martes, 26 de febrero de 2019

Leyendas urbanas: Pechos explosivos.

Pechos explosivos Hace quince años el periódico colombiano El Espectador encabezó una de sus páginas con la siguiente noticia: Pechos de azafata explotan a 15.000 pies de altura. Aunque los atónitos lectores lo ignoraban, no se trataba de la típica primicia de un país desmedido. Detonaciones parecidas se habían oído con antelación.
   También en Colombia el estallido había sido casual y sin ningún fin preconcebido. De repente, una azafata muy bien plantada, se había marchitado ipsofacto, recordándonos esa escena de Un rey en Nueva York (1957) en la que Charles Chaplin acude a ver una película cómica después de hacerse la cirugía estética y ríe de tal manera que le saltan las costuras de la cara.

   Hacia 1980 llegaban hasta España estallidos similares. Por aquella fecha sitúa Victor García, presidente de la Sociedad Española de Medicina y Cirugía Cosmética, una serie de rumores que afectaron, muy en especial, a la actriz y presentadora Ana García Obregón.

   Aunque se ignoran los detalles concretos de aquel infausto vuelo, el susto debió de ser de órdago, ya no sólo por la agraciada anatomía de la protagonista, sino por la alarma social que crean siniestros de esta ralea.

   En apoyo de García Obregón hay que decir que otro tanto le había ocurrido a Brigitte Nielsen en Italia, según daba cuenta el programa televisivo Piú sani e piú belli y recogía en su libro Trapianti sesso angosce la antropóloga transalpina Laura Bonato.

   La noticia círculó por toda la profesión —sugería Victor García—, pero también en la calle. Había personas que nos preguntaban qué había de cierto en lo de Ana García Obregón.

   A mi entender, pudo tratarse de la despresurización —añadía García—, esto es, de un cambio de presión brusco en la cabina que hubiera llevado a que el seno postizo —un elemento cóncavo con un líquido interior-se desparramara, del mismo modo que a veces se rompe un vaso. Pero lo más normal es que se tratara de un defecto de fabricación —que rezumara silicona por un poro, o simple casualidad, tanto le podría haber pasado allí como sentada en una silla.

   Por las pesquisas que llevamos a cabo, «el caso Anita» era bien conocido en la profesión, aunque especialistas como Elvira Ródenas, doctora del centro madrileño Estudio Estético se negaran a darle crédito.

   Otro tanto sucedía con particulares y público en general que, verdad o no, habían escuchado la explosión por boca de conocidos y amigos. Incluso los humoristas Martes y Trece reconstruyeron el zambombazo en TVE 1, para recuperar uno de ellos el sketch más tarde en el programa Un Millán de cosas.

   El primero en investigar el suceso fue Jan Brunvand a quien escribió una mujer de Secaucus (Nueva Jersey) para cercionarse de si una historia que circulaba por su familia era en realidad una leyenda urbana.

   La tía Edna, nombre al que recurrió Brunvand para encubrir sus apellidos reales al publicar dicha carta en The Baby Train, sufrió, al parecer, un percance parecido con su sujetador allá por 1960,

   «cuando era —decía la carta— una jovencita refinada con peinado estilo "colmena", tacones dorados de aguja y pantalones de pata de elefante».

   Tía Edna, por lo visto, se puso un sujetador hinchable durante un trayecto de avión, con tan mala fortuna, que cuando la cabina perdió presión el sostén se expandió de manera alarmante. En una versión del relato, tía Edna conseguía llegar a tiempo al lavabo y quitárselo. En otra, «explotaba» en pleno pasillo.

   La remitiente de la carta recordaba que el sujetador hinchable estuvo de moda en los años sesenta y que consistía en membranas de plástico huecas que podían hincharse hasta el tamaño deseado soplando por un tubito.

   Para satisfacer a la persona que escribía la carta y dado que otros «big bangs» parecidos al de tía Edna habían conmocionado a Estados Unidos, Brunvand decidió investigar a fondo el asunto.

   El 12 de diciembre de 1988, en la teleserie Designing Women («Mujeres de diseño»), un personaje femenino preguntaba sobre la conveniencia de invertir parte de una herencia en hacer crecer sus pechos con implantes de silicona. Suzanne —papel interpretado por la actriz Delta Burke— le contestaba: «No lo hagas. Una azafata de la PAN AM que conozco se hizo la operación y los pechos le explotaron nada más despegar».

   Otro informador, Dan Lester, bibliotecario de la Bruise State University, aportaba nuevos datos.

   Según parece, había oído un estruendo similar entre 1981 y 1982, cuando una chica que asistía a una fiesta de graduación contempló horrorizada el desplome de su pecho, después de que su pareja de baile le pinchara el sujetador hinchable al ir a prenderle un ramillete de flores en la delantera de su vestido de gala.

   Por otra parte, en el libro de Jearl Walker The Flying circus of physics, un manual de física divulgativa, en el capítulo dedicado a la presión atmosférica e hidráulica, se formulaba la siguiente pregunta:

   «¿Qué le pasa a una azafata que lleva un sujetador hinchable cuando la cabina de su reactor pierde presión?: Inflación».

   También el diario Los Angeles Times quiso sumarse al debate. Un periodista del mismo, Matt Weistock, afirmaba que esta serie de circunstancias potencialmente explosivas ocurrieron hacía poco en un vuelo con destino a Los Ángeles:

   Cuando el sujetador se le había expandido hasta la talla 46 —anotaba Weistock— ella buscó frenéticamente una solución. Por fin, encontró entre el pasaje a alguien que llevaba un alfiler de sombrero y con él se apuñaló a sí misma en el punto estrategico. Pero no sin esfuerzo, puesto que fue mal interpretada por un pasajero que forcejeó con ella para evitar el hara kiri.

   A su vez, Jan Brunvand pudo constatar que ese tipo de sujetadores existían realmente. En una página del catálogo de 1967 Frederik's Hollywood se incluían tres modelos de sujetadores hinchables:

   «Float» (flote), «Bosom Friend» (el amigo del busto) y «Knit Fit» (superceñido). También en 1989 otro catálogo de venta por correo Old Pueblo Traders de Tucson (Arizona) ofrecía un sujetador hinchable «hasta la plenitud que usted desee» —«tubito incluido». Pero ni en un caso ni en otro se incluía advertencia alguna sobre que su uso podía perjudicar seriamente la salud en trayectos áereos.

   La leyenda sobre los sujetadores explosivos se hizo muy popular en Estados Unidos durante la década de los setenta y creó un caldo de cultivo para una nueva generación de pechos artificales: los implantes de silicona. De repente, aquí y allá comenzaron a explotar mujeres famosas —las primeras en experimentar la técnica— en aviones, primero en Estados Unidos, luego en Colombia, más tarde en Italia y finalmente en España.

   El momento álgido se produjo cuando algunos estudios advirtieron que la silicona podía ser cancerígena y que algunas mujeres deberían desprenderse de sus pechos postizos en previsión de males mayores. Huelga decir que algunas pagaron la impostura con el escarnio.

   Tanto es así que en agosto de 1999 una firma corsetera comenzaba a comercializar una nueva generación de sujetadores de gel con la marca Último. En la promoción, según pudo verse en los noticiarios —también El País informó en la sección de «Gente»— dos hermanas gemelas lucían en ropa interior sus encantos por las calles londinenses.

   Sin saberlo, gracias al inofensivo gel, muchas mujeres se habían librado de la mofa y el escándalo.

   Con Último los senos ya no explotaban, sino que alcanzaban notoriedad y relieve sin renunciar a esa serena compostura que, en última instancia, encumbra a las grandes mujeres

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