martes, 26 de febrero de 2019

Leyendas urbanas: Tarántulas en el tronco del Brasil

 Tarántulas en el tronco del Brasil A mediados de 1996, un brote de aracnofobia perturbaba la balsámica paz de las floristerías españolas. La draconea fragans o «tronco del Brasil» perdía su decorativa inocencia y se transformaba en un ejemplar más peligroso si cabe que la planta carnívora de «La tienda de los horrores». He aquí lo que podía suceder a los incautos que se atrevían a importarla por su cuenta y riesgo, en palabras de un informador anónimo:
   Una chica vuelve de un país tropical con una planta de tronco grueso (una dragonera). Al cabo de unos días se oyen unos ruidos extraños en el interior, como si alguien lo raspase. Al día siguiente el tronco está hinchado, se rompe y sale una enorme tarántula. Ella asustada va corriendo a la casa de la vecina para que llame a la policía, los bomberos, etc., para que le quiten de allí a tan horripilante animal.

   Una florista de Barcelona, M.ª del Mar Serra, nos confirma que por esas fechas algunas clientas (la mayoría de extracción humilde) solían inquietar a los empleados de su gremio con relatos similares. ¿Era posible que el tronco del Brasil (o la yuca) pudiera estar infestado de huevos de tarántula?

   Nuestra florista no tiene noticia de que algo así haya ocurrido jamás, a menos que las tarántulas en cuestión sean las «arañas rojas», unos bichitos inocuos que genera el tronco del Brasil al pudrirse, debidamente agigantados por un acceso de delirium tremens.

   Sugiere Mª del Mar Serra que la noticia podría haberla difundido algún saboteador dispuesto a reducir las ventas de esta planta —una de las de mayor longevidad, si se sabe cuidar bien. Sea como sea, lo cierto es que otras versiones internacionales de la leyenda llevan etiquetas que se aferran tenazmente a su forma narrativa. El año 1985, por ejemplo, se convirtió en una especie de annus horribilis para la cadena de supermercados británicos Marks Spencer. Por todo Londres cundió una variante aumentada y corregida de la leyenda, que acusaba a dichos establecimientos de vender yucas que «siseaban, gemían, temblaban, se estremecían e incluso aullaban cuando uno las regaba». Se decía incluso que un equipo de especialistas de Marks Spencer, vestidos con trajes protectores, habría tenido que llevarse las plantas infectadas mediante brazos metálicos extensibles.

   Jan Brunvand ofrece algunos ejemplos en que los cactus reemplazan a la yuca como refugio de mortíferos artrópodos (tarántulas o escorpiones). En tales variantes, fechadas en los años noventa, la «víctima» suele adquirir las plantas en sucursales norteamericanas de los almacenes Ikea.

   Resueltos a poner las arañas en su sitio de una vez para siempre, los directivos de Ikea y Marks Spencer terminaron recordando al consumidor que sus plantas no eran ni mucho menos silvestres; antes bien, se cultivaban en invernaderos, se regaban como Dios manda y no se enviaban a la tienda sin cambiarlas previamente de tiesto.

   A pesar de las ampollas que levanta, la referencia a establecimientos concretos no es una constante del relato; más bien parece un añadido (malintencionado o no) que se incorpora a la trama según las circunstancias en que resurge la leyenda.

   Las versiones más «fieles», como las que circularon por Finlandia, Suecia y Alemania a partir de 1970, coinciden a grandes rasgos con la de nuestro informador. Una de ellas, sin embargo, constituye una rareza que no podemos pasar por alto. La recoge en 1985 el folklorista sueco Bengt af Klintberg y se puede condensar en una frase desgarradora: «¡Mamá, el plátano me ha mordido!». La víctima que la profiere, antes de morir, es un chiquillo que se disponía a comerse un plátano «en el que una serpiente venenosa había puesto huevos».

   Como argumenta Gary Alan Fine, el tema central de estos relatos es el conflicto entre la peligrosa «jungla» y el ambiente urbano domesticado. Los troncos del Brasil, yucas, plátanos y cactus provienen de América Central, África y Méjico, es decir, del inhóspito Tercer Mundo. Al igual que en la leyenda de El perro extranjero, su objetivo primordial no es otro que advertirnos de la amenaza que supone para nuestra aséptica cultura la importación de ciertos productos escasamente homologados.

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