jueves, 21 de febrero de 2019

Mitos de Corinto

LA RICA CIUDAD DE CORINTO

    NINGUNA ciudad fue tan ilustre, en la antigua Grecia, como Corinto. Su privilegiada situación, lugar de paso obligado para adentrarse en la región del Peloponeso y para llegar, por tanto, hasta Esparta, contribuyó a que Corinto gozara de merecida fama entre la aristocracia y las gentes ricas de la antigüedad clásica, quienes hacían sus reuniones en tan suntuosa urbe. Uno de los más bellos y consistentes órdenes arquitectónicos fue creado en Corinto. Lo mismo cabe decir de la escultura; de aquí surgió la medida proporcional, perfecta y canónica, para aplicar a estatuas y figuras. La riqueza de sus monumentos, el estilo de sus edificaciones y la suntuosidad de sus altares consagrados a la diosa Afrodita/Venus, protectora de la ciudad, hacían de Corinto la más idílica de las ciudades de la época clásica. Y qué decir de la importancia de su industria, si el bronce de mayor calidad de toda la antigüedad salía de los hornos de Corinto. Fue, al propio tiempo, cuna de héroes legendarios -tales como Sísifo y Belerofonte- y la más cosmopolita de las urbes clásicas.

SISIFO


    ASTUCIA y sabiduría fueron dos de las cualidades con que se adornaba el legendario héroe Sísifo. Su propio nombre proviene del término griego “sofos”, que significa ”sabio”. Para todo hallaba solución y remedio, debido a sus habilidades y tretas. A él se le atribuye la fundación de la ciudad de Corinto y, dado que ésta se hallaba situada en un istmo angosto, Sísifo lo tapió para, así, controlar a todo aquel que necesitara pasar por aquel territorio y cobrarle como una especie de derecho de peaje. En otra ocasión, cuentan los narradores de mitos que los manantiales de Corinto se secaron por falta de lluvia y, entonces Sísifo, se dirigió al dios-río Asopo para que proveyera de agua a Corinto. Como éste se hallare apenado a causa del reciente rapto de su bella hija Egina, apenas se percató de la petición de Sísifo. Pero el astuto rey de Corinto reveló al angustiado padre el nombre de quien le había robado a su hija; se trataba, nada menos, que del poderoso Zeus. Asopo, agradecido por la información que Sísifo le había proporcionado, hizo brotar un manantial de agua cristalina en el lugar que, desde entonces, se conoció como la ”fuente de Pirene”. Acto seguido se dirigió al bosque señalado por su informante y halló abrazados a su hija Egina y a Zeus. El rey del Olimpo se transformó en roca para huir de la ira del padre de la muchacha y, en cuanto le fue posible, recobró su poder y sus rayos y los lanzó contra el dios-río Asopo. Desde entonces, el caudal de éste es mínimo y sus aguas arrastran restos de carbón quemado que, cual incómodos testigos de una refriega, se encuentran depositados en el lecho del río.

DIVERSIDAD DE LEYENDAS


    SÍSIFO tenía por vecino a un personaje que se las daba de listo y que valoraba el hurto y el ingenio sobre cualesquiera otras cualidades. En cierta ocasión robó varios animales de la cabaña del fundador de Corinto y, así, demostró quién de los dos era más pícaro. Pasó un tiempo prudencial y, Autólico -que así se llamaba el vecino de Sísifo-, quiso repetir su hazaña, y otra vez volvió a llevarse parte del rebaño de Sísifo. Más, en esta ocasión, el astuto Sísifo había marcado todas las pezuñas de sus animales con la singular leyenda “me ha robado Autólico”. Y, de este modo, demostró a su vecino que las reses que le reclamaba eran suyas. Admirado Autólico de la artimaña utilizada por Sísifo no tuvo inconveniente en ofrecerle un especial presente. Se trataba de su propia hija que, por entonces, se hallaba comprometida con Laertes. Pero Autólico obraba así en su propio interés, pues se proponla tener un nieto perspicaz y espabilado como su vecino Sísifo.
 
    Existen otras versiones de los hechos narrados, según las cuales, un día antes de desposarse con Laertes, Sísifo sedujo a la futura esposa de aquél, para lo que contó con la complicidad del padre de la novia, es decir del interesado Autólico. La leyenda cuenta que el fruto de tan irregular unión fue el héroe Odiseo.

    La tradición clásica nos había también de las malas relaciones entre Sísifo y su hermano Salmoneo. Tanto se odiaban que Sísifo fue a consultar al oráculo para que le mostrara la manera más eficaz de infligirle cruel daño, o incluso causarle la muerte. La pitonisa del oráculo le informó que deberla yacer, después de seducirla, con la esposa de su hermano.

UN SOFISTICADO CASTIGO

    LOS hechos hasta aquí expuestos son una prueba fehaciente de la culpabilidad de Sísifo por lo que, en cuanto que éste había gozado de los encantos de su propia cuñada, se le condenó a un duro trabajo: deberla cargar para siempre con una roca de enormes dimensiones y llevarla hasta la cumbre de una montaña situada en el Tártaro, al llegar arriba, la roca resbalarla montaña abajo y Sísifo deberla bajar a buscarla para cargarla de nuevo sobre sus hombros y subirla otra vez hasta lo alto de la montaña. El resultado no tendría variación alguna y tantas veces como subiera Sísifo con la roca a la cumbre de la montaña, otras tantas rodarla aquélla hasta abajo, con lo cual Sísifo estaba condenado a un trabajo inútil. La tradición explica que este doloroso proceso quedó interrumpido en aquella ocasión en que el mundo subterráneo recibió la visita de Orfeo que, fervientemente enamorado, penetró en el Tártaro en busca de su querida Eurídice, y entonó un canto melodioso.
 

    Otras versiones explican que este castigo tan ejemplar fue ideado por Zeus. El poderoso rey del Olimpo, en cuanto se enteró de que Sísifo le había denunciado ante el dios-río Asopo como el raptor de su hija -la bella ninfa Egina-, condenó a Sísifo a cargar la pesada piedra, y a subirla pendiente arriba, de manera intermitente. En todo caso, se dice que Zeus había enviado a Sísifo ante Tánato -hijo de la Noche y mensajero, si no personificación, de la Muerte- para rendir cuentas de sus actos. Pero el osado fundador de la rica ciudad de Corinto encadeno a la misma Muerte y tuvo que acudir el propio Zeus a liberarla. Durante el tiempo que permaneció maniatado Tánato por Sísifo, a ninguna criatura le sobrevino la Muerte; semejante hazaña nunca fue igualada por persona alguna. Y, al menos en una ocasión, puede decirse que el ingenio y el atrevimiento de Sísifo redundó en bien de la humanidad ya que, anulada la Muerte, se prolongó la vida.

BELEROFONTE

    UN importante héroe de Corinto fue Belerofonte que, según los narradores de mitos, entra en la historia con mal pie, y es que mató a Belero -considerado como el tirano de Corinto y, según otras versiones, un hermano del propio Belerofonte- en un accidente de caza. El nombre de Belerofonte significa “matador de Belero”. Era nieto de Sísifo y, sin embargo, salió victorioso de muchas empresas difíciles utilizando la astucia, como hubiera hecho su abuelo.
 
    En cuanto se produjo la muerte de su hermano, Belerofonte abandonó Corinto y fue a refugiarse a la región de la Argólide. Una vez aquí, se encaminó hacia el palacio de Preto -que reinaba en Tirinto- con el propósito de ser purificado por él. El monarca lo acogió con hospitalidad pero su esposa se prendó de la belleza de aquel joven corintio y le propuso mantener relaciones. Belerofonte, que había ido exclusivamente a la Argólide para aunar consuelo y comprensión a sus cuitas, vio de nuevo llegada otra desgracia para él. Con todo, y porque además no quería que su generoso anfitrión, el rey de Tirinto, tuviera razón alguna para desconfiar de la honorabilidad de su huésped, rechazó todo amago de infidelidad por parte de la esposa de aquél. Tal actitud de rechazo provocó la ira de Antea -que así se llamaba la mujer de Preto y, según otras versiones, Estenebea- y, en cuanto tuvo ocasión, lo calumnió públicamente y lo acusó, en presencia de su propio marido, de intento de violación.

LA “CARTA DE BELEROFONTE”

    EN cuanto hubo oído el rey de Tirinto la sarta de embustes inventada por su esposa, se quedó perplejo; más no por ello desconfió de tales aseveraciones, ni puso en duda las palabras de su consorte. Decidió, entonces, apartar de su palacio al viajero que había venido a turbar la paz de su hogar y, de este modo, Belerofonte se vio, de nuevo envuelto en intrigas y maquinaciones inventadas, en este caso, por una mujer herida en su orgullo y despechada en su ardor amoroso. Lo cierto es que el joven corintio fue expulsado con diplomacia del palacio de Preto, quien le entregó una carta y le engañó respecto a su contenido, ya que le dijo que era una carta de recomendación para su nuevo anfitrión el rey de Licia cuando, en realidad, se trataba de una misiva que exigía la muerte de su portador. Y es que en la antigüedad clásica existía la costumbre de respetar hasta el extremo a los invitados y, por lo mismo, no se podían quebrantar las leyes hospitalarias de ningún modo. Desde entonces, y para la posteridad, cuando el mensajero lleva una carta con instrucciones perjudiciales sólo para él mismo, se la denomina “Carta de Belerofonte”.
 
    Llegado que hubo Belerofonte a la región de Licia, fue recibido por Yobates que, a la sazón, regla los destinos de los habitantes de aquellas tierras. Además, era el padre de Antea, la mujer que había causado la confusión, y levantado los más ruines infundios, en torno al joven corinto que se había atrevido a rechazar sus insinuaciones amorosas.

UN MONSTRUO LLAMADO “QUIMERA”

    EL rey de Lacia agasajó a su nuevo huésped con fiestas y comidas que duraron más de una semana. Y, cuando llegó el día décimo, el espléndido anfitrión abrió la carta que su huésped le había entregado al llegar. Para dar cumplimiento a tan drástico mandato, Yobates encargó a Belerofonte una empresa peligrosa que consistía en matar a un terrible monstruo que estaba minando los rebaños de todo el país y devoraba a cuantos ciudadanos hallaba a su paso. Pero los dioses aún le eran propicios a Belerofonte y, por lo mismo, le concedieron el deseo de montar a Pegaso -el caballo alado más veloz de cuantos hasta entonces habían existido en la faz de la tierra y que, según la leyenda, había surgido de la sangre de la gorgona Medusa- para afrontar el inminente peligro. De esta guisa, el valiente joven corintio se encontró con un temible animal que tenía la cabeza de león, el cuerpo de cabra y la cola de dragón; arrojaba fuego por su boca y todo cuanto había a su alrededor quedaba abrasado. Belerofonte, a lomos de Pegaso, condujo a éste con la brida de oro que lo hacía dócil y manso, y que la diosa Atenea le había regalado y, con inusitado ímpetu lanzó contra la Quimera -pues así llamaban al monstruo todas las gentes- un pesado dardo que se introdujo por su cavernosa boca. En cuanto se hubo fundido por efecto del fuego que el monstruo exhalaba por sus enormes fauces, el dardo se convirtió en plomo que, al instante, se desparramó por las entrañas de Quimera produciendo la muerte del terrible monstruo.
 

    Después de salir victorioso de tan tremenda aventura, Belerofonte fue enviado a luchar contra las Amazonas -mujeres guerreras que repudiaban la compañía de los varones y tenían una fuerza superior- y también las venció en cruento combate. Finalmente, el propio Yobates envió a sus guerreros contra Belerofonte, quienes le prepararon una emboscada para acabar con él. Sin embargo, los sucesos acaecieron al revés pues Belerofonte no dejó vivo ni a uno de sus atacantes.
 
    Entonces el rey de Ticia, asombrado y admirado por la valentía y fuerza de su huésped, pensó que sin duda se hallaba bajo la protección de las deidades del Olimpo y, al punto, le explicó a Belerofonte las razones de su actuación para con él. Le dio a leer el contenido de la carta de Preto y el joven corintio comprendió todo enseguida. Aceptó quedarse a vivir en Licia y Yobates le concedió la mano de su hermosa hija Filónoe y le cedió gran parte del patrimonio real. Cuenta la leyenda que, en cuanto tales hechos y hazañas llegaron a oídos de Antea, ésta no pudo soportar los celos y se envenenó.

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