martes, 26 de febrero de 2019

Leyendas urbanas: El buitre monstruoso.

El buitre monstruoso No puedo más que mostrar mi extrañeza ante este inusual hecho: la noche del 28 de mayo de 1990, algunos vecinos del barrio de Les Corts nos despertamos ante los insoportables graznidos de un ave; no un ave cualquiera. Nuestro estupor fue inmenso al salir al balcón y ver una silueta negra de grandes dimensiones. Quizá debería medir entre tres y cinco metros y no exagero. Numerosos fueron los vecinos que la vieron y numerosos, también, los comentarios al día siguiente. Suponemos que en otros barrios, otras personas debieron verla. ¿Qué era? Y lo que es más extraño: ¿Por qué no ha aparecido ninguna noticia en la prensa?



   PERE CARBÓ



   Barcelona Esta carta al director, publicada el diez de junio de 1990 en el diario La Vanguardia, daría lugar a un encendido debate que llevaría durante los meses siguientes a que los periodistas que trabajaban en La Vanguardia se convirtieran en auténticos fans de lo que escribían sus lectores, dando lugar a una metáfora que no investigaremos aquí. Durante el siguiente mes y medio, cuando el ave gigantesca tuvo a bien visitar la Ciudad Condal y aledaños —llegó a verse en Salou (Tarragona) y en los aiguamolls de Girona—, media Barcelona no hablaba de otra cosa. Un ave gigantesca «que profería fuertes graznidos en tres intensidades distintas» —según aportaban en otra carta dos nuevos testigos, Manuel Villena Pastor y Francisco Roch Estadella— había planeado por la calle Vallirana, en las proximidades de la plaza Lesseps, para alejarse en dirección al barrio de Sarrià. Eran las cuatro de la madrugada.
   Cinco días después del monstruoso vuelo, un botánico sorprendía con nuevos datos:

   Se trata —decía Xavier Tutusaus— del Avis Cervus o Peritio, especie que más de un eminente zoólogo reputa como desaparecida, prima hermana del Ave Roc y otros ilustres pájaros mitológicos.

   Fue descrita —continuaba la carta— en el siglo XVI por el rabino Aaron Ben Chaim en un opúsculo consagrado a las bestias fantásticas, del que disponíamos algún fragmento depositado en la universidad de Munich hasta la Segunda Guerra Mundial, tras la cual desapareció misteriosamente.

   Aaron Ben Chaim, basándose en la obra de un escritor árabe desconocido, mencionaba un tratado sobre el Avis Cervus, lamentablemente perdido en el incendio de la Biblioteca de Alejandría, donde se describía al curioso animal como mitad ciervo, mitad ave, concluyéndose que, dada la sombra humana que proyectaba sobre la tierra, podían ser espíritus de individuos que murieron bajo el enojo de los dioses.

   Con el ánimo de tranquilizar a la población —concluía el eminente botánico— considero útil decir que tal especie es completamente inofensiva para el hombre y, en modo alguno agresiva, limitándose en su triste peregrinaje hacia Madagascar a provocar los sustos consiguientes por su terrible y pavoroso aspecto.

   Ni que decir tiene que por aquel entonces el revuelo en Barcelona ya era considerable. A los pocos días de la aparición del buitre, El Periódico de Catalunya publicaba una noticia en la que el Cuerpo Superior de Policía reconocía haber recibido centenares de llamadas alertando sobre el misterioso bicharraco. También el teléfono de información ciudadana —el 010— se había visto colapsado por el suceso, mientras que la agencia Europa Press había dispuesto redactores para cubrir el caso.

   Tanto es así que el máximo responsable del servicio de ornitología de la Facultad de Biología de Barcelona, Santiago Mayosa, tuvo que esgrimir que no existía una explicación científica que avalara la existencia del animal, si bien precisó que pudiera tratarse de un albatros, una especie capaz de medir 3,6 m con las alas extendidas, pero que habita en el hemisferio sur. Por lo demás, otros biológos adujeron que podríamos encontrarnos ante un córvido de origen tropical —y de ahí los graznidos—, mientras que el departamento de Medio Ambiente de la Generalitat pareció apostar por una solución de compromiso: el bicho era un buitre, tal vez, incluso, un adversario político.

   Así las cosas, La Vanguardia, cuya sección de cartas al director se había convertido en la sección estrella, publicó una encuesta a insignes personajes, caso de Josep María Costa, director técnico del Zoo de Barcelona, o Andreu Grau, presidente de la Asociación de Pilotos de Catalunya, para que dieran su parecer sobre el tema. En la encuesta también se consultó a Eugenio, el popular humorista catalán, quien afirmó:

   Se trata de un pterodáctilo que ha sobrevivido a períodos glaciares. Hace quince días que no veo a un amigo mío de Les Corts. Estoy seguro que este animal lo ha capturado.

   Pero que nadie piense que el grueso de cartas y denuncias se nutrían únicamente del humor. En muchos casos eran ciudadanos alarmados por la suerte de sus hijos o la suya propia que, para más inri, habían sido testigos «con sus propios ojos» —una expresión repetida— del planear de un buitre, cérvido o paloma mutante, del que comenzaban a conocerse los detalles. Por lo general era negro, medía entre tres y diez metros, su silueta se parecía a una paloma o a «un pollo radioactivo» y sus excrementos, como le sucedió a un vecino de Figueras —Girona—, eran de tal tamaño que el parabrisas de un coche quedaba empequeñecido por las heces.

   Una pedagoga —María Pilar Bertrán— creyó encontrar su refugio en un solar vallado situado entre las calles Eliseu y Tarragona de Barcelona, aunque sin éxito. Otros, caso de Josep María Febrer —vecino de Benicarló (Castellón)— propusieron guardar el ave —«o lo que quede de ella»— en la escultura de Antoni Tapies que culmina su fundación.

   El súmmum fue, tal vez, cuando dos expertos legalistas se ofrecieron el memorable 5 de julio de 1990 a dar asesoramiento jurídico a los afectados:

   El ave —señalaban Rafael Doménech y Xavier Claver en otra carta a La Vanguardia— a pesar de sus grandes dimensiones es una res nullius. Esto significa que al no tener dueño puede ser adquirida por simple ocupación, sin necesidad de agotar los plazos de usucapión.

   Pero esta adquisición por ocupación, con los beneficios que ello supondría —continuaban—, debe ser practicada antes que la res nullius alcance la altura suficiente para que sea considerada patrimonio de la humanidad. Es decir, si el ave supera el espacio aéreo español, ya no será posible individualizar su titularidad, pues se hallará en el espacio ultra-terrestre que, según la resolución 1962 y 222 de las Naciones Unidas es patrimonio de la humanidad.

   Además —concluían, didácticos—, una vez conseguida la ocupación, será necesario obedecer las prescripciones de la ley de protección de animales y sobre todo, los deberes de higiene, vacunación, etc., previstos en este texto normativo. En cuanto a la posible responsabilidad penal del animal en cuestión por el asesinato de unos gatos, es forzoso recordar que los animales son inimputables desde el punto de vista jurídico penal. Así pues, denunciar al animal resultaría erróneo e infructuoso, ya que el juez no podría condenarlo a pena privativa de libertad.

   Haciendo un repaso del vuelo del enorme pájaro entre el 10 de junio y el 31 de julio y, a tenor de los testimonios recogidos, puede decirse que en su estancia por Catalunya sobrevoló, sin orden aparente, los siguientes lugares: el barrio de Les Corts, la plaza Virrey Amat —«cerca de la ermita abandonada de Santa Eulalia»—, la calle Tarragona —dos veces—, los árboles del Turó Park, el parque del Putxet —«cerca de la calle Hurtado donde esperaba a mi hija»—, la calle Vallirana, la calle Europa, la plaza del Padró, la calle del Mar «casa número 79» —en el barrio de la Barceloneta—, la calle Rocafort, «el balcón del segundo piso del número 347 de la calle Consell de Cent» y las poblaciones de Gavá, Sant Joan Despí, Salou, Bellvei del Penedès —«camino de El Vendrell, donde trabajo»— y la comarca gerundense del Empordá —cerca de las alamedas que circundan «El Cortalet».

   Durante su estancia en Catalunya su comportamiento fue ejemplar y su única tropelía fue haber descargado sus excrementos sobre el parabrisas de un coche. Por lo demás, pareció manifestar una especial predilección por plazas y lugares ajardinados, toda vez que sus incursiones por los barrios más degradados fueron muy escasas —con la excepción de la plaza Padró.

   Con estos datos, y a raíz de los bestiarios medievales consultados, puede concluirse, citando el Bestiaire sculpté de Debidour, que «cualquier animal es para el hombre el signo vivo de todo aquello que se le escapa y de lo que conquista, de su limitación y de su dominio, testigo humillante y exaltante de lo que puede ser el hombre». Así pues —y no profundizaremos demasiado— el buitre gigante podía ser al mismo tiempo un espacio zoológico de libertad todavía sin domesticar y una seria advertencia sobre una futura generación de polluelos radioactivos, palomas mutantes y gigantes carroñeros.

   Como ocurriera en la Edad Media con las bestias del Physiologus, obra atribuida a los gnósticos, la absurda concepción del buitre catalán —hasta diez metros de tamaño— no pareció sorprender a sus ciudadanos, como si en él se proyectaran vicios y defectos humanos. En ese espejo nocturno, parafraseando a Ignacio Malachevarria, se reflejaría «el temor ancestral a lo desconocido, al peligro de todo tipo encarnado en la bestia multiforme, a la locura y a la muerte».

   Si a todo ello añadimos que por la noche todos los buitres son pardos, el resultado es ese fantasma alado que por unos días mantuvo a Barcelona en vilo y bajo cuyo manto varios centenares de ojos creyeron encontrar un antes y un después en el que certezas y sueños compartieron un mismo nido.

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