martes, 26 de febrero de 2019

Leyendas urbanas: Las víboras caídas del cielo

 Las víboras caídas del cielo En el verano de 1998 se comentaba en Ferrol —A Coruña— que algún tipo de organismo oficial estaba arrojando, valiéndose de avionetas, reptiles sobre las playas. Con estas culebras y víboras se pretendía acabar con una supuesta plaga de insectos. El revuelo fue tal que los teléfonos de las emisoras locales se colapsaban a diario con llamadas de ciudadanos que aseguraban haber visto serpientes e incluso haber tenido que escapar de ellas ante un inminente ataque.



   MARTINA FERNÁNDEZ BAÑOBRE



   Ferrol Aunque se desconozca en España, las víboras voladoras tienen un accidentado pasado aéreo. En la década de los años setenta corrió el rumor en Francia de que grupos ecologistas habían lanzado víboras desde el aire con el fin de repoblar las regiones donde escaseaban y así, de paso, alimentar a las aves rapaces. La emisora Sud-Radio recogía testimonios como éste: «El avión volvió al cabo de veinte minutos. En su panza albergaba una especie de caja con una trampilla que se abría a escasos metros del suelo». Meses después, la región del Perigord, el Lot y la Vauclase —según recoge Jean-Noël Kapferer— estaban inundadas de culebras, dando lugar a un encendido debate entre agricultores hartos de conspiraciones maquiavélicas, periodistas en bermudas a la caza de «serpientes de verano» y autoridades pseudocientíficas ávidas de Expedientes X.
   Pronto llegaron los detalles. A raíz de un testimonio recogido por el etnólogo Bruno Soulier, se desprendía que los reptiles eran soltados desde helicópteros que volaban muy bajo en bolsas de plástico de color blanco, hábiles para albergar hasta veinte ejemplares.

   Al tiempo, Verónique Campion-Vincent y Jean-Bruno Renard recogían el alegato de particulares anónimos que afirmaban haber descubierto cajas con el matasellos del Ministerio del Medio Ambiente. Por aquel entonces la lista de sospechosos incluía a los ecologistas —que habían promovido, años atras, la introducción de linces en la región de los Vosgos—, la Administración y ciertos laboratorios famacéuticos interesados en producir sueros antiveneno a partir de estos animales zigzagueantes que por aquel entonces se importaban de la URSS.

   En 1989 el rumor había corrido ya por amplias zonas rurales de Francia y había llegado, aunque debilitado, a Sion —Suiza— y al norte de Italia —el 13 de octubre de 1989 La Stampa publicaba la fotografía de un carabinero con una caja que, presumiblemente, contenía serpientes. Unos años más tarde, el rumor aterrizaba en Galicia y en algunas zonas del País Vasco.

   A decir de los que más se han destacado en el estudio de esta leyenda, — Veronique Campion y Jean-Baptiste Harang— la historia tiene algunos ingredientes de interés. Por una parte, la serpiente, símbolo del mal y la traición, por otra, potentes helicópteros, viva imagen de la ciencia menos accesible, y, por último, nuevas leyes para amparar a las especies protegidas. Este cóctel, bien batido, daba lugar a una noticia inquietante: ¿No será, acaso, que, en estos tiempos que corren, las autoridades se decantan antes por los animales que por los propios hombres y mujeres...?

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