domingo, 27 de octubre de 2013

Mitología Finlandesa (II)

Lemminkáinen el amante

Ahti Lemminkáinen nació en Kauko y fue un joven tímido hasta que pescó
una perca y ésta, para salvar su vida, prometió enseñarle la palabra encantada
que le haría el hombre más amado por las mujeres, pero no había tal palabra, era
necesario comerse el pez para lograr ese encanto y Ahti se la comió.
Ciertamente, pronto Ahti era un ser querido por todos, especialmente por las
mujeres, como lo demuestra su primera aventura con Kylliki, la preciosa joven
de famosa belleza a la que rapta y enamora; pero Ahti Lemminkáinen cree que
su mujer no le ha guardado la debida ausencia y marcha a Pohjola, pretendiendo
esta vez a la hija de Louhi, y teniendo que cumplir una dura prueba para
conseguirla, la captura del alce de Hiisi, caza que le costaría la vida en las aguas
del río Tuoni, asesinado por la venganza de un viejo al que había humillado.
Ahti cayó al reino de la muerte, al reino de Tuoni y Tuonetar, en medio del
horror y el sufrimiento. Desaparecido Ahti, su madre inicia la penosa búsqueda
del hijo perdido, sumergiéndose en las aguas, cruzando las tierras del norte,
preguntando a la Luna y, por fin, oyendo lo que el Sol le contaba, que Ahti había
sido arrastrado al Tuoni. La madre pidió a Ilmarinen que forjara un rastrillo de
cien brazas para sacar a su hijo del fondo del río; con él rescató a su amado hijo,
y con su amor le devolvió la vida. Volvieron a casa, pero Kylliki se había ido
para siempre. Entonces Ahti partió de nuevo a Pohjola, esta vez airado, por no
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haber sido invitado a las fastuosas celebraciones de la boda de la hija de Louhi
con Ilmarinen. Llegado al norte, Ahti Lemmikáinen va a provocar al Hijo del
Norte, al anfitrión, retándole a un duelo a muerte, en el que vence Ahti, pero la
satisfacción por su victoria es breve, porque tiene que huir, puesto que todos los
hombres de Pohjola, al saber que su jefe ha muerto a manos de Ahti, se lanzan
en su persecución. Durante tres años se refugió en la Isla de las Mujeres, siendo
amado por todas y amando a casi todas, pero llegó la hora de volver junto a su
madre y no hubo más remedio que abandonar tan dulce refugio. Cuando alcanzó
la orilla de sus tierras, divisó sólo destrucción y cenizas, pero lo que veía no lo
era todo; también pudo ver, al poco, a su dulce madre, escondida entre las
ruinas, esperando siempre su regreso, convencida de que él volvería junto a ella
otra vez más, sabiendo que todavía le quedaba mucho por hacer a su hijo, el

alegre héroe Ahti Lemminkáinen.
Volvamos a Váinámáinen y a  Ilmarinen
Váinámáinen construía un barco y estaba a punto de terminarlo, pero le
faltaban tres palabras mágicas para terminar de darle forma; no había manera de
recordar cómo eran y Váinámáinen se desesperaba, pensando que era una tarea
imposible, hasta que se acercó un pastor y le dijo que el gigante Antero Vipunen
sabía todo lo que él necesitaba saber. Fue Váinámáinen a Ilmarinen, para que el
herrero le forjara el equipo de hierro que debía llevar para llegar hasta la morada
de Antero Vipunen; entonces supo, por boca del herrero, que Antero había
muerto hacía muchos años. Pero ni eso detuvo a Váinámáinen, quien, equipado
con la armadura que le permitía atravesar las agujas de las mujeres, las espadas
de los hombres y las hachas de los héroes, llegó hasta donde yacía Vipunen con
su magia. Metió su maza en la garganta del gigante y le ordenó erguirse.
Vipunen se levantó al momento, con la boca inmovilizada por la maza de
Váinámáinen. Aprovechando la sorpresa, el viejo saltó a su garganta y se metió
en su vientre, montando dentro de él una fragua para atormentar a Antero,
comiéndose sus entrañas y golpeando su cuerpo. Así, hasta que logró que el
gigante le enseñara toda su inmensa sabiduría.
Cuando hubo conseguido su propósito, el imperturbable Váinámáinen
volvió a su casa y terminó su barco. Con él quería navegar hacia el norte, para
pedir de nuevo la mano de aquella virgen que no podía olvidar. Terminado de
construir su navío, Váinámáinen lo botó y fue gozoso rumbo a Pohjola, pero la
virgen Anniki se acercó a preguntar la razón de su viaje. Váinámáinen mintió
una y otra vez, provocando la duda en Anniki, quien le amenazó con una
tremenda tormenta si Váinámáinen no decía, ahora ya, la verdad. El viejo
confesó y la virgen fue corriendo a decir a Ilmarinen que el viejo había decidido
ir solo en busca de la virgen de Pohjola. Ilmarinen se preparó para ir en busca

del viejo y consiguió, tras tres días de carrera en su trineo, alcanzarle.

El pacto de los dos amigos
Tras acordar que ya no habría más luchas por la virgen de Pohjola y hartos
de ser inútiles rivales por ese difícil amor, Váinámáinen e Ilmarinen deciden
seguir por separado su camino a Pohjola, éste por tierra, aquél por mar, a la
búsqueda de aquella virgen tan hermosa y tan deseable como esquiva, siempre
prometida como recompensa al viejo y al herrero, y nunca recibida. Pero ahora
van a hacer que ella diga, de una vez por todas, por cuál de los se decide la
escurridiza doncella La elección es rápida esta vez, la virgen prefiere a
Ilmarinen, por que no es un viejo como Váinámáinen, aunque antes lo hubiese
rechazado de un modo tan definitivo. Pero Louhies una vieja retorcida y
soberbia, que ahora quiere hacerlo todo más costoso al buen herrero,
proponiéndole nuevas pruebas a cada momento Ilmarinen se ve obligado a
descifrar los complejos (y absurdos) problemas propuestos pero la vieja no
cuenta con la complicidad antagonista de su propia hija, de la virgen sin nombre
que tantas páginas llenó de la historia del Kalevala. Con ella a su lado, la
victoria es segura, y la boda va a celebrarse por todo lo alto. Sólo quedan fuera
Váinámáinen, por su tristeza, y Lemminkáinen, que no ha sido invitado, lo que
va a ser motivo de su ira y del comienzo de aquel duelo a muerte con el Hijo del
Norte que ya hemos relatado antes. Pero con la boda no va a llegarle la felicidad
por mucho tiempo al enamorado Ilmarinen: su esposa, su bella y ansiada esposa
es una mujer malvada y la cruel burla que hace al buen esclavo Kullervo, al
darle una piedra como única comida hace que éste ponga en marcha su venganza
(mágica, por supuesto) con la complicidad del lobo y del oso, dando muerte a
quien le humillara. Es la desolación para Ilmarinen, al ver muerta a su amada
Kullervo, ya antes traicionado por su hermano Untamo, quien le había vendido
como esclavo, y ahora castigado por el destino, al enterarse de que la virgen con
la que ha yacido no es sino su propia hermana. Kullervo, aún más enfurecido,
mata a su hermano Untamo, pero tampoco le sirve de consuelo esta muerte, sólo

descansará cuando se quite la vida con su propia espada.

La desesperación de Ilmariner
El herrero pensó que podría encontrar consuelo en una nueva esposa que él
mismo forjase a imagen de la desaparecida, y se puso a trabajar incansablemente
en su fragua, hasta que consiguió la más hermosa mujer jamás construida de oro
y plata; pero fría era su compañía, muda su presencia, inútil su existencia.
Ilmarinen quiso regalar la mujer de oro y plata a Váinámáinen, pero él no la
quiso, y recomendó a Ilmarinen que la volviera a fundir, pues nadie debía
dejarse deslumbrar por el oro, o por la plata. Ilmarinen comprendió que debía
buscar una nueva esposa de carne y hueso y pensó en Pohjola, en otra hija de
Louhi que le recordase a su perdida mujer. Pero nada consiguió de Louhi, y tuvo
que raptar a su segunda hija. Tampoco sirvió de mucho el rapto, pues en la
primera noche ya se acostó ella con un desconocido. Ilmarinen, al despertar, vio
la escena y casi la mató, pero su espada se negó a terminar con la vida de aquella
coqueta y el desgraciado Ilmarinen se contentó con ordenar que la infiel raptada
fuera a convertirse en solitaria gaviota, condenada a vivir sobre un peñasco,
entre las frías aguas del mar. Más solo que jamás hubiera estado, el herrero
siguió su interrumpido camino hacia el hogar. Al paso le salió el viejo
Váinámáinen, y juntos se propusieron rescatar de Pohjola aquel campo
construido para lograr la pretendida felicidad, y que tan tristes frutos había
deparado a ambos. Construyeron un navío poderoso, forjaron una espada
vencedora, y partieron a la búsqueda del campo mágico, recogiendo por el
camino al retirado héroe Lemminkáinen, que presto se sumó a la expedición,
gozoso de poder volver a luchar contra la gente de Pohjola, de la que tan

penosos recuerdos guardaba su memoria.
La creación del Kantele
Chocaron los navegantes contra algo extraño, contra algo que les detuvo en
su marchaVáinámóinen hizo un arpa, el kantele. Todos los que vivían en las
proximidades fueron a probarlo, pero ninguno conseguía sacar un sonido de
aquella arpa hecha de las espinas del lucio gigante. Hasta que las manos del
viejo Váinámáinen acariciaron el kantele: entonces brotó un torrente de sonido
que causó la admiración de los dioses, de los hombres y hasta de los animales,
que abandonaban sus guaridas, escondrijos y nidos y corrían, nadaban y volaban
para oír la música inigualable de Váinámáinen con su kantele. Después, cuando
la gran fiesta hubo acabado, los tres héroes reemprendieron rumbo hacia
Pohjola. Allí, la vieja Luohi les preguntó el motivo de su visita y ellos fueron
sinceros, dijeron que querían compartir aquel campo que pidiera Váinámáinen a
Ilmarinen para que Louhi lo disfrutara. Pero la vieja se encolerizó, ella no estaba
dispuesta a compartir su tesoro; nunca lo había estado, por eso lo tenía encerrado
bajo tierra, en la oscuridad más impenetrable, porque lo quería poseer, aunque
no disfrutara de su potencia mágica. La horrible madre de Pohjola llamó a sus
hombres para que acudieran en su auxilio, para que mataran a Váinámáinen; de
nuevo fue inútil su maigno esfuerzo contra el imperturbable y sabio
Váinámáinen; al viejo runoia no le complacía tener que matar una y otra vez,

por eso le bastó sentarse ante su kantele y tocar en él; pronto los guerreros estaban hechizados por su música y su magia. Libres los héroes para moverse
por Pohjola, fueron en busca del campo. Váinámáinen, Ilmarineny
Lemminkáinen lo arrancaron de su escondite con la ayuda de un toro gigante; ya
era suyo el molino; era llegada la hora de embarcarse y volver triunfantes a
Kaleva con la riqueza que el campo representaba, con la magia del molino en su
poder.

La batalla entre Kalevala y Pomola
Estaban muy lejos de Pohjola Váinámóinen, Ilmarinen y Lemminkáinen y
los tres héroes, creyéndose victoriosos en su expedición, pero Louhi ya había
recobrado el sentido y supo que le habían quitado su campo. Entonces más
furiosa que nunca antes, pidió a la diosa de la niebla que enviara una niebla tal a
los navegantes que los detuviera donde quiera que se hallaran. Uuta, la diosa,
oyó su petición y envolvió a la embarcación en la más tupida niebla durante tres
días, pero la espada de Váinámáinen la hendió y se libraron de ella. Después
Ukko, dios del cielo, envió sus vientos contra los navegantes, y las olas
arrebataron el kantele, pero la magia de Váinámáinen venció a los vientos.Louhi
desesperada movilizó su ejército y lo lanzó en un barco con cien remeros y mil
guerreros, en pos de los tres héroes, pero la magia de Váinámáinen hizo surgir
escollos de las aguas y el barco enemigo se hundió al chocar contra ellos. Pero
Louhi se transformó en águila y montó sobre sus espaldas al ejército de Pohjola
y se puso de nuevo en marcha contra los tres héroes. Váinámáinen la vio llegar y
le ofreció de nuevo compartir el campo, pero la vieja sólo lo quería para ella.
Váinámáinen empezó su combate contra Louhi y destrozó su ejército, pero la
vieja avara agarró el campo en su caída, arrastrándolo con ella al fondo del mar,
roto ya el molino en mil pedazos, tras su pérdida, la vieja Louhi se volvió a su
casa del norte, llorando amargamente por su avaricia. Váinámáinen no se inmutó
por la pérdida, antes bien al contrario, predijo que los restos del campo servirían
para repartir entre todos su poder, para fecundar la tierra con generosidad, y —
en efecto—los restos le esperaban sobre la arena de la playa cuando llegó a su
casa, todo lo que tuvo que hacer fue llevarlos tierra adentro y el grano floreció

para siempre de esa semilla.
El kantele de Abedul
Trató inútilmente Váinámáinen de recuperar su kantele del fondo del mar
con ayuda de un rastrillo forjado por su buen amigo Ilmarinen que con su
madera iba a fabricar un kantele, con los cabellos de una virgen sus siete
cuerdas; de nuevo hizo sonar Váinámáinen su arpa, de nuevo, dioses, humanos y
animales acudieron atrapados por su música sin par. Pero acechaba de nuevo la
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desgracia, porque la vieja Louhi aprovechó que el Sol y la Luna se habían
acercado tanto a la Tierra para oír la música de Váinámáinen, que ésta los atrapó
y los encerró en Pohjola. No se contentó con este secuestro de la luz, también
robó el fuego de Ilmarinen y la oscuridad se abatió sobre toda Kalevala. Se
reunieron todos los hombres y mujeres de Kalevala para pedir a Ilmarinen que
forjase un nuevo cielo, para que construyese un nuevo Sol y una nueva Luna y, a
la luz de las luciérnagas, hizo un Sol de oro y una Luna de plata, pero ninguno
de los dos astros de metal pudo restaurar la luz perdida. Así que Váinámáinen
pidió a la Suerte que le dijera dónde estaban el Sol y la Luna desaparecidos, y la
Suerte le respondió que en Pohjola. Solo fue Váinámáinen al norte, sólo se
enfrentó con todos los guerreros de Pohjola y a todos los destruyó, pero no podía
sacar a la Luna ni al Sol de su encierro. Sólo volvió a Kalevala, a pedir a su
amigo Ilmarinen que le forjara una docena de cuñas, unas llaves de todo tipo y
un tridente. Pero Louhi fue, convertida en pájaro carroñero, al sur, a espiar a
Ilmarinen en su taller. Le preguntó la vieja, transmutada en pajarraco, que era
aquello que el famoso herrero estaba forjando tan afanosamente en su yunque y
el inocente herrero le contestó, sin sospechar quién era su interlocutor, que se
trataba de una argolla de hierro para aherrojar a la siniestra vieja de Pohjola. Se
asustó Louhi con la descripción y la finalidad de su trabajo, pues ya se veía
apresada por los airados enemigos. Así que Louhi voló rápidamente al norte,
para liberar a la Luna y al Sol de su encierro y devolverlos al sur, al cielo de
Kalevala digio del regreso de la luz, para robarles el fuego del herrero sin que
tuvieran tiempo ni ocasión de reaccionar. Cuando pudieron darse cuenta, el país
de Kalevala tenía de nuevo su luz en el cielo, pero faltaba el fuego de Ilmarinen;
toda actividad cesó, nada podía fabricarse en la fragua apagada, nada podía
cocinarse en sus hogares sin lumbre. Se reunieron los preocupados héroes,
Váinámáinen, Ilmarinen, Lemminkáinen y su buen amigo Tiera,aquel de quien
sospechara cuando su esposa Kyllikki desapareció, para tratar de solucionar
definitivamente el constante problema que planteaba la vieja y malvada Louhi,
la Madre del Norte. Todos ellos bien sabían que sólo Louhi podía ser la culpable
de aquel crimen; todos ellos bien sabían que sólo apresándola y enviándola a
Manbala, al infierno del negro río Tuoni, podían asegurarse la paz de una vez

por todas.
La muerte de Louhi el triunfo del bien
Cuando estaban reunidos los cuatro héroes en el bosque, pergeñando su
plan contra Louhi, un cuervo voló sobre ellos, advirtiéndoles del peligro que
representaba esa conversación entre ellos, que podía también ser escuchada del
mismo modo por sus enemigos. Aceptaron el consejo y fueron a casa de
Lemminkáinen, allí vieron cuáles eran las fuerzas propias y cuáles las ajenas.

Decidieron que no podían contar con los dioses ni con la justicia, pues no podían ni unos ni otra implicarse en un asunto en el que fueran invocados por ambas
partes opuestas. Se consideró que tampoco los hechizos contarían, pues los dos
bandos eran igual de poderosos en asuntos de magia; quedaban pues Louhi y su
gente, la poca superviviente de las anteriores batallas, y los cuatro héroes,
Váinámáinen, Ilmarien, Lemminkáinen y Tiera. Los cuatro irían por caminos
diferentes, Váinámáinen e Ilmarinen por tierra y Lemminkáinen y Tiera por mar,
hasta reunirse en las inmediaciones de la mansión de Louhi, para allí hacer salir
a la vieja y acabar con ella, clavándola después Lemminkáinen con sus flechas a
la corteza de un abedul, como si de una mariposa se tratase. Cuando
Váinámáinen e Ilmarinen estaban tomando su última comida junto a los fuegos
apagados de Kalevala, vieron que caía hollín de la chimenea y entraba un fuerte
olor a hierbabuena; alguien trataba de entrar por ella y, por el aroma de la
hierbabuena, no podía ser otro que el buen enano Kul, que venía a ayudarles y a
decirles que conocía su plan; que mientras ellos estaban allí Yanki-murt estaba
acompañando a Lemminkáinen y a Tiera en su navegación, y que Louhi había
mandado contra ellos el hielo para inmovilizarlos en medio del mar, cosa poco
probable, puesto que Yanki-murt sabía los conjuros necesarios para acabar con
esas magias de la vieja de Pohjola. Vánámáinen respondió a su amigo Kul que,
con toda seguridad, Louhi mandaría contra ellos al monstruo Tursas, y Kul le
tranquilizó, asegurándose que ya estaba en camino Vuvozo, con un tonel de
cerveza para invitar a Tursas, puesto que esa era su bebida favorita. Kul también
había tramado un plan para ellos, puesto que el buen enano sabía que había una
grieta oculta en el camino, esperando su trineo y había pensado en mandar un
trineo con sus ropas, para que Louhi creyera que había acabado con ellos, como
creería que había acabado también con Lemminkáinen y Tiera, pues los cuatro
irían volando en los dos grandes albatros. Allá en Pohjola, junto a la casa de
Louhi, estaban colgadas las pretendidas ropas de los pretendidos héroes
vencidos y ella y su gente celebraban la imaginaria victoria; pero entonces llegó
un viejo a la casa y Louhi salió a recibirle, creyendo que era Poi, que venía a
traer las fresas para el banquete. Pero el viejo espetó a Louhi que se pegara a la
puerta que Yanki-murt había cerrado al entrar, mientras que Vu-vozo había
adormecido a los sicarios de la vieja con su mirada. Lemminkáinen apuntó con
su arco a la vieja y le dijo que venían a buscar su ropa, que venían a recuperar su
fuego. Pero Louhi no estaba dispuesta a dejarse vencer y se negó a decirles el
escondite del fuego, y Kul apremió a Lemminkáinen para que acabara lo que ya
estaba empezado, pues ellos siete encontrarían el fuego robado sin ninguna otra
ayuda. Entonces Lemminkáinen soltó la mano que tensaba el arco y la flecha
voló para atravesar de muerte el cuerpo de la vieja y clavarlo a la hoja de la
puerta, como se clavan las mariposas al tronco de un abedul, mientras su negra
alma iba a parar al fondo del río Tuoni, para quedar por siempre allí, sumergida
en el reino de la muerte.
El colofón de Marjatta
Tras este relato de la lucha entre el sur y el frío norte, el Kalevala se alarga
con un canto, el poema quincuagésimo, en el que se habla de la virgen Marjatta,
que da a luz a un niño sin intervención de varón —la inmaculada concepción—
y dice que ese niño será nombrado rey de Karelia, mientras que el viejo y sabio
Váinámáinen, cediendo su puesto a ese niño prodigioso, abandona Kalevala y

lega al pueblo finés su canto y su música.

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