martes, 26 de febrero de 2019

SÍMBOLOS: CONSIDERACIONES SOBRE LA ALQUIMIA

“Hacer del cuerpo un espíritu y del espíritu un cuerpo”: este adagio resume toda la alquimia. El propio oro, que representa exteriormente el fruto de la obra, aparece como un cuerpo opaco vuelto luminoso, o como una luz hecha sólida. Transpuesto en el orden humano y espiritual, el oro es la conciencia corporal transmutada en espíritu, o el espíritu fijado en el cuerpo.

  Porque el metal vil, que representa la materia próxima a la obra, no es otra cosa que la conciencia ligada al cuerpo y como sumida en él. Es eso el “cuerpo metálico”, del que hay que sacar el “alma” y el “espíritu”, que son el Mercurio y el Azufre. Si el “cuerpo” no fuese una realidad interior, no podría servir de materia para la obra espiritual.

  En el hombre corriente, “conocer” y “ser” se polarizan en cierto modo, en pensamiento y conciencia corporal; el primero representa una inteligencia separada del ser de sus objetos, mientras que la segunda es un estado de ser pasivo y como privado de inteligencia. Son como dos aspectos de la conciencia individual en su estado normalmente “centrífugo”. Cuando esta conciencia es devuelta a su centro –cuyo símbolo es el corazón- los dos aspectos se invierten en cierto modo: la conciencia corporal se vuelve inteligente a su manera; está como penetrada de una vida luminosa, mientras que el pensamiento –o la mente- se cristaliza bajo la acción fulgurante del espíritu.

  Esta transmutación del espíritu en cuerpo y el cuerpo en espíritu se encuentra de una manera más o menos directa y evidente en todo método de realización espiritual; la alquimia, sin embargo, hace de ella su tema principal, conforme al simbolismo metalúrgico que se funda en la posibilidad de cambiar la cualidad y el “estado de agregación” de un cuerpo.

  Al comienzo de la obra, la conciencia corporal es caótica y obscura. Se la compara entonces al plomo, y el “régimen” que corresponde a ese estado de la “materia” se atribuye a Saturno. Este planeta representa el principio de condensación, y eso es lo que explica su asignación – aparentemente contradictoria- al plomo entre las materias corpóreas, y a la razón entre las facultades del alma: en comparación con la dimensión existencial de las demás facultades, la razón es como un punto sin extensión. La polaridad del pensamiento y la conciencia corporal –la oposición “espíritu”-“cuerpo”- se encuentra, pues, en la naturaleza de Saturno, y ello corrobora el carácter hostil, entorpecedor, e incluso siniestro, que dicho planeta toma en la astrología adivinatoria.

  En el plano metódico, la condensación saturnal se vuelve contemplación: la inteligencia se retira del exterior hacia el interior; hecha un solo punto, se hunde en la noche interior del cuerpo.

  Según la doctrina alquímica, todo metal está constituido por la unión más o menos perfecta de dos principios denominados Azufre y Mercurio; del mismo modo, la conciencia corporal, asimilada al metal que hay que transformar, está tejida de esos dos principios o fuerzas sutiles, a la vez opuestas y complementarias: el Azufre, que es masculino, y el Mercurio, que es femenino, se combinan en la conciencia corporal caótica –o en el metal vil- de modo que se neutralizan o se estorban mutuamente.

  Basilio Valentino[44] escribe: “Donde están presentes el alma, el espíritu y la forma metálicos, también allí han de encontrarse el azogue, el azufre y la sal metálicos …”[45] compara, pues, el Mercurio con el Alma y el Azufre con el espíritu, y es realmente así como hay que comprender estos dos principios, teniendo en cuenta el hecho de que la alquimia los considera ante todo como potencias o fuerzas cooperantes en el mismo plano de la “naturaleza”. Si ocurre que el mismo autor u otros alquimistas denominan “espíritu” al Mercurio, hay que entender por ello que su naturaleza “volátil” se opone a la de los cuerpos inertes y sólidos, y en este sentido Azufre y Mercurio son, ambos, “espíritus”. Por otra parte, el Mercurio, en cuanto “substancia” de la forma interior y psíquica del cuerpo, corresponde al espíritu vital, intermediario entre alma y cuerpo.

  Según Galeno, el espíritu vital es una substancia purísima repartida en el espacio cósmico y que el corazón asimila por un proceso análogo a la respiración, transformándola en vida animal. Es fácil de ver que esto corresponde al papel del prâna, el “aliento vital”, tal como lo conciben los hindúes y cuyo empleo en el laya yoga, el “yoga de la disolución”, parece directamente análogo al uso que los alquimistas hacen de su “disolvente universal”.

  Del mismo modo que la respiración restablece rítmicamente el vínculo entre el organismo físico y el ambiente cósmico, vínculo que la solidificación progresiva de los cuerpos tiende a romper, igualmente la asimilación paralela, pero más íntima del espíritu vital, mantiene la continuidad entre la forma psíquica del cuerpo y su substancia cósmica. Fra marcantonio escribe a este respecto: “No es que no sepa yo bien que vuestro Mercurio secreto no es otra cosa que un espíritu vivo, universal e innato, el cual en forma de vapor aéreo desciende sin cesar del cielo a la tierra para llenar su vientre poroso, que nace a continuación entre los Azufres impuros, y creciendo pasa de la naturaleza volátil a la fija, dándose a sí mismo la forma de húmedo radical”[46]. El “vientre poroso” de la tierra corresponde aquí al cuerpo humano; en cuanto a los “Azufres impuros”, no son nada más que los cuerpos bastos, que encierran en cierto modo su Azufre, que es su principio formal. Aliándose a la forma psíquica del cuerpo, el Mercurio se solidifica, por decirlo así, constituyendo su “húmedo radical”, su hylé o substancia plástica.

  Si se considera el Mercurio corriente, se advertirá que es el único, entre los metales conocidos en la Antigüedad y la Edad Media, que se presenta normalmente con aspecto líquido y que se evapora bajo la acción del fuego artesanal; es, pues, a la vez un “cuerpo” y un “espíritu”. Por él, se pueden licuar el oro y la plata; por eso sirve, en metalurgia, para extraer el metal noble de una mezcla de minerales impuros e insolubles; la amalgama será expuesta al fuego, que expulsará el Mercurio y pondrá el oro al descubierto.

  Del mismo modo que el Mercurio vulgar forma una amalgama con el oro, el Mercurio sutil contiene el germen del oro espiritual: el aliento vital, siendo “húmedo” por su naturaleza, que es la de la energía cósmica femenina –la shakti, según la doctrina hindú- transmite el principio ígneo de la vida. Restablecido en su prototipo universal, el Mercurio corresponde al océano primordial del mito hindú, Prakriti, que lleva en su seno a Hiranyagharba, el huevo de oro del mundo.

  Conforme a dicho prototipo universal, el Mercurio incluye un aspecto maternal; más exactamente, él mismo es el aspecto o la potencia maternal de la materia del mundo anímico.

  Por esto, los alquimistas le dan a veces el nombre –un tanto desconcertante- de “menstruo”; por ello entienden la sangre de la matriz, que alimenta al embrión mientras no se derrame al exterior, corrompiéndose; el Mercurio, en efecto, alimenta al embrión espiritual encerrado en el vaso hermético.

  A través de la conciencia corporal, aparentemente cerrada sobre sí misma, y en lo más íntimo de ésta, encuentra el alquimista esa substancia cósmica que es el Mercurio. Para “captarla” se apoyará en una función corporal, como la respiración, y eso es significativo para todas las artes emparentadas con la alquimia: a partir de una modalidad física, la consciencia, que es esencialmente inteligencia, remontará, a través de sus propias “envolturas”, a la realidad universal, cuyo reflejo o eco es esa modalidad. Tal integración, sin embargo, no puede producirse sin una especia de gracia; ello presupone, por lo demás, un marco sagrado, del mismo modo que una actitud que excluya toda aventura prometeica o egoísta.

  El Mercurio es, pues, al mismo tiempo y según los diferentes planos de su manifestación, el “aliento” sutil que anima el cuerpo, la substancia fugitiva del alma, la fuerza lunar, la materia de todo el mundo anímico y, finalmente, la materia prima. Del mismo modo que la energía universal que los hindúes llaman Shakti posee no sólo un aspecto maternal, sino también un aspecto terrible y destructivo, el Mercurio es a la vez el “aguardiente” y el “veneno mortal”; es decir, que su naturaleza “húmeda” es generadora o disolvente, según los casos.

  “Dejad, pues, lo mixto –escribe Sinesio[47]- y tomad lo simple, pues es su quintaesencia. Considerad que tenemos dos cuerpos de muy gran perfección (el oro y la plata, o el corazón y la sangre) llenos de azogue. Sacad de ellos vuestro azogue, y haréis de él la medicina, que llaman quintaesencia, de poder permanente, y siempre victoriosa. Es una viva luz, que ilumina a toda alma que la percibe una vez. Es el lazo y vínculo de todos los elementos, que contiene en sí, y es el espíritu que alimenta y vivifica todo, y por medio del cual actúa la naturaleza en el universo. Ella es la fuerza, comienzo, medio y fin de la obra. Para decíroslo todo en pocas palabras, sabed, hijo mío, que la quintaesencia y lo oculto de nuestra piedra no es sino nuestra alma viscosa, celestial y gloriosa, que sacamos por nuestro magisterio de la única mina[48] que la engendra, y que no está en nuestro poder el hacer esta agua por ninguna parte, pudiendo engendrarla la naturaleza solamente. Y esta agua es el muy agrio vinagre que hace del cuerpo del oro un puro espíritu. Y os digo, hijo mío, que no prestéis atención a las otras cosas, que son vanas, antes solamente a esta agua, que quema, blanquea, disuelve y congela. Es ella, en fin, la que purifica, y hace germinar …”

  Aunque el Mercurio, a semejanza de la substancia universal, contiene en potencia todas las cualidades naturales –por eso suele ser representado como andrógino- , se polariza con relación al Azufre manifestándose como frío y húmedo, mientras que el Azufre se manifiesta como cálido y seco. Recordemos aquí que el calor y la sequedad, que son las dos cualidades masculinas, corresponden a la dilatación y la solidificación, y que las dos cualidades femeninas de humedad y frío se traducen en la solución y la contracción. El Azufre imita en cierto modo, de manera dinámica e indirecta, la acción del principio formal, de la esencia, que “despliega” las formas y las “fija” en un cierto plano de existencia.

  Por el contrario, la solución y la contracción, que provienen del Mercurio, expresan la receptividad del principio plástico o femenino, su facultad de adoptar todas las formas sin ser retenido por ellas, y su acción delimitante o separativa, que es un aspecto de la materia. En el orden artesanal, la analogía del Azufre con el principio formal se traduce en la acción colorante del primero: así, la unión del azufre y el mercurio vulgares produce el cinabrio; en éste, el mercurio fluido es, a la vez, fijado y colorado por el azufre; pues bien, en el simbolismo metalúrgico, el color es análogo a la cualidad, luego a la forma, según el significado tradicional de este término. Precisemos, sin embargo, que el cinabrio no es más que un producto imperfecto de los principios de que se trata, del mismo modo que el azufre y el mercurio vulgares no son idénticos a los dos principios alquímicos que simbolizan.

  En la primera fase de la obra, es la acción solidificante, o coagulante, del Azufre la que se opone a la liberación del Mercurio del mismo modo que la acción contrayente de este último neutraliza al Azufre. El nudo se afloja por el crecimiento del Mercurio: en la medida en que éste disuelve la coagulación imperfecta que es el “metal vil”, el calor dilatante del Azufre entra en juego a su vez. Al comienzo, el Mercurio actúa en contra del poder solidificante del Azufre, y luego, despierta la fuerza generadora de éste, la cual manifiesta la verdadera forma del oro. Esto es análogo al combate amoroso entre hombre y mujer: es la fascinación femenina lo que disuelve la “solidificación” de la naturaleza viril y despierta su potencia. Y bástenos recordar aquí que tal fascinación, espiritualmente canalizada, desempeña un cierto papel en los métodos tántricos.

  En “Las Bodas Químicas de Christian Rosencreutz”, Juan-Valentín Andreae[49] cuenta la parábola siguiente: “… un hermoso unicornio, blanco como la nieve, con un collar de oro signado de unos cuantos caracteres, se acercó a la fuente, y, doblando las piernas de delante, se arrodilló como si quisiera honrar al león que está en pie sobre la fuente. Este león, que a causa de su inmovilidad completa habíame parecido de piedra o bronce, agarró al punto una espada desenvainada que tenía bajo sus garras y la rompió por la mitad; creo que ambos fragmentos cayeron a la fuente. No cesó, luego, de rugir hasta que una paloma blanca, que en el pico sostenía una rama de olivo, fue hacia él a todo vuelo; y dióle la rama al león, que la tragó, lo que le devolvió la calma. Entonces, de unos cuantos saltitos gozosos, el unicornio volvió a su sitio”. El blanco unicornio, animal lunar, es el Mercurio en su estado puro. El león es el Azufre, que, identificándose con el cuerpo cuyo principio formal es, parece primero inmóvil como una estatua. Por el homenaje del Mercurio, se despierta y empieza a rugir. Su rugido no es otra cosa que su fuerza creadora: según el Fisiólogo,[50] el león vivifica con su voz a los cachorros que han nacido muertos. El león rompe la espada de la razón, cuyos pedazos caen en la fuente, donde se disolverán. No cesa de rugir hasta que la paloma del Espíritu Santo le da de comer la rama de olivo del conocimiento. Tal nos parece que es el sentido de esta parábola, que ciertamente no tiene su origen en Juan-Valentín Andreae.

  En cierto aspecto, el Azufre entorpecido es, pues, la razón o, con mayor exactitud, la mente; ella contiene el oro del espíritu en estado estéril. Dicho oro debe primero ser disuelto en la fuente de Mercurio para convertirse en el “fermento” vivo que transformará en oro los demás metales.

 
   

    El andrógino hermético, que representa la unión de las fuerzas primarias,

 masculina y femenina. El águila simboliza el mercurio completo,

 en sí masculino y femenino. El murciélago y la liebre significan aquí

 lo tangible y lo corporal. Los pájaros caídos e tierra aluden

 a la «derrota» de lo volátil.



 — Del manuscrito Rh. 172 de la Biblioteca Central de Zurich.
 

  La primera acción del Mercurio es “blanquear” los cuerpos. Artefio[51] escribe: “Todo el secreto … es que sepamos extraer del cuerpo de la Magnesia el azogue que no quema, que es el Antimonio y el Sublimado Mercurial; es decir, hay que extraer un agua viva, incombustible, congelarla luego con el perfecto cuerpo del Sol, que se disuelve en ella en una substancia blanca congelada como si fuese nata, hasta que todo eso se vuelva blanco: primero, sin embargo, el sol, por la putrefacción y resolución que sufre en esta agua, perderá su luz, se oscurecerá, ennegrecerá, se elevará luego sobre el agua, y poco a poco un color y una substancia blancos sobrenadarán en ella; a eso se le llama blanquear el latón rojo, sublimarlo filosóficamente y reducirlo a su primera materia, es decir, a azufre blanco incombustible y azogue fijo: terminado así lo húmedo, es decir, habiendo sufrido el oro, nuestro cuerpo, la licuefacción reiterada en nuestra agua disolvente, se convertirá y se reducirá en azufre y azogue fijo; y de este modo el perfecto cuerpo del sol tomará vida en esta agua, y se vivificará, se inspirará, crecerá y se multiplicará en su especie, como las demás cosas …”

  El sol de que habla Artefio, que debe morir y disolverse en el agua mercurial[52] antes de renacer, no es otro que la conciencia individual ligada al cuerpo, el ego corporal en cierto modo, que no es oro o sol sino en estado latente. Los alquimistas suelen denominar “oro” o “sol” a lo que virtualmente es oro.

  El “blanqueo” del “cuerpo”, que sigue al “ennegrecimiento”, es descrito ora como una disolución del cuerpo en el agua mercurial, ora como una separación del alma y el cuerpo. Es que la reducción de la conciencia corporal a su substancia psíquica hace que el alma se retire de los órganos sensoriales y se derrame, por decirlo así, en un “espacio” a la vez interior e ilimitado. “Sube de la Tierra al Cielo –dice la Tabla de Esmeralda- de allí desciende de nuevo a la Tierra, y recibe así la fuerza de las realidades superiores e inferiores”. En el mismo sentido, se habla de una sublimación que debe ir seguida de una nueva coagulación.

  Cuando la consciencia interior es reducida así a su materia primera, semejante a la luna y la plata, el Azufre aparece en su verdadera naturaleza, que es una fuerza que emana del centro misterioso del ser, de su esencia divina. Es el rugido del león solar, que es como una luz sonora o como un sonido luminoso. El Azufre “fijará” la substancia fluida e inaprehensible del Mercurio dándole una nueva forma, que es a la vez cuerpo y espíritu.

  Artefio escribe: “… las naturalezas se transforman unas a otras, porque el cuerpo incorpora el espíritu, y éste convierte al cuerpo en espíritu teñido y blanco … cuécelo en nuestra agua blanca, es decir, en Mercurio, hasta que se haya disuelto en negrura; luego, por continua decocción, se perderá la negrura y, al final, el cuerpo así disuelto subirá con el alma blanca (al reabsorberse en el alma la conciencia corporal), y el uno se mezclará con la otra, y se abrazarán de tal modo que nunca más podrán ser separados; entonces es cuando el espíritu se une al cuerpo (por un proceso inverso al primero) con real concordancia, y se convierten en una sola cosa permanente (al “fijar” el cuerpo al espíritu, y convertir éste en puro estado espiritual la conciencia del cuerpo), y esto es la solución del cuerpo y la coagulación del espíritu, que tienen una misma y semejante operación”.

  La mayoría de los alquimistas hablan tan sólo del Azufre y el Mercurio como naturalezas constitutivas del oro; otros, como Basilio Valentino, añaden la Sal. En el orden artesanal, el Azufre es la causa de la combustión y el Mercurio la de la evaporación, mientras que la Sal es representada por las cenizas.

  Si el Azufre y el Mercurio son “espíritus”, la Sal será el cuerpo, y más exactamente, el principio de corporeidad. En cierto sentido, Azufre, Mercurio y Sal corresponden respectivamente a espíritu (es decir, a la esencia espiritual), alma y cuerpo del hombre, o también a alma inmortal, espíritu vital y cuerpo.

  Si la distinción de estas tres naturalezas no siempre aparece tan claramente en las descripciones de la obra alquímica, ello se debe a que no están consideradas como tales sino solamente a través de su acción en el plano cósmico, en el que sus fuerzas se entrelazan de mil maneras. En razón de lo complejo del terreno de que se trata, las más “arcaicas” definiciones de la obra son las más acertadas, porque en su simbolismo lo engloban todo; recordemos aquí las palabras de la Tabla de Esmeralda: el Azufre, fuerza solar, y el Mercurio, fuerza lunar, son el “padre y la madre” del embrión alquímico; el “viento”, que no es otra cosa que el aliento vital, naturaleza segunda del Mercurio, lo ha llevado en su “vientre”, la “tierra”, o sea, el cuerpo, es su “nodriza” …

  Cuando el cuerpo, o más exactamente la conciencia corporal, está purificado de toda “humedad” pasional –y en este aspecto corresponde a las “cenizas”- sirve para retener el espíritu “fugitivo”; dicho de otro modo, se convierte en el “fijativo” de estados espirituales que la mente no podría mantener. Ocurre así porque el cuerpo es lo “inferior” que corresponde a lo “superior”, según la fórmula de la Tabla de Esmeralda.

  El estado espiritual que se “apoya” en el cuerpo no tiene, sin embargo, medida común con él; es como si una pirámide invertida e ilimitada en su extensión se apoyase con su punta en tierra; ni que decir tiene que esta imagen, que sugiere un estado de inestabilidad, tan sólo es válida en lo que toca a la extensión.

  En el orden del arte sagrado, la imagen humana que más directamente expresa la “espiritualización del cuerpo y la incorporación del espíritu” es la de Buddha: la analogía con el simbolismo alquímico es tanto más sorprendente cuanto que dicha imagen cuenta con atributos solares —aureo-a o rayos— y suele ser dorada. Pensamos sobre todo en las estatus mahayánicas de Buddha, las mejores de las cuales expresan hasta en la cualidad plástica de su superficie esa plenitud a la vez inmutable e intensa que el cuerpo contiene pero no circunscribe.

  Basilio Valentino compara el resultado de la conjunción del espíritu y el “cuerpo glorioso” de los resucitados.[53]

  Morieno[54] dice: “… Cualquiera que haya sabido limpiar y blanquear el alma, y hacerla subir a lo alto: y haya guardado bien su cuerpo, y quitado de él toda la obscuridad y negrura junto con el mal olor, podrá entonces volver a su cuerpo; y en la hora de su remaridaje aparecerán grandes maravillas”.

  Y Rhases[55] escribe: “… Así cada alma se remarida con su primer cuerpo; y de ninguna manera podría reunirse con otro: y en adelante no se separarán nunca más; porque entonces el cuerpo estará glorificado y reducido a incorrupción, y a una sutileza y brillo indecibles, de modo que penetrará todas las cosas por sólidas que puedan ser, porque su naturaleza será como de espíritu …”

    [44] Alquimista alemán del siglo XV. <<
  
     [45] Cf. De la Grande Pierre des Anciens Sages, publicado con Les douzes Clefs de la Philosophie (trad. Eugène Canseliet), París, 1956. <<
  

     [46] La Lumière sortant par soi-même des Ténèbres, París, 1687. <<
  
     [47] Alquimista griego. Quizá se trabe del obispo Synesios, de Cirene (379-415), discípulo de Hypatía, platónica de Alejandría. Cf. Bibliothèque des Philosophes Chimiques, París, 1742. <<
  

     [48] Según Morieno, la mina de la cosa con la cual se lleva a cabo el Magisterio es el hombre. (Diálogo del rey Jalid con el ermitaño Morieno: Bibl. Des Phil. Chim.) [Este texto está traducido parcialmente en una antología en castellano: Alquimia y ocultismo, pp. 67-85, Barral Editores, Barcelona, 1973 (N. del trad.)]. <<
  
     [49] Johan Valentin Andreae (1586-1654). Cf. Les noces Chimiques de Christian Rosencreutz (trad. Francesa de Auriger. Ed. Chacornac. París, 1928). [Existe una versión castellana de esta obra: Las bodas químicas de Christian Rosenkreutz, Siete y Media, Editores, Barcelona, 1980 (N. del trad.)]. <<
  
     [50] Existe una versión castellana de este antiquísimo bestiario: El fisiólogo, Ed. EUDEBA, Buenos Aires, 1971. (N. del Trad.). <<
  

     [51] Alquimista medieval cuya vida es desconocida. “Artefio” es probablemente un pseudónimo (Bibl. des Phil. Chim.) <<
  
     [52] O en el antimonio, que igualmente es un disolvente y, en alquimia espiritual, sinónimo del mercurio. <<
  

     [53] Ob. cit. Esto hay que relacionarlo con el papel que desempeña la inmortalidad del cuerpo en la alquimia china. <<
  

     [54] El diálogo del rey Jalid con el ermitaño Morieno es quizá el primer texto alquímico traducido del árabe al latín. <<
  
     [55] Rhases es, sin duda, la forma grecolatina del árabe Razí, siendo su nombre completo Abû Bakr al-Razí (826-925). Bibl. des Phil. Chim. <<

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