sábado, 31 de marzo de 2018

El nacimiento de Irupeo la rosa del Agua

Ñandé Yará, el gran espíritu, había decidido que Moratí y Pitá no fueran felices.
Pitá tenía fama de ser el guerrero más ágil y más atractivo de toda la comarca,
y su novia, Moratí, la muchacha más bella que en aquel entonces se conocía.
Los dos se querían mucho y se iban a casar.
Un día, un grupo de niñas y mujeres jóvenes caminaba a la orilla del río
Paraná. Cada una hablaba de su novio, y, para lucirse ante las demás,
describía las cualidades de su enamorado. No se podía negar que Moratí era
vanidosa y orgullosa: Decía que Pitá haría cualquier cosa por ella y que
siempre estaba listo a satisfacer todos sus deseos. Las mujeres se reían.
«¡Esas son palabras!», decían. «¿Quién te las creerá? Pídele que se meta al
rio y ¡verás que no lo hace!» Había llovido. Las aguas del Paraná estaban
amarillas y turbulentas, y el oleaje batía las orillas, Moratí, al oír los
comentarios de las mujeres, se enfureció. Corrió a llamar a su novio, lo trajo y
luego, quitándose su brazalete, lo tiró al río y exclamó: «Ellas dudan de tu
amor. Ve y recupera mi joya, Pitá querido». Pitá no lo pensó ni un momento. Se
lanzó a las aguas y se hundió en ellas. Pitá nadaba como un pez, pero ¿cómo
iba a encontrar el brazalete en esa agua tan turbia?
Moratí sonreía, y las mujeres la miraban con asombro. Habían callado. No la
comprendían. Todas miraban al río, buscando el cuerpo del nadador. ¿Dónde
estaba el atrevido? ¡Pitá tenía que volver! Pero las aguas no se partían.
Seguían corriendo, susurraban y llenaban el aire con su canto feroz.
Moratí se tapó los oídos y se quedó mirando el oleaje con los ojos fijos. No
podía moverse. Las demás mujeres corrieron a buscar ayuda. Al oscurecer,
Moratí volvió al pueblo. No podía llorar. Tenía la culpa. ¡Había mandado a Pitá
a la muerte! Nunca encontrarían su cuerpo. Las aguas se lo habían llevado
para siempre.
Cuando fue a consultar al gran sabio, no sabía qué hacer con su pena y su
soledad.
«Miremos las llamas de mi hoguera», le dijo a Moratí mientras echaba hierbas
al fuego y miraba el humo. Finalmente reveló sus pensamientos: «Pitá no está
muerto. Se enredó en las atarrayas de la ondina del Paraná, quien lo eligió
como novio y le hizo olvidar sus compromisos contigo».
Llorando, Moratí exclamó: «¿Qué puedo hacer para que vuelva? ¿Cómo lo
puedo liberar de ella?» El sabio le dijo: «Tienes que bajar al reino de la ondina.
Debes buscarlo allá. Cuando Pitá vea tu cara se acordará de ti y te amará de
nuevo».
Moratí no esperó a que llegara la mañana. Buscó una piedra bien pesada, la
tomó en sus manos y, cantándole a su novio, se adentró en las aguas.
La muchacha había ido sola, y únicamente por la mañana se supo lo que había
hecho. Todo el pueblo se reunió a la orilla del Paraná a esperar el regreso de
los novios. Esa noche se prendieron grandes hogueras que se reflejaban en las
aguas, y que poco a poco se fueron apagando.
A la madrugada del segundo día, cuando todos comenzaron a marcharse a sus
casas porque ya estaban cansados de mirar y vigilar, vieron algo claro y
desconocido que salía del agua. Era una flor de gran hermosura y delicioso
perfume. Sus pétalos estaban teñidos de rosado en el sitio donde rozaban el
agua, pero por dentro eran de un blanco puro. El centro de la flor también era
rosado y mezclado con un amarillo resplandeciente.
«En esta flor se han unido Pitá y Moratí», dijo el sabio del pueblo. «El gran
espíritu Ñandé Yará les regaló una vida eterna por su gran amor y por su
fidelidad. Irupé, o amor constante, será el nombre de esta flor que nos hará
recordar a la pareja».
Y así han sido y serán recordados Pitá y Moratí por todos los hombres y las
mujeres del Paraná.

No hay comentarios:

Publicar un comentario