sábado, 29 de diciembre de 2012

La Óctuple Serpiente de Koshi/ El dragón de 8 cabezas

La Óctuple Serpiente de Koshi atrozmente figura en los mitos cosmogónicos del Japón. Ocho cabezas y ocho colas tenía; sus ojos eran del color rojo oscuro de las cerezas; pinos y musgo le crecían en el lomo, y abetos en las frentes. Al reptar, abarcaba ocho valles y ocho colinas; su vientre siempre estaba manchado de sangre. Siete doncellas, que eran hijas de un rey, había devorado en siete años y se aprestaba a devorar la menor, que se llamaba Peine- Arrozal. La salvó un dios, llamado Valeroso-Veloz-Impetuoso-Macho. Este paladín construyó un gran cercado circular de madera, con ocho plataformas. En cada plataforma puso un tonel, lleno de cerveza de arroz. La Óctuple Serpiente acudió, metió una cabeza en cada tonel, bebió con avidez y no tardó en quedarse dormida. Entonces Valeroso-Veloz-Impetuoso-Macho le cortó las ocho cabezas. De las heridas brotó un río de sangre. En la cola de la Serpiente se
halló una espada, que aún se venera en el Gran Santuario de Atsuta. Estas cosas ocurrieron en la montaña que antes se llamó de la Serpiente y ahora de Ocho Nubes; el ocho, en el Japón, es cifra sagrada y significa "muchos". El papel-moneda del Japón aún conmemora la muerte de la Serpiente. Inútil agregar que el redentor se casó con la redimida, como Perseo con Andrómeda.
En su versión inglesa de las cosmogonías y teogonías del Japón (The Sacred Scriptures of the Japanese, Nueva York, 1952), Post Wheeler recuerda los mitos análogos de la Hidra, de Fafnir y de la diosa egipcia Hathor, a quien un dios embriagó con cerveza color de sangre, para librar de la aniquilación a los hombres

Tomado de :
Jorge Luis Borges
El libro de los seres imaginarios (1968)


Aquí una versión de esta leyenda que me encontre en un tomo de Fabulas, leyendas y cuentas de UTEHA (1983)

Suzano, el dios de las tempestades, expulsado del cielo, se refugió en la tierra y se puso a  viajar de un sitio a otro, observando las cosas y estudiando a los hombres.
Una tarde, hacia la puesta del sol, llegó cerca de una alquería  situada en pleno campo y , decidido a pedir hospitalidad por aquella noche, encaminó sus pasos con decisión hacia la puerta. Cuando estuvo a pocos pasos, unas voces lamentables, interrumpidas de vez en cuando por sollozos  y suspiros, hirieron sus oídos.
El dios  se detuvo perplejo en el umbral y echó una ojeada al interior de la casa. En el centro de la estancia, desnuda, y con el hogar sin fuego, se hallaban tres personas: un anciano, una anciana y una muchacha de rara belleza,  de larga cabellera fluente, negra como las alas del cuervo, y hermosos ojos brillantes como estrellas. Los tres se lamentaban, lloraban y golpeándose el pecho en señal de desesperación.
-¿Qué sucede?- preguntó Suzano. ¿Por qué tanto dolor?
El anciano alzó el rostro lleno de arrugas y húmedo de lagrimas hacia el desconocido y contestó  de esta manera:
-Soy Asizanuci, esta es mi mujer Tenazuci  y la muchacha que  aquí veis llorando es mi hija Kunisada, a quien dentro de poco el dragón de las ocho cabezas vendrá a buscar para llevársela a su guarida y devorarla .
-¿Quién es ese monstruo?- pregunto el dios.
-¡Oh ! es un monstruo enorme, que con  su mole ocupa ocho valles y ocho colinas; y tiene  ocho colas y ocho cabezas. Sus ojos  son de fuego, su vientre lanza chispas, su cuerpo está cubierto de un espeso bosque de cedros gigantes. Este monstruo se ha llevado todas mis riquezas; ha matado uno tras otro cuanto animal había en mi establo  y también los  ciervos que poblaban mi hacienda. Ahora que me ha despojado de todo,  viene a quitarme la única alegría de mi vida, esta hija adorada, en quien había  puesto todas mis esperanzas.
-Si Kusanida quiere ser mi mujer, la protegeré contra el monstruo- dijo Suzano, conmovido por aquel relato.
Y para revelar su identidad, abrió la capa de peregrino que lo cubría. De momento apareció a los ojos de los presentes en toda su prestancia y majestad divinas. Kusanida se le acercó confiada, ofreciéndole su blanca manita, que Suzano estrechó  entre las suyas con ternura.
Pero en aquel preciso momento la tierra tembló espantosamente y un aullido terrible resonó en la noche; el dragón se acercaba. Se divisaban ya las dieciséis  llamas de sus ojos, que desgarraban las tinieblas con lívidos resplandores, en tanto que su cuerpo inmenso, semejante a una montaña, se iba aproximando, arrollándolo todo a su paso.
Suzano desenvainó su refulgente espada y ordenó  a los dos ancianos, que en un rincón de la estancia rezaban temblorosos, que preparaban frente  a la alquería ocho odres llenos de vino.
El dragón avanzaba veloz, como el pensamiento, a pesar de su mole.  Pero al llegar cerca de la casa se detuvo: había sentido los efluvios del vino, del que  era sobremanera glotón. Sin vacilar, metió las ocho cabezas en los ocho odres y se puso a beber con avidez. Y bebió y bebió , hasta que borracho, perdido, cayó a tierra profundamente dormido.
Entonces Suzano se le acercó  y hundió muchas veces la hoja de su espada en el cuerpo inmóvil. Chorros de sangre negrusca manaron de la herida como cascadas y fueron a regar la tierra del contorno, formando un agitado río de olas sangrientas.
El monstruo estaba ya muerto; pero, para mayor seguridad, Susanoo hundió una vez más  su arma en medio del cuerpo inmenso . Un rumor metálico, y la espada divina voló hecha pedazos. ¿Con qué obstáculo se había topado ? El dios quiso averiguarlo; descuartizó el cuerpo del monstruo e imaginen su asombro al descubrir en sus entrañas una larga espada diamantina.
-Esta espada- se dijo, mientras la sacaba de su original vaina- la regalare a mi hermana Amaterasu para obtener su perdón.
Luego, tomo de la mano a la hermosa Kunisada  y la condujo a su maravilloso palacio, ceñido de ocho nubes plateadas, donde vivió para siempre feliz y contento.

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