Un gélido día de noviembre de 1951, los alpinistas británicos Eric Shipton y Michael Ward regresaban d un reconocimiento del Everest. Avanzaban por el glaciar Menlung, situado a unos seis mil metros de altitud, entre el Tibet y Nepal, cuando divisaron una huella gigantesca de treinta y tres por cuarenta y cinco centímetros. Los dos hombres hicieron alto y se miraron asombrados. Era una huella reciente, pues la nieve no se había derretido todavía . Es decir, la impresión se aproximaba mucho al tamaño verdadero del pie que las había producido, pues es sabido que las huellas derretidas aparecen más grandes de lo que son en realidad. Y eso era lo sorprendente ¿Había pasado por allá un gigante, o quizás algún monstruo de las nieves ? Todavía confusos y turbados por el descubrimiento, localizaron más impresiones recientes en una zona de la nieve profunda, las cuales parecían seguir los contornos del glaciar. Embargados por la emoción , siguieron este rastro a lo largo de un kilómetro y medio, hasta que la nieve se hizo más delgada y desaparecieron las huellas. Comprendiendo que podían hallarse en el umbral de un descubrimiento antropológico decisivo, los dos expertos escaladores se apresuraron a obtener varias fotografías de su hallazgo.
Sirviéndose del piolet y de las botas de Ward dar idea del tamaño, Shipton sacó dos fotos perfectamente enfocadas y donde las huellas se apreciaban con toda claridad. Esos documentos suscitarían controversias, dudas y también escepticismo en todo el mundo. Aunque hubo quienes no se recataron en calificarlas de fraudulentas , resultaba innegable que aquello no eran huellas de mono, oso o leopardo , ni las de un ser humano corriente. Por lo tanto, la gente se pregunto qué o quién había marchado delante de los exploradores en aquel desolado paraje del Himalaya . Como mínimo, se sabía que sus pies tenían cinco dedos , siendo los interiores de mayor tamaño que los exteriores; que estos últimos aparecían apiñados, y que el talón era plano y excepcionalmente ancho. Las posibles dudad de Eric Shipton de 1951 se habían disipado diez años después , como demuestra el contenido de su prólogo para el libro de Odette Tchermine, The Snowman and Company:
“Hasta 1951, aunque había visto huellas inexplicables en el Himalaya y el Karakorum, y oído contar historias del “yeti” a mis amigos serpas, éstas me parecían pura fábula. Pero las marcas... que Ward y yo descubrimos en el Menlung, al regresar , al regresar de un reconocimiento del Everest, eran tan recientes, tan inequívocamente producidas por pies descalzos, que me resultó imposible seguir adoptando una postura escéptica. No cabía la menor duda: una gran criatura pasó poco antes por aquel lugar, y ese ser no era un humano , un oso ni especie alguna de simio cuya presencia se conozca en el continente asiático.”
Para los periódicos de la época- y ciertamente para los de épocas posteriores-, esa noticia tenía tanto jugo como todo lo relacionado con el monstruo del lago Ness. Restándole importancia al apelativo tibetano (“yeti” significa criatura mágica), popularizaron el de “abominable hombre de las nieves”, dando así un contenido terrorífico a la imagen del supuesto habitante de los valles , desfiladeros y glaciares del Himalaya. Examinadas las fotografías por miembros de la sociedad Londinense de zoología y del museo británico , concluyeron que las huellas correspondían a un simio (concretamente a un langur) o un oso pardo. Con sólo reparar en la ancada de aquel ser desconocido- de unos setenta y cinco centímetros de longitud- quedaba descartada la absurda teoría del simio, pero esto no hizo el menor efecto en los expertos. The lancet, prestigiosa revista médica británica , fue una de las pocas publicaciones científicas que aceptó el hombre de las nieves propugnado por Shipton. Con el título de “Los gigantes de pies fríos”, en junio de 1960 apareció en sus páginas un artículo que decía lo siguiente:
“En pleno s8iglo XX, numerosas regiones siguen estando poco pobladas y prácticamente sin explorar. De algunas han surgido historias en torno a grandes animales desconocidos por la ciencia. En este sentido, no cabe duda de que el revuelo provocado por el “abominable hombre de las nieves”, supone un tributo al ambiente de misterio y esfuerzo que circunda el punto más elevado del planeta. Claro que también puede deberse al equívoco nombre otorgado a este ser, posiblemente por desconocimiento de la lengua nativa.”
Aunque el yeti saltó a los titulares en los años cincuenta y a principios de los sesenta, se poseían datos sobre el desde 1832. Según el célebre anatomista y antropólogo Jhon Napier, las primeras noticias del hombre de las nieves ; proceden de “los pioneros militares y civiles del imperio británico, en el siglo pasado, y de los especialistas de alta montaña durante el actual”. Gracias a ellos, prosigue Napier, “el Himalaya oriental es más conocido que otras cordilleras donde también existen mitos de monstruos”.
La siguiente observación realizada por un europeo, según nuestros datos se produciría en 1914. Un funcionario forestal británico destinado en Sikkim, J.R.P.Gent, descubrió el rastro de una asombrosa criatura de grandes dimensiones. “Lo curioso – explicó es que sus impresiones miden entre cuarenta y seis y sesenta centímetros de longitud , y que sus dedos muestran una disposición opuesta al sentido de la marcha...Deduzco que no avanza sosteniéndose sobre las plantas de los pies, sino sobre las rodillas y las espinillas”.
Era inevitable el encuentro entre un europeo y el misterioso yeti, hecho sucedido en 1921. La primera expedición de reconocimiento del Everest, mandada por el teniente C.K. Howard-Bury, acababa de escalar una cornisa situada a unos siete mil metros de altitud. De repente, un guía serpa señaló una oscura silueta erguida que avanzaba con rapidez por la nieve, y sus compatriotas aseguraron que se trataba de un “salvaje de las nieves ”. De regreso a su patria , Howard-Bury leyó cuanto pudo hallar sobre las costumbres del salvaje del Himalaya. Se dio cuenta que cumplía las funciones de “coco” entre los niños tibetanos, a quien se advertía que para huir de él, deben corres cuesta abajo, pues así la cabellera le cae sobre los ojos y no ve bien.
En cuanto a la hembra de la especie, y de acuerdo con lo que explican los serpas, ve estorbados sus movimientos por unos senos enormes. Según contaba uno de esos montañeses, en cierta ocasión siguieron las huellas de dos yetis. Eran hembras, y tenían unos pechos tan grandes que para inclinarse debían echárselos primero sobre los hombros.
En la primavera de 1925, el fotógrafo británico N.A. Tombazi localizó a uno de estos esquivos seres en el glaciar Zemu, a unos cinco mil metros de altitud. Como miembro de la Real Sociedad geográfica su testimonio mereció cierto crédito. También en esa ocasión sería un serpa quien se percataría de la presencia del hombre de las nieves, pues el intenso resplandor del blanco manto que cubría el terreno impedía la visión al fotógrafo. Cuando sus ojos se acostumbraron al brillo cegador, se percató que el extraño ser se hallaba a doscientos o tres cientos metros de distancia, en un valle situado al este del campamento.
En su obra titulada Bigfoot, Jhon Napier reconoce así el testimonio de Tombazi:
“Aquella figura era humana. Caminaba erguida y se detenía de vez n cuando para arrancar matas de rododendro. Destacaba con su oscuro pelaje sobre la intensa blancura de la nieve, y me pareció observar que no vestía ropa alguna. En cuestión de un minuto escaso se internó en la maleza y desapareció. Por desgracia no tuve tiempo de tomar el teleobjetivo, ni siquiera de enfocar perfectamente los prismáticos. Dos horas más tarde descendimos dando un rodeo, para pasar por el lugar donde habíamos visto al “hombre” o “bestia”. Examiné las pisadas , claramente visibles sobre la nieve. Tenían aspecto similar a las de un ser humano... Pertenecían a un bípedo, sin rastro alguno que pudiera sugerir el modo de moverse de un cuadrúpedo. Al pasar por Yokson me aseguraron que desde principios del año ninguna persona se había dirigido hacia aquellos parajes , aparte de nosotros. ”
Este tipo de anécdotas convenció a los directivos de Daily mail londinense, quienes decidieron organizar su propia expedición en 1954. Dos años antes el doctor Eward-Dunant, jefe de una expedición suiza al Everest , observó varias marcas indicativas de la presencia de los yeti, aunque la inexistencia de “restos de comida o de excrementos” sugería que “estos animales no habitan en las alturas del Himalaya , sino que sólo se hallan de paso”. El equipo del Daily mail se vio obligado a confirmar esta opinión, pues únicamente consiguió traer consigo algunos cabellos de un supuesto yeti, adheridos a un pericráneo. Esta pieza cónica, de unos trescientos años de antigüedad y hasta entonces conservada en un templo budista, medía veinte centímetros de altura y sesenta y seis de circunferencia. Ralph Izzard, miembro de la expedición , obtuvo una foto y más adelante haría analizar los cabellos. Según los científicos, no pertenecía a “ningún animal conocido”
En the bominable snowman Adventure, Izzard sostiene que el esfuerzo del periódico, aunque motivado por el deseo de aumentar las ventas, no fue del todo inútil . “Tengo la certeza –afirma- de que gracias a nosotros no pasará mucho tiempo sin que se descubra al yeti. Permítaseme, no obstante, un consejo a expediciones futuras. Todos nosotros confiamos más en un encuentro casual , por ejemplo al doblar un recodo del camino , que en los resultados de una búsqueda sistemática ... La misma orografía imposibilita el éxito de cualquier persecución . En extensas zonas de aquel país puede existir un solo sendero, paso obligado de humanos y animales, cuya utilización constituye la única alternativa a riesgos como grietas en los glaciares, avalanchas y demás. A menudo sucede... que los senderos cruzan campos de nieve donde la partida de expedicionarios resulta tan visible , desde cualquier risco, como una hilera de escarabajos en un mantel blanco. El observador puede vigilar su avance durante horas , y optar por seguir oculto o desaparecer...El hecho de que no llegáramos a ver ningún yeti no demuestra nada, a favor o en contra de su existencia... Muchos se alegrarán del fracaso de nuestro objetivo principal y verán con agrado la subsistencia de un gran misterio en este mundo revuelto, misterio que constituye un r reto para cualquier espíritu aventurero.”
Tal como observara Izzard , “el gran misterio” inspiró tres safaris estadounidenses en 1957, 1958 y 1959 , financiados y dirigidos por los magnates Tom Slick y F. Kirk Johnson. Estas expediciones contaban con fusiles y proyectiles hipodérmicos, a los que los yeti tuvieron el buen tino de no aproximarse. Lo máximo que lograron fue varios moldes en yeso de huellas del hombre de las nieves. No por ello dejaron de aparecer informes sobre nuevas observaciones. En su relato de la escalada de 1953 al Everest, el alpinista John Hunt cuenta una historia referida por el solenme abad del monasterio de Thyangboche. Parece que años antes, según explicaba el religioso, había aparecido un yeti:
“Esa bestia, que a veces avanzaba a grandes zancadas, sirviéndose de las patas traseras, y en ocasiones de las cuatro, medía un metro y medio, estando recubierto por una capa de pelo gris... Se detuvo para rascarse .. .Recogió nieve, jugo con ella y emitió algunos gruñidos...
El abad ordenó que ahuyentara al inoportuno visitante, lo cual se cumplió haciendo sonar ruidosos cuernos. El yeti se ahuyento lentamente , perdiéndose entre la maleza.”
Durante los años cincuenta varios científicos soviéticos dedicaron gran atención al yeti. Así en 1958 un hidrólogo de la universidad de Leningrado, el doctor A. G .Pronin, llegó a localizar y observar a una de estas criaturas en la meseta de Pamir. Odette Tchernine recoge este caso en su libro The yeti. “A primera vista – contaba el profesor- me pareció un oso, pero no tardé en percatarme de que poseía rasgos humanos .Andaba sobre dos piernas, , si bien algo encorvado, iba completamente desnudo y tenía el cuerpo recubierto de pelo rojizo. Los brazos eran muy largos y se balanceaban ligeramente al caminar. Estuve observándolo durante unos diez minutos hasta que desapareció entre losa arbustos y un grupo de peñascos ”.
Aunque tuvo que soportar algunas críticas, los círculos oficiales prestaron atención a este suceso. Como consecuencia de ello organizó una comisión dedicada al estudio del hombre de las nieves, a cuyo frente aparecía Boris Porshnerv, profesor de ciencias históricas. Las investigaciones confirmaron la existencia del yeti. “Durante el siglo XV- declaraba el informe de la comisión- estos nomás habitaron las agrestes montañas próximas al desierto de Gobi. Tenían todo el cuerpo recubierto de vello, salvo en las manos y el rostro. Su dieta consistía en hojas, hierba y cuanto podían encontrar. ” Otro experto soviético favorable a la teoría del hombre de las nieves fue el profesor Stanyukovich. En 1960 formó parte de una expedición compuesta por zoólogos, arqueólogos, botánicos y escaladores, cuyo objeto era la búsqueda del yeti en la meseta de Pamir. A los nueve meses de paciente esfuerzo, listas siempre las cámaras de lente telescópica, en sus puestos de observación camuflados, no habían hallado nada ni siquiera huellas.
Edmund Hillary dirigió en 1960-61 su propia expedición en busca del yeti. Aunque regresó con un cuero cabelludo del extraño ser , préstamo del monasterio de Khumjung, los hombres de las nieves se mantuvieron tan alejados como siempre. Según los zoólogos que examinaron aquel pericráneo, la pieza procedía de un serow o antílope cabra, animal originario del Asia Oriental . Tan sólo se hizo un descubrimiento: ciertos parásitos localizados en aquel cuero cabelludo eran desconocidos. Por entonces ya se había procedido a un resumen metódico de toda la información disponible, resultando de ella la existencia de tres tipos de hombres de las nieves: el Rimi, de 2.40 metros de altura, que habita en zonas de una altitud máxima de 2000 metros; el Nyalmol, cuya estatura alcanza la fantástica cifra de 5 metros, con una dieta basada en cabras monteses y yaks; y el Rakshi -Bompo, de tan sólo metro y medio, que se sustenta de cereales y mijo. Debido a su timidez y a su preferencia por la soledad, los tres tipos de yeti suelen abandonar por la noche sus refugios, viéndoseles raramente en grupos superiores a dos individuos. Se dice además que no rechazan agua o comida, si se deja en lugares donde puedan encontrarla. Los nepaleses y tibetanos creen que hacerles daño puede traer mala suerte. Según los serpas, los yeti tienen el pelo largo y rojizo, y los pies al revés de los humanos. Por eso, afirman expertos montañeses, sus huellas parecen seguir una dirección opuesta al sentido de su marcha.
Vista la acumulación de pruebas a favor de la existencia del yeti, el gobierno nepalés adoptó en 1961 una postura definitiva. No cabe duda, argumentaba, de que estos seres habitan una zona que abarca desde Siberia y el Sudeste de la Unión Soviética, comprende la India y pasando por Alaska y el Canadá, alcanza los Estados Unidos. En consecuencia, el Estado Nepalés fijó el precio de las licencias en diez mil dólares, para quien tuviera suficiente interés (y dinero) en perseguir al yeti por las cumbres del Himalaya. Por su parte, la emprendedora oficina Buthanense de correros lanzó una emisión de estampillas triangulares con la imagen del hombre de las nieves, como ser representativo de las montañas del país.
Hay expertos que no sólo creen en la existencia del yeti, sino que están convencidos de la inminencia de su captura. Cuando está se produzca, seguramente se le reserva una vida de lujo en algún zoológico. En cuanto a teorías sobre su origen, la más reciente procede de un equipo de tres zoólogos que, a fines de 1972, se disponía a perseguir al fabuloso ser. Lo consideran descendiente de un mono gigantesco (el gigantophitecus ), refugiado hace medio millón de años en las zonas montañosas del Asia meridional. En esa época el Himalaya se hallaba en pleno proceso de elevación , incrementando su altitud en dos mil quinientos o tres mil metros. Como consecuencia de este aumento de cota y las consiguientes modificaciones del terreno, el hombre de las nieves pudo quedar aislado. El proyecto de estos zoólogos se basaba en buscar al yeti en las zonas boscosas de Katmandú, descartando altitudes mayores.
¿Por qué ha despertado tanto interés el tema del yeti? No puede deberse únicamente al sensacionalismo de la prensa. Se comprendería que una campaña publicitaria suscitara cierta atención pasajera , pero es que a más de 50 años de las fotografías de Eric Shipton, el yeti sigue siendo atractivo para el publico , y casi forma parte de una tradición. Quizas nos apasiona el descubrimiento de pueblos o seres afines a nosotros, de gentes hasta ahora perdidas por la civilización. Sin embargo, en 1954 se supo de la existencia de tribus en Nueva Guinea, hasta entonces desconocidas, compuestas por unos cien mil individuos. El tema despertó interés,naturalmente , pero no la fascinación colectiva producida por el yeti . Las tribus de Nueva Guinea son ya, una realidad innegable; el hombre de las nieves sigue constituyendo un misterio . No sabemos si existe o no. Sólo disponemos de huellas y observaciones.
Acaso ésta sea la verdadera función del yeti. Necesitamos disponer de criaturas semi fantásticas. Quizá no nos interese tanto poseer la certeza de que existen , como creer que pueden existir. Diríase que la incertidumbre, la falta de pruebas fehacientes, su lejanía, fortalecen su arraigo en nuestra imaginación, dándole a la vida una dimensión que se perdería si poseyéramos esa certeza, esa evidencia incontrovertible. Estas criaturas, a caballo entre el hombre y el simio, enfrentadas a la naturaleza en su lucha por la supervivencia, cumplen la misma función psicológica que en otros tiempos desempeñaron los dragones y las sirenas.