martes, 26 de febrero de 2019

Leyendas urbanas:Aparecidos itinerantes

Aparecidos itinerantes En 1986, la agencia Europa Press difundió la noticia de que entre Bilbao y San Sebastián los fantasmas de jóvenes fallecidas en accidentes de tráfico aterrorizaban con sus apariciones a los automovilistas que circulaban por aquella zona.
   Unos diez años antes, un hombre llamaba a la redacción del diario Tele Exprés para contar una experiencia escalofriante: mientras circulaba de noche por una carretera desierta, había recogido a una joven que hacía autoestop bajo la lluvia. Al cabo de pocos kilómetros, la muchacha desapareció del vehículo en plena marcha y haciendo caso omiso de las puertas cerradas. Aurora Segura, periodista de dicho rotativo, se citó con él para entrevistarle. «Tuve la impresión de que decía la verdad», recuerda.

   «Sin embargo, no sé por qué motivo, se echó atrás y prefirió no darme más detalles.»

   Xavier Fábregas, en su libro Les arrels llegendàries de Catalunya describe otro caso parecido, situado en las inmediaciones de Manresa (Barcelona). Un conductor invita a subir a una joven que hace autoestop. Cuando se acercan a una curva, la muchacha murmura con voz angustiada: «Vaya con cuidado. Este tramo es muy peligroso. Hay muchos accidentes». Acto seguido se esfuma silenciosamente. El hombre, muy alterado, acude a un puesto de la Guardia Civil. Allí le muestran una foto de la autoestopista, le dicen que se mató en aquella misma curva cosa de un año atrás, y que tienen archivadas casi una docena de denuncias. «Hará siete u ocho años, esta historia gozó de mucho crédito», termina diciendo Fábregas. «Algún periodista se propuso investigaría a fondo. Luego lo dejó correr.»

   A pesar de la frecuencia con que la prensa española y extranjera se ha hecho eco de tales apariciones, nadie ha publicado todavía un atestado auténtico, con fotos incluidas, procedente de los archivos de la benemérita. Para encontrar una ficha completa de esos pálidos espectros que embrujan la red viaria, debemos remitirnos a los índices de motivos tradicionales. En ellos figuran desde hace unos cincuenta años bajo la clave E332.3.3.1 y el nombre genérico de The Vanishing Hitchhiker: la autoestopista que desaparece.

   Ejemplo clásico de «cuento de fantasmas» tradicional adaptado a un marco contemporáneo, la autoestopista del más allá ha visto renacer su fama planetaria al ser utilizada nada menos que de fantasma-anuncio en spots de coches y pantalones tejanos.

   Como sucede con los santos locales y sus ermitas, cada municipio dispone de una autoestopista particular, cuyas apariciones se vinculan a una «curva de la muerte» de las cercanías. Enumeremos al azar algunos de estos tramos malditos: El puerto del Ragudo (Castellón), las curvas de l'Arrabassada (Barcelona), la «Curva de la Viuda» (Ceuta), la carretera de Ojén (Málaga), la curva de Majadahonda (Madrid), La Laguna (Tenerife), las Siete Revueltas de Navacerrada (Madrid), el puerto de El Bruc (Barcelona), la curva de La Palanca (Álava).

   A diferencia de los espectros de la literatura gótica, truculentas sombras ensangrentadas, las autoestopistas del otro mundo poseen una corporeidad capaz de engañar al conductor más pintado. Es más, incluso pueden dejar vestigios de su presencia, como un tenue perfume o un charco de agua si han perecido ahogadas. Aunque suelen ser de pocas palabras, el comportamiento que muestran nunca delata su origen «sobrenatural». Matías Morey, socio de la Fundación Anomalía, nos envía amablemente un retrato hiperrealista de una de ellas, extraído del libro Mallorca Mágica (1987) de Carlos Garrido. En esta ocasión, la joven se aparece en la carretera vieja de Sineu (Mallorca): (...) Era una muchacha con un abrigo de corte militar, muy ancho y desgarbado, que aparentemente le hacía señas para que la recogiera (...) Al arrancar, nuestro hombre la miró de reojo, sólo contando con las leves luces del tablero de mando. Tenía los cabellos en gran desorden. Una de las mangas estaba rota por dos sitios, y la expresión de sus ojos, aunque no tenía nada extraordinariamente anormal, era como de miedo sordo. (...) Tenía unas manos muy delgadas y blancas que dejaba caer sobre el asiento delantero como si estuviese en alerta constante. Entonces, el conductor se percató —y ese detalle no lo olvidaría nunca— de que entre la mata de pelo desgreñado que a ella le caía a ambos lados del rostro, había una hoja seca de pinaza confundida entre sus cabellos (...) La personalidad y conducta de los aparecidos itinerantes está sujeta a variaciones. La catalogación más temprana de todas ellas la debemos a los folkloristas norteamericanos Richard K. Beardsley y Rosalie Hankey. En un estudio imprescindible que data de 1942/43, publicado en la revista California Folklore Quarterly, ambos estudiosos analizaron a fondo un total de 79 relatos procedentes de diversos puntos de los Estados Unidos. Finalmente llegaron a la conclusión de que las leyendas de autoestopistas fantasmales se presentaban en cuatro formas básicas. A su entender, habría una versión «originaria», de procedencia ignota, de la cual descenderían las demás variantes. Ellos la denominan Versión A y la describen en los siguentes términos: «La autoestopista da una dirección, mediante la cual el conductor descubre que ha recogido a un fantasma».

   Este enunciado podría ampliarse ligeramente para dar cabida a las numerosas versiones españolas y europeas que difieren algo de él. Como en el relato de Xavier Fábregas citado más arriba, la mayoría de las veces el conductor toma la iniciativa y descubre la identidad fantasmal de la autoestopista gracias a una foto de los archivos policiales. Otra divergencia respecto a los relatos norteamericanos, es que las autoestopistas del viejo continente suelen avisar, antes de esfumarse, de que se aproxima una curva peligrosa o bien revelar directamente que encontraron allí la muerte. Lo volvemos a ver, en el ejemplo que nos manda la malagueña Rocio Vázquez, situando el encuentro en un fatídico punto negro de la carretera de Ceuta:

   Una misteriosa chica con el rostro pálido y los vestidos raídos es recogida por un conductor. Tras una breve conversación, la chica le avisa de que tenga mucho cuidado, momentos antes de llegar a la famosa «Curva de la Viuda», porque ella se habla matado allí mismo. En ese mismo instante, la joven desaparece ante la mirada perpleja del conductor.

   Con la reglamentaria visita al cuartelillo culmina también el relato que nos manda Mónica Gracia, de Rentería (Gipuzkoa), basándose en el «testimonio» de un hombre que se dirigía de Zarauz a Orio, por una carretera de la costa guipuzcoana, donde se habían producido numerosos accidentes mortales: (...) De repente, a dos metros de su coche y bajo la lluvia, apareció una chica joven, con el cabello largo hasta la cintura, empapada de arriba abajo. El hombre paró bruscamente y salió del coche.

   Extrañado se acercó hasta la chica; ella tenía la mirada perdida y el conductor supuso que estaba en estado de shock. ¿Te puedo ayudar? — le dijo— ¿Puedo acercarte a algún sitio? Ella, sin mediar palabra, hizo un gesto afirmativo con la cabeza y accedió a montarse en el coche. (...) En una de las rectas de la carretera, un coche se aproximó de frente a gran velocidad (...) y deslumbró fuertemente al conductor. Éste dio un volantazo y frenó justo en el instante antes de caer en un barranco. Cuando se recuperó del susto, miró hacia la derecha para preguntar a la chica cómo se encontraba, pero ella había desaparecido. En su lugar había un pequeño bolso, que ella llevaba en la mano. Al día siguiente se acercó a la comisaria para devolver el bolso y todo lo que contenía. Dentro había un pasaporte a nombre de una chica. Tras buscar su nombre le dijeron que había fallecido años atrás en un accidente de circulación. Posiblemente en la carretera entre Orio y Zarauz (...) Actualmente, el conductor lleva internado desde hace dos años en la clínica mental Santa Águeda, de Mondragón.

   Este ejemplo es particularmente minucioso, ya que contiene el detalle del «objeto olvidado en el coche» (referencia 3.3.1 en el Índice de tipos y motivos de cuentos tradicionales de Inglaterra y Norteamérica, de Ernest Baughman), e insinúa el carácter ambivalente del personaje de la autoestopista.

   En algunas ocasiones, como en la adaptación literaria de la leyenda que incluye el folklorista y escritor Bienve Moya en su libro Llegendes i contes catalans per ser explicats, el objetivo primordial del fantasma parece ser el de evitar un accidente. En otras, como en el relato de nuestra informadora, se deja entrever su condición maléfica, puesto que el conductor enloquece a raíz del encuentro. Hay casos en que la malignidad del fantasma se halla en estado latente, como en este ejemplo anónimo de Badajoz:

   En una de las curvas más peligrosas que existen en la M-30 madrileña dicen que se aparece el fantasma de una joven vestida de blanco que hace autoestop. Si el conductor no la recoge, será víctima de un accidente mortal a los pocos metros.

   Y hay otros casos en que se trata claramente de una dama diabólica. Nos lo confirma el escritor Alfredo Bryce Echenique, en su novela Reo de nocturnidad, ubicando el encuentro en el puente de Palavas, de Montpellier (Francia): (...) me repetía con voz amenazadora la leyenda de aquella mujer de larga túnica blanca, que paraba a los autos en aquel puente y pedía ser transportada a algún determinado lugar. Todos los hombres que la invitaban a subir, seducidos por sus encantos, se estrellaban antes de llegar a Montpellier y morían. De la famosa dama, en cambio, no se volvía a saber hasta su próxima aparición.

   Acaso no sea ninguna coincidencia que los espectros más diabólicos de la familia vistan de blanco.

   Este detalle parece sugerir que ciertas autoestopistas de la leyenda podrían haber sufrido la aciaga influencia de la «Dama de Blanco», figura del folklore universal que merodea por puentes, acantilados y otras elevaciones e invita a los viajeros a bailar con ella. Si se niegan a concederle el favor, el siniestro personaje los arroja al vacío sin contemplaciones.

   Sea como sea, lo cierto es que las leyendas de aparecidos itinerantes recogen y modernizan diversos temas y personajes del mundo imaginario tradicional. «Los fantasmas de las autoestopistas», nos indica Victoria Cirlot «son el equivalente contemporáneo de las hadas». En efecto, al igual que las hadas, estas visiones de la carretera se hallan revestidas de facultades mágicas: pueden aparecer y desaparecer a voluntad, evitar accidentes o provocarlos. Ello las convierte en personajes ambiguos, en deidades benéficas o maléficas, según el humor de que se encuentren. Asimismo, desempeñan el papel de intermediarias entre el mundo de los vivos y el de los muertos, poseyendo así el temible poder de anunciar la existencia del «más allá», noticia que puede afectar gravemente la cordura de muchos «testigos». En lugar de aparecerse en bosques lúgubres, como las hadas de cuento, se dejan ver en noches lluviosas, por carreteras oscuras y serpenteantes: espacio de sombras entre luces, paisaje igualmente idóneo para la manifestación de lo fantástico.

   La antropóloga italiana Laura Bonato establece una ingeniosa correspondencia entre la lluvia y la mítica «agua de la vida», sugiriendo que el baño en este elemento alquímico parece indispensable para devolver el soplo vital a la difunta. De guiarnos por su razonamiento, advertiremos que las vanishing hitchhikers recuerdan también a los espíritus de los cuentos de fantasmas tradicionales: ánimas en pena condenadas a vagar por los parajes donde encontraron la muerte; jóvenes fallecidas el mismo día de su cumpleaños o de su boda, que conmemoran la fecha con un fugaz regreso a este mundo; madres espectrales que piden ayuda para salvar a sus hijos atrapados en el coche donde ellas acaban de morir. O hermosos y becquerianos espectros femeninos que se esfuman tras hacer el amor con el automovilista, dejando una nostalgia incurable en su pobre corazón. Variantes todas ellas clasificadas minuciosamente en el Índice de Ernest Baughman.

   Volvamos al estudio de Beardsley y Hankey. La Versión B de la leyenda engloba una serie de espectros algo más circunstanciales: ancianas, monjas o santas que se aparecían para vaticinar catástrofes o anunciar el fin de la Segunda Guerra Mundial.

   En un articulo de la revista Communications, Frédéric Dumerchat cita numerosos ejemplos de esta índole y los compara con sus variantes modernas, donde abundan los profetas viajeros que predicen el fin del mundo. Por su parte, Lydia M. Fish analiza el peregrinaje de un fantasma visionario que recorría Norteamérica a principios de los años setenta: se trataba de un joven vestido de blanco, con indumentaria hippy, que pronosticaba la inminente segunda venida del mismísimo Jesús.

   La Versión D comprende casos aún más limitados: la aparición de autoestopistas que resultan ser divinidades locales, como la diosa Pele de la mitología de las Islas Hawai, a la que nadie debe dejar en la cuneta bajo pena de terribles desgracias.

   La Versión C, en cambio, coincide punto por punto con una serie de leyendas que han circulado ampliamente por Europa y el mundo entero. Vale la pena reproducir el resumen que hacen de ellas Beardsley y Hankey, puesto que las múltiples versiones que nos han llegado lo siguen al pie de la letra: «Un joven conoce a una chica durante una fiesta, en una discoteca, etc., en lugar de encontrarla en la carretera; ella deja alguna prenda (a menudo la chaqueta que le prestó el joven) sobre la tumba donde está enterrada, para corroborar la experiencia y probar su identidad».

   Durante uno de los múltiples guateques que se celebraban en casa de una familia acomodada (que habitaba por aquel entonces en la zona de Carranquer), el hijo menor de la familia se fijó en una joven que iba completamente vestida de blanco...

   Así empieza una Versión C que nos manda Sonsoles García, de Málaga. La pareja estuvo bailando sin parar, pero ella no dijo ni una palabra en toda la velada. Cuando llegó la hora de la despedida, el joven llevó a la chica hasta su casa en la moto, y como tenía frío, le dejó la chaqueta. Al día siguiente el joven acudió a la casa donde la noche anterior dejara a la chica, con la intención de recuperar su chaqueta, pero la madre de la chica le informó de que ésta había fallecido hacía ya diez años. El joven no podía creerlo, así que fue al cementerio de San Miguel para convencerse. Allí encontró su chaqueta, correctamente doblada sobre la tumba de la chica.

   En su libro 99 leggende urbane Maria Teresa Carbone recoge una variante digna de Edgar Allan Poe: el protagonista conoce a la joven en un bar y le salpica de café la ropa. Más adelante, cuando abran su ataúd, descubrirán que el cadáver tiene una mancha en el vestido.

   Dos autores españoles harto dispares nos ofrecen aún más pruebas del arraigo de esta versión en nuestro acervo folklórico. El primero es el escritor Max Aub, que la convierte en un relato cuyo título ya suelta prenda del desenlace: La gabardina. Lo encabeza una dedicatoria que también habla por sí misma: «A mi novia, que me lo contó».

   El segundo es el padre José María Pilón, infatigable parapsicólogo ya citado en otros lugares de esta obra. En su libro Lo paranormal, ¿existe? (1996), nuestro detective de lo sobrenatural asegura haber oído el relato, como si fuera verídico, de boca de un «íntimo amigo del protagonista».

   Finalmente, el misterio se resolverá de un modo prosaico: «Mientras esperaba en la antesala de un dentista», cuenta el padre Pilón, «encontré sobre la mesita de revistas un número atrasado de El Caso —aquel periódico que, por entonces, se publicaba con historias truculentas y hechos espeluznantes— y en la página segunda, en un recuadro, aparecía esta misma historia, inventada por un lector que la presentaba al concurso que dicho periódico había convocado, y que en aquella ocasión había resultado premiada (...)».

   Sin ánimo de pecar de impertinentes, querido padre Pilón, nos parece como mínimo disparatado atribuir la autoría de una Versión C a un lector de El Caso...

   Tras este repaso de las andanzas españolas de los aparecidos itinerantes, es nuestro deber constatar la abrumadora universalidad de la leyenda. En la lista de países visitados por las autoestopistas evanescentes figuran Estados Unidos, Canadá, Cuba, Méjico, Guatemala, Argentina, Italia, Suiza, Suecia, Finlandia, Francia, Alemania, Austria, Inglaterra, Yugoslavia, Rumania, Argelia, Egipto, Israel, Sudáfrica, Guam, Hawai, India, Malasia, Paquistán, Japón, Corea y Taiwán.

   Si la difusión de estos relatos es abrumadora, aún lo es más su antigüedad. En un importante estudio titulado The Phantom Hitchhiker: Neither Modern, Urban, Nor Legend? Gillian Bennet aporta datos decisivos que ponen en tela de juicio el carácter «urbano», «moderno» y «legendario» de las historias de fantasmas autoestopistas:

   Un repaso a la literatura «de fantasmas» pone en evidencia que el relato del «espectro que hace autoestop» ha venido transmitiéndose sin descanso, — argumenta Bennet— pero despierta la duda de que sea esencialmente urbano, y demuestra que no se cuenta invariablemente como si de una leyenda se tratase. Algunos indicios sugieren asimismo que tampoco es una historia particularmente moderna. La encontramos, por ejemplo, en Lord Halifax's Ghost Book antología que contiene otros cuentos (y por razones intrínsecas nos inclinamos a pensar que el que nos ocupa no es otra cosa) que ya se narraban unos cien o ciento cincuenta años antes de la publicación del volumen. Un episodio muy parecido figura en una larga narración incluida en las Miscellanies de Aubrey (1969) y en el Pandemonium: Or the Devil's Cloister de Bovet (1684).

   En otro estudio fundamental, titulado precisamente The Vanishing Hitchhiher, el profesor Jan Brunvand redunda en las conclusiones de Bennet, al afirmar que las historias de autoestopistas espectrales son de las pocas leyendas de género sobrenatural que derivan claramente de antiguos cuentos de fantasmas errantes. Según su tesis, la incorporación del automóvil parece haber sido decisiva para convertir dichos cuentos del pasado en relatos contemporáneos de una movilidad y un atractivo enormes. Tras consignar numerosos ejemplos modernos, Jan Brunvand localiza una leyenda que constituye otro claro antecedente de los relatos de autoestopistas que desaparecen. La recogió Catherine S. Martin en 1943, al oírla contar a su madre, quien de niña vivía en las inmediaciones de Nueva York. El relato, sin embargo, ya circulaba allá por 1890. Los protagonistas no eran conductores, sino jóvenes jinetes que se dirigían a una fiesta. Cuando pasaban por cierto bosque de las proximidades de Delmar (Nueva York), el fantasma de una muchacha se montaba de un salto en la grupa de su caballo y desaparecía al terminar el viaje. La muchacha, en vida, tenía fama de celosa, pero nunca causaba ningún daño, salvo agarrarse fuerte a los jinetes y echarles al cuello su aliento glacial.

   En la obra The Evidence for Phantom Hitch-hikers, un intento curioso —y convincente— de demostrar que algunos casos contados de autoestopistas fantasmales pudieran ser experiencias auténticas, el escritor británico Michael Goss menciona un precedente aún más antiguo de la leyenda.

   Se trata de un texto de 1602, que figura en un manuscrito de Joan Petri Klint conservado en la biblioteca de Linköping (Suecia). Los viajeros, en este caso, son un vicario y dos granjeros que se desplazan en trineo y recogen a una joven «encantadora» que viste como una sirvienta. Cuando se detienen a comer en un albergue, la chica pide tan sólo una cerveza. A partir de entonces empiezan los portentos: las bebidas del trío se transforman respectivamente en malta, bellotas y sangre. Acto seguido, la muchacha vaticina un año de prosperidad, pero al mismo tiempo «de guerras y peste».

   Dicho esto, desaparece.

   Como desapareció también el apóstol Felipe unos dos mil años atrás, convirtiéndose posiblemente en el primer aparecido itinerante de la historia. El episodio —lo señala Lydia M. Fish—, se encuentra en Hechos de los Apóstoles, 8 26-39:

   El ángel del Señor habló a Felipe diciendo: «Levántate y marcha hacia el mediodía por el camino que baja de Jerusalén a Gaza. Es desierto». Se levantó y partió. Y he aquí que un etíope eunuco, alto funcionario de Candace (...) regresaba sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías. El espíritu dijo a Felipe: «Acércate y ponte junto a ese carro». Felipe entonces (...) se puso a anunciarle la buena nueva de Jesús.

   Siguiendo el camino llegaron a un sitio donde había agua. El eunuco (...) mandó detener el carro.

   Bajaron ambos al agua, Felipe y el eunuco; y lo bautizó, y en saliendo del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y ya no le vio más el eunuco, que siguió gozoso su camino.

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