Geniecillos y gigantes
La variedad de leyendas del África negra se debe a la diversidad de tribus
que la habitan. En muchas poblaciones se tenía en gran estima todo el ancestro
de sus antepasados y, aun cuando su territorio fuera invadido por otros pueblos
de costumbres e ideas diferentes, nunca dejaron que sus ritos y mitos se
perdieran. Tal es el caso de algunas tribus de pescadores y campesinos que
moraban en las riberas del Níger, que vieron anegada su propia idiosincrasia por
otros pueblos, especialmente musulmanes. Sin embargo, las creencias y la
fuerza de sus mitos no perdieron apenas prestancia. Siguieron adorando a los
espíritus y genios que moraban en la naturaleza, y a los que se hacía necesario
aplacar, y mantener contentos, para que las cosechas no se agotaran y para que
la pesca fuera abundante.
El aire, la tierra y el río, estaban plagados de espíritus —lo cual implica el
concepto animista que de la naturaleza tenían los negros africanos—, a quienes
se acudía, y se invocaba, cuando se necesitaba una ayuda superior. Había
también ciertas leyendas en las que aparecía el polífago gigante Maka que, para
satisfacer su voraz apetito, necesitaba devorar animales tan enormes como los
hipopótamos; y cuando se disponía a saciar su sed, algunos de los lagos cercanos
se veían seriamente mermados.
Ciudades bajo el agua
También había una hermosa mujer que aparecía plena de juventud y
lozanía. Se llamaba Haraké, y su poder de atracción era tal que no se sabía si era
diosa o si pertenecía a la especie de los humanos mortales. La leyenda más
extendida afirmaba que Haraké tenía los cabellos tan transparentes como las
propias aguas que le servían de morada. Al atardecer, la hermosa muchacha
tenía por costumbre descansar al borde mismo del Níger, y esperar así hasta que
llegara su amante. En cuanto éste se reunía con ella, ambos se adentraban en las
profundidades de aquellas aguas encantadas y profundas; la muchacha llevaba al
elegido en su corazón a través de maravillosos caminos que conducían a
fastuosas y desconocidas ciudades. En sus espléndidos recintos, y entre el
sonido del tantán y de los tambores, tendría lugar la ostentosa ceremonia que
uniría a la feliz pareja para toda la vida.
Todas las narraciones de la fábula expuesta hacen hincapié en que fue
Haraké quien condujo a su amante, y no viceversa. Con ello se quiere dar a
entender que la mujer era muy respetada entre ciertas tribus del África negra.
Sus privilegios provenían de su consideración como madre y esposa.
Aunque, al mismo tiempo, aparecen representaciones femeninas en actitud
sumisa pero, si uno se fija en su rostro, observará cierta clase de serenidad que,
al decir de investigadores y antropólogos, indicaba la importancia concedida a
esa especie de mundo anímico, o vida interior, con que debía arroparse la mujer
negra, so pena de poner en entredicho su condición femenina.
Mito de las dos luminarias.
De entre las numerosas leyendas del continente africano sobresale la de los
negros de Senegal.Sus fábulas muestran que las dos luminarias, es decir, tanto el Sol como la
Luna, estaban ya consideradas como superiores a los demás astros. El mito
cosmogónico pretende establecer las diferencias de ambos cuerpos astrales, y se
propone explicar —de una manera muy simple, aunque cargada de
connotaciones míticas y emblemáticas— las grandes diferencias entre la Luna y
el Sol. El brillo, el calor y la luz que se desprenden del astro—rey impiden que
seamos capaces de mirarlo fijamente. En cambio, a la Luna podemos
contemplarla con insistencia sin que nuestros ojos sufran daño alguno. Ello es
así porque, en cierta ocasión, estaban bañándose desnudas las madres de ambas
luminarias. Mientras el Sol mantuvo una actitud cargada de pudor, y no dirigió
su mirada ni un instante hacia la desnudez de su progenitura, la Luna, en
cambio, no tuvo reparos en observar la desnudez de su antecesora. Después de
salir del baño, le fue dicho al Sol: "Hijo mío, siempre me has respetado y deseo
que la única, y poderosa deidad, te bendiga por ello. Tus ojos se apartaron de mí
mientras me bañaba desnuda y, por ello, quiero que desde ahora, ningún ser vivo
pueda mirarte a ti sin que su vista quede dañada".
Y a la Luna le fue dicho: "Hija mía, tú no me has respetado mientras me
bañaba. Me has mirado fijamente, como si fuera un objeto brillante y, por ello,
yo quiero que, a partir de ahora, todos los seres vivos puedan mirarte a ti sin que
su vista que dañada ni se cansen sus ojos".
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