En el año 1618 Cartagena acogía espectáculos caballerescos propios de la época, donde se rendía culto a la destreza con las armas. Entre los muchos caballeros que se presentaron al torneo destacaba, por su arrogancia, don Luis Garre, un apuesto caballero que hacía sus méritos no sólo con la espada sino también con las damas de la nobleza.
Don Luis había vuelto a Cartagena después de dos años de ausencia, alejamiento propiciado por un mal amor con doña Leonor de Ojeda. Esta dama, a quien don Luis amaba, estaba enamorada del moro Yosuf Ben Ali, que para poder convivir en una sociedad cristiana había fingido su conversión, adoptando el nombre de don Carlos de Laredo. Sin embargo, en la intimidad y bajo secreto, practicaba junto a su padre Mohamed y su hermana Fátima, la fe islámica.
Al enterarse don Luis de tales hechos, y con el ánimo de apartarlo de su camino hasta doña Leonor, lo denunció ante el Santo Oficio, condenándolo a la hoguera donde murió proclamando su fe a Mahoma.
El viejo Mohamed cayó en una profunda melancolía que le provocó, tiempo más tarde, la muerte. Haciendo jurar a su hija, Fátima, que ella realizaría la venganza que el mismo había planeado.
Durante dos años estuvo don Luis desaparecido, y cuando por fin apareció de nuevo en Cartagena, quedó sorprendido al recibir una misiva que decía “si sois tan valeroso como lo demuestran vuestros logros de armas, esta dama le espera al toque de queda en el molino derruido enclavado en el arranque del camino de Canteras”.
Pensando que tal vez se debía tal invitación a un lance amoroso, acudió el arrogante don Luis a la cita. En el lugar indicado se encontró con una dama tapada, que le recibió con gusto, ofreciéndole una bebida que compartirían en copas distintas. El caballero apuró de un solo trago todo el contenido y, transcurridos unos instantes, cayo fulminado al suelo.
La mujer lo ató fuertemente de pies y manos, después de un gesto, aparecieron dos hombres que llevaban una especie de camilla, sobre la que colocaron a don Luis, y seguidos por la dama bajaron el monte Sicilia, hoy día conocido como monte Atalaya, hasta llegar a la cala Algameca. Allí, muy cerca de la playa, había un ligero barco al que subieron la dama y el inerte caballero. Mar adentro había una galera, en cuyo mástil hondeaba una bandera con el estandarte de la media luna.
Mientras unos marineros levaban anclas, otros bajaron el cuerpo de Garre a la bodega donde, con sales, le devolvieron el conocimiento. Cuando vio ante él a Fátima, la sangre se le heló. Comprendió la venganza en la que había caído, era su última hora. Ella erguida ante él pronuncio su sentencia, comería el pan de la esclavitud, pasaría su vida condenado a ser remero en el galeote, el látigo castigaría su cuerpo. Luego ella se marchó y don Luis se vio desesperado.
Decidió intentar zafarse de las ataduras, escapar o morir luchando. Consiguió romper las ligaduras de sus manos. Del techo de su prisión colgaba un farol, pensó encenderlo para planear su huida. Sacó de su escarcela eslabón y pajuela (instrumentos de la época para hacer fuego), y prendió rápidamente. Un brusco movimiento de la nave le hizo perder el equilibrio, cayendo la pajuela prendida sobre un montón de paja cercana, que ardió con rapidez.
Envuelto en humo, y ante el miedo que sus represores aparecerían en cualquier momento, comprobó con espanto que, junto a las llamas, había una barrica de madera de las que habitualmente contenían pólvora.
Una estruendosa detonación atronó toda la playa. Trozos del barco, cadáveres mutilados, fragmentos de todo tipo saltaron por los aires.
Cuentan los pescadores de las costas de Escombreras, Portus y La Azohia que todos los años, al alba del día de la Virgen, se oye un pavoroso estruendo, como un cañonazo, que desvanece una sombra flotante, cuya silueta se parece a una nave que ellos han pasado a llamar como la Nao Fantasma.
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