miércoles, 27 de febrero de 2019

Diana

Divinidad itálica que los romanos identificaron muy pronto con la diosa griega Artemis o Artemisa (quizá ya en el siglo VI a. C.) por contacto con las colonias helénicas de la Italia del sur, singularmente Cumas. Sus primeros santuarios en suelo itálico fueron los de Capua. Posiblemente una Diana de origen sabino denominada Tifatina, por referirse al monte Tifata en donde era objeto de culto, cerca de Capua. Esta advocación pronto fue eclipsada por la Diana Aricina, Diana Nemorensis o Diana de Nemi (por hallarse su santuario a orillas del lago Nemi, cerca de Roma). La tradición conserva que en su época primitiva sólo se obtenía el sacerdocio de la diosa después de haber roto la rama de cierto árbol y de matar el sacerdote en funciones.

  Se creía que la Diana de Nemi era la Artemis de Táuride que el héroe griego Orestes había llevado a Italia, lo cual explicaría el carácter violento de sus ritos, pues la Diana de Táuride gustaba de los sacrificios humanos, como cuenta la leyenda helénica. Así no es de extrañar la extraña forma con que se podía suceder a su sacerdote, denominado Rex Nemorensis (Rey de los Bosques).

  Otra leyenda relataba que Artemis había acogido a Hipólito, hijo del héroe ateniense Teseo, después de su desgraciada muerte provocada por la pasión de su liviana madrastra Fedra y de su consiguiente resurrección gracias al médico Asclepio (Esculapio). Artemis, transformada ya en Diana, lo había ocultado en Italia, precisamente en el santuario de Arida, haciéndole su sacerdote bajo el nombre de Virbio, es decir, «el que ha vivido dos veces». Esta leyenda quizá posea su origen en el tabú que existía en el culto de la Diana de Nemi, que prohibía la entrada en el santuario de caballos. Como este animal había sido el causante directo de la muerte de Hipólito, explicaba perfectamente la inquina contra los animales «culpables».

  En Capua existía también la leyenda de una cierva consagrada a Diana (animal preferido de la diosa) que poseía una milagrosa longevidad y cuya suerte se ligaba a la conservación de la ciudad.

  Bajo la denominación de Lucina, Diana presidía los dolores del parto. El culto a Diana poseyó durante algún tiempo relevante importancia política. Los miembros de la Confederación Latina tenían sus reuniones en el templo romano de la diosa erigido en el monte Aventino, según la tradición, por Servio Tulio y reconstruido durante los primeros años imperiales.

  Iconología

  Las imágenes de Diana de la época antigua son muy numerosas. Sobresale la Diana de Efeso (museos del Vaticano y Dresde), protectora de la fecundidad, que simbolizan los numerosos pechos con los que se presenta la diosa. La Diana de Versalles (Louvre), la Artemis pompeyana. La de Lamaca (Viena) y la de Ostia, con réplicas en Dresde, Munich, Estocolmo, Londres, Roma, etcétera.

  A partir del siglo XVI su leyenda inspiró a los artistas. Así la Diana en su carro por Correggio (frescos del convento de San Pablo de Parma) y por Gabriel Blanchard (Versalles, salón de Diana); Rubens (Prado), Claudio de Lorena (Nápoles), P. Brill (Louvre), J. Fyt (Viena), etcétera.

  El Baño de Diana inspiró los pinceles de Clouet (Ruán), Carracci (Bruselas), Cambiaso (Génova), Albani (Louvre), Watteau, Boucher (Louvre); Diana sorprendida por Acteón es obra de Tiziano (Prado); Correggio (villa San Vítale, junto a Parma); Diana descubriendo el embarazo de la ninfa Calisto, por Tiziano (Londres y Viena); Carracci (Louvre); Diana y Venus, por Primaticcio (Aix-en-Provence); Diana y Pan, por Lanfranco (Louvre); Diana e Indimión, por Carracci (galería Farnesio, Roma); Blanchard (Versalles), J. B. Van Loo (Louvre).

  Las historias de la diosa y su temática pasaron también a los dibujos, grabados, porcelanas, tapices, motivos de estuco, etcétera.

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