viernes, 22 de febrero de 2019

Bestiario H.P Lovecraft.-Cthulhu


Cthulhu

  La letra manuscrita del pobre Johansen casi se quebró cuando escribió esto. De los seis hombres que nunca llegaron al barco, cree que dos murieron de puro miedo en aquel maldito instante. La Cosa no podía ser descrita: no existen palabras para describir semejantes abismos de estridente e inmemorial locura, ni semejantes contradicciones pavorosas de todas las leyes de la materia, la fuerza y el orden cósmico. Una montaña que camina o tropieza. ¡Por Dios! ¿Es de extrañar que al otro lado de la Tierra un famoso arquitecto se volviera loco, y que el pobre Wilcox delirara de fiebre en aquel instante telepático? La Cosa de los ídolos, el engendro verde y pegajoso llegado de las estrellas, había despertado para reclamar lo que era suyo. Las estrellas estaban en la posición correcta otra vez, y lo que un culto antiguo no había logrado por voluntad propia, un puñado de marineros inocentes lo había hecho por accidente. Después de incontables millones de años, el gran Cthulhu estaba suelto una vez más, y deliraba de placer.

  Tres hombres fueron barridos por aquellas garras flácidas antes de que nadie se diera la vuelta. Eran Donovan, Guerrera y Angstrom. Parker resbaló mientras los otros tres se precipitaban frenéticos sobre paisajes interminables de rocas verdosas tratando de alcanzar el bote, y Johansen jura que fue tragado hacia arriba por un ángulo de manipostería que no debía estar allí, un ángulo agudo, pero que se comportó como si fuera obtuso. Así pues, sólo Briden y Johansen llegaron al bote, y remaron desesperados hacia el Alert mientras la montañosa monstruosidad descendía dando golpes por las piedras resbaladizas y se detenía, vacilante, ante el borde del agua.


El vapor de las calderas no se había consumido del todo, a pesar de la partida de todos los tripulantes hacia la playa; bastaron unos segundos de carreras frenéticas entre ruedas y motores para hacer que el Alert se pusiera en marcha de nuevo. Lentamente, entre los horrores distorsionados de aquella escena indescriptible, la hélice empezó a golpear las aguas letales, mientras en el osario que era la costa, sobre las construcciones que no eran de este mundo, la Cosa titánica venida de las estrellas babeaba y gemía como Polifemo maldiciendo la nave en fuga de Odiseo. Después, más audaz que los cíclopes de la leyenda, el gran Cthulhu se deslizó grasiento en el agua y dio comienzo a la persecución con unos golpes que alzaron olas de potencia cósmica. Briden miró hacia atrás y se volvió loco. Emitía una risa aguda que se repetía a intervalos, hasta que la muerte lo alcanzó una noche en la cabina mientras Johansen vagaba delirando de un lado a otro.

  Pero Johansen aún no se había dado por vencido. Sabiendo que la Cosa alcanzaría al Alert antes de que la presión del vapor llegara al máximo, decidió intentar algo desesperado, y, acelerando los motores al extremo, subió con la velocidad de un rayo a cubierta y giró por completo el timón. Se formó un remolino espumoso sobre las aguas hediondas, y mientras aumentaba cada vez más la presión del vapor, el valiente noruego enfiló su navío contra la gelatina perseguidora que se alzaba sobre la espuma mugrienta como la popa de un galeón demoníaco. La horrenda cabeza de calamar que se retorcía armada de tentáculos llegaba casi a la punta del bauprés del macizo navío, pero Johansen siguió su marcha implacable. Se produjo entonces un estallido como el de una vejiga que revienta, un líquido asqueroso como el de un pez luna rajado, un hedor como de mil tumbas abiertas, y un sonido que el cronista no se atrevió a dejar registrado por escrito. Por un instante el barco quedó envuelto en una nube verde acre y cegadora, y después sólo quedó un intenso burbujeo venenoso a popa, donde —¡Dios del cielo!— la materia plástica esparcida de aquel engendro celeste innombrable se estaba recombinando para volver a su odiosa forma original, mientras la distancia aumentaba a cada segundo a medida que el Alert ganaba velocidad.

  Eso fue todo. Después, Johansen se limitó a meditar sombríamente sobre el ídolo de la cabina y se dedicó a preparar unas pocas comidas para él y el maníaco que reía a su lado. No trató de dirigir la nave tras aquel audaz impulso inicial, porque la reacción le había quitado parte del alma. Después llegó la tormenta del 2 de abril, y la conciencia se le terminó de nublar. Persiste una sensación de giros espectrales a través de abismos líquidos de infinitud, de deslizamientos vertiginosos a través de universos tambaleantes sobre la cola de un cometa, y de zambullidas histéricas desde el abismo a la luna y desde la luna de vuelta al abismo, todo animado por un coro riente de distorsionados e hilarantes dioses antiguos y demonios verdes del Tártaro con alas de murciélago.

        La llamada de Cthulhu

        1932

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