martes, 26 de febrero de 2019

Leyends urbanas: Teletransportados.

  Teletransportados adonde Vidal El 3 de junio de 1968, el diario La Razón informaba que un matnmonio de apellido Vidal-Raffo, que viajaba en automóvil desde Chascomús hasta Maipú —en la provincia de Buenos Aires (Argentina)— había perdido la conciencia al entrar en un banco de niebla. Cuando volvió en sí, la pareja se encontraba en Ciudad de México.
   Según información facilitada por Matías Morey, miembro de la Fundación Anomalía, pese a que nadie logró entrevistar al matrimonio, La Razón comenzó a publicar noticias cada vez más detalladas sobre el suceso. Así, el caso se relacionó con Martín Rapallini, supuesto familiar de los Vidal, quien declaró desconocer el asunto. Pero el diario tomó la negativa de Rapallini como una confirmación de sus fundadas sospechas, pues «existe una estricta prohibición de difundir lo sucedido».

   Al parecer, el único «testigo» indirecto de lo acontecido era un joven —presunto pariente de los Vidal— que fue entrevistado en el talk show Sábados circulares de Mancera, uno de los programas de televisión más populares de Argentina.

   Durante años, el matrimonio Vidal alcanzó tal notoriedad que su viaje fantástico se hizo célebre, ya no sólo en Buenos Aires, Mendoza o Córdoba, sino también en San Miguel de Tucumán, Puerto San Julián o Santa Rosa. De aquí y de allá surgían personas que decían haber conocido en vida a los Vidal y que culpaban a los ovnis de su viaje relámpago. Estaban en lo cierto.

   En 1996 el cineasta Aníbal Uset reconocía haber fabricado la noticia con la ayuda de un periodista y de dos amigos vinculados al mundo del espectáculo con el propósito de promocionar la película Che, ovni, una comedia que se estrenaría ese mismo año −1968.

   En el filme dirigido por Uset, un cantante de tangos era secuestrado por un platillo volante que lo teletransportaba —con coche y todo— hasta Madrid. El protagonista, papel que recayó en el actor Jorge Sobral, iba acompañado por una deslumbrante autoestopista a la que había recogido con su Peugeot 404 blanco —como en el «caso Vidal»—, mientras que el «testigo» que había dado la cara en el programa Sábados circulares de Mancera era en realidad un actor secundario.

   Por lo demás, la trama no tenía desperdicio. El interés extraterrrestre por el cantante argentino y su bella acompañante no era banal: los alienígenas, programados para trabajar sin descanso, necesitaban de cierta cuota de haraganería para equilibrar su temperamento.

   La película fue un fracaso y sólo años después fue encumbrada por algunos cinéfilos por su desmedido surrealismo y su «humor involuntario». Su director, Aníbal Uset, tras ser requerido por Alejandro Agostinelli —el argentino que llevó a cabo la investigación que aquí se relata— para que explicara por qué había ocultado la invención de esta leyenda durante treinta años, manifestó: «Vino tanta gente a contarme que había conocido a los Vidal que empecé a dudar. Es más, la confusión fue tan grande que llegué a pensar que nuestra historia coincidió con algo que realmente había pasado».

   Desde entonces, las variantes de esta leyenda urbana se han multiplicado por doquier —sobre todo, en España y Sudamérica—, con lo que modestos utilitarios han superado con creces las expectativas de sus fabricantes y recorrido enormes distancias economizando combustible al máximo.

   El alucinante padre José María Pilón, una especie de jesuita que combate con ardor a los replicantes que a veces nos manda el cielo, recogía el siguiente testimonio en su libro Lo paranormal, ¿existe?:

   Un matrimonio de recién casados decidió hacer su viaje de novios a Granada. Al llegar a Bailén, decidieron repostar gasolina. Al intentar pagar, el empleado de la estación de servicio les rechazó el dinero aduciendo que tenían que hacerlo con la moneda del país. Asombrados por estas palabras, preguntaron en qué lugar se encontraban. «En Santiago de Chile», les respondió el señor. ¡Asombro total! Recordaban cómo, al superar Despeñaperros, se vieron envueltos en una extraña niebla, por otra parte bastante frecuente a esas alturas de Derroñadas (...) A consecuencia tuvieron que ser internados durante una temporada en una clínica aquejados de un fuerte shock nervioso.

   Es más —continuaba el infatigable padre Pilón—, en cierta ocasión, en una cena con unos amigos, me aseguraron que en la embajada de España en Santiago de Chile se encontraba, precintado, el automóvil en cuestión. ¡Hubiera sido una prueba absolutamente fehaciente de la autenticidad del hecho! Como, por entonces, un antiguo alumno mío del colegio de Areneros de Madrid se encontraba de secretario en la embajada de dicha capital, le escribí pidiéndole que me confirmara el «hecho». ¡Absolutamente falso! No había ni noticias del tal automóvil ni de la realidad del suceso en cuestión.

   Todo pura fabulación... Es decir, un caso más de contagio psíquico.

   Pues bien, la lista de «contagiados» es mucho más extensa de lo que podría pensar el padre Pilón.

   Según hemos constatado a lo largo de la realización de este libro, la historia del automóvil fantástico se conoce en Madrid, Barcelona, Bilbao, Castellón y Málaga. Desde la capital vizcaína, por ejemplo, Joana Artega nos hace llegar el siguiente relato:

   Un matrimonio de recién casados comienza su luna de miel. Van en coche en dirección norte desde un pueblo del sur de León. Al llegar a La Bañeza les sorprende una densa niebla que les impide ver más allá de dos metros. Apenas pasan cinco minutos dentro de esta niebla pero, al salir, sorprendentemente, se hallan en la región portuguesa de El Algarve.

   Otra versión parecida nos la ofrece José Manuel Vigo Sánchez desde Benamocarra (Málaga):

   Un joven matrimonio circula con su coche por una carretera de una zona rural de Sevilla en dirección a la capital hispalense. El coche comienza a tener problemas hasta que se avería. Como es de noche, deciden continuar andando hasta algún lugar donde solicitar ayuda. A los pocos minutos, empieza a soplar un fuerte viento y se ve un gran resplandor en el cielo. La pareja se asusta, pero, al poco tiempo, desaparece tanto el fuerte viento como el resplandor y reanudan la marcha. Poco después ven a lo lejos las luces de una ciudad y una indicación que dice: Santiago de Chile 5 km. La pareja, al carecer de dinero para volver a España y presa de una fuerte conmoción, decide acudir a la embajada española en Chile en busca de ayuda.

   Otras versiones, igual de precisas, sitúan al automóvil en la carretera que une Madrid con Toledo o en la que enlaza Onda y Castellón, mientras que el destino oscila entre México y Santiago de Chile.

   Normalmente los vehículos atraviesan un túnel o son envueltos por una densa niebla. En ocasiones, para tranquilizarse, deciden parar en una gasolinera y descubren que hay que pagar con cruceiros, esto es, que acaban de aterrizar en Brasil.

   El hecho de que esta leyenda se muestre muy resistente al paso del tiempo, tal vez pueda relacionarse con el folklore popular y el auge de la ciencia ficción. Joan Guillamet en Bruixeria a Catalunya cuenta en Un viaje rápido cómo una bruja llamada Savanna se introdujo en una barca de pescadores que iba de Cadaqués a Rosas a vender fruta, para al poco tiempo desaparecer. Al volver, se encontraron con que Savanna ya había estado en Rosas y había vendido sus peras.

   Para averiguar si, brujas al margen, este tipo de viajes tenían precedentes históricos fuimos a hablar con Victoria Cirlot, profesora de Literatura Medieval en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona e hija de Juan Eduardo Cirlot, autor del imprescindible Diccionario de símbolos. Victoria, efectivamente, había oído la leyenda del automóvil prodigioso en Perú y su narración coincidía con el resto de relatos recopilados, sólo que en este caso el «aterrizaje» se había producido en Brasil, razón por la que se exhortaba a los ocupantes del vehículo a pagar la gasolina con cruceiros.

   Para Victoria Cirlot, esta leyenda informa sobre la necesidad de transgredir las fronteras de lo real.

   Bajo ese punto de vista y, sin pretender emular a Freud, el insólito destino de la luna de miel, no dejaba de ser el viaje soñado —El Algarve, Brasil, Santiago de Chile, México—, un lugar a la altura de la felicidad que embargaba a los cónyuges y que abría de par en par las puertas de un «nuevo mundo».

   Por otra parte, Stith Thompson recoge en su índice de los motivos más recurrentes de la literatura tradicional que «la niebla mágica que provoca invisibilidad», «la niebla mágica que lleva a una persona a perderse» o «el ascenso al cielo en una nube» tienen precedentes en el folklore irlandés e indio.

   De hecho, su periódica puesta al día, guarda relación con el auge de un género, la ciencia ficción, que ha sabido sacar partido como nadie de puertas dimensionales, extrañas tormentas, nieblas que envían barcos al pasado y túneles que conectan con el cielo.

   Valga recordar al respecto a Star Trek y a su famosa campana de vidrio o a una película más reciente como Julia y Julia (1987) en la que una mujer ignorada por su marido es transportada a otra dimensión en la que conocerá a un hombre muy fogoso con el que mantendrá un apasionado idilio.

   También en El experimento Filadelfia (1984) se recoge la historia de un barco que, tras una aparatosa tormenta, es transferido al pasado, mismo caso que El final de la cuenta atrás (1980) cuando un moderno portaviones norteamericano es atrapado por una distorsión temporal y aparece en 1941 en vísperas del ataque japonés a Pearl Harbour.

   En resumidas cuentas, la idea de proyectarnos mentalmente hacia el pasado o hacia el futuro, de hacer volar nuestros sueños más allá del presente, es casi una necesidad vital a la que sólo muy recientemente se le ha puesto un pero: no tener dinero con que pagar la gasolina

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