martes, 26 de febrero de 2019

Leyendas urbanas: El rey de los gatos,

El rey de los gatos Es bien sabido que los gatos madrileños están perfectamente organizados y que se reúnen en algún lugar mágico desde el que se diseminan por la ciudad siguiendo las órdenes de una especie de gobierno interno.



   JUAN GARCÍA ATIENZA



   La misteriosa conducta, la aparente indiferencia y la premeditada indolencia de los gatos, no es más que la fachada cosmética de la que se sirven para ocultar su propósito de controlar a la humanidad. Así al menos lo sugiere Jacques Strenberg en el relato Les chats, incluido en su recopilación titulada 188 contes à regler y así lo entendieron también muchos madrileños en la posguerra española al observar la perfección geométrica con la que los mininos tomaban calles y plazas, cuarteles y ayuntamientos. Solos o acompañados, en manada o en formación de a dos, lo cierto es que los felinos se las procuraban para obtener alimentos y allanar casas valiéndose de maullidos desconsolados que encubrían órdenes militares y planes muy concretos. Hoy, cuando ya dominan el mundo, sólo los más ancianos relacionan su presencia en los sillones de los principales jefes de estado con el rumbo de la historia universal.
   La idea de que los gatos y sus principales enemigos, las ratas, disponen de una organización jerárquica está perfectamente glosada en el folklore popular. La única disparidad es si se decantan por monarquías o repúblicas. Michel Dansel en Nuestras hermanas las ratas sostiene que las ratas son demócratas de derechas que se permiten el lujo de mantener reyes. «Algunos —señala— piensan que estos reyes permanecen en alcantarillas secretas, que a veces alcanzan el tamaño de un jabalí y que ejercen sus poderes sobre la ratocracia francesa. Pero no ignoran que las ratas, al igual que la poesía, la idiotez o la fraternidad no tienen fronteras».

   A falta de datos que avalen la existencia de sufragios universales entre felinos y roedores o de representantes elegidos por sus congéneres en aras de una pretendida superioridad física, sanguínea o intelectual, lo más que puede decirse sobre la leyenda que encabeza esta historia y que conocen —que sepamos nosotros— en Madrid, Toledo y Ciudad Real, es que tras la Guerra Civil española muchos ciudadanos tomaron conciencia del excesivo número de animales —sobre todo gatos— que deambulaban por las calles, circunstancia que motivó encendidas reseñas en los periódicos de la capital e incluso que el maestro Serrano les dedicara una opéra bufa.

   Respecto a la cuestión principal, esto es, si dominan el mundo, no hay unanimidad, si bien no sería descartable que algunos de los presidentes que deciden nuestros designios no fueran más que pérfidos gatos y aviesas ratas valiéndose de un hábil disfraz.

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