viernes, 29 de marzo de 2019

El Amo de los Osos

En tiempos inmemoriales, China estaba constituida por un mosaico de clanes, tribus,
pueblos abigarrados. Los nómadas seguían a sus rebaños por las estepas infinitas, los
sedentarios cultivaban sus parcelas de tierra sobre las verdeantes riberas del río
Amarillo. El hambre, o la codicia, inducía en ocasiones a los errabundos a saquear las
granjas a duras penas fertilizadas por los campesinos, y a raptar a sus rollizas hijas.
Algunos se aficionaron a ese estilo de vida. No tenían más que sacar el arroz de los
graneros ajenos, sin deslomarse para cultivarlo ni cosecharlo. No había más que
pagar el precio de la sangre, a veces. Y hay hombres a los que su olor les embriaga.
Las batallas se sucedían. Era frecuente que cada razzia fuera seguida por una
expedición de castigo. Pero no es fácil encontrar a quien tiene por morada un tejado
de fieltro, y por pueblo la bóveda celeste.
En una de esas aldeas que se estiraban a orillas del río Amarillo vivía un joven
predestinado. Su madre lo había concebido, decían las ancianas, cuando aún era
virgen, tres meses antes de su noche de bodas con el hijo del jefe del clan. Era una
noche de tormenta sin nubes. Un rayo había caído a la puerta de la casa, procedente al
parecer de la Osa Mayor. Las ancianas afirmaban que el semen que dio origen al niño
fue el Trueno, eyaculado por el Pilar del Dragón Celeste, el pene del Emperador de
Jade, el Amo del Cielo en persona. Cuentos de viejas, dirán algunos, pero en aquellos
tiempos se creía a las ancianas que saben. Además, ¿cómo explicar, si no, que el niño
hubiera permanecido doce meses en el vientre de su madre?
El chico fue precoz. Al cabo de unos días pronunció sus primeras palabras, al
cabo de unos meses sabía hilvanarlas. En cuanto supo caminar, aprendió a montar a
caballo. A los seis años manejaba la espada, la lanza, el escudo. A los ocho rivalizaba
con los guerreros del clan, y a los doce les seguía al combate. A los catorce era él
quien los guiaba.
Pero el joven poseía otros dones. Tenía sueños extraños, visiones, conversaba con
los Espíritus de la Naturaleza. Los chamanes le acogieron en su hermandad. En el
curso de una iniciación, le enviaron a la montaña a cazar el oso. ¡El muchacho
regresó encaramado al lomo del animal! Las ancianas no se habían equivocado, no,
pues ¿quién sino el Hijo del Cielo habría podido realizar tal hazaña? Los chamanes le
dieron entonces su nombre de hombre: Yu Xiong, el Amo de los Osos.
Yu Xiong había conocido a lo largo de toda su infancia las razzias salvajes de los
nómadas, los gritos, las lágrimas, los dramas que brotaban en medio del polvo de sus
espantosas cabalgadas. Era incapaz de decidirse a vivir en ese terror permanente,
sobre todo desde que, cierto tiempo atrás, los pillajes se habían vuelto más frecuentes,
más violentos y mucho más imparables. El enemigo había cambiado. Varias tribus se
habían agrupado bajo el estandarte de Chi Yu, un guerrero particularmente hábil y
sanguinario.
Desde que su padre había sido asesinado a traición por el cruel Chi Yu, Yu Xiong
se había convertido en el jefe de su diezmado clan. Completó las filas de sus
guerreros con osos que adiestró para el combate y sembró el pánico entre los
nómadas. Los bardos compusieron cantos que contaban las proezas del Amo de los
Osos y sembraron su gloria en el viento. Otros pueblos sedentarios se sumaron a él.
Entonces él asumió la jefatura de un poderoso ejército.
En el curso de una expedición de castigo, Yu Xiong había lanzado a sus hombres
tras las huellas de Chi Yu, el jefe de los nómadas. Creían haber forzado a su enemigo
a meterse en un desfiladero montañoso sin salida. Pero era una trampa. Una niebla
viscosa ahogó el valle. Los chamanes de las estepas eran temibles. Sabían aliarse con
los Espíritus de la Bruma. Cegado, el ejército de los sedentarios erró durante días en
un laberinto inextricable de gargantas desérticas, de caos rocoso, hostigado por los
nómadas. Habían agotado sus víveres y su agua. Iban a morir de agotamiento.
Entonces, el Amo de los Osos echó pie a tierra en el fondo de un círculo de
montañas donde, según la ciencia del Feng Shui, el soplo del Dragón de la Tierra
estaba particularmente concentrado. Tomó su tambor, hizo resonar en él un ritmo
obsesivo y entonó un canto extraño, a la vez que ejecutaba los pasos de una danza
desenfrenada. Entró en trance para hablar con los Espíritus de la Bruma. Pero, dado
que se habían aliado con los chamanes enemigos, ninguno de ellos respondió a su
llamada.
Agotado, Yu Xiong se desplomó sobre los guijarros del suelo y volvió su mente
hacia el Palacio celeste del Emperador de Jade. Imploró humildemente su socorro. La
niebla se disipó mientras un rayo de sol tejía un arco iris. Sobre las cintas de luz se
deslizó una mujer envuelta en un vestido de nueve colores, el rostro aureolado por un
centelleo dorado. Se quedó inmóvil sobre un peñasco, ante el Amo de los Osos, e
hizo oír su voz de cristal:
—Yo soy la Dama de los Nueve Cielos. El Emperador de Jade ha oído tu llamada.
Te traigo sus presentes. Te reconoce como el Hijo del Cielo, quiere convertirte en el
Amo del Imperio del Medio.
La resplandeciente Inmortal se elevó por los aires para desaparecer en la luz
deslumbrante de las nubes, dejando tras ella un perfume sutil de flores de loto y
madera de sándalo. Sobre el peñasco, Yu Xiong encontró una escudilla y dos libros:
un manual de estrategia y el primer Yi Jing. En la escudilla llena de agua flotaba un
pedacito de madera en el que estaba incrustada una magnetita, una piedra imán. Fue
la primera brújula.
Para el Amo de los Osos, equipado con tales presentes celestes, la guerra no fue más
que un juego de niños. Supo guiar a sus hombres en la niebla, desbaratar las tretas de
su enemigo, sorprenderle, rodearle. Y con sus propias manos mató al despiadado Chi
Yu, a quien se le había dado el sobrenombre de «el Amo de los Lobos».
Tras la victoria, los pueblos de las riberas del río Amarillo hicieron de Yu Xiong
su rey. El Amo de los Osos obró de suerte que los vencidos se felicitaran de tenerlo
por vencedor, ya que el agua no permanece en la montaña, ni la venganza en un gran
corazón. Les dio un lugar en su reino.
Numerosos pueblos solicitaron protección al rey magnánimo. Su autoridad se
extendió desde las estribaciones del Himalaya hasta el mar de China. Yu Xiong tomó
el título de Hijo del Cielo y se le llamó Huangdi, el Emperador Amarillo. Su nombre
está asociado al color simbólico del elemento Tierra, signo del cumplimiento. Fue el
primer amo del Imperio del Medio.
Huangdi supo rodearse de ministros abnegados, honrados y sabios. Fomentó tanto la
agricultura, la artesanía y la medicina como las artes, la literatura y la filosofía. Era
un monarca ilustrado, un espíritu universal. Sabía que el ser humano tiene tanta
necesidad de poesía como de arroz porque había conocido la barbarie. Se dice que
redactó de su puño y letra tanto leyes como poemas. Se le atribuye el invento de la
rueda, de las odas y de las composiciones instrumentales. Y un tratado de sabiduría.
Es el modelo de referencia de los poderosos. El pueblo le convirtió en un dios.


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