viernes, 29 de marzo de 2019

Los caballos del destino

Un humilde campesino vivía en el norte de China, en los confines de las estepas
frecuentadas por las hordas nómadas. Un día regresó silbando de la feria con una
magnífica potranca que había comprado a un precio razonable, gastando pese a ello
lo que había ahorrado en cinco años de economías. Unos días más tarde, su único
caballo, que constituía todo su capital, se escapó y desapareció hacia la frontera. El
acontecimiento dio la vuelta al pueblo, y los vecinos acudieron uno tras otro para
compadecer al granjero por su mala suerte. Éste se encogía de hombros y contestaba,
imperturbable:
—Las nubes tapan el sol pero también traen la lluvia. Una desgracia trae a veces
consigo un beneficio. Ya veremos.
Tres meses más tarde, la yegua reapareció con un magnífico semental salvaje
caracoleando junto a ella. Estaba preñada. Los vecinos acudieron para felicitar al
dichoso propietario:
—Tenías razón al ser optimista. ¡Pierdes un caballo y ganas tres!
—Las nubes traen la lluvia nutricia, y en ocasiones la tormenta devastadora. La
desgracia se esconde en los pliegues de la felicidad. Esperemos.
El hijo único del campesino domó al fogoso semental y se aficionó a montarlo.
No tardó en caerse del caballo y poco le faltó para romperse el cuello. Salió del paso
con una pierna rota.
A los vecinos que venían de nuevo para cantar sus penas, el filósofo campesino
les respondió:
—Calamidad o bendición, ¿quién puede saberlo? Los cambios no tienen fin en
este mundo que no permanece.
Unos días más tarde, se decretó la movilización general en el distrito para
rechazar una invasión mongola. Todos los jóvenes válidos partieron al combate y
muy pocos regresaron a sus hogares. Pero el hijo único del campesino, gracias a sus
muletas, se libró de la masacre.

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