflexión de carácter amoroso o directamente está dirigido a
una dama. Presentan estas obras una gran influencia de la escuela provenzal
con inclusión de palabras de esta lengua. Fundamentalmente tienden a la
idealización de las cualidades y virtudes de la mujer amada y a la
proliferación de la nostalgia y angustia amorosa.
A que vi antre as amenas,
¡Deus, como parece ben!;
eu mireila das arenas,
des y penado meten;
eu das arenas la mirei,
e des enton sempre penei.1
La que vi entre las almenas,
¡ay, Dios, y qué bien parece!;
la miré desde la arena,
desde entonces me enloquece:
desde la arena la miré;
y desde entonces siempre pené.
Las cantigas de escarnio o maldizer aparecen relacionadas con los más
antiguos trovadores que se conocen, y son tratadas tanto por juglares como
por trovadores. Tuvieron gran repercusión en todos los estratos sociales
aunque están fuertemente impregnadas de popularismo. Llenas de elementos
satíricos y burlescos, despliegan estas composiciones una gran agudeza y
utilización del juego verbal, pues en ellas se aborda desde la caricatura
individual hasta la mordacidad colectiva.
–Filla, douvos por consello
que, tanto que vos el vexa,
que toda ren lli façades
que voso pagado sexa.2 .
–Hija, el consejo que os doy
es que si otra vez os ve
no dejéis de hacer aquello
que satisfacción os dé
Dentro de la lírica religiosa destacan las 426 canciones que se
encuadran en las Cantigas de Santa María y cuya autoría es del propio rey
Alfonso X El Sabio.
E daquesto un gran miragre vos quero eu ora contar,
que fezo Santa Maria por un monxe, que rogar
lle ia sempre que lle mostrase qual ben en Paraiso ha,
Quen a Virxen ben servira
a Paraiso ira.3
La corte era el lugar en el que aspiraba a desarrollar su arte todo juglar o
trovador que se preciase y en la corte de Alfonso X tuvieron los creadores
galaico-portugueses la oportunidad de ser merecedores de su mecenazgo.
Los juglares eran continuadores de la tradición romana de los músicos y
acróbatas por un lado, y de los cantores germánicos por otro. El juglar con la
aparición de los primeros trovadores va a pasar a definirse como el intérprete
de las composiciones que crean. Es en este momento, a finales del siglo XI,
cuando florece la juglaría gallega en la corte. Simplemente nombres o apodos
conocemos de estos juglares: Palla, Mendiño, Lourenço, Lopo...
Acompañaron a los reyes (desde Fernando III a Alfonso X y don Denís) en
las reconquistas de territorios a los musulmanes y se establecerían en sus
palacios. Su labor, en la que eran características las cantigas de amigo y las
de escarnio y maldecir, caerá en desgracia cuando se produzca el auge de la
juglaría castellana, centrada en la épica y el romancero. Tuvieron una vida
itinerante, pues buscaban en los caminos o en los distintos palacios su
público, participando en castillos y cortes en las solemnidades y festejos de la
nobleza, pero sin rechazar las fiestas públicas, las peregrinaciones, las
romerías y las ferias. A pesar de su arte no eran tenidos en gran
consideración: la aristocracia despreciaba su origen y a nivel eclesiástico eran
acusados de personificar todos los vicios y depravaciones.
Los trovadores1 eran poetas y músicos que escribían en lengua vulgar
(occitano, gallego, francés...). En un principio eran apadrinados y educados
por los reyes en las cortes. Las cantigas de amor serán sus piezas
fundamentales y estaban destinadas para ser interpretadas con

acompañamiento musical.


Los ideales caballerescos y las Órdenes Militares
Las raíces de las Órdenes Militares, como las de las justas en torneos o la
misma ceremonia de armarse caballero, se remontan a usos religiosos del
pasado.2 Pues como tal hay que encuadrar un antiguo rito de pubertad, la
entrega de las armas a los jóvenes guerreros, y la concepción del torneo como
un primitivo ceremonial religioso.

Castillo medieval, Pambre, Palas de Rei, Lugo.
Pero ello no puede hacernos olvidar que en la génesis de dichas Órdenes
hay un profundo elemento cristiano que es deudor de la época y
circunstancias en las que se generan estas entidades: una fuerte amenaza
religiosa exterior que ocupa territorios propios. Por ello es correcto afirmar
que las Órdenes Militares están basadas en el espíritu medieval propiamente
dicho: una fusión del ideal monástico con el caballeresco.
Tres grandes Órdenes estaban asentadas en Tierra Santa (Temple,
Hospitalaria de San Juan y Teutónica), y tres fueron las Órdenes que
surgieron en la península Ibérica: la amenaza integrista del movimiento
religioso proveniente del norte de África conocido como «almohade»
significaba un serio peligro para las fronteras cristianas establecidas por
Alfonso VI. Para afrontar esta amenaza militar, el abad Raimundo del
monasterio cisterciense de Fitero (Navarra), continuando con el espíritu de
cruzada propio de su Orden, convoca una cruzada para la defensa de
Calatrava frente a la amenaza infiel (1158). Esta iniciativa desembocará en la
constitución, entre 1160 y 1180, de tres entidades monásticas de caballeros
concebidas para defender las fronteras frente al islam: las Órdenes de
Calatrava, Alcántara y Santiago.
Hasta el establecimiento de las fronteras del siglo XIII, defendieron las
fronteras meridionales de la meseta sur en Castilla (Calatrava), Extremadura
(Alcántara) y Portugal (Santiago). Esta última, la postrera de las Órdenes
ibéricas en su creación y que en sus inicios se denominó «freires de
Cáceres»,1 terminó convirtiéndose en una gran organización económica y
militar. La Orden de Santiago presentaba importantes diferencias con sus
coetáneas: la primera y principal es que sus caballeros no adoptaron la
observancia benedicto-cisterciense sino la de san Agustín, que les permitía
practicar los votos de pobreza y castidad de manera atenuada. Así, raramente
se veían obligados a renunciar a sus bienes y además podían pertenecer a la
Orden los casados e incluso ingresar con sus esposas. Son quizás estas las
razones que motivaron su auge al poder integrarse en ella los caballeros que
tendrían su admisión imposible en las otras Órdenes.
La estructura de la Orden de Santiago estaba articulada por un maestre
en la cúspide de dicha organización que contaba con el asesoramiento de
trece freires, y por el prior de los clérigos. Todos ellos, junto a los
comendadores, debían reunirse anualmente con el fin de tomar las decisiones
necesarias para el perfecto funcionamiento de las milicias. Esta esctructura
unitaria colisionó con el nacionalismo incipiente en Castilla, Portugal y León,
lo que en la práctica terminaría con una autonomía en cada una de las
oganizaciones de dichos reinos. En Portugal la Orden terminaría rompiendo
los lazos con sus hermanas castellano-leonesas para convertirse en la Orden
de Avís.
La importancia y poder de las Órdenes Militares hizo que
progresivamente fueran utilizadas por los soberanos para extender su
influencia, con lo que acabaron por ser un peón más en manos de la
monarquía española y terminaron perdiendo su carácter militar con el paso de
los años. Ser designado miembro de una de ellas acabó convirtiéndose en
símbolo de gran reconocimiento dentro de la corte de Madrid y así grandes
personalidades de la sociedad y cultura españolas recibieron tal distinción:
Quevedo y Velázquez, entre otros, fueron distinguidos con el hábito de la

cruz de Santiago.


Monasterio de San Pedro de Rocas, Esgos, Ourense. Excavado en la roca en el siglo VI.

Tras la pérdida de Tierra Santa, la Orden de los Caballeros Templarios,
fundada para la reconquista de Jerusalén y para otorgar protección a los
peregrinos en los Santos Lugares, fue trasladándose paulatinamente hacia
Occidente y se estableció en el siglo XII en la península Ibérica.
Todo hermano debe esforzarse en vivir honestamente y en dar buen ejemplo a los
seglares y a otros conventos, en todas las cosas, de tal forma que quienes le vean no
puedan observar nada malo en su comportamiento, ni en su forma de cabalgar,
caminar, beber, comer o mirar ni en cualquiera de sus actos ni en ninguna de sus
obras.1
La estructura de la Orden Templaria en la península Ibérica se articulaba
en torno a dos provincias: Aragón y Portugal. La proximidad de los
sarracenos motivó que hubiese en estos territorios un gran desarrollo de las
encomiendas.2
En Ponferrada levantaron estos caballeros de la Orden del Temple una
fortaleza desde la que seguir protegiendo a los peregrinos, esta vez a los que
se dirigían a la ciudad santa de Occidente, Compostela. Siempre bajo el
mismo lema: «Non nobis, Domine, non nobis, sed tuo nomini da gloriam».



Monasterio de Samos, Lugo. Ejemplo del poder monacal en Galicia.


Fue en el año 1178 cuando Fernando II, rey de León, dona a los
Templarios el burgo de Ponferrada, pasando por tanto a depender de la Orden
Militar de los Caballeros del Temple. Estos caballeros tenían como misión
custodiar el Camino de Santiago, a los peregrinos (a quienes ofrecían
albergue) y a las tierras y habitantes de todo el valle del Bierzo. Entre sus
posesiones se encontraba un pequeño castillo construido sobre lo que había
sido un castro prerromano que los Templarios mejoraron ampliando sus
defensas para dar cabida a un numeroso grupo de caballeros; en una fortaleza
que hacía las veces de cenobio, palacio y castillo como siempre ocurría con
los asentamientos de las Órdenes Militares. Pero no solo engrandecieron el
castillo de Ponferrada sino que construyeron y ocuparon los castillos
próximos de Cornatel, Balboa, Aguiar y Sarracín.
Durante la presencia templaria en Ponferrada la ciudad gozó de un gran
esplendor, ya que la seguridad estaba garantizada, y a partir de ella el
desenvolvimiento del comercio, la industria artesanal y la huerta florecieron
con vigor. Será precisamente a partir del año 1312, con el abandono de la
fortaleza templaria motivado por la supresión traumática de la Orden, cuando
se produzcan situaciones de inestabilidad debidas a la inseguridad provocada
por las luchas intestinas entre burguesía asentada e intereses de los señores
feudales que pretendía la «herencia» templaria.
Órdenes Monásticas: el poder de la mística
En el siglo VII San Fructuoso, que había fundado monasterios durante su
retiro en el Bierzo, se traslada a Galicia, donde continuó su labor fundacional.
El impulso monacal se reactiva en el territorio gallego con la regla de San
Benito, sobre cuyo precepto se levantan las abadías de Samos, San Paio de
Antealtares, San Estebo de Ribas de Sil, Celanova, Sobrado dos Monxes...
Tras una etapa de esplendor cluniacense, la decadencia se supera con los
nuevos aires renovadores del Cister, que con un ideal más austero funda el
monasterio de Oseira y posteriormente los de Sobrado, Melón, Monfero,
Armenteira y Oia.



Monasterio de Caaveiro, A Capela, A Coruña.

La enorme influencia de los grandes monasterios gallegos no solo se
centra en su ingente labor cultural como garantes de la intelectualidad
medieval y focos de propagación cultural: los benedictinos ayudaron a
extender y difundir el románico, los cistercienses legaron el gregoriano, la
miniatura de sus códices...; además, los monjes enseñaron los métodos de
cultivo más adelantados, explotaron nuevas extensiones de tierras, con lo que
propiciaron la aparición de nuevas villas, y colaboraron en la repoblación de
comarcas inhóspitas...
Se atestigua la existencia del monacato en Galicia mucho antes de la
llegada de la regla de San Benito, pues la fundación del monasterio
compostelano de San Martiño Pinario se sitúa en torno al siglo X. Otras
fundaciones como San Paio de Antealtares (Santiago) y Vilanova de
Lourenzá (Lugo) le siguen en antigüedad y los de Celanova (Ourense) y
Caaveiro (Pontedeume/A Coruña), vinculados a la figura de San Rosendo, o
Carboeiro (Silleda/Pontevedra), entre otros..., si bien es cierto que se
generaliza la observancia benedictina. San Benito de Nursia dejará su regla
perfectamente estructurada: señala el tiempo que se debía dedicar a la
oración, a la penitencia, al trabajo manual, al estudio, a la lectura..., todo ello
con una estudiada organización interna en los monasterios y una forma de
vida firmemente establecida. Los cenobios antes citados más los de Samos
(Lugo), San Estebo de Ribas de Sil (Ourense), Poio y Lérez (Pontevedra),
etc., convertirán a la orden benedictina en el principal foco revitalizador de la
Galicia medieval.


Cáliz del Santo Milagro, Santuario de O Cebreiro, Pedrafito, Lugo. Relacionado con el
Santo Grial de la tradición artúrica.


Los monjes negros tendrían unos continuadores reformistas en los
seguidores de la congregación benedictina de Cluny. Los cluniacenses
tuvieron un papel muy importante en la expansión de la regla benedictina,
cuya interpretación consistía en la potenciación de la misa conventual como
labor fundamental del monje, es decir, la celebración comunitaria de la misa
en el cenobio, con lo que se refuerza el carácter e importancia de la abadía.
La segunda gran actividad era la copia de libros litúrgicos, por lo que se
explica la perfección de las miniaturas de los códices cluniacenses y la
importancia de sus bibliotecas. En la península gozará del apoyo de la
monarquía navarra, contribuyendo en gran medida a la expansión del
románico, fundamentalmente por el Camino de Santiago.


Claustro románico, Monasterio de San Estebo de Ribas de Sil, Nogueira de Ramuín,
Ourense. Enclavado en la Ribeira Sacra.

En Galicia, a pesar del mutuo apoyo entre Cluny y Xelmírez, ninguno de
sus asentamientos se produjo en Santiago ni en las cercanías del Camino, y ni
siquiera son producto de nuevas fundaciones. Cinco prioratos se
establecieron en territorio gallego a la manera cluniacense: San Vicente de
Pombeiro y Santa María de Ferreira (Pantón/Lugo), San Martiño de Xubia
(Narón/A Coruña), San Pedro de Valverde (Monforte/Lugo) y San Salvador
de Budiño (O Porriño/Pontevedra).
Los cistercienses, reformadores benedictinos que buscaban restaurar de
forma estricta la regla de San Benito, encuentran en Bernardo de Claraval la
figura que los convertirá a partir del siglo XII en la gran Orden Monástica.


San Miguel de Celanova, Monasterio de San Rosendo, Celanova, Ourense, Minúscula
construcción mozárabe.

Tras la creación de Oseira, la expansión del Cister en Galicia continuará
con las fundaciones de Sobrado, Toxosoutos, Monfero (A Coruña); Meira
(Lugo); Melón, Montederramo (Ourense) y Armenteira, Oia, A Franqueira
(Pontevedra), entre otras. Una curiosidad de estas fundaciones es que en su
mayoría fueron realizadas sobre centros benedictinos, ya que solo en dos
casos (Meira y Xunqueira de Espadañedo) los cenobios son cistercienses en
su origen.
Este florecimiento de los monasterios del Cister es promovido y
auspiciado directamente por la monarquía, ya que les concederán grandes
privilegios territoriales. Su labor será doble: por un lado, transformarán y
organizarán la producción agraria, y por otro, controlarán políticamente el
territorio. Los reyes castellano-leoneses no se fiaban de las noblezas laica y
eclesiástica gallegas, por lo que decidieron que Galicia fuese gobernada por
el monacato de registro cisterciense.1
Estas grandes abadías crecerán en importancia y poder al incrementar
notablemente sus dominios mediante donaciones, intercambios y compras de
tierras. Sus inmensas posesiones serán explotadas por un sistema de granjas
dirigidas por los propios monjes o mediante contratos de usufructo y
explotación (especialmente, foros).


El ciclo artúrico y la Canción de Roldán

Los diferentes ciclos de leyendas medievales europeos, fundamentalmente
franceses y británicos, tuvieron su proyección en Galicia: personajes de
leyenda como Galván, Galahaz, hijo de Lanzarote del Valle, el propio
Lanzarote, caballeros de la corte del rey Arturo, o bien el propio emperador
Carlomagno o sus caballeros Roldán y Turpín, son protagonistas de historias
que tienen lugar en Galicia. Y fue precisamente la búsqueda del Santo Grial
lo que movilizó hasta las tierras del noroeste peninsular a algunos de los
caballeros de la Tabla Redonda. El Santo Grial, el cáliz sagrado que contiene
según unos la sangre derramada por Cristo en la Cruz, según otros la copa en
la que se bebió el vino de la Última Cena de Jesús con sus apóstoles, ha
llegado hasta nuestros días como uno de los mitos más emblemáticos de
Occidente.
Los echtrai irlandeses, los bardos galeses y los conteurs bretones, y
posteriormente las influencias de los alquimistas alemanes, relacionados con
el despertar de las nuevas «ciencias naturales», más el pensamiento
transmitido por árabes (misticismo oriental e islámico) y judíos (Cábalas,
nuevas ideas astrológicas, numerológicas y alquímicas) a través de su
convivencia con la cultura cristiana en la península Ibérica, sumado todo ello
a la influencia de las Cruzadas y la defensa de la Tierra Santa, junto a la
publicación por Chrétien de Troyes de la primera versión del Cuento del
Grial inspirada en un antiguo, y nunca visto, manuscrito, fueron suficientes
condimentos que acrecentaron el mito1 de un objeto que trasciende lo
material para convertirse en esencia pura de espiritualidad y misticismo, lo
que hoy llamaríamos superación personal en busca de un ideal, normalmente
inalcanzable, utópico.
Encontrar el Grial sería, pues, como la culminación de un sueño, el
acceder a la presencia de Dios, alcanzar la felicidad, el amor, la belleza, la
bondad y la sabiduría, algo a lo que muy pocos llegaban, solo lo conseguían
los caballeros más esforzados.2 Según la leyenda, la relación de Lanzarote
con Ginebra, esposa del rey Arturo, provoca la ruptura del lazo de perfección
que significaba la unión de los caballeros de la Tabla Redonda. El aura del
Grial se desvanece y abandona a los mortales, por lo que Arturo conjura a sus
caballeros en busca del Santo Grial. La gesta se cobra la vida de casi todos,
pero Galván y Galahaz, hijo de Lanzarote, llegan al Cebreiro un viernes santo
y en el altar de la ermita ven el Grial repleto de sangre líquida, recuperando
así la armonía para el reino de Arturo. Otra leyenda habla de la presencia del
ejército del rey Arturo, de más de 180.000 soldados, en la laguna de Antela,1
pero hechizados y convertidos en luciérnagas que sobrevuelan las tranquilas
aguas en espera de que su rey regrese de Avalon para rescatarlos. Otro lugar
de Galicia cargado de tradiciones es San Andrés de Teixido y toda la sierra de
A Capelada. Allí también tiene presencia el ciclo artúrico, pues cuenta la
leyenda que esas fueron las tierras en las que se refugió Lanzarote cuando
huía de Bretaña acompañado por un perro gigante que asustaba a los
lugareños y por otros animales que nunca habían sido vistos en esas tierras.
La presencia del milagro del Cebreiro es el ejemplo de la galleguización
del mundo artúrico y la conversión de este como un elemento más de la
cultura gallega. Ello llevará a importantes escritores y pensadores gallegos a
hacer girar en torno a Galicia el mundo céltico y trasladar las leyendas
artúricas. Un ejemplo esclarecedor son estos versos del poema de Ramón
Cabanillas dedicados a la mítica espada del rey Arturo, «A espada
Escalibor», que en la isla de Sálvora espera que el «elegido de célticas
manos» la libere:
Amada dos vellos dioses,
mortos e esquecidos xa,
que Sálvora lle chamaron
afeitos nela a topar
repouso dóce e tranquilo
de celestiaes afáns,
inda está tendida a escada
que baixa do ceo ó chan
envolveita e recuberta
de bretemoso cendal
feito de rendas garnidas
por diviños teceláns.
Nunha furna que galgantes
zarran as ondas do mar,
apreixada nas firentes
poutas dunha aguia reial,
gardada por un dragón
de alenta que é solimán,
brillaba a fúlxida espada
Escalibor, o trunfal
aceiro da heroica edade
cantada por Osián,
que ten de ser sobre a Terra
ergueita en céltigas mans,
símbolo, florón e escudo
da Cruz, do Amor e da Paz.1
La presencia de las leyendas de héroes franceses en Galicia es también
significativa y siempre está relacionada con el Camino de Santiago y el culto
al Apóstol. Históricamente se sabe que no hay indicios de la presencia de
personajes como Carlomagno, pero es un dato significativo el que hasta
finales del siglo XIX si un peregrino entraba en la catedral podía escuchar
cómo se rezaba en el coro por el alma del emperador Carlos de Francia, que
no era otro que Carlomagno.2 No en vano, el emperador está ligado al
descubrimiento del sepulcro del Apóstol en Compostela, no solo por la
tradición gala sino también por el propio Códice Calixtino que la recoge.
Según la historia de Karoli Magni et Rotholandi, el arzobispo Turpín le
cuenta al deán de Aquisgrán los hechos por los cuales el apóstol Santiago se
aparece al emperador y le muestra el camino de estrellas que adornan el cielo
diciéndole que «... si sigue con su ejército la Vía Láctea llegará a los confines
del mundo, a Galicia, y tras él irán los pueblos peregrinando por los siglos
venideros». De tal manera que, según el arzobispo Turpín, Carlomagno
penetra en España por los Pirineos, conquista Pamplona con la ayuda del
Apóstol, y continúa camino a Compostela, abriendo así la ruta de las
peregrinaciones hasta llegar a Galicia, donde la predicación había sido
olvidada y sus gentes habían vuelto al paganismo. Carlomagno llega hasta
Padrón y toma posesión del mar ignoto (et infixit in mari lanceam);
permanece, con sus caballeros, al menos tres años en estas tierras antes de
regresar a Francia. El emperador, siempre según la tradición gala, volvió en
otras dos ocasiones a Compostela y de regreso de una de ellas sufrió
emboscada en Roncesvalles, donde Roldán, Turpín y otros caballeros mueren
como mártires y héroes del Imperio francígeno, tal como narra la obra épica
La chançon de Roland.
Incluso en esta leyenda o mito no puede evitar la memoria colectiva del
pueblo introducir variaciones. Una epopeya mítica y fantástica nos explica la
aparición de la estirpe gallega de los Mariños y su origen a partir del desastre
carolingio.
Derrotado y destruido el ejército de Carlomagno al mando de Roldán en
el paso de Roncesvalles, el héroe carolingio tiene la oportunidad de escapar
malherido de la matanza. Al límite de sus fuerzas consigue llegar a la costa
del golfo de Vizcaya, donde embarcará hacia su destino en poniente, pues no
es merecedor de presentarse en la corte del emperador después del desastre y
la pérdida de su ejército. Navegando a lo largo de la costa hacia la puesta del
sol penetra en el Atlántico, y quiso la fortuna que su embarcación se dirigiese
a una isla mágica habitada por seres fantásticos. Embelesado por los cantos
de una sirena, Roldán se ve irremisiblemente atraído hacia la isla. En ella
descubrirá el amor en los brazos de aquel ser mitad mujer, mitad animal
marino. Fruto de esa unión nacerá un vástago, el primero de una dinastía que
a partir de su nacimiento se llamaría por su origen: Mariño.

Anacoretas en la ribera sagrada

Como ya hemos comentado, el «priscilianismo» se convirtió para la Iglesia
oficial en un problema difícil de erradicar. Por eso se crearon numerosas
sedes episcopales de carácter casi comarcal con el fin de controlar muy
directamente la rectitud de las ideas religiosas tan fáciles de contaminar, bien
por supuestas herejías como la de Prisciliano, bien por la fuerza intrínseca de
los ritos ancestrales celtas y preceltas que pervivieron en la cultura popular
con el paso de los siglos. También hemos mencionado la proclama de San
Martiño Dumiense, que en su obra De Correctione rusticorum defiende la
eliminación de la amplia serie de ritos paganos en la vida cotidiana de sus
fieles. Su trabajo lo continuó en el siglo VII San Fructuoso, abad-obispo de
Dumio al igual que San Martiño y también obispo metropolitano de Braga.
Fructuoso fundó numerosos monasterios en toda Galicia1 redactando, entre
otras cosas, la Regula Monachorum dirigida a los monjes del claustro de
Compludo, en el Bierzo, en la que recoge un apurado espíritu ascético y
rigorista para la vida en los conventos2 que probablemente guarda relación
con la tradición de eremitas de siglos anteriores.
En la Ribeira Sacra, conocida así por la cantidad de pequeños cenobios
del prerrománico y del románico gallego situados en las orillas de los
espectaculares cañones que fueron dibujando en su confluencia los ríos Sil y
Miño, entre las provincias de Lugo y Ourense, hubo un monasterio poderoso,
el de San Estebo de Ribas de Sil. Esta fundación es probablemente anterior al
siglo X, pues se sabe que en el año 909, en un privilegio otorgado por el rey
Ordoño II, se señalan los límites del coto monacal y se confirma a los monjes
la propiedad del mismo. En ese mismo año, y ante la reiteración del acoso
por parte de los señores feudales de las comarcas limítrofes e incluso del
obispo de Ourense, el papa Inocencio IV otorgó una bula a favor de la
fundación conventual. El abad Franquila, que vivía en las proximidades de la
ermita de San Xoán de Cachón, reunió en el monasterio, que por aqurel
entonces se encontraba abandonado, a los ermitaños que vivían dispersos por
toda la ribeira, iniciando así una nueva etapa que mantendría la advocación
de San Estebo, a quien estaba dedicada originalmente la vieja iglesia
monacal. A pesar de las intrigas de los señores feudales vecinos, el cenobio
se convirtió muy pronto en referencia de santidad para los creyentes; tanto es
así que en él murieron nueve obispos que renunciaron a sus respectivas
diócesis y al poder terrenal que representaban, por la búsqueda de la paz y del
sosiego en la meditación, algo que sin duda consiguieron en San Estebo, pues
fueron enterrados en el propio monasterio y sus cuerpos descansaron en
sarcófagos que durante muchos siglos permanecieron depositados en el
claustro llamado «de los obispos»,1 para posteriormente ser trasladados al
altar mayor.
En el siglo X, el conde Gutierre Meléndez auspició el hecho de la
rehabilitación de San Estebo de Ribas de Sil con la ayuda de muchos de los
anacoretas que poblaban la zona. Estos hombres seguían las reglas más
estrictas y rigurosas en el desempeño de su dedicación a Dios: las dictadas
por ellos mismos, siguiendo una vida muy espartana, sin ningún tipo de
concesión a lo mundano y sobreviviendo de lo que la propia naturaleza les
aportaba en cada estación. Habitaban en cuevas o pequeños eremitorios en
los que la austeridad de su construcción, pura expresión del románico inicial,
era la nota más aparente. En muchas ocasiones, el anacoretismo fue algo más
que una elección personal de ascetismo: también significó un abierto
enfrentamiento con la vida monacal a la que veían como algo impuro y
alejado de toda espiritualidad, más pendientes del poder terrenal que
generaban sus dominios y propiedades que de servir abiertamente a Dios.
Uno de los cenobitas más relevantes fue Valerio del Bierzo, quien en el
siglo VII tuvo fama como hombre de Dios y escritor, siendo de gran influencia
entre los demás anacoretas de la comarca y de toda Galicia. Gracias a Nuño
Valerio conocemos mucho más sobre su maestro San Fructuoso, pero el
propio Valerio tuvo su mérito personal, reconocido por la Iglesia al ser
elevado a los altares, ya que su origen era noble y su educación, conforme a
su posición social.2 Pronto se retiró para dedicarse a la meditación y con tal
fin escogió un monte sagrado para los habitantes de la zona, mucho antes de
la llegada de los romanos: el pico de la Aquiana. Desde muy abajo, en
Compludo, donde el propio Fructuoso había fundado un convento y mandara
construir a sus arquitectos y forjadores la famosa Herrería que aún hoy
funciona, pasando por el Valle del Silencio hasta su pico más alto, aquellos
lugares quedaron para siempre impregnados del misticismo de los anacoretas,
a semejanza de la Ribeira Sacra, en la que cuevas y pequeños eremitorios se
distribuyen por los lugares más inaccesibles de los cañones del Sil y del
Miño, y junto a ellos una serie de monasterios que convierten la zona en un
privilegiado lugar por la concentración de románico que en ella existe: San
Salvador de Chantada, San Paio de Diomondi, San Estebo de Ribas de Miño,
San Vicente de Pombeiro, San Estebo de Ribas de Sil, Santa María de
Ferreira de Pantón, Santa Cristina de Ribas de Sil y San Pedro de Rocas son
algunos ejemplos de cenobios que se encuentran distantes no más de 40
kilómetros.

Por la Ruta de la Plata y la Ribeira Sacra
El camino que saliendo de Santiago hacia Ourense recorre en sentido
contrario el último tramo de la Ruta de la Plata avanza a los pies del Pico
Sacro, cumbre rodeada de leyendas y estrechamente ligada al hecho jacobeo.
Su perfecta figura cónica nos anuncia las fértiles tierras del valle del Ulla,
enclave pródigo en las más conocidas construcciones civiles gallegas: los
pazos, entre los que destaca el de Oca, a escasamente un kilómetro de la N-
525, una vez cruzado el río Ulla.
A la altura de Bandeira es conveniente desviarse hacia Merza, pues a
mitad de camino se encuentra la Fervenza do Toxa, entorno natural de gran
belleza con la cascada de dicho río como principal atractivo y desde donde
una ruta de senderismo nos traslada al cercano monasterio de Carboeiro, de
estilo románico del siglo XII.
Por la misma N-525 y antes de llegar a Lalín, un desvío nos señala el
Santuario do Corpiño en Losón, lugar donde se celebra la víspera de San
Juan la famosa romería. En Lalín, centro natural de la comarca del Deza, se
celebra el domingo anterior al Carnaval la gran fiesta gastronómica Feira do
Cocido, en la que los productos de la matanza del cerdo son protagonistas.
Ya en tierras lucenses, Chantada, con sus bellas calles porticadas, es la
antesala del valle del Miño. Por sus sometidas aguas del embalse de Belesar
se puede realizar un fascinante crucero en catamarán que nos acercará la
impactante belleza del «Pai (padre) Miño». La ribera izquierda tiene mucha
culpa de que a estas tierras se les denomine Ribeira Sacra, pues es inagotable
la proliferación de pequeñas iglesias (San Miguel de Eiré, San Estebo de
Atán, San Fiz de Cangas, San Estebo de Ribas de Miño...) y monasterios
(Ferreira, Pombeiro, Diomondi...); joyas todas ellas del románico gallego
entre los siglos XI y XIII.
Monforte es el enclave primordial del valle del Cabe y solar de una de
las familias nobiliares gallegas más importantes, los Lemos. Su antigua
fortaleza preside el paisaje y a sus pies se extiende un destacado conjunto
monumental. Es aconsejable realizar unas escapadas a lugares cercanos: la ya
resaltada Ruta del Románico del Miño, y la que nos llevará por tierras del
concejo de Sober hasta el Cañón del Sil, donde también podremos realizar la
«Ruta de los Embalses y Cañón del Sil» en embarcación a lo largo del último
trayecto del río Sil antes de confluir con el Miño.
Los amantes del buen vino tienen aquí la oportunidad de acompañar la
gastronomía local con los buenos caldos de Amandi, y los apasionados de la
artesanía popular no podrán resistirse a la peculiar cerámica de Gundivós.
Por tierras de pan, vino y letras
Sirviéndonos la ciudad de Ourense como inicio y final de nuestro recorrido,
viajaremos por lugares de importante patrimonio monumental e histórico,
pero también de indudable acervo cultural y etnográfico. Tomando el viejo
Camino de Santiago nos encaminamos al lugar donde el pan alcanza
denominación de origen, ya que en las tierras de Cea se elabora a la manera
artesana, es decir, en viejos hornos de leña que antaño eran comunales. Muy
cerca se encuentra el monasterio de Oseira, de imprescindible visita, y tras
visitar la villa balnearia de O Carballiño, nos adentraremos en tierras de O
Ribeiro. Es Ribadavia la capital histórica y artística de tan afamada tierra del
vino. Su barrio judío presenta una indudable estampa gallega con sus
soportales y voladizos, entre los que se encuentran la antigua Sinagoga y la
Casa de la Inquisición. El castillo de los Sarmiento nos recuerda la
importancia de su pasado, a cuya cita se acude cada año en la «Festa da
Istoria», cuando Ribadavia retorna a época medieval.
En las cercanías de Celanova se encuentra el pintoresco pueblo medieval
de Vilanova dos Infantes y Castromao, uno de los más importantes
asentamientos castreños gallegos. Celanova tiene un significado especial para
la cultura gallega, pues en estas tierras nacieron Curros Enríquez, Celso E.
Ferreiro y Méndez Ferrín. La villa desarrolla su vida alrededor del monasterio
de San Salvador, en cuyo interior se encuentra la pequeña iglesia de San
Miguel, joya mozárabe construida por San Rosendo también en el siglo X.
Camino de Xinzo, atravesamos la fértil comarca de A Limia, que recibe su
nombre del río que las legiones romanas conocieron como el «Río del
Olvido». Xinzo es una de las capitales del más ancestral carnaval gallego, que
tiene en tierras ourensanas su mayor esplendor y en sus pantallas o máscaras
una de las principales figuras carnavalescas.
De camino hacia la capital provincial se encuentra Allariz, villa de
enorme belleza que aún conserva el barrio judío entre sus muchos atractivos
monumentales. Antiguo establecimiento suevo, recibe su nombre de Alarico,
quien la funda en el siglo VI. En sus proximidades está Santa Mariña de
Augas Santas, donde se encuentra el «Forno da Santa». Visitar Allariz
durante la «Festa do Boi» nos permitirá disfrutar de una fiesta con marcado
sabor popular.
La ciudad de Ourense es desde muy antiguo un importante enclave a las
orillas del Miño. Ya en época romana era un destacado lugar de paso como lo
atestigua la necesidad de construir la Ponte vella, uno de los emblemas de la
ciudad. Origen romano tiene también otro de sus símbolos, As Burgas,
manantiales de agua caliente (70 °C) de abundante caudal (300 l por min). La
catedral tiene a gala ser el segundo mayor templo románico tras el de
Compostela (del que imita estilo), con una longitud de 84 m y 43 en su
crucero. Su «Pórtico do Paraíso» solo cede en belleza ante la obra del maestro
Mateo en la basílica compostelana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario