jueves, 28 de febrero de 2019

MITOLOGÍA DE LOS PUEBLOS ESLAVOS

También entre los pueblos eslavos primitivos, que darán origen a los rusos, checos, polacos, búlgaros, servios, croatas, etc., existe en su mitología la oposición entre la Luz, representada por el dios Bielobog o dios Blanco (de aquí deriva el nombre de la región de la URSS, Bielorrusia) y las tinieblas mandadas por el dios Negro y destructor Tchernobog.

  El mitólogo A. Alexinski hace referencia como una de las fuentes fundamentales para el estudio de la mitología cosmogónica eslava (que trata del origen de los dioses y del universo) al cronista bizantino Juan Malala del siglo VI [recordemos que los griegos de Constantinopla o Imperio bizantino fueron los civilizadores y evangelizadores del mundo eslavo]; y según el citado cronista, los trascendentales acontecimientos para los eslavos se desarrollaron así:

  En un principio existió el cielo bajo la forma del dios Svárog, quien dio origen al Sol, denominado Dájbog, y al fuego Svárogich (la terminación eslava ich quiere decir "hijo de" por lo tanto, hijo de Svárog), ambos con poder creador y soberano, transmitido por su padre. El Sol poseía doce reinos simbolizados por los doce meses del año, o las doce constelaciones del Zodíaco, siendo sus hijas las estrellas. Sus servidoras son la Aurora matutina, que le abre las puertas del firmamento al amanecer, y la vespertina, que las cierra.

  La Tierra

  Tras el cielo, el Sol y el fuego surgió la Tierra, cuya divinidad protectora es sabia, bienhechora y justa. Adivinadora del porvenir para los iniciados en su lenguaje, los cuales hacían un agujero pequeño en ella, aplicaban el oído, y si escuchaban un ruido semejante al trineo cargado deslizándose sobre la nieve, la cosecha sería buena, y, por el contrario, habría mala cosecha si el sonido era de trineo vacío. Los eslavos, en especial los rusos, refrendaban sus juramentos echándose un poco de tierra en la cabeza, a la que denominaban «Madre tierra-húmeda». Se ofrendaban vasijas llenas de aceite, que en el verano rompían sobre ella los campesinos al despuntar el día impetrando su protección y el alejamiento de los espíritus malignos.

  Divinidades campesinas menores

  Una vez hubo surgido la Tierra, Svárog se rodeó de una multitud de espíritus auxiliares. Algunos le hicieron traición declarándole la guerra; pero fueron vencidos y arrojados a la Tierra; los que cayeron en los bosques y en las aguas continuaron siendo perversos; los que lo hicieron sobre los tejados de las casas, patios y habitaciones de los hombres fueron espíritus bienhechores, tomando el nombre de domovoi (derivado de dom, que significa casa); los campesinos les hacían ofrendas para que protegieran el hogar como los dioses lares de los romanos. Junto a éstos existían los que guardaban los establos, los baños, granjas, animales domésticos, etcétera.

  Otras divinidades eslavas

  De las restantes divinidades las más importantes eran «el espíritu del bosque», denominado Lechy; el dios de los Campos, que atendía por Polevick; los espíritus de las Aguas o vodianois, la compañera de éstas Rousalka, y finalmente las divinidades de la Alegría.

  Lechy aparecía con forma humana sin estatura estable, pues adoptaba la que le convenía al pasar desde la de los árboles más altos hasta la de los arbustos y hierbas más enanas, careciendo además de sombra. Polevick iba vestido de blanco o de negro según las regiones; sus cabellos lo constituían grandes hierbas verdes, y sus ojos aparecían de color diferente. Lechy y Polevick eran compañeros de aventuras y disfrutaban haciendo bromas a los que transitaban por sus dominios, es decir por los bosques y campos. Para que éstas no se realizaran se les ofrendaban, sin que nadie lo supiera, en un agujero, dos huevos y un gallo ya viejo que hubiera perdido el canto.

  Los vodianois, espíritus de las Aguas, eran divinidades malignas y traicioneras que habitaban en los molinos de agua y en los lagos, y atraían a los hombres a una muerte segura. Poseían aspecto humano con patas en vez de manos, cuernos, cola y ojos relucientes, envejeciendo y rejuveneciéndose al compás de las fases de la Luna.

  Según los eslavos, cuando alguien se ahogaba se identificaba con Rousalka, divinidad de las aguas que recorría el Danubio y adoptaba formas atractivas cuando bañaba territorios de clima benigno, transformándose en figura repugnante, al adentrarse en las estepas heladas de Rusia.

  Las creencias de ultratumba

  El mito de Rousalka está ligado a las creencias de ultratumba de los eslavos. Para ellos, las almas de los muertos se transformaban en rousalki, hijas de Rousalka, habitantes en invierno de las aguas sombrías y heladas, hasta que con la llegada de la primavera el deshielo y el despertar de la naturaleza, el Sol despereza a las rousalki que van a poblar los verdes árboles, verdadera residencia de los muertos.

  Los dioses Yarilo y Koupala

  Finalmente, se hallaban las divinidades denominadas de la alegría y que se llamaban Yarilo y Koupala. Yarilo, por la forma como se le representa y las fiestas que se celebraban en su honor, nos recuerda al Dionisos griego o al Baco latino, en donde abundaban el vino y los cantos; pero en su significado se mezcla también el amor apasionado y carnal. La fiesta de Koupala consistía en bañarse en junio en los ríos donde se manifestaba este dios para alcanzar su poder y pedirle perdón simbolizando una especie de purificación, ofreciéndole después pan que se echaba al río, al tiempo que se musitaba la correspondiente plegaria.

  Semidioses y héroes eslavos

  Igual como sucedía con Sagas y los Edda germanos, la mejor fuente para estudiar las leyendas de los cuales son protagonistas los héroes y semidioses eslavos son los poemas épicos de los rusos, denominados bilines (bilini, en singular bilina) de tipo mítico. Entre éstos se hallaban en primer lugar los que personifican a los grandes ríos Danubio, Dniéper, Don y sobre todo al Volga, la gran vía fluvial del inmenso país ruso que se le simboliza como un bello héroe capaz de adoptar la forma de halcón, lobo, toro y hormiga. Otros llaman al Volga la matuschka, es decir, la madrecita.

  El Hércules ruso es llia-Mouromet. Hijo de campesinos, su leyenda se mezcla con la tradición cristiana; pues le hace campeón de la fe frente a los infieles, dotado de una fuerza colosal, después de haber bebido el sagrado hidromiel que le ofrecieron dos caminantes a los que dio hospedaje, tras treinta años paralítico y enfermo.

  Consideraciones finales a la mitología eslava

  La temprana presencia del cristianismo en tierras eslavas, gracias al Imperio bizantino, no eclipsó del todo a sus dioses paganos. Sus leyendas mitológicas se impregnaron de la nueva fe, existiendo incluso hasta la Revolución rusa de 1917, sobre todo en el ámbito rural, una especie de coexistencia pacífica entre el cristianismo y el paganismo. Las ofrendas a Koupala se conservaron en muchas regiones hasta finales del siglo XIX, y las fiestas a Yarilo, se celebraron hasta principios de dicha centuria.

  LEYENDAS ESLAVAS

  El cristianismo venció fácilmente a los grandes dioses eslavos, pero no a los pequeños. He aquí algunas de las leyendas conservadas en los bilini. Sviatogor, el caudillo, era tan fuerte que su propia fuerza constituía para él «una pesada carga». Lleno de orgullo dijo un día que, de poder encontrar todo el peso de la Tierra reunido, lo levantaría sin esfuerzo. Al punto halló ante sí una pequeña alforja. La tocó con su bastón, pero no la movió. La tocó con un dedo: no consiguió desplazarla. Sin bajar de su taballo trató de cogerla con la mano: no consiguió levantarla. Se apeó al bunto, la agarró con ambas manos y sólo entonces consiguió levantarla hasta la altura de sus muslos. Pero al hacerlo, él mismo se hundió en el Suelo hasta las rodillas, sudando, no sudor, ¡sangre!, tal esfuerzo había hecho. Y no pudiendo salir de donde se había hundido tal fue su fin. PHbs castigó su orgullo. En otro bilina vemos a Mikula, el labrador milagroso, cuyo pequeño arado de madera era tan pesado que toda una compañía de labradores no podía moverle, mientras que Mikula le manejaba con una sola mano. Como su caballito era el mejor y más rápido de todos. Porque Mikula era amado de Madre-Tierra-Húmeda.

  Las dos relaciones anteriores pertenecen a los bilini de los Bogatiri mayores (los valientes, los esforzados mayores), a los Bogatiri menores, las siguientes: Ilia-Murometz tenía un caballo que más volaba que corría. La flecha que Ilia lanzaba con su arco milagroso era como la del arco divino de Perún; estropeaba, de sólo pasar junto a ellas, las cúpulas de las iglesias y hacía de las encinas más robustas pedazos minúsculos. Paralítico durante treinta y tres años «permaneció sentado» y sin poder levantarse. Pero un día dos cantores vagabundos que pasaban le dieron de beber «bebida de miel», y al punto se sintió poseído «de enorme fuerza». Sin embargo Ilia, buen cristiano, no cumplió sus proezas, que fueron muchísimas, sino tras haber sido bendecido por sus padres. Como siempre defendió la fe de Cristo contra los infieles, cuando le llegó el momento de morir construyó en Kiev una catedral. Tras ello murió petrificado y, su cuerpo, «permaneció siempre intacto».

  Potok-Mikhailo-Ivanovitch, al casarse, hizo, así como su mujer, promesa de que, si uno moría, el otro no le sobreviviría. La esposa vino a morir al cabo de año y medio, y Potok hizo labrar una tumba, «profunda y grande», a la que descendió con su mujer, su caballo y su armadura. Por encima pusieron un techo de encina y tierra amarilla, a través de la que pasaba un cordón atado a la campana de la catedral. Potok permaneció allí, sobre su caballo, desde mediodía hasta media noche. Para darse ánimos encendía velas de cera. A media noche «se reunieron en torno suyo todos los monstruos reptiles» y, al punto, llegó «la gran Serpiente que quemaba como una llama de fuego», Potok la mató, le cortó la cabeza «y con esta cabeza frotó el cuerpo de su mujer», que resucitó inmediatamente. Entonces Potok tiró del cordón hizo sonar la campana de la catedral y fueron sacados de allí. Los popes les salpicaron de agua bendita y les ordenaron «vivir como antes», Potok llegó a ser extremadamente viejo y lo mismo su mujer, «que fue enterrada viva, con él, en la tierra húmeda».

  Veamos, la bilina titulada «Por qué ya no hay bogatiris en la Santa Rusia». Tras un combate victorioso, uno de los bogatiri cometió la imprudencia de decir, lleno de orgullo: «Si tuviéramos delante de nosotros una fuerza del más allá, ¡igual la venceríamos!». Pero, al punto aparecieron dos guerreros y les atacaron. Pero el que había hablado les cortó en dos con su espada. Mas, al punto, en vez de dos, ¡había cuatro! Cortó por la mitad a los cuatro, ¡y fueron ocho! Y así hasta formar un número infinito. «Tres días, tres horas y tres minutos» combatieron los bogatiri con las fuerzas del más allá que se multiplicaban siempre. Hasta que al fin, tuvieron miedo. Entonces «corrieron hasta las montañas de piedra hasta las cavernas sombrías», donde cada bogatiri que llegó quedó petrificado. «Desde entonces no hay bogatiris en la Santa Rusia».

  La Bilina de Babuscka

  La anciana Babuscka vivía completamente sola en su humilde cabana de madera muy cerca de un bosque de abetos, ante el que se extendía la infinita estepa nevada.

  Aquella Navidad, Babuscka salió al bosque a recoger leña para su chimenea y miró con una sonrisa triste la nieve que cubría la llanura.

  Después, se recogió en la cocina, puso a arder unos leños que crepitaron alegremente y se acercó al calor de la lumbre.

  —Cada año que pasa —pensó Babuscka—, el frío que siento es mucho mayor y necesito ponerme más cerca del fuego.

  Y, mientras su bondadosa mirada se recreaba mirando el ondulante movimiento de las llamas, su imaginación volaba hasta los lejanos días de su infancia y juventud.

  Aquellos recuerdos la hacían sentirse más feliz; pero un golpe que sonó en la puerta interrumpió sus gratos pensamientos.

  —¿Quién puede ser? —pensó la anciana levantándose—. ¿Es posible que alguien en el mundo se acuerde de la pobre Babuscka?

  Abrió la puerta, dando paso a tres hombres vestidos como Reyes antiguos. Los tres eran ancianos, aún más que Babuscka, y sus cabellos y barbas eran largos y blancos como la nieve que cubría los abetos del bosque.

  Sus ropas eran tan lujosas como Babuscka no vio jamás y estaban bordadas en oro y en plata; y en sus manos llevaban unos cofres de oro con incrustaciones de piedras preciosas, que despedían un suave olor a incienso y mirra.

  Uno de los hombres dijo:

  —Somos tres Sabios de Oriente, Babuscka; y vamos a Belén de Judea a ofrecer estos regalos al Príncipe de la Paz que acaba de nacer.

  —Y hemos venido aquí desde nuestro lejano país para pedirte que vengas con nosotros a llevar tu regalo al Príncipe de la Paz —dijo otro Sabio—. Ven con nosotros, Babuscka.

  —¡Oh! —contestó Babuscka—. Yo soy muy anciana y el viaje a Belén es muy largo.

  —Ven con nosotros, Babuscka —insistió el tercer Sabio—: nos han enviado aquí a pedirte que vengas con nosotros. Tú también has de llevar tu regalo al Príncipe de la Paz.

  Pero Babuscka les contestó:

  —Y ¿qué regalo puedo yo ofrecer al Príncipe de la Paz? Ustedes le llevan valiosos presentes de oro, incienso y mirra; pero yo soy muy pobre y, con mis míseros ahorros, no podría comprarle nada digno de Él.

  Los Sabios insistieron aún varias veces:

  —Ven con nosotros, Babuscka: hemos venido a buscarte para que vengas con nosotros y puedas conocer en Belén al Príncipe de la Paz.

  Pero la anciana les respondió:

  —Vayan ustedes solos. Soy demasiado pobre y demasiado vieja; mi sangre es muy débil y moriría con el frío de la estepa helada. Además el viaje hasta Belén de Judca es demasiado largo para que pueda soportarlo una pobre anciana como yo.

  En aquel momento, los Sabios la miraron con tristeza y marcharon de la cabaña.

  Babuscka salió a despedirlos a la puerta y, muy pronto, los tres Sabios desaparecieron en la lejanía de las nevadas llanuras.

  Babuscka volvió junto al fuego, suspirando al ver las ondulantes llamas:

  —¡Oh, cuánto habría deseado ir con ellos a Belén de Judea! ¡Me habría gustado tanto visitar al Príncipe de la Paz…! Y no porque sea un Príncipe, sino porque es un Niño recién nacido; ¡y yo quiero tanto a los niños! Pero ¿qué regalo podría yo llevarle?


    se quedó contemplando melancólicamente el fuego que crepitaba juguetón en la chimenea. De pronto, el rostro de Babuscka se iluminó con una sonrisa de felicidad.


  —¡Ya lo sé! —exclamó alegremente excitada—. Los Sabios le llevan valiosos regalos porque es Príncipe. ¡Pero el Príncipe de la Paz es también un Niño y yo sé lo que les gusta a los niños! ¡Mañana, la anciana Babuscka marchará a Belén de Judea para llevar su regalo al Príncipe de la Paz!

  Y, cuando amaneció la mañana siguiente, Babuscka emprendió el largo viaje hacia Belén de Judea colgado de su brazo, llevaba un canastillo lleno de juguetes y bolitas de colores y cordoncitos con abalorios y tiras de brillante papel de plata y pastelitos de hojaldre y caramelos…

  Pero ¿qué camino había de seguir? Sobre la alfombra de nieve no quedaba ya ninguna huella de los tres Sabios y, a cuantos preguntó por dónde se iba a Belén de Judea, le respondían invariablemente:

  —Más lejos, Babuscka: más lejos.


    la anciana siguió andando, andando. De pueblo, de ciudad en ciudad. Y preguntando por el camino de Belén.


  —Más lejos, Babuscka; más lejos.

  No: Babuscka no llegó a ver en este mundo al Príncipe la Paz, porque no se había animado a viajar con los tres Sabios.

  Pero el Cielo recompensó su generosidad y su gran amor a los niños.

  Desde entonces, una noche al año, Babuscka regresa a las heladas estepas con su cesta cargada de juguetes: ¡es la Noche de Navidad y son los regalos que el Príncipe de la Paz envía a los niños de este mundo!

  Y, cuando los niños duermen en el ambiente tibio de sus habitaciones, mientras fuera los copos de nieve caen blandamente al suelo de la calle, Babuscka camina con su cesto de juguetes, se introduce de puntillas en todas las casas en que hay algún niño y sonríe feliz mientras contempla al niño dormido.

  Luego, se inclina sobre la camita, deposita un cálido beso en la carita infantil y saca de su cesto un juguete, que deja al lado de la cama del pequeñuelo.

  Después, se retira de puntillas para no despertarle y murmura sonriendo:

  —¡Más lejos, Babuscka: más lejos! ¡Aún he de entregar muchos juguetes esta noche!





Anexo


DIOSES PRINCIPALES DE LOS ESCLAVOS Y SUS ATRIBUCIONES


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