Todo el país de los guaraníes sufría de una gran sequía. Los dos ríos que
pasaban por la región ya casi no llevaban agua y los peces habían muerto. Ya
no se extraía alimento. Ya no valía la pena arrojar atarrayas.
Los cazadores regresaban de la selva sin haber encontrado qué cazar. Los
pantanos se habían secado y los pájaros se habían ido por falta de agua.
Era la primera vez que los guaraníes aguantaban hambre. Le habían rogado a
Tupá que les mandara la lluvia, pero el cielo continuaba azul, y el Sol ardía y
quemaba lo poco verde que todavía se podía encontrar en los rincones
sombríos.
La tierra se había endurecido, y ahora se abría bajo las pisadas de los
hombres, que salían de la región en busca de comida. Pero en todas partes se
veía la misma miseria.
Muchos murieron. «Tupá no ayudará», decían los que quedaban,
desesperados. Entre éstos había dos guerreros solteros que marchaban
adelante de los demás.
A Avatí y Ñandé, que así se llamaban los guerreros, les daba lástima el llanto
de los niños, y estaban dispuestos a arriesgar su vida para salvarlos.
Un día estaban discutiendo las necesidades de los suyos, y nuevamente
aseguraron: «Daríamos nuestra vida para aliviar el hambre de nuestros
hermanos».
Apenas pronunciaron estas palabras, apareció ante ellos un hombre
desconocido, que les dijo: «Escuché sus palabras. Si hablaban en serio, Tupá
les ayudará. El me mandó a la Tierra a buscar a un hombre que esté dispuesto
a dar su vida por los demás; de su cuerpo nacerá la planta que les dará de
comer a todos. Crecerá en todas partes, si los hombres la cultivan cerca de sus
pueblos, y sus frutos se podrán guardar para tiempos de sequía. Con esta mata
divina ya no habrá miseria entre los guaraníes».
Al oír esto, ambos jóvenes se levantaron y dijeron: «Moriremos, si Tupá lo ha
dispuesto así».
«No es necesario que mueran ambos», contestó el desconocido. «Uno debe
quedar vivo y buscar un sitio al lado del río, cerca del pueblo. Allí aflojará la
tierra y enterrará a su amigo. De su cuerpo nacerá la planta de Tupá, que le
dará vida eterna por haberse sacrificado por los demás».
Los amigos buscaron el lugar y se dieron la mano. Ambos deseaban salvar a
su pueblo, pero Avatí fue el elegido por Tupá, y le tocó la muerte. Ñandé alistó
la tierra, y llorando lo enterró. Todos los días fue a visitarlo y a regar la tierra
con agua del río, y las palabras de Tupá se cumplieron. De la tierra salió un
vástago que Ñandé jamás había visto, y la planta creció, floreció y dio sus
primeros frutos, frutos en abundancia.
Entonces Ñandé llamó a su gente, le mostró la planta y le contó lo que había
sucedido. Cuando terminó su cuento, apareció aquel desconocido y exclamó:
«Ñandé les dijo la verdad: Avatí vivirá para siempre mientras ustedes siembren
los granos secos de esta mata y cuiden los surcos. Tupá mandará la lluvia y
nunca volverá a haber hambre entre los guaraníes».
Los hombres se inclinaron ante el mensajero de Tupá y luego empezaron a
festejar el acontecimiento, bailando, cantando y alabando a su creador, y desde
entonces crece el maíz y los nutre a todos con sus frutos deliciosos.
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