El
viejo Chiú había pasado la existencia en soledad y meditación. Un día
pensó:”Después de todo, los hombres quizá no son tan malos. Me retire del mundo
muy joven aun, precisamente para alejarme de mis semejantes. Y ahora tengo la
duda de si me equivoque. Dentro de poco tendré que presentarme al Gran Espíritu. Conviene, pues, que me
apresure a hacer algunas indagaciones. Porque el Gran Espíritu interroga las
almas que, después de haber dejado en la tierra la cascara del cuerpo, se
presentan ante su trono de luz”
Chiú abandono su casa y su país y se dio a recorrer los caminos del mundo. A la
orilla de un rio encontró a un monje. Era viejo, tenía unos ojos dulces y
cansados. Y caminaba lentamente, mirando hacia adelante.
-Dime –rogo Chiú-, dime donde puedo hallar una pizca de bondad.
-¿Una pizca de bondad?
El monje miraba al viejo eremita con asombro.
-Si; solamente una pizca.
-Búscala en tu corazón.
Chiú siguió su camino. Al atardecer llego frente a la casa de un campesino.
Tenía hambre, estaba cansado. Llamo a la puerta.
LE abrió una mujer de rostro gordo y apacible,
-¿Que buscas?
-No tengo amigos ni parientes, no tengo dinero. Estoy solo como gavilán entre
las nubes.
Concédeme un poco de hospitalidad, Solo pido una taza de leche y un rincón
donde pueda
acostarme.
La mujer cordial.
-Entra pues amigo, te daré leche y también pastel de arroz.
El marido de la campesina era un hombre apuesto, alegre. Al ver a Chiú le dijo:
-Quiero que te encuentres bien en mi casa. Dormirás en la cama grande, porque
veo que eres
viejo y estas cansado.
Chiú comió una tajadita de pastel y bebió una taza de leche. Y pensaba:
“Realmente los hombres no son malos”.
Durmió tranquilamente. Y a la hora del alba oyó cantar los pájaros y se
levanto.
Los dueños de la casa ya estaban en pie. Le entregaron una talega llena de
comida.
Antes de irse, Chiú expreso su agradecimiento.
Luego dirigió a sus bienhechores la extraña pregunta:
-Decidme: ¿Dónde podre encontrar una pizca de bondad?
El hombre y la mujer se miraron, decepcionados. ¿Por ventura no se habían
comportado como buenas personas?
-La bondad –dijo el campesino- no es una cosa rara. Podrás hallarla, no a
pizcas, sino a montañas, en el alma de los que te ayudan.
Chiú sonrió. Tenía una idea. Le había brotado en la mente tras muchísimos años
de soledad y de meditación.
Se fue ensimismado. Cuando llego al rio, se dirigió a un barquero que estaba
sentado junto a su barca.
-¿Quieres llevarme a la otra orilla? Necesito tu ayuda. Pero, oye; no tengo
dinero. Solo poseo la túnica que llevo en la espalda.
El barquero lo miro con misericordia.
-Eres viejo –dijo.
Y sin comentarios, se levanto y empujo la barca hacia el agua.
-Realmente mi barca es hermosa. Roja y azul, brillante y solida. Una de las
barcas más hermosas que se ven por estos parajes. Demostraría ingratitud hacia
el Señor de los espacios que me ha dado tanta suerte, si no socorriera a un
pobrecito como tú.
Chiú, ayudado por el buen hombre, salto dentro de la barca.
Estaba contento de hallar hermanos generosos. Contento de conocer una humanidad
digna de su Divino Señor.
Pregunto al barquero:
-¿Dónde puedo hallar una pizca de bondad?
La barca hendía la corriente, saltando como jaca sobre el agua cristalina.
-¿Puedes decirme dónde puedo hallar una pizca de bondad?
-¡Oh! –hablo grave, el barquero. La bondad no es una hierba tan rara. Crece en
todas las almas.
Creo que incluso en la mía habrá un poco. Alguna vez a siento correr por mis
venas como un arroyuelo tibio.
“Justo Dios”, pensó Chiú. Y sus ojos cansados miraban la orilla que se iba
aproximando, y los magros zarzales, y los guijarros rojos y verdes que
decoraban la tierra húmeda.
-Te lo digo yo. –Continuaba el barquero. La bondad es como el agua. No hay casa
que no tenga, detrás, el pozo o la fuente, el rio vecino. Porque sin agua no se
puede vivir. Y tampoco puede vivirse sin bondad. Tal vez puedas indicarme
alguna casa sin agua a mano. Pero la gente que la habita es infeliz, Y muere
pronto. Podrás indicarme algún hombre sin bondad: Wu, por ejemplo. Vive solo
mas allá del jardín de Tsang-Li. Es malo
y todos le odian. ¿Puede llamarse vida la suya?
-Gracias –dijo al barquero.
Tenía su idea. Siempre la misma: una idea fija.
Se dirigió hacia el jardín de Tsang-Li. Lo atravesó, llego a la casa de Wu, El
hombre malo. Y se sentó en el suelo.
Cuando Wu lo vio allí sentado, tuvo un acceso de cólera.
-¿Qué haces aquí, sucio vecino? Aléjate. No soporto el desagradable espectáculo
de tu miseria y de tu fealdad.
-No puedo moverme, me duelen las piernas
-contesto Chiú.
-Pues voy a hacerte correr como a una liebre, horrible mendigo.
Wu tomo un palo. Luego se arrojo sobre el pobre Chiú , apaleándole brutalmente.
-Es demasiado –gemía el desgraciado. ¿Por qué me torturas? ¿Te hice algún daño?
El pérfido Wu continuaba pegando. Luego agarro a su víctima y se fue a arrojarla
a cierta distancia de su casa.
Chiú, herido, maltrecho, no esperaba ahora más que la muerte. Y rezaba. “oh,
Gran Espíritu, Señor de los Espacios, hice lo posible por encontrar una pizca
de bondad, la cual hubieses agradecido, porque sabrías que aun en el corazón
mas apenado hay un vislumbre de tu luz”
Mientras Chiú, destrozado por los golpes, oraba y lloraba, oyó una voz:
-¿Sufres mucho?
Era Wu, se inclinaba sobre el ansioso.
-Me remuerde la conciencia –dijo-, comprendo que te he hecho mucho daño.
Quisiera curarte.
El moribundo dejo de sentir el atroz sufrimiento. Cerró los ojos, contento.
Abandonaba la miseria, iba al encuentro del Gran Espíritu. Y se llevaba consigo
un don, el don inefable: la pizca de bondad que tanto buscara sobre la tierra.
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