miércoles, 20 de febrero de 2019

El monasterio de San Gines de la Jara.

La oscuridad sobre los inicios del monasterio de San Ginés de la Jara como centro de culto sería uno de los aspectos más característico del mismo. Tal culto debió extenderse probablemente en época visigoda ya que existe constancia de la existencia de algún monasterio visigodo por la zona mediterránea hacia la mitad del 500, siendo posiblemente el de San Ginés este monasterio.

       

  Tras la corriente religiosa que promovió el Camino de Santiago a mediados del siglo XIII, y con los auspicios del rey Alfonso X el Sabio, el lugar fue declarado santo y lugar de peregrinación, instalándose primero los dominicos y después los franciscanos.   

  El adelantado del Reino de Murcia, Juan Chacón, al que ya  hemos citado en otras partes de este libro, tomó a su cargo la custodia y reconstrucción del monasterio, que alcanzó notable fama en el Reino de Murcia y promovió romerías y fiestas a mediados de agosto. La rúbrica la puso en 1541 el papa Paulo III, quien concedió culto y oficios religiosos al monasterio y advocación de San Ginés de la Jara, en su fecha del 25 de agosto de cada año.   

  Parece ser que durante la Baja Edad Media estaba compuesto por una pequeña ermita adosada o embutida en una sólida construcción a modo de torre fuerte, que servía de habitáculo y refugio a religiosos, ermitaños y, probablemente, a las rondas a caballo que, desde la ciudad de Cartagena, acudían cuando se daba aviso de la llegada de barcos berberiscos.       
  A finales del siglo XV se ubica en este lugar el patronato del Marquesado de los Vélez y este hecho, junto con el advenimiento de los franciscanos, propiciaron un florecimiento del enclave, pero con el mantenimiento de las edificaciones existentes hasta ese momento y las reparaciones y adecuaciones lógicas para permitir la habitabilidad de los ocho religiosos de comunidad, así como la acogida de romeros y peregrinos que acudían a venerar al santo.

       

  Hacia finales del siglo XVIII Diego de Arce, Ministro Provincial de los franciscanos de Murcia, emprendió la reforma que dotó al convento de la identidad arquitectónica que, a pesar de su ruinoso estado actual, presenta en la actualidad y que fue descrita por el licenciado Francisco Cascales en sus Discursos Históricos. Esta renovación constó de un templo, oratorios o pequeñas capillas situadas en el huerto y dedicadas a los misterios del Rosario y nueve ermitas cuyas advocaciones hacían referencia a santos ermitas y penitentes. El templo debió de estar acabado hacia finales de 1611 o comienzos de 1612. En la década de 1670-1679 el claustro adquirió su forma definitiva y, en parte, es la que ha llegado a nuestros días. La construcción del claustro fue paulatina y se efectuó sobre el patio del conjunto conventual al completarse con corredores altos y bajos sus cuatro lados y, posteriormente, la adición de las bóvedas en la parte inferior. En esta época se producen las modificaciones definitivas en el templo, como la construcción de falsas bóvedas de yesería y su ornamentación definitiva, como la ubicación de la Virgen del Milagro en uno de los altares laterales (1669).

       

  De las décadas finales del siglo XVII data también la construcción de las nuevas dependencias conventuales (refectorio y celdas) que se ubicaron en el ala este del claustro y que permitieron que la comunidad religiosa abandonase, al menos parcialmente, la vieja torre y que, probablemente, se conservara como refugio en momentos de peligro.     
  Tras la exclaustración de los franciscanos en 1835, en función del proceso de desamortización promovido por los liberales, y la posterior venta del convento en 1841, se dio paso a una reforma arquitectónica del conjunto para adecuar parte del claustro y las viviendas anejas a vivienda particular. 
  No hay constancia de la fecha en la que se comenzó la remodelación de los interiores y la única referencia es la reforma emprendida en 1934 por el entonces propietario del convento, Manuel Burguete, que no tuvo en cuenta el valor artístico que se destruía (capilla de la Gloria) ni se preocupó por no alterar de modo irremediable la estructura del conjunto conventual.         
  Estas reformas consistieron en transformar la capilla de la Gloria, la galería superior del lado oeste del claustro y las celdas monacales en terrazas deambulables, así como la desaparición de las casas bajas adosadas a la parte trasera del lado sur para dar paso a parte de la nueva vivienda y el zaguán que comunicaba con el claustro y con la galería superior.
  El conjunto arquitectónico de San Ginés no sufrió más reformas y su actual estado ruinoso se debe a la mala calidad de los materiales y de las técnicas de construcción empleadas, tanto en su origen como en las reformas efectuadas en este siglo.

       

  Ahora bien, su historia cabalga entre la realidad y la leyenda. Se dice que ya en el año 1200 los peregrinos del "Camino francés" creían que la cabeza de San Ginés de Arlés había sido llevada hasta Cartagena, de ahí que los agustinos de Cornellá de Conflent se establecieran en la Xara y provocaran peregrinaciones a este lugar, atraídos por los supuestos milagros del Santo. En la descripción de Gerónimo Hurtado sobre Cartagena, en el año 1589, se dice que más adelante de Cartagena y La Unión hay un cerro llamado de San Ginés, algo separado de la mar (Mar Menor), donde hay frailes de San Francisco y que en la cumbre de este cerro (Cabezo de San Ginés) hay una ermita que hicieron los ángeles para descanso del Santo. También relata Gerónimo Hurtado en la descripción del Monasterio de San Ginés, que en la capilla pequeña donde se encuentra el sepulcro del Santo hay un agujero en la piedra, por donde se afirma que el Santo después de muerto sacó la mano y dio una carta a su hermano Roldán, declarándole su vida y muerte...   

  Ya en nuestros días son muchos los testimonios que afirman haber visto un monje pasear por los pasillos que rodean el patio central del recinto.

       

  Lo cierto es que diversas culturas anteriores a la cristiana vivieron en este lugar, atraídas por no sabemos qué magnetismo. Los árabes también tenían una "rabita" (convento fortificado), y creían en los milagros que el lugar producía. Si anterior a éstos, íberos y fenicios lo habitaron también, la historia guardará el misterio de esta atracción para siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario