martes, 26 de febrero de 2019

Leyendas urbanas: Embarazos embarazosos.

 Embarazos embarazosos Una joven a punto de casarse celebró la «despedida de soltera» con sus amigas en un local nocturno de la capital donde los chicos («camareros») se desnudaban y después se prostituían. La joven que estaba a punto de casarse se «lió» con uno de ellos que era de piel negra. A la semana se casó la chica con su fiel novio, pero pronto quedó embarazada (lógicamente por la relación que había mantenido con el chico de color), aunque todos estaban convencidos de que el padre era su marido.
   Llegó el día del parto y los médicos se sorprendieron al ver un bebé negro, por lo que antes de cortar el cordón umbilical llamaron al padre, para que estuviera seguro de lo que su mujer traía. El hombre dejó a la mujer y ella se quedó sola con su hijito «moreno».

   Esta historia, o, mejor dicho, este rumor, lo escuché hace ya bastantes años en casa. Lo contó mi hermana ya que ésta se había enterado por medio de una enfermera que trabajaba en el hospital donde ocurrió el hecho. Pero no conocían la identidad de la mujer que dio a luz porque era de otro pueblo.



   DAVID MORENO



   Cabra (Córdoba) Hará cosa de tres años, oíamos contar este «suceso» en dos tertulias radiofónicas, ante la total y absoluta credulidad de los presentes. (El lector disculpará que no podamos aportar más datos; lo único que somos capaces de recordar son las emisoras en cuestión —Radio Nacional de España y Catalunya Ràdio— y los supuestos escenarios del insospechado alumbramiento: un hospital de Sevilla y otro de Valencia.) Huelga decir que los tertulianos ignoraban por completo que estaban poniendo al día una leyenda contemporánea que lleva más de veinte años circulando por Europa y Estados Unidos.
   En algunas versiones la fecundación se produce en África o Cuba, durante el viaje de bodas de la protagonista, y ésta concibe gemelos de distinto color. Así ocurre en el siguiente ejemplo que recogió Laura Bonato en la ciudad italiana de Torino: «Una pareja de recién casados se va de viaje de novios a África. La joven esposa cumple regularmente con sus deberes conyugales, pero un día, aprovechando que el marido se empeña en irse de excursión, tiene relaciones sexuales con un joven sirviente negro del hotel. A la vuelta, la esposa descubre que está embarazada de gemelos. Al cabo de nueve meses nacen las criaturas: una blanca y otra negra».

   La elocuente estampa de la parejita bicolor, confirmación «cotejada» de la infidelidad de la esposa, demuestra que los gemelos de padres diferentes no sólo vienen al mundo en los cuentos maravillosos, sino que el tema ha llegado intacto a los relatos ejemplares de nuestros días. De su carácter tradicional deja constancia el Índice de Stith Thompson junto a la clave T586.3: Alumbramiento múltiple como resultado de las relaciones con varios hombres.

   En su obra Rattan i pizzan, el folklorista sueco Bengt af Klintberg incluye una variante publicada como noticia verídica en el diario Expressen del 24 de julio de 1975. En este caso la infidelidad es obra del marido, pero a raíz de una serie de circunstancias tan insalubres como absurdas, la esposa engendra un bebé negro sin haberse acostado jamás con ningún ciudadano de este color. La verdad sale a relucir gracias a la portentosa capacidad deductiva de un tocólogo de Munich, de cuyos archivos provino aparentemente la «noticia».

   He aquí la reconstrucción del episodio: el marido se acostó con una prostituta negra (!) que poco antes se había ocupado de un cliente también negro. Aquella prostituta no debía de ser muy partidaria de la higiene íntima, puesto que el esperma de dicho cliente seguía en el lugar justo donde éste lo depositó, y de ahí vino pegarse al miembro del marido. Éste, más cochambroso si cabe, se acostó enseguida con su esposa, dejándola encinta indirectamente, o tal vez debiéramos decir «contagiándole» un embarazo humillante.

   La sordidez de este relato, del que no hemos recogido ninguna versión, le confiere un regusto desagradablemente racista: al indicar que la prostituta es negra y además «no se lava», se establece un paralelismo entre el color de su piel y la suciedad. Esta suciedad resulta ser contagiosa, ya que si el marido no se hubiera rebajado a copular con una trotacalles «destinada a los negros», jamás hubiera «transmitido» a su inocente esposa un embarazo del que nacerá algo así como una mancha permanente.

   Obsérvense las similitudes entre esta leyenda y los relatos que reflejan el miedo al embarazo descritos en el capítulo El animal invasor en ambos casos el semen adopta la forma de una especie de virus sumamente infeccioso que acecha en lugares inofensivos —bañeras, piscinas, asientos de vestuarios, etc.—, dejando embarazadas a las incautas que entran en contacto con él.

   Las versiones que nos han llegado parecen derivar de una leyenda más reciente, puesto que todas ellas contienen el tema de la «despedida de soltera». Este «rito de paso» exclusivamente masculino en otros tiempos, se incorpora en fecha no muy lejana al repertorio festivo de las mujeres. Aunque no podemos precisar el momento exacto, suponemos que no hará de ello más de diez o quince años.

   Naturalmente, esta nueva conquista femenina ha sido terreno abonado para toda clase de bromas procaces y habladurías viperinas en torno a los imaginarios desmanes que tienen lugar en tales «despedidas de soltera».

   La predilección por llevar a la futura esposa a espectáculos de striptease masculino (Mercabarna es una de las salas más citadas en las versiones barcelonesas de la leyenda) ha sido la excusa idónea para que hombres y mujeres se explayen en vívidas descripciones de las presuntas orgías a que se entregan novias y amigas durante esas fiestas amenizadas por los así llamados boys. Semejante surtido de murmuraciones pornográficas pudiera haber cristalizado en un relato-tipo cargado de simbolismo que constituye una especie de versión condensada de todas ellas.

   Félix René Juberías, de Zaragoza, nos remite una variante que prescinde del «bebé negro» pero compensa su ausencia con un desenlace no menos efectista. Confirmando lo que apuntábamos antes, la narradora del relato se sirve de él para explicar calumniosamente una separación matrimonial:

   Esta leyenda la escuchó mi mujer muy recientemente (hace unos 15 días [principios de febrero de 1999] comprando en una frutería; una dienta contaba a la dependienta que «fulanita de tal» (con nombre y apellidos) se había separado de su marido porque:

   Dos meses antes de casarse, fulanita de tal y sus amigas se fueron de despedida de soltera a un show de desnudos masculinos. Cuando el pase terminó uno de los modelos estuvo tomando unas copas con la homenajeada y se fueron juntos. Al cabo de dos meses la persona en cuestión se casa y pasados 7 meses tiene un hijo. El marido lo investigó y decidió separarse de su mujer ante tal engaño.

   José Carlos Carrasco, de Bajadoz, recupera el tema de la criatura negra en otra variante donde el padre involuntario es un ídolo del baloncesto:

   Se comentaba que en una despedida de soltera, la novia, después de una larga fiesta, se fue a la cama con un jugador de baloncesto del Cáceres C.B., y cuando pasaron los nueve meses tuvo un hijo de piel negra.

   Estas historias nacen del tedio y la mediocridad vital, — nos sugiere el filósofo Jordi Barrera—. Ocho horas de trabajo monótono en una fábrica, un marido o una esposa insatisfechos, rutina y más rutina.

   Todo ello exige una válvula de escape, alguna manera de quitarse de encima tanta frustración. Las habladurías acerca de infidelidades matrimoniales, centradas sobre todo en alguien «con nombre y apellidos», son una buena forma de canalizar todo ese hastío reprimido y permiten expresar indirectamente los deseos, prejuicios y temores más profundos de quienes las cuentan.

   El folklore siempre ha tenido al «negro» por el arquetipo de «hombre superdotado», provisto de una potencia sexual desmesurada, casi sobrehumana.

   Según cierto rumor que corrió años atrás, la China comunista exportó preservativos a África, pero muchos de ellos fueron devueltos por ser de «tamaño asiático» (como es sabido, los orientales tienen el pene pequeño). Tales atributos han ido deshumanizando al «negro» hasta convertirlo en una especie de bestia lujuriosa, capaz de suscitar sentimientos radicales en ambos sexos: la fantasía femenina lo representa como el amante «salvaje» por excelencia, mientras que la masculina lo teme celosamente por su calidad de competidor aventajado en el terreno erótico.

   Intuimos que la leyenda de la «despedida de soltera» constituye una buena ilustración de esta clase de fantasías calenturientas. Lo que se refleja en ella es el deseo de no acceder al mundo apacible del matrimonio sin aprovechar antes la oportunidad única de llevar a la práctica un sueño erótico obsesionante. Este deseo, sin embargo, lleva aparejado un temor puritano que el relato explota con claridad ejemplar: que estas horas de goce «bestial» se plasmen en un recuerdo permanente, humillante testimonio público de la satisfacción ilícita de un anhelo secreto. Como señalaba Jordi Barrera, esta leyenda permite expresar los deseos reprimidos y al mismo tiempo encubrirlos bajo una capa de hipócrita moralismo.

   Los antiguos creían que bastaban muy pocas condiciones para que naciera un monstruo. Claude Kappler, en su clásico estudio Monstruos, demonios y maravillas afines de la edad media reproduce un fragmento del tratado de Ambroise Paré Des monstres et Prodiges, tras indicar que este autor «dedica todo un capítulo a las imaginaciones en torno a la mujer embarazada, y alude más de una vez a autoridades bien antiguas».

   Entre otros partos monstruosos, refiere Paré el caso de «una princesa acusada de adulterio por haber dado a luz un niño tan negro como un moro, mientras que ella y su esposo tenían la piel blanca; según Hipócrates, la mencionada princesa fue absuelta gracias a la pintura de un moro, parecido al niño, habitualmente colocado junto al lecho de la madre».

   Una variante de este episodio, genuino precursor de la leyenda que nos ocupa, la recoge Antonio de Torquemada en su curiosísimo Jardín de flores curiosas, escrito nada menos que en 1570:

   Leemos en Plutarco que una mujer blanca, concibiendo del hombre blanco, vino a parir un negro, porque al tiempo del concebir tenía puestos los ojos y la imaginación en una figura de un negro que en un paño de pared estaba pintada, y que la criatura propiamente se le parecía.

   Pocos ejemplos expresarían mejor el significado último de nuestra leyenda: las ensoñaciones eróticas pueden llegar a tomar vida propia. El mismo miedo al poder «generador» de la imaginación parece ser la base de la creencia popular en los «antojos».

   María Moliner los define como «manchas de nacimiento en la piel de las atribuidas popularmente a caprichos no cumplidos de la madre». Si recordamos que en catalán un «antojo» es un desig, (deseo) advertimos con mayor nitidez aún el parentesco temático que mantienen las diversas manifestaciones del folklore.

   Igualmente familiar es la relación entre algunas leyendas contemporáneas y los chistes. Félix René Juberías concluye su relato con la siguiente aclaración:

   Esta historia ya la había escuchado hace años como una especie de broma en la que el modelo era de color y por tanto el hijo salía «negrito».

   Intrigados, nos propusimos ilustrar este comentario con un ejemplo ad hoc. Como es de rigor en cuanto a chistes se refiere, recurrimos al monumental tratado Rationale of the Dirty Joke obra del eminente folklorista norteamericano Gershon Legman. Como era de esperar, en la página 789 del primer volumen dimos con el siguiente ejemplo, con el cual terminamos este capítulo:

   Un indio se divorcia de su mujer. Explicación: «Yo plantar maíz, salir maíz. Yo plantar trigo, salir trigo. Yo plantar indio, salir chino. Yo divorciarme de squaw»

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