miércoles, 20 de febrero de 2019

Hestia / Vesta

Orígenes y atributos

Era la diosa del hogar aunque debido a que en todos sus ritos y representaciones había abundantes antorchas con fuego, se la considera también diosa de este elemento. Fue la primera hija de Cronos y de Rea. La versión romana de esta diosa, Vesta, ha sido más famosa que su correspondiente griega debido al culto que se le impartía, a través de las Vestales, guardianas del fuego sagrado de sus templos y que denotaba la perennidad del imperio. Tanto Hestia como Vesta aparecen en muy pocos mitos.

Aspecto

Hestia es representada con una larga túnica y la cabeza cubierta por un velo. En las manos sostiene una lámpara o una antorcha, pero también puede empuñar un dardo o llevar el cuerno de la abundancia.

Las vestales

Todos los dioses tenían a su disposición una casta propia de sacerdotes que se encargaban del cuidado de sus respectivos templos. Sin duda, uno de los grupos de sacerdotisas más destacado sea el de las Vestales, jóvenes consagradas a la diosa Vesta, conocida en Grecia como Hestia.

La selección de las Vestales, cuyo número pasó de cuatro a seis, correspondía en un principio a los reyes pero después esa atribución se le trasladó a los pontífices. Las Vestales debían ser niñas de entre seis y diez años pertenecientes a una clase social libre y no podían tener ningún defecto físico. Cuando eran aceptadas se les cortaba el cabello y se las vestía con una gran túnica blanca llevando en sus quehaceres diversos tipos de velos.

Las Vestales debían cuidar de que jamás se apagase el fuego eterno del templo de Vesta porque éste representaba el porvenir del imperio. Si alguna vez el fuego se extinguía las Vestales recibían severas palizas y todo el mundo entraba en profunda depresión y pánico ante lo que pudiera suceder hasta que los sacerdotes reavivaban de nuevo el fuego usando directamente los rayos del sol.

Las Vestales debían guardar un total celibato y tanto las adúlteras como los hombres que abusaran de ellas eran castigados con la pena de muerte. La muerte de las Vestales no era, sin embargo, igual a la del resto: en medio de espantosas ceremonias en las que se recordaba a las divinidades más malignas, la Vestal castigada debía bajar a su propia tumba, donde se la encerraba con una lamparilla, algo de aceite, un pan, agua y leche. Así pues, la infortunada moría de inanición.

A pesar de todos estos horrores, las Vestales que cumplían su deber recibían múltiples honores. Todos los magistrados, y por supuesto, las gentes de menor clase les cedían el paso. Su palabra era digna de crédito por sí sola en los juicios y si se encontraba por la calle un reo solo con afirmar que el encuentro era fortuito, éste quedaba en libertad. Todos los secretos del estado le eran confiados y también se les reservaba el mejor sitio en el circo. Además, todos sus gastos eran responsabilidad del Estado de por vida.

Después de treinta años consagradas a esta labor, podían abandonar sus funciones y casarse, pero perdida su juventud, la mayoría se quedaba al cuidado de las novicias que allí ingresaban.

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