miércoles, 27 de febrero de 2019

Eolo. -Bóreas. -Zéfiro. -Eco. -Proteo

Eolo dios de los vientos, hijo de Júpiter y de la ninfa Melanipa, residía en las islas Eólidas. Allí tenía a los vientos encerrados en profundas cavernas. Cuando Ulises y sus compañeros llegaron a aquellas islas, Eolo los recibió bien y agasajó, y cuando aquél se volvió a embarcar le regaló unos pellejos en que encerró los vientos que eran contrarios a su rumbo para que no le molestasen.

  Sus compañeros por una necia curiosidad abrieron aquellos pellejos, para ver lo que contenían; escapáronse entonces los vientos levantando tal tempestad que perecieron en ella once de sus buques, salvándose sólo aquel en que iba Ulises, que arribó a la isla de Aea. El origen de esta fábula parece ser el que Eolo fue un príncipe que estudió con provecho la astronomía y por sus observaciones astronómicas predecía el tiempo bonancible y el tormentoso. La versión supersticiosa es más bonita; pero trato, niños míos, de ilustrar vuestra razón y no de divertir vuestra imaginación.

  «Bóreas», hijo de Astreo, que era uno de los Titanes, es el viento Norte, y es llamado el rey de los vientos. Se metamorfoseó en caballo y tuvo así por hijos doce potritos, que eran tan ligeros que corrían sobre campos de trigo sin que se doblasen a su paso las espigas, y sobre las olas sin hundirse en ellas. Represéntanlo con un rostro severo y frío, envuelto en nubes cuando atraviesa el cielo, y en polvo cuando camina por la tierra.

  «Zéfiro», hijo de Eolo y de la Aurora, cuyo soplo suave da la vida a la Naturaleza. Se desposó con Flora, diosa de las flores, de la que ya os he hablado, y presidía este matrimonio el séquito de la primavera. Represéntanlo como un joven con alas de mariposa, coronado de flores de todas las estaciones.

  «Eco» era hija del Aire y de la Tierra, y ninfa del séquito de Juno. Habiendo servido de intermediaria al infiel Júpiter en sus amoríos y devaneos, Juno, que lo supo, la castigó condenándola a no poder hablar, a no ser para contestar cuando le hablasen. Se enamoró del hermoso Narciso, el que estaba enamorado de sí mismo y no la correspondió. Eco desconsolada se retiró a los sitios más solitarios en los bosques y entre las rocas; allí, consumida por las lágrimas y su dolor, no quedó de ella sino la voz.

  Proteo fue un semidiós marino, hijo del Océano y de Tetis, que tenía el cargo de llevar a pastar las vacas y ganados marinos. Había recibido al nacer el don de saber el porvenir, y asimismo el de transformarse en cuantas formas y cosas quería y cuantas veces lo desease. De esta prerrogativa usó mucho para libertarse de los infinitos que venían a buscarlo para que les revelase el porvenir. Por lo cual se dice de una persona que toma todas las formas y caracteres que convienen a sus intereses, que es un Proteo.

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