Hubo
una vez un joven rey de Nishadha, en la India central, cuyo nombre era Nala. En
un país vecino llamado Vidarbha reinaba otro rey, cuya hija Damayanti se decía
que era la más hermosa niña del mundo. Nala era un joven muy completo, bien
entrenado en todas la sesenta y cuatro artes y ciencias con las cuales los
reyes debían estar familiarizados, y particularmente habilidoso en montar
caballos; pero, por otra parte, era muy aficionado al juego. Un día mientras
paseaba en el jardín del palacio, mirando a los cisnes entre los lotos, se
decidió a atrapar a uno. El inteligente cisne, sin embargo, sabía cómo comprar
su libertad. «Libérame, buen príncipe», dijo, «y yo volaré a Vidarbha y cantaré
tu fama ante la hermosa Damayanti.» Entonces todos los cisnes juntos volaron a
Vidarbha y se pusieron a los pies de Daniayanti. «Hay un príncipe sin par en
Nishadha», dijo, «más hermoso que ningún hombre de Dios. Tú eres la más hermosa
de las mujeres, ¿querrías tú ser desposada?» Damayanti se enrojeció y cubrió su
cara con un velo como si un hombre se hubiese dirigido a ella; pero no podía
dejar de pensar en cómo sería Nala. Después de un momento dijo al cisne: «Tal
vez tú deberías hacer la misma sugerencia al mismo Nala.» Ella se sentía bien
protegida en el jardín de su padre, y esperaba que Nala se enamorara de ella,
ya que sabía que su padre estaba planeando un swayamvara, o propia elección, para ella muy pronto, en el que ella
debería aceptar un pretendiente.
Desde
ese día Damayanti comenzó a adelgazar; ella se sentaba sola y soñaba, de modo
que todas las doncellas se afligían por ella. Cuando Bhima lo oyó apresuró los
preparativos para su propia elección, sintiéndose seguro de que la única cura
era casarla y establecerla. Él invitó a todos los príncipes y rajás vecinos, e
hizo los preparativos para recibirlos en una gran fiesta. Mientras tanto
Narada, que había estado pasando una corta temporada en la Tierra, subió al cielo
y entró en el palacio de Indra. Indra le saludó y le preguntó qué sucedía, dado
que los reyes de la Tierra no le hacían las visitas acostumbradas. Entonces
Narada relató la historia de Damayanti y describió los preparativos para la
propia elección en la corte de Bhima. Los dioses anunciaron su intención de
participar en la festividad y, montando en sus carros, partieron para Vidarbha.
Poco tiempo después encontraron a Nala y, conmovidos por su belleza y porte real, se dirigieron a él con una orden de
llevar un mensaje de su parte. «Soy vuestro para lo que mandéis», les contestó,
y se paró con las manos unidas esperando su voluntad. Indra cogió la palabra.
«Sabed, oh Nala», dijo, «que yo, con Agni, Varuna y Yama, hemos venido del
cielo buscando el amor de Damayanti; anúnciale esto a ella, para que elija a
uno de nosotros cuatro.» Nala quedó espantado con esta orden y rogó a los
dioses que buscaran otro mensajero. Pero los dioses le hicieron cumplir su
promesa, y realmente se vio a sí mismo inmediatamente transportado hasta el
palacio de Damayanti. Allí vio a la dama a quien ya adoraba radiante como una
luna de plata. Damayanti y sus doncellas estaban pasmadas con su aparición allí
entre ellas, y aún más pasmadas por su belleza; cada doncella secretamente lo adoró.
Pero Nala, frenando su propio deseo, entregó el mensaje de los dioses. «Decide
tú cuál será tu deseo», concluyó. Damayanti respondió: «Yo misma y todo lo que
tengo son tuyos; ¿no me amarás a cambio? Es sólo por ti que los príncipes son
convocados. Si no me aceptaras, prefiero la muerte a cualquier otro.» Pero Nala
respondió: «i,Cómo elegirás a un mortal cuando incluso los dioses pretenden tu
mano, quienes, además, me matarán si su deseo es frustrado? ¡Mira qué grandes
son los dioses, y lo que poseerá aquella que se case con ellos!» Damayanti
respondió: «Es mi promesa no desposar a nadie que no seas tú.» Nala respondió:
«Como mensajero no puedo invocar mi propia causa; sin embargo, recuérdame
cuando esté frente a ti pretendiendo por mi propio nombre.» Damayanti sonrió y
respondió: «Tú estarás seguramente sin pecado presente en el swayamvara, aunque los dioses estarán
también allí; entonces yo te escogeré a ti como mi señor, no podrá nadie
culparme por ligarme a ti.» Entonces Nala se inclinó y, marchándose,
inmediatamente se presentó a los dioses, y les contó cómo había sucedido todo
realmente. «Lo que queda», dijo, «depende de vosotros, oh dioses principales.»
El
día del swayamvara amaneció. La corte
dorada de Bhima estaba llena de señores de la Tierra, sentados en tronos,
radiantes como las estrellas en el cielo, fuertes como leones de montaña,
hermosos como los nagas, multitudinarios como las serpientes en Bhogavati.
Entonces Damayani fue traída a su trono; junto a ella caminaban sus doncellas
con la guirnalda fatídica, y frente a ella fue Sarasvati misma. Pasó frente a
las filas de pretendientes, rechazando a cada uno por turno al ser anunciado su
nombre y rango. Entonces ella vio a cinco nobles príncipes sentados juntos,
cada uno con la forma de Nala. Damayanti los miró desesperada:
ella
no podía saber quién era Nala ni quiénes podían ser los otros. No podía
distinguir a los dioses por sus propios atributos, ya que habían dejado a un
lado sus formas propias. Largo fue el silencio, hasta que ella reflexionó que
debía aproximarse a ellos con un humilde ruego, dado que ni siquiera los dioses
pueden rechazar los ruegos del bueno y el virtuoso. «Oh vosotros, grandes
dioses», dijo, «dado que yo me he prometido a mí misma a Nala, mostrad a mi
señor.» Cando ella rogó, los dioses adquirieron su propia forma y atributos:
radiantes, con mirada aguda, con guirnaldas eternamente frescas, sin tocar el
suelo, se pararon delante de ella. Pero Nala se mostró sombrío, guimalda
marchita y frente transpirada. Entonces Damayanti paró y se inclinó para tocar
el bajo su vestimenta, y alzó y arrojó la guirnalda de flores alrededor de sus
hombros entre gritos afligidos de los pretendientes rechazados y aplausos de
los dioses y rishis. Así eligió Damayanti a su señor. Los dioses obsequiaron a
Nala grandes regalos y se marcharon otra vez al cielo. Los rajás reunidos
partieron. Bhima entregó su hija a Nala; grande y rico fue el banquete de boda,
y Nala y Damayanti fueron a su hogar a Nishadha.
Había,
sin embargo, un demonio llamado Kali, el espíritu de la Cuarta Época, que con
su amigo Dvapara no pudieron llegar a tiempo al swayamvara. Encontrándose con los dioses volviendo de Vidarbha,
Kali supo por ellos que Damayanti había elegido a Nala. Su cólera no tuvo
límites al saber que un mortal había sido preferido a un dios. A pesar de que
los dioses le disuadieron, él decidió vengar el insulto. Pidió a su amigo
Dvapara que entrara en el juego y él mismo buscó la oportunidad de poseer al
rey. Pasaron doce años hasta que un descuido en la observación de la pureza
ceremonial puso a Nala a merced del demonio. Kali entró en él, e inmediatamente
invitó al hermano de Nala, Pushkara, a jugar con el rey. Nala perdió, y perdió
otra vez. Día tras día el juego contínuó hasta que pasaron meses. Los ciudadanos
pedían audiencia en vano, también en vano la reina pedía a su señor que
recibiera a los ministros. Pronto el tesoro real fue casi agotado, pero Nala
continuaba jugando. Entonces Damayanti llamó a su fiel cochero y, advirtiendo
que días desafortunados se aproximaban, envió a sus dos hijos con él, para que
queridos amigos cuidaran de ellos en Vidarbha. Cuando todo estaba perdido
Pushkara pidió a su hermano que arrojara los dados por Dmayanti; pero fue
suficiente. Él se levantó, arrojó sus joyas y su corona, y salió de la ciudad
donde había sido rey, seguido de Damayanti, vestida con ropas sencillas como su
señor. Seis días después ellos vagaban así, mientras Pushkara usurpaba el tomo.
Entonces Nala vio unos pájaros y los quiso atrapar para comer. Arrojó su túnica
sobre ellos, pero ellos se alzaron y escaparon, dejándolo desnudo. Al
levantarse en el aire gritaron: «Tonto Nala, nosotros somos los dados,
insatisfechos, ya que tú conservabas todavía una simple túnica.» Entonces el
miserable rey se volvió a su esposa y le aconsejó dejarlo y encontrar el camino
a Vidarbha sola; pero ella respondió: «¿Cómo podría dejarte sólo en este bosque
salvaje? Mejor te serviré y te cuidaré, dado que no hay un ayudante como una
esposa. O vayamos juntos a Vidarbha y mi padre nos dará la bienvenida.» Pero
Nala se negó; no volvería en indigencia a Vidarbha, donde había sido conocido
como un gran rey. Así ellos vagaron, hablando de su mala fortuna, y llegando a
una choza abandonada, descansaron sobre el suelo; Damayanti se durmió. Entonces
Kali llevó a la mente de Nala la idea de abandonar a su esposa; le pareció
mejor para ella y para él. Empuñó una espada y cortó en dos la túnica que
llevaba Damayanti, y se puso la mitad. Dos veces dejó la choza y dos veces
volvió, incapaz de dejar a su esposa, y otra vez se marchó, dirigido por Kali,
hasta que al fmal se alejó.
Cuando
Damayanti despertó y extrañó a su esposo gritó y sollozó de pena y soledad.
Pero pronto pensó más en él que en ella misma y lamentó sus sufrimientos; y
ella pidió que ya que fue ella la que había traído el sufrimiento a Nala debía
sufrir diez veces más que él. En vano buscó a su señor, merodeando por el
bosque, hasta que una gran serpiente la cogió. Entonces vino un cazador, mató
la serpiente y la liberó, y le preguntó su historia. Ella le contó todo lo que
había sucedido; pero él vio su belleza y la deseó para él. Grande era su enojo
cuando vio sus propósitos, y ella le insultó por un acto de fidelidad. «Tanto
como soy fiel a Nala», dijo, «así puede este malvado cazador morir en este
mismo momento», y él cayó al suelo sin sentido.
Todavía
Damayanti merodeó por el bosque, y las bestias salvajes no la dañaron; muy
lejos fue, llorando por su señor, hasta que fmalmente llegó a una ermita
solitaria y se inclinó ante los santos hombres. Ellos le dieron la bienvenida
como el espíritu del bosque o la montaña; pero ella contó su historia. Ellos
respondieron con palabras de consuelo y le aseguraron que encontraría a su
señor. Pero no bien dijeron esto, tanto la ermita como los ermitaños
desaparecieron. Después de muchos días ella se encontró con una caravana de
mercaderes cruzando un vado. También dieron la bienvenida a la dama del bosque
o del río hasta que ella les contó su historia. Los mercaderes respondieron que
iban en dirección a la ciudad de Subahu, rey de Shedi, y cogieron a la agotada
reina en su compañía y continuaron su camino. Esa misma noche, mientras los
mercaderes dormían, una manada de elefantes salvajes irrumpió en el campamento,
espantó a todas las bestias y mató a más de la mitad de los viajantes. Aquellos
que sobrevivieron atribuyeron toda su mala fortuna a la mujer extraña que ellos
habían ayudado, y la hubiesen matado si no hubiese huido al bosque otra vez.
Pero después de muchos días de vagar llegó a la capital de Shedi, y se paró
junto a las puertas del palacio como una loca sin hogar, sucia, desarreglada y
a medio vestir. Entonces la reina de Subahu la vio y la recibió amablemente.
Cuando ella le contó su historia, la reina le asignó un sitio donde ella podría
vivir en reclusión, sin ver a nadie salvo a sabios brahmanes, que pudieran
traerle noticias de su marido.
Poco
después de abandonar a su esposa Nala vio en el bosque un fuego ardiendo, del
que salía una voz diciendo: «Date prisa, oh Nala; apresúrate a ayudarme;
apresúrate.» Él corrió al lugar y vio una naga real enrollada sobre el suelo,
rodeada por el fuego. Dijo la serpiente: «Por la maldición de Narada, estoy
rodeada por el fuego hasta que Nala me rescate; soy el rey de las serpientes,
grande de poder y sabiduría en muchos aspectos del oculto saber tradicional.
Sálvame, y haré mucho por ti y daré mucho por ti.» Entonces Nala levantó a
quien no podía moverse por sí misma por la maldición de Narada, del feroz
círculo en el frío bosque, soportándola diez pasos desde el círculo. De repente
la serpiente le mordió y su aspecto cambió; pero la naga adquirió su forma
real. Entonces la naga aconsejó a Nala: «He cambiado tu apariencia con mi
veneno y los hombres no te conocerán. Esto es para el desconcierto del demonio
por el cual estas poseído. Viaja a Ayodhya, donde Ritupama es rey; busca
servirle como cochero y llegará el momento en que intercambiará contigo su
habilidad en los dados por la tuya en conducir. No te aflijas, dado que todo lo
que ha sido tuyo te será restituido. Cuando vuelvas a adquirir tu propia forma
piensa en mí y ponte esta túnica.» Cuando Nala recibió la vestimenta mágica el
rey naga desapareció.
Como
fue predicho, así ocurrió; Nala se convirtió en cochero de Rituparna. Mientras
tanto los mensajeros de Bhima, buscando en todo el mundo a Nala y Damayanti,
encontraron a la reina en la capital de Shedi y la trajeron a casa. Otra vez
enviaron mensajeros brahmanes para buscar a Nala. Ellos debían buscar en todo
el mundo, preguntando en todos los sitios: «i,Adónde has ido, oh jugador, que
dejaste tu esposa con la mitad de su vestido; por qué me has dejado sola?» De
cualquier respuesta hecha, ellos debían traer noticias. Cuando llegaron a
Ayodhya, Nala, ahora convertido en el cochero Vahuka con las piernas encorvadas
y poco parecido a lo que él mismo había sido, contestó a los brahmanes,
pidiéndoles fe y perdón de la mujer, dado que el esposo que la había abandonado
no tenía malicia, sino que lo buscaba a él en todo el mundo. Los brahmanes
llevaron esta noticia a Vidarbha. Inmediatamente Damayanti buscó a su madre.
«Deja que el brahmán que viene de
Ayodhya», dijo, «vuelva de allí inmediatamente trayendo a mi señor. Que anuncie
delante de Rituparna que Damayanti, sin saber si Nala vive o no, celebra un
segundo swayamvara, y será otra vez
desposada al amanecer del día siguiente en que él reciba el mensaje. Nadie sino
Nala puede conducir un carro desde Ayodhya a Vidarbha en un solo día.»
Cuando
Rituparna oyó este mensaje llamó a su cochero Vahuka y le ordenó que pusiera el
yugo a sus caballos, dado que debía llegar a Vidarbha antes de la salida del
Sol. Vahuka obedeció, pero se dijo a sí mismo: «¿Puede ser esto verdad o es un
ardid hecho por mi bien? Averiguaré la verdad cumpliendo con la voluntad de Rituparna.»
Condujo como el viento; cuando en un momento el rey dejó caer un pañuelo y
quiso parar a recogerlo, Nala respondió: «Nada, el tiempo apremia, y el pañuelo
ahora está cinco millas detrás de
nosotros.» El rey se preguntaba quién sería Vahuka, dado que él no conocía
ningún conductor de caballos, salvo Nala, que pudiera conducir tan de prisa y
tan seguro. Pero Ritupama tenía otro don, el don de los números; cuando pasaron
un árbol de mango dijo: «Mira, cien frutos caídos y cinco millones de hojas.»
Inmediatamente Nala detuvo los caballos, cortó las ramas y contó las frutas; el
número era exacto. Nala, asombrado, preguntó al rey el secreto de su sabiduría;
él respondió: «Nace de mi habilidad en el juego.» Entonces Nala ofreció cambiar
su habilidad en conducir por la sabiduría de Rituparna acerca de los números;
así fue acordado. Pero cuando Nala recibió el saber de los números y habilidad con los dados, inmediatamente Kali salió de él
y adquirió su propia forma. El demonio excusado por la clemencia de Nala, dado
que él había sufrido tanto por el veneno de la serpiente, le prometió que
dondequiera que fuera oído el nombre de Nala la amenaza de Kali sería
desconocida. Entonces el demonio, perdonado por la gracia de Nala, entró en un
árbol derribado y desapareció. Nala quedó contento, estando libre de su
enemigo, y montando en su carro condujo aún más rápido que antes; al caer la noche llegaron a Vidarbha, y el tronar
de las ruedas del carro llegó a los oídos de Damayanti, de modo que ella supo
que había llegado Nala. «Si éste no es Nala», dijo ella, «moriré mañana.» Bhima
dio la bienvenida a su huésped y preguntó el motivo de su llegada, dado que no
sabía nada de la estratagema de Damayanti o que Rituparna había venido por el
bien de su hija. Rituparna, viendo que no había ningún signo del swayamvara, ningún preparativo para los
invitados reales, contestó a su anfitrión: «He venido, gran Bhima, para darte
mis saludos.» Bhima sonrió, dado que pensó: «No así, de tan lejos y con tanta
prisa, conduce el rey de Ayodhya por un asunto tan pequeño.» Pero dejó pasar la
cuestión y cortésmente asignó habitaciones y refrigerios para el agotado rey.
Vahuka llevó los caballos a los establos, los limpió, les acarició y se sentó
en el asiento del carro.
Damayanti
no sabía qué pensar, dado que, aunque ella había podido echar un vistazo al
carro cuando éste llegó, ella no había visto a Nala. Ella pensó: Nala puede
estar ahí o Ritupama debe haber aprendido su habilidad. Ella envió un mensajero
al cochero, haciendo muchas preguntas acerca de si sabía algo de Nala.
Vahuka
respondió: «Sólo Nala mismo sabe de Nala, y Nala no delatará ningún signo de sí
mismo.» Entonces el mensajero otra vez repitió la pregunta del brahmán:
«¿Cuándo te has ido, oh jugador?» Y en respuesta Vahuka adoró la constancia de
la mujer y dejó caer alguna señal de su verdadera identidad; y el mensajero,
reconociendo su conmoción, volvió a Damayanti. Ella envió al mensajero otra vez
a vigilar de cerca al cochero; ordenó que no debía prestársele ningún servicio,
ni llevarle agua, ni prepararle fuego. El mensajero informó que el cochero
tenía poderes divinos, pudiendo ordenar a los elementos, el agua y el fuego, a
su voluntad. Ahora más y más Damayanti sospechaba que éste era Nala disfrazado.
Enviándolo una vez más, ordenó al mensajero que trajera un bocado preparado por
él; cuando ella lo probó supo con certeza que nadie sino Nala había preparado
el plato. Entonces ella envió a sus niños, Indrasena e Indrasen; cuando e!
cochero los vio se puso a llorar, dado que él vio que eran sus propios hijo e
hija perdidos hacía tiempo. Sin embargo, todavía él no se descubriría.
Entonces
Damayanti fue hasta su madre y dijo que el cochero debía ser llamado ante ella,
y esto fue hecho. Él estaba muy ansioso por ver a quien había abandonado en el
bosque tiempo atrás. Cuando ella le preguntó si no sabía nada de Nala, él se
proclamó a sí mismo y dijo que la fiebre del juego y el abandono de su esposa
eran obra de Kali, no suya. «¿Pero cómo pudiste tú, noble dama, dejando a tu
señor, buscar otro marido? Dado que tu segundo swayamvara está proclamado, y es por ese motivo que Rituparna y yo
hemos venido.» Entonces Damayanti explicó su truco y llamó a los dioses para
atestiguar que ella había sido fiel hasta el final, y la voz del cielo proclamó:
«Es cierto», y cayeron flores del cielo y se oyó música celestial. Entonces
Nala se puso la túnica mágica y adquirió su propia forma, y Damayanti fue hasta
sus brazos; la dama de grandes ojos encontró otra vez a su señor.
La
alegría era inmensa y sorprendió a la ciudad y al palacio cuando la noticia de
esta reunión fue esparcida fuera. Rituparna partió con otro cochero, mientras
Nala cogió su camino a Nishadha y llegó frente a su hermano Pushkara,
desafiándole a los dados, pidiéndole que jugara otra vez, esta vez con sus
vidas en juego. Pushkara respondió: «Que así sea; ahora, fmalmente, Damayanti
será mía.» Poco faltó para que Nala, encolerizado, no lo matara; pero él cogió
los dados, tiró y ganó, y Pushkara perdió.
Entonces
Nala perdonó a su malvado hermano y, concediéndole una ciudad, le despachó en
paz. Nala mismo, con Damayanti, gobernó en Nishadha y todos los hombres fueron
felices.
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