En los últimos años ha comenzado a tomar vigor una leyenda que, a buen seguro, se forjara con arraigo en las poblaciones limítrofes a Sierra Espuña. Hace ya más de medio siglo, un hospital para tuberculosos cerró sus puertas tras décadas albergando enfermos en sus estancias. En la actualidad, el sanatorio está abandonado, en ruinas, observando impasible el paso de los años. Pero, como decía y cientos de testimonios ya evidencian, algo extraño y misterioso está ocurriendo desde hace tiempo en su interior.
Al principio del pasado siglo, mientras la tuberculosis causaba todavía un enorme daño entre la población española, las autoridades sólo atinaban a dar como solución a los que la sufrían lugares alejados de los centros urbanos, con objeto de evitar posibles contagios.
Fueron estas premisas las que impulsaron la construcción, a finales de 1913, del Hospital Antituberculoso de Murcia. Debido a problemas de índole político, que por aquella época agitaban todo el país, no fue inaugurado hasta 1935. El edificio consta de sótano, planta baja, primera y segunda planta. Posteriormente, se hicieron otra serie de obras anexas: una casa para el conserje, cocheras, cuadras, deposito de cadáveres...
Fue sanatorio en sus diferentes facetas hasta 1962, pero también era utilizado como hospital para los vecinos de la zona, ya que allí pasaban consulta las gentes de Aledo, El Berro y algunas otras poblaciones próximas al lugar. En su época de máximo apogeo llegó a contar con doscientas camas y cincuenta personas encargadas de los distintos servicios y la atención a los enfermos. Tras 27 años como sanatorio antituberculoso, las cosas cambiaron. Con el descubrimiento en 1949 de la estreptomicina, bajó notablemente la ocupación del hospital. Por lo que en 1962 cerró sus puertas. Un año después se reabrió como escuela-hogar para acoger a huérfanos y necesitados de toda la región. Así permaneció durante algunos años hasta que, finalmente, volvió a cerrarse.
Ya en los ochenta se hizo una fuerte inversión para restaurar parte del edificio, que se transformó en albergue juvenil. Una vez más, fue cerrado al público, pero en esta ocasión de forma definitiva. Corría el año 1995, si bien aún sería vigilado y cuidado por personal de la administración autonómica durante cuatro años más.
Sería una vez entrado en estado de completo abandono, cuando el edificio comienza a tomar cierto halo fantasmal, tomando el cariz que lo ubican en este libro, convirtiéndose en leyenda.
Algunos testimonios relatan cómo en la primera planta del edificio se ha visto, en más de una ocasión, una especie de neblina, de un color entre grisáceo y verduzco, de lo que parecía una mujer deambulando por el pasillo, como una sombra.
Ya mas recientemente un equipo de televisión, y a tenor de la fama del lugar, emitió en directo desde el interior del edificio. Pudiendo comprobar, en las propias “carnes” de la reportera, extraños sucesos como el abrir y cerrar de puertas y ventanas, de forma violenta, sin existir corriente alguna de aire, al menos aparentemente.
El sótano. Qué se puede decir sobre esta zona. El mero hecho de entrar allí ya produce escalofríos, con algunas camillas abandonadas, con un largo pasillo repleto de puertas que a buen seguro harían las delicias de más de un director de cine de terror. Durante la noche, sin ningún tipo de iluminación, más que aquella que uno pueda llevar consigo, la estancia más profunda de aquel tétrico hospital puede llevar a sentir el pánico más absoluto.
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